Exposición Auschwitz en Madrid, una visita obligada para todos

Exposición Auschwitz en Madrid, una visita obligada para todos

En abril de 2005, cuando observaba el campo de exterminio nazi de Auschwitz desde la torre de entrada, tuve uno de esos momentos «eureka». Comprendí, en una décima de segundo, que el mundo que habitamos era heredero directo de los 6 millones de asesinatos que allí llevaron a cabo los nazis a lo largo de un lustro 65 años atras.

En Auschwitz y Birkenau, el campo adyacente, y en otros 5 campos de exterminio más: Treblinka, Chelmno, Majdanek, Sobibor y Belzec.

Judíos, disidentes políticos, personas discapacitadas, homosexuales, prisioneros de guerra y gitanos fueron ejecutados en el interior de sus camaras de gas y después incinerados en sus hornos crematorios.

Todos ellos eran considerados por los nazis como «subhumanos».

La Exposición «Auschwitz. No hace mucho. No muy lejos» , dirigida por el español Luis Ferreiro y abierta al públicó desde el 1 de diciembre en El Canal, Madrid, en la que se reúnen más de 400 objetos originales en 25 salas, es una oportunidad que no hay que dejar pasar.

Han traído la esencia de Auschwitz a la capital de España.

Debería ser una visita obligada para todos. Y lo digo con conocimiento de causa.

Doy fe.

Porque lo sucedido en aquellos seis campos de extermino fue la semilla que germinó tras el final de la Segunda Guerra Mundial, el 10 de diciembre de 1948, en la Declaración Universal de Derechos Humanos. Unos derechos que se han convertido en el alma y referente de todos los sistemas legales democráticos del mundo.

Derechos sagrados, inherentes a la condición humana. Los mismos derechos que los nazis vulneraron, pisotearon y violaron durante el tiempo que detentaron el poder en Alemania.

En Europa, además, se dio un gran paso más.

En 1949 se creó el Consejo de Europa, organización cuya principal misión es la de reforzar la democracia, los derechos humanos y armonizar las costumbres sociales y jurídicas de todos sus miembros, de la que forma España desde hace 40 años, efemérides que celebramos recientemente.

Y en 1950 nació el Convenio Europeo para la protección de los Derechos Humanos y las Libertades, suscrito por la práctica totalidad de los países de Europa.

Nueve años más tarde, en 1959, nació el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, que tiene su sede en Estrasburgo, Francia, al que cualquier ciudadano de la Unión Europea puede recurrir si cree que se han vulnerado sus derechos fundamentales en su país.

Los Derechos Humanos, también conocidos como Derechos Fundamentales, además, han sido incluidos en casi todas las constituciones europeas, incluyendo la española.

Esto ha tenido unas consecuencias muy importantes pues los poderes públicos están obligados a respetarlos; no se pueden dictar leyes que vayan contra ellos.

Ese  respeto es la clave de bóveda de las democracias.

Auschwitz era el principal de los seis campos de exterminio creados por los nazis; buena parte de los judíos detenidos en toda Europa eran allí trasladados.

MOMENTO «EUREKA» PARA TODOS

La Exposición Auschwitz, que abrió sus puertas en El Canal, el pasado 1 de diciembre, es tan impactante y sobrecogedora como la propia visita al campo de exterminio, hoy en Polonia, convertido en Museo, declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1979.

Su visita relata de un modo personal y muy vívido el Holocausto que allí tuvo lugar a través de los testimonios de algunos de sus protagonistas, el origen de su creación, en 1940 a partir de unas instalaciones del vencido ejército polaco en el pueblo que hasta la invasión nazi se venía llamando Oświęcim, a 43 kilómetros de Cracovia, al sur de Polonia.

Y también su final.

Resulta de especial relevancia el relato que hace de la subida al poder del Partido Nacional Socialista Alemán de los Trabajadores, que lideraba Adolf Hitler, y de cómo convirtieron, no sólo a los judios alemanes -a los que despojaron de su nacionalidad, de sus propiedades y de sus vidas- sino a cualquier judío, en el chivo expiatorio de todos los males de Alemania; con eslóganes como «los judíos nos roban. Roban al pueblo alemán», que hoy vuelven a tener su actualidad.

Algunas ciudades ponían carteles en sus entradas advirtiendo que no eran bienvenidos.

Es una exposición, también, sobre cómo engañaron al pueblo alemán, con mentiras groseras, prometiendo una arcadia feliz en la que habría pleno empleo, vacaciones gratis y todo tipo de prebendas que no se cumplieron sino que fueron la receta para la peor guerra de todos los tiempos sufrida en territorio europeo.

«El programa del partido nazi se dio a conocer a través de la propaganda: actos multitudinarios bien coreografiados que ofrecían la sensación de comunión y de existencia de un destino compartido. Al mismo tiempo, los nazis entendieron que para movilizar a toda la sociedad era necesario contar con una serie de enemigos: los sindicatos, los socialdemócratas, los comunistas y los judíos», se cuenta en la exposición.

Pero sobre todo es un conjunto de relatos de personas que lo sufrieron, como Salli Joseph, un judio alemán que, como soldado, obtuvo la Cruz de Hierro durante la Primera Guerra Mundial. Un héroe que fue deportado, junto con su esposa, Martha Danziger, a Auschwitz en 1943 y asesinados nada más llegar.

«Los trenes que viajaban día y noche, transportaron a Auschwitz a 1.300.000 judíos, polacos, romaníes y otros enemigos, reales o imaginarios, del Tercer Reich: habitantes de ciudades y de «shtetlej» (problaciones con gran número de judíos), jóvenes y viejos, pobres y ricos, poetas y menditos, profesores y estudiantes, doctores y rabinos, mujeres, hombres y niños».

Los niños y sus madres, que aparecen en esta foto, fueron ejecutados minutos después.

Allí eran clasificados como animales. Las familias fueron separadas. Los hombres por un lado y las mujeres por otro.

Después se les ejecutaba en cámaras de gas, disfrazadas de duchas. Jamás antes el ser humano aplicó su ingenio y su inteligencia de un modo tan malvado para acabar con sus semejantes, bajo la argumentación de una supuesta –y falsa- superioridad racial.

En muchas ocasiones, antes de ejecutar a los presos, los “médicos nazis”, como el infausto doctor Josef Mengele, sometía a algunos elegidos a crueles experimentos presuntamente científicos, que desembocaban en dolorosas muertes; sus sujetos preferidos solían ser las mujeres y los niños.

En aquel lugar fue internada la niña holandesa Ana Frank y su familia entre septiembre y octubre de 1944, aunque no murió allí sino en Bergen-Bergen.

Es difícil que pretender seguir siendo el mismo después de conocer personalmente esto. Tras penetrar en las cámaras de gas de Auschwitz y haber palpado las paredes arañadas por los cientos de miles de seres humanos en un intento inútil de salvar la vida. Después de haber visto los hornos crematorios en los que se convertían en cenizas los cuerpos. En ese tiempo y ese lugar podíamos haber sido cualquiera de nosotros, el resto de la humanidad que no éramos arios.

EXTIRPABAN LOS DIENTES DE ORO DE LOS MUERTOS

Luego, los  Sonderkommands (literalmente «comandos especiales») unidad de trabajo formada por presos judios de Auschwitz seleccionados para trabajar en cámaras de gas y en los crematorios-judíos al servicio de los nazis- procedían a extirpar las piezas de oro de los cádáveres.

«Una vez que se echaba el Zyklon B, el gas empezaba a subir desde el suelo y se producía una refriega espantosa en la que los más fuertes trataban de encaramarse a más altura. Era una lucha instintivia a muerte. Por eso, los niños, los más débiles, y los ancianos, acababan siempre en el fondo, y los más fuertes, arriba. Porque, en aquella lucha a muerte, los padres ni siquiera se daban cuenta de que tenían debajo a sus hijos», Filip Müller, Sonderkommand superviviente de Auschwitz.

Dibujo que reproduce cómo se sacaban los cadáveres de las cámaras de gas; dibujo de David Olére, miembro de un Sonderkommand.

«El gas tardaba entre diez y quince minutos en matarlos. Loás m teárrible era el espectáculo insorportable que encontrábamos cuando se abrían las puerta de las cámaras: los de dentros estaban apiñados como basalto, como bloques de piedra. ¡Cómo salían de ellí…! Yo tuve que verlo varias veces y aquello era lo más difícil de soportar. A eso no había quien se acostumbrase. ¡Imposible!», añade Müler.

«Después se procedía a extirpar a los muertos las muelas de oro, que después fundían y con los que hacían lingotes.

Los sonderkommandos extirpando los dientes de oro de los cadáveres; debajo, fundiéndolos ante la mirada atenta de un soldado álemán.

Recuerdo, durante mi visita, una frase que pronunció el 9 de septiembre de 1967 el presidente de Francia, Charles de Gaulle, y que quedó recogida, junto con una fotografía suya allÍ. «En Auschwitz, que tristeza, qué asco y, a pesar de todo, qué esperanza para la humanidad». Nunca más. Jamás debía repetirse aquello, vino a decir.

Antes que De Gaulle, buena parte de los dirigentes de las naciones democráticas que habían conseguido derrotar a Hitler, visitaron los campos de exterminio nazis.

Igual que él, todos quedaron horrorizados.

JUICIOS DE NUREMBERG

Los jerarcas nazis que no se suicidaron, como Hitler, fueron sometidos a juicio. Tuvieron lugar en Nuremberg entre el 20 de noviembre de 1945 y 1949 einfluyeron de un modo determinante en el nuevo orden democrático que comenzaba entonces a forjarse.

De esto no trata la Exposición Auschwitz «Auschwitz. No hace mucho. No muy lejos», pero esta bien saber cuál fue el desenlace.

La elección de Nuremberg no fue inocente.

Fue en esa ciudad, situada en el centro geográfico del Tercer Reich –imperio alemán-, en la que el Partido Nazi celebraba desde 1933 sus congresos multitudinarios que se cerraban con imponentes concentraciones al estilo militar.

Nuremberg era el símbolo del poderío nazi. Por ese motivo, las potencias vencedoras quisieron que ese fuera el escenario de los juicios.

En total, fueron acusadas 611 personas en todos ellos, aunque el más importante fue el que sucedió entre diciembre de 1946 y agosto de 1947 contra los 23 líderes nazis que formaron el círculo íntimo de Adolfo Hitler.

Entre ellos se encontraban Karl Dönitz, gran almirante de la Flota Alemana y sucesor de Adolf Hitler tras su suicidio, Rudolf Hess, general de las SS y lugarteniente de Hitler, huido a Gran Bretaña y capturado en 1941, Hermann Goering, comandante de la Luftwaffe –las fuerzas aéreas- y presidente del Reichstag –el parlamento nazi-, Alfred Jodl, jefe del Estado Mayor de la Wehrmacht –el Ejército alemán-, Wilhelm Keitel, jefe del Alto Mando de Wehrmacht, Alfred Rosenberg, ideólogo del Partido Nazi, Joachim von Ribbentrop, ministro de Asuntos Exteriores, Albert Speer, arquitecto y ministro de Armamentos y Franz von Papen, embajador nazi en Austria y Turquía.

Todos ellos fueron juzgados por un Tribunal Penal Internacional formado por las cuatro principales potencias vencedoras -Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia y la Unión Soviética- bajo los cargos de crímenes en contra de la paz, crímenes de guerra y crímenes en contra de la humanidad.

Doce de los acusados fueron condenados a muerte y ejecutados por la horca.

PSICÓPATAS O MALOS DE LIBRO

Recientemente emitieron por televisión la mini serie de dos capítulos titulada “Nuremberg”. Trata del juicio que llevaron a cabo los aliados contra los 23 jerarcas nazis citados.

El protagonista de la mini serie es Alec Baldwin, que interpreta al fiscal estadounidense Robert H. Jackson, quien dirigió la acusación pública.

Jackson, en un momento dado, mantiene una conversación con el capitán -y psicólogo judío- Gustav Gilbert (que interpreta Matt Craven), a cargo de los 23 líderes nazis, quien se encarga de asistirlos y, al mismo tiempo, de estudiarlos.

Jackson le pregunta a Gilbert si había llegado a alguna conclusión tras estudiarlos.

– He pasado meses buscando la forma de entrar en su mente. Esperando conocer cómo esa gente pudo cometer tales atrocidades contra mi pueblo. Creo que hay un par de factores que pueden explicarlo. Primero, Alemania es un país donde la gente hace lo que le dicen. Obedeces a tus padres, a tus maestros, a los sacerdotes, a los oficiales superiores. Y desde niño te educan para no cuestionar la autoridad. Así que cuando Hitler llega al poder tenía toda una nación que creía que era perfectamente natural hacer todo lo que él decía. Segundo, propaganda. Durante años los alemanes fueron bombardeados con ideas como los judíos no son seres humanos, o son la corrupción de la raza. Así que cuando el Gobierno dijo que estaba bien privar a los judíos de sus derechos y libertades, y luego dijo que era imperativo matar a este pueblo inferior, obedecieron. Aunque fueran vecinos o amigos -le explica el capitán Gilbert al fiscal.

– ¿Algo más? -le pregunta éste.

– Le dije que estaba buscando la naturaleza del mal. Creo que estoy muy cerca de definirla. Es falta de empatía. Es una característica que comparten todos los acusados. La incapacidad genuina de sentir algo por los seres humanos. El mal, creo yo, es la ausencia de empatía -responde Gilbert.

Sus palabras son la síntesis más precisa que he encontrado, hasta ahora, para definir a este tipo de personalidades.

“El mal es la ausencia de empatía”. Esta frase habría que escribirla en piedra.

NACIONES UNIDAS

El recuerdo del Holocausto, como ha sido denominado desde entonces al exterminio del pueblo judío por los nazis, contribuyó de una forma determinante primero a gestación de las Naciones Unidas, primero, y de la Declaración Universal de Derechos Hunanos, después.

Una declaración que establece que todos los ciudadanos somos iguales ante la Ley y que no se nos puede discriminar por nacimiento, sexo, religión y opinión,  que tenemos derecho a la vida, a la integridad física y moral, que se prohíben la tortura, los tratos inhumanos, degradantes y, por supuesto, la pena de muerte. Que se respete nuestro derecho a tener nuestra propia ideología, fe o creencia religiosa y que nadie nos puede obligar a declarar sobre ellas. Que se reconozca nuestro derecho a la libertad y a la seguridad y que no se nos pueda despojar de ella salvo en los casos previstos por la Ley, que la detención preventiva no pueda durar más que el tiempo estipulado por esa misma Ley, que tenemos derecho a ser informados de nuestros derechos y a solicitar un “habeas corpus” –que se nos lleve a presencia de un juez de inmediato si consideramos que se nos ha detenido sin razón-.

Los Derechos Humanos también establecen que nuestro domicilio y nuestras comunicaciones son inviolables, que tenemos libertad para vivir en donde deseemos y a movernos con libertad por nuestro país, que poseemos el derecho a expresar libremente nuestros pensamientos, ideas y opiniones por los medios más diversos, que podemos comunicar información veraz por cualquier medio. Y prohíben la censura.

Por último, también reconocen el derecho de cualquier ciudadano a participar en la vida política, a formar parte del partido político que crea más oportuno, o del sindicato que considere más afín a sus ideas, que se puede ejercer el derecho a la huelga y que, por encima de todo, somos ciudadanos libres.

Casi nada. Y somos esto por lo que sucedió en Auschwitz y en los 5 campos de exterminio nazis.

Esto no debemos olvidarlo jamás. Por eso es recomendable visitar esta exposición: para tenerlo más claro que nunca.

Presos de Auschwitz liberados por las tropas rusas en 1945; sobre la entrada del campo el lema «El trabajo os hará libres».

El autor de este artículo en la puerta de Auschwitz en 2005.

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