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¿Qué es el concepto de identidad digital?

¿Qué es el concepto de identidad digital?
Javier Puyol es abogado y socio de ECIXGroup.
07/2/2016 19:04
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Actualizado: 07/2/2016 19:04
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El físico y filósofo estadounidense Thomas Kuhn acuñó en los años 60 el término “cambio de paradigma” para definir las revoluciones en el conocimiento científico sobre una materia que daban lugar a una realidad, sistema o modelo tan diferente del existente que ni siquiera las palabras o conceptos para explicarlos podían ser los mismos.

En este sentido Evoque, pone de manifiesto que el cambio de paradigma se producía por la acumulación creciente de paradojas –observaciones que van en contra del paradigma–, hasta causar una crisis motivada por la pérdida de confianza de los científicos en el paradigma inicial.

Cambios de paradigma científicos fueron el centro del universo –de la Tierra al Sol– o la forma de las órbitas de los planetas –circular a elíptica.

Hoy el nuevo paradigma viene constituido por el fenómeno de internet y de las redes sociales. Consecuentemente con ello, puede indicarse que la información personal que se mueve en Internet no deja de crecer.

Señala la Fundación Telefónica que cada día, millones de personas utilizan servicios como redes sociales, foros, páginas de compra…, lo que deja un rastro de su actividad, gustos y preferencias, en definitiva de su comportamiento y forma de ser.

Toda esta información amplía el concepto tradicional de identidad y lo lleva a una nueva dimensión. Ya no se trata de una identidad definida por rasgos físicos, ni por documentos que acreditan al portador unas capacidades y le habilitan para realizar ciertas actividades, sino de un concepto más amplio en el que la vida digital enriquece la vida real dando lugar a la Identidad Digital.

Como todo cambio importante, su introducción lleva implícito el desafío de aprovechar los beneficios que puedan obtenerse y a la vez tratar de esquivar los problemas que puedan generarse de su implantación.

En el ámbito de la Identidad Digital, el equilibrio entre amenazas y oportunidades es un aspecto central, ya que se pueden encontrar aspectos tanto en un sentido como en el otro. Y es que a veces no es fácil aprovechar los grandes beneficios que pueden obtenerse de una gestión adecuada de la Identidad Digital sin cruzar la línea que separa nuestra identidad de nuestra privacidad.

En este sentido, puede afirmarse con cierta rotundidad, que la información personal que se mueve en Internet no deja de crecer. Cada día, millones de personas utilizan servicios como redes sociales, foros, páginas de compra…, lo que deja un rastro de su actividad, gustos y preferencias, en definitiva de su comportamiento y forma de ser.

Toda esta información amplía el concepto tradicional de identidad y lo lleva a una nueva dimensión. Ya no se trata de una identidad definida por rasgos físicos, ni por documentos que acreditan al portador unas capacidades y le habilitan para realizar ciertas actividades, sino de un concepto más amplio en el que la vida digital enriquece la vida real dando lugar a la Identidad Digital.

La identidad digital se ha convertido en una parte constitutiva fundamental de la identidad humana en la Sociedad Digital

La identidad digital se ha convertido en una parte constitutiva fundamental de la identidad humana en la Sociedad Digital. Entre la información que ayuda a configurar este concepto, se encuentran los datos que revela expresamente la persona, los de su comportamiento, los derivados o calculados por terceros y los que el propio usuario va creando para identificarse con el mundo digital.

En este nuevo entorno en el que la información personal puede ser de muy fácil acceso, parece claro que la gestión de la privacidad sea el principal motor en la gestión de la identidad digital. De esta forma, el concepto de «propiedad sobre datos» está evolucionando hacia el de «derecho sobre los datos» y en eso es precisamente en lo que inciden los sistemas que se dedican a gestionar la identidad digital.

La identidad humana puede definirse como el conjunto de rasgos que hace a una persona ser quien es y lo distingue de los otros al mismo tiempo que le permite interactuar en su entorno. Se construye en función de las condiciones de la propia persona pero también en función de los acontecimientos y las experiencias vividas, de hecho, la identidad humana solo se realiza plenamente en función de la interacción con el medio externo y se trata de una realidad que evoluciona a lo largo del tiempo.

Adicionalmente, la necesidad de un sentimiento de identidad es vital e imperativa para el hombre.

En la actualidad, las nuevas tecnologías relacionadas con la información y las comunicaciones están ampliando el concepto de identidad complementándolo con el de identidad digital. Entre los datos que ayudan a configurar este nuevo concepto se encuentran los de identidad individual, los de comportamiento, los derivados o calculados por terceros y los que el propio usuario va creando para identificarse en el mundo digital.

Como puede apreciarse, la construcción de esta identidad digital distingue entre la información que se revela expresamente por la persona, la identidad que es revelada por las acciones que esta realiza y la que es calculada o inferida según el análisis de las acciones que la persona lleva a cabo. En principio, no es nada nuevo respecto a la realidad que se da en el mundo físico.

La diferencia está en el potencial que le otorga a todo ello la tecnología: la persistencia de la información, la trazabilidad y la ordenación cronológica y en que el propio uso de la tecnología también incide en el propio comportamiento humano, en cómo nos socializamos, en nuestra capacidad de concentración y en cómo gestionamos nuestra privacidad.

En este nuevo entorno, identidad digital, información, privacidad y seguridad son aspectos que van muy unidos, pues para poder gestionar correctamente la primera hay que poder gestionar los otros tres aspectos. Es razonable que la gestión de la privacidad sea el principal motor en la gestión de la identidad digital. En este ámbito el concepto de «propiedad sobre los datos» está evolucionando hacia el de «derecho sobre los datos» y en eso es, precisamente, en lo que inciden los sistemas que se dedican a gestionar la identidad digital.

No cabe duda del gran valor de llevar a cabo una correcta gestión de la identidad digital, tanto para la propia persona como para las diferentes empresas y organizaciones con las que esta interactúa, porque, sin lugar a dudas, la persona tendrá que desenvolverse cada vez más en un mundo digital interconectado.

Consecuentemente con ello, el desarrollo de las Tecnologías de la Información y la Comunicación, y en especial Internet, ha creado un nuevo escenario en el que las relaciones personales cobran protagonismo. Los servicios de Internet y la Web 2.0 (redes sociales, blogs, foros, wikis, microblogging, etc.) constituyen canales multidireccionales y abiertos, que permiten a sus usuarios lograr la máxima interacción entre ellos, a la vez que ofrecen nuevas posibilidades de colaboración, expresión y participación. En este contexto, indudablemente, el ciudadano se muestra con una serie de atributos que definen su personalidad online, tal como señala el Incibe.

Las TIC consiguen crear una “identidad expandida” en la mayoría de sus usuarios: potencian sus habilidades y les permiten estar en contacto con otros usuarios manteniendo diferentes niveles de relación, intimidad, compromiso, etc. Una gran parte de los internautas ya están desarrollando esas capacidades y utilizando las ventajas que engloba la idea de identidad digital con diferentes grados de compromiso, adscripción o revelación de su privacidad.

La identidad digital, por tanto, puede ser definida como el conjunto de la información sobre un individuo o una organización expuesta en Internet (datos personales, imágenes, registros, noticias, comentarios, etc.) que conforma una descripción de dicha persona en el plano digital

La identidad digital, por tanto, puede ser definida como el conjunto de la información sobre un individuo o una organización expuesta en Internet (datos personales, imágenes, registros, noticias, comentarios, etc.) que conforma una descripción de dicha persona en el plano digital.

La identidad digital, tal como pone de manifiesto Serrat-Brustenga, se trata en la literatura científica dentro de la área de la cibercultura. De hecho, diversos autores la han vinculada en la encriptación de datos, la privacidad, la seguridad en Internet (Camenisch, 2009) y el phising (Kirda y Kruegel, 2006).

Cabe decir que también hay autores que han tratado la identidad digital en el contexto empresarial y la han relacionado con intranets corporativas y aplicaciones de la web social en las empresas (Aced et al., 2009a; Bancal et al., 2009). Por otra lado, en la literatura académica se refleja el interés sobre las características de la comunicación mediante ordenador (CMC) que imprimen nuevas pautas de desarrollo de identidades digitales (Campbell, 2005), así como los comportamientos en línea de niños, adolescentes, colectivos étnicos o diferencias de género.

Las aportaciones sobre este tema, sin embargo, no se centran en el conjunto de habilidades digitales e informacionales que se han revelado como fundamentales en los últimos años. En este sentido, la relación entre estas habilidades y las actividades sociales, culturales y académicas, cada vez más variadas en la red, constituyen un nuevo tema de estudio que todavía no se ha tratado suficientemente en la literatura científica, así como la construcción de la identidad en la red en entornos no anónimos (Zhao et al., 2008). Algunos trabajos que sí han tratado la identidad digital desde la perspectiva de los multialfabetismos son los de Perkel (2006) y Livingstone (2004).

Así cabe señalar que hoy en día, la reputación es una construcción social, un producto creado y acumulado de forma colectiva y que de manera inevitable tiene efectos positivos o negativos al tener una connotación pública.

Igualmente queda patente que al tratarse de una construcción alrededor de las percepciones de otros, nuestra reputación no está bajo control de manera absoluta, ni siempre ni por completo, aunque sí se puede gestionar en la medida en que se construyan de manera adecuada esas percepciones a partir de hechos relevantes para la opinión individual y colectiva.

La reputación online es la opinión o consideración social que otros usuarios tienen de la vivencia online de una persona o de una organización.

Identidad digital y reputación online, pues, son dos conceptos estrechamente relacionados

Identidad digital y reputación online, pues, son dos conceptos estrechamente relacionados. Así cabe señalar, con Julio Alonso que la identidad es lo que permite distinguir entre miembros de una misma especie. Es un concepto relativo al individuo, pero a su vez sólo tiene sentido en cuanto este forma parte de un grupo social. En cierta medida la identidad es lo que yo soy, o pretendo ser, o creo que soy.

La reputación, mientras, es la opinión que otros tienen de mí. Se forma en base a lo que yo hago y lo que yo digo, pero también a lo que otros perciben de mis actos o palabras, a cómo lo interpretan y a cómo lo trasmiten a terceros. Cuanto mayor es un grupo social, más importante es la construcción de la identidad y reputación propias, número y tipo de interacciones sociales, la construcción de la identidad y de la reputación se vuelven más importantes, y a la vez más complejas. Por una parte requieren de más   acciones por parte del individuo.

Incluso de acciones distintas y de construcción de identidades parcial o totalmente diferenciadas en distintos ámbitos de su vida. Por otra parte son más los actores con los que entra en contacto, que se forman una opinión sobre él y que la difunden a otros.

Estas opiniones suelen partir de subconjuntos de información por fuerza parciales y no completos. Además, pasan de un interlocutor a otro y por el camino van perdiendo fidelidad. Y por último, en cualquiera de esos pasos puede haber todo tipo de intencionalidades. Tanto positivas como negativas. El entorno ciertamente es nuevo y trae nuevas reglas. Pero muchos de los principios permanecen.

La reputación se construye con esfuerzo y dedicación durante mucho tiempo. Pero se puede arruinar con mayor facilidad y velocidad. La construcción de la propia identidad digital pasa por definir qué, cómo y dónde se va a comunicar en internet. Por conocer y utilizar las diversas herramientas disponibles. Por ir construyendo esa presencia poco a poco. Por hacerlo relacionándote con terceros también presentes en internet.

Y también por contar con la opinión que sobre nosotros generarán de forma natural otros fuera de nuestro control. Podemos ayudar a encauzarla, podemos interactuar con ella, podemos incluso contestarla cuando sea claramente falsa. Lo que ya no podemos hacer es ignorarla ni impedir que se publique o que tenga impacto directo en nuestra reputación. Dedicar esfuerzo a construir tu propia identidad online ya no es opcional. Es un acto de pura responsabilidad. Si no lo haces, tu reputación online vendrá determinada exclusivamente sobre lo que opinen otros sobre ti.

La necesidad de un sentimiento de identidad es tan vital e imperativa que el ser humano no podría estar sano si no encontrara algún modo de satisfacerla. La Fundación Telefónica ha señalado en varios estudios la necesidad que tiene el ser humano de saber quiénes somos y cómo queremos que nos vean los demás y, además, la llegada de Internet ha añadido una nueva dimensión al concepto de identidad, pues la identidad digital trata acerca de qué mostramos de nosotros mismos en las redes y de cómo lo hacemos. El desarrollo de un yo digital ha sido impuesto por el éxodo que hemos experimentado a lo largo de las dos últimas décadas desde la vida física a la vida online. Ahora compramos en Internet, trabajamos, escuchamos música, vemos películas o televisión, resolvemos trámites burocráticos, nos enamoramos… Es decir, que hemos trasladado, total o parcialmente, actividades que antaño solamente tenían una proyección presencial al mundo digital.

La identidad digital trata acerca de qué mostramos de nosotros mismos en las redes y de cómo lo hacemos

Y el pasar a habitar las redes nos ha obligado a tener que ser alguien allí, a manifestar nuestra identidad digital. Pero ahora es más complejo de controlar que antes. En el mundo físico gestionamos nuestra identidad ante un número reducido de personas; en Internet, nuestros rasgos y comportamientos pueden llegar potencialmente a todo ser humano que esté conectado a la red.

La identidad digital conlleva oportunidades pero también serias amenazas. En este sentido parece trascendente cómo gestionar el equilibrio entre nuestra presencia en Internet y el mantenimiento de nuestra seguridad y privacidad, qué relaciones existen entre identidad digital y fenómenos tecnológicos como el Cloud Computing o el Big Data, son algunos de los temas que probablemente más desarrollo tendrán con relación a dicho concepto de identidad digital.

Por tanto, puede afirmase de acuerdo con la citada Fundación que la identidad digital es un concepto muy amplio que depende en gran medida de los distintos tipos de datos.  Según los datos considerados, podemos hablar datos de identidad individual, de comportamiento, derivados o calculados y voluntariamente creados por el usuario.

Los datos de identidad individual son los que nos identifican, como el nombre, fecha de nacimiento, número de DNI, de Seguridad Social, entre otros.

Por su parte, los datos de comportamiento hablan de lo que hacemos en las redes: transacciones, historial de navegación, datos de localización, historial de compra, accesos, etc. Los datos derivados o calculados son los que utilizan terceras personas para saber más de nosotros, son derivados de manera analítica para perfilarnos. Un ejemplo de esto puede ser el valorar el riesgo de un cliente antes de darle un crédito.

Por último, está el tipo de datos que generamos nosotros mismos para identificarnos en Internet: pinchando “me gusta” en redes sociales, opinando sobre productos, participando en redes profesionales, opinando en foros…

La experiencia online resulta cada vez más absorbente e inmersiva; la comunicación es en tiempo real, multidireccional y masiva. Los expertos ya están alertando sobre el carácter fuertemente adictivo del medio digital. En un entorno que produce cambios en la propia identidad del usuario que ahora comienzan hacerse evidentes.

Por todo ello, puede afirmarse que el cambio más notable que se está produciendo es quizá el relacionado con los procesos de socialización, dado que nunca antes habíamos tenido la capacidad de relacionarnos con tantas personas al mismo tiempo, ya que la tecnología nos permite superar nuestro círculo de relaciones y amplificar nuestro potencial de socialización, superando barreras de distancia, tiempo e incluso de idioma.

 

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