La frase «vete a hacer puñetas» tiene un origen carcelero y judicial
Sobre estas líneas, Félix Azón, magistrado del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña -en servicios especiales- y hoy director general de la Guardia Civil; la foto fue hecha en 2012, cuando era vocal del Consejo General del Poder Judicial, en el Salón de Pasos Perdidos del Tribunal Supremo con la preceptiva toga forense con sus puñetas, de acuerdo con su cargo. Carlos Berbell.

La frase «vete a hacer puñetas» tiene un origen carcelero y judicial

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05/1/2020 00:00
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Actualizado: 05/1/2020 00:00
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Vete a hacer puñetas. Seguro que conocen muy bien esta frase, y es posible que la hayan utilizado alguna vez en un momento de encendida discusión con otra persona, como forma de poner punto final a la disputa.

Ya saben lo que son las puñetas, también conocidas como vuelillos.

Se trata de los encajes que magistrados, fiscales, secretarios judiciales, decanos de colegios profesionales relacionados con el derecho y doctores de universidad llevan como bocamanga sobre la toga.

Es una distinción que indica la categoría de los que lo llevan.

Lo que seguro que no saben es que la expresión “¡Vete a hacer puñetas!” nació a principios del siglo XIX en Madrid y significa —literalmente— “¡Vete a la cárcel!”.

O para ser más precisos: “Mujer, ¡vete a la cárcel!”.

Porque ese era el trabajo habitual que hacían las presas que cumplían condena en la Cárcel de Casa Galera, la Prisión Provincial de la capital de España, que estaba situada en la céntrica calle de Quiñones, en el barrio de San Bernardo.

Haber hecho puñetas o haber sido llevada a la calle de Quiñones significaban la misma cosa: haber estado en la cárcel.

Hasta en la popular Zarzuela de “Agua, azucarillos y aguardiente” quedo reflejado este hecho:

«No te pongas tantos moños, que a pesar de tu honradez, a la calle de Quiñones te han ‘llevao’ más de una vez».

Las puñetas -o vuelillos- las elaboraban las presas

Las puñetas, y todos los trabajos de encaje que se hacían en la prisión de la Galera, eran de ganchillo de gran calidad, y su elaboración suponía un trabajo complicado, monótono y fatigoso para las condenadas.

Así lo contaban las mujeres que habían pasado por la institución penitenciaria.

Allí además eran instruidas en el conocimiento de la escritura y la lectura y aprendían las cuatro reglas.

Dos terceras partes de lo que se pagaba en la calle por los trabajos que hacían mientras penaban se les entregaba cuando habían pagado su deuda con la sociedad, para que comenzaran una nueva vida.

El tercio restante se lo quedaba la institución.

Muchas de las puñetas que llevaban los jueces cosidas sobre las bocamangas de sus togas habían sido tejidas por las propias presas.

Algún caso se dio en que las reincidentes reconocieron el producto de su trabajo en aquellos que las juzgaban.

La función primigenia de las puñetas, desde principios del siglo XIV, que es de donde data su aparición, era la de evitar el desgaste de la bocamanga.

Después, para darle un sentido mayor, se convirtió en un signo de categoría profesional.

Hoy en día distingue a los jueces, que son el primer escalón de la judicatura, de los magistrados, que es el escalón inmediatamente superior.

La cárcel de mujeres de la Galera de Madrid fue clausurada, por vieja y obsoleta, a principios de los anos 30, con motivo de la reforma penitenciara impulsada por Victoria Kent.

Se cambió por otra más moderna y avanzada, en el barrio de Ventas.

En la nueva prisión las reclusas dejaron de hacer puñetas, pero la frase permaneció en el acerbo popular.

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