¿Por qué Felipe II ordenó decapitar al Justicia Mayor de Aragón?
Juan de Lanuza, Justicia Mayor de Aragón, no quiso entregarle a su exsecretario real, Antonio Pérez, quien había sido condenado en Madrid.

¿Por qué Felipe II ordenó decapitar al Justicia Mayor de Aragón?

Juan de Lanuza, que así se llamaba el Justicia Mayor de Aragón, era un hombre recto, honrado e inteligente. Creía firmemente en la ley, en que nadie estaba por encima de ella y que, hasta el emperador Felipe II, el hombre más poderoso de la tierra en ese siglo XVI, debía cumplirla. Se equivocó.

El Justicia Mayor de Aragón era una especie de juez nobiliario de origen medieval, que tenía capacidad de mediar en las pugnas entre el rey y la nobleza de la época, y la obligación de defender los derechos y libertades de los ciudadanos recogidos en los fueros aragoneses.

Precisamente por eso, por defender las leyes y los derechos de los ciudadanos, perdió lo más preciado que tenía: su vida.

Corría 1591. Antonio Pérez, exsecretario real del emperador Felipe II, había huido a Zaragoza después de ser condenado por tráfico de secretos y corrupción.

Allí pidió la protección de Lanuza.

Mientras tanto, en su ausencia, Pérez fue otra vez juzgado y condenado, en un nuevo juicio, por el asesinato de Juan de Escobedo, secretario de Juan de Austria, hermanastro de Felipe II.

Cuando el emperador supo que Pérez se había refugiado en Aragón, exigió su entrega vía legal, al Justicia Mayor de Aragón, Juan de Lanuza.

Éste se negó en redondo.

Aunque Felipe II era rey de Castilla y de Aragón, cada reino operaba con sus propios fueros y leyes, como si fueran dos países diferentes.

Los crímenes que hubiera cometido Pérez en Madrid no eran perseguibles, por lo tanto, en Aragón.

En su negativa, Juan de Lanuza consiguió el apoyo de tres nobles locales, el duque de Villahermosa, del conde de Aranda y Diego de Heredia.

Ante ese callejón sin salida, el emperador dio el visto bueno para aplicar otra estrategia legal diametralmente opuesta: utilizando al Tribunal de la Inquisición, que sí tenía competencia en el Reino de Aragón.

LA INQUISICIÓN

Felipe II hizo que se acusara a Antonio Pérez de herejía. El exsecretario real no era un hereje, pero no fue difícil construir un caso contra su persona.

Así que en mayo de 1591 la Inquisición dio orden de su traslado desde la prisión del Justicia de Aragón, donde Pérez permanecía confinado en tanto se solucionaba el contencioso, a la propia cárcel de la Santa Hermandad.

La cosa no resultó nada pacífica.

Los defensores de Pérez, y de los fueros de Aragón –que era, en suma lo que estaba en juego-, organizaron una revuelta, que pasó a la historia como la revuelta de Antonio Pérez o Alteraciones de Aragón.

En consecuencia, Pérez fue devuelto a la prisión del Justicia.

Sin embargo, en septiembre, en un segundo intento sí pudo ser llevado a la prisión de la Inquisición.

De allí fue liberado por Heredia y sus hombres.

Lanuza se lo dejó claro al emperador: Aragón no entregaría a Antonio Pérez.

Felipe II, contrariado -y muy enfadado, porque, al fin y al cabo, era el amo y señor de un imperio mundial en el que jamás se ponía el sol- envió, apenas un mes después, un ejército a Zaragoza para exigir la entrega de su exsecretario, costase lo que costase.

Lanuza, no se amedrentó y recordó a los enviados del monarca que, según los citados fueros, incluso el Rey, necesitaba el consentimiento de las Cortes de Aragón para entrar con las tropas en su territorio.

Los capitanes de Felipe II hicieron caso omiso de la advertencia legal y el ejército entró en Zaragoza, haciendo frente a una ciudad sublevada, con Lanuza a la cabeza.

La derrota fue completa, como era de esperar.

El Justicia Mayor de Aragón fue capturado, enjuiciado, encontrado culpable.

Y decapitado.

Su cabeza fue expuesta al público como aviso para los navegantes de la época que osaran enfrentarse al emperador.

¿Y QUÉ PASÓ CON ANTONIO PÉREZ?

Sin embargo, las tropas no pudieron echar el guante a Antonio Pérez, que pudo huir a Bearne, Francia, y luego a Inglaterra, donde ofreció información, que sirvió para el ataque inglés a Cádiz en 1596.

Al final de su vida, el exsecretario de Felipe II trató de conseguir el perdón de la Corona. Sin éxito.

Murió en París en la pobreza más absoluta en 1611.

La memoria de la gesta de Juan de Lanuza se recordó, pasado el tiempo. Con la restauración de la democracia en España, se creó la figura del defensor del pueblo de Aragón a la que se le llamó, en recuerdo a Lanura, Justicia de Aragón.

Además, se levantó en Zaragoza un monumento al Justiciazgo, en su persona, como símbolo de los derechos y las libertades de los ciudadanos frente a los posibles abusos de la Administración pública. Recordándonos a todos, que quienes hacen las leyes también tienen la obligación de cumplirlas.

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