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Recuerdo de Luis Jiménez de Asúa en el 50 aniversario de su fallecimiento

Recuerdo de Luis Jiménez de Asúa en el 50 aniversario de su fallecimiento
El magistrado y profesor de Universidad Manuel Jaén Vallejo recuerda en esta columna a Luis Jiménez de Asúa, uno de los grandes penalistas españoles y "padre" de la Constitución republicana, en el 50 aniversario de su fallecimiento.
27/7/2020 06:44
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Actualizado: 09/3/2021 12:07
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Este año se cumplen 50 años del fallecimiento de D. Luis Jiménez de Asúa (16-11-1970), uno de los más grandes penalistas del siglo XX, a la par que ilustre socialista, en su acepción más tradicional y humanista, de compromiso con la causa de la libertad y la democracia, fallecido en la ciudad de Buenos Aires, sin poder llegar a cumplir su permanente deseo de regresar a España, luego de su largo exilio, en el que llegó a ser Presidente de la República Española.

Sus restos fueron repatriados en 1991, gracias a las gestiones del entonces ministro de Justicia D. Enrique Múgica Herzog, concediéndosele entonces, a título póstumo, la medalla al mérito constitucional, muy merecidamente.

Debe recordarse que fue él quien presidiera la Comisión parlamentaria para la elaboración de la Constitución de la II República, aprobada en 1931, un texto de indudable valor, defendido por D. Luis, con la elocuencia que le caracterizaba, como nos lo relata Juan Simeón Vidarte (primer secretario del Congreso de Diputados, en su obra sobre Las Cortes Constituyentes de 1931-1933, Barcelona, Buenos Aires, México, 1976).

Fue al iniciarse, en el Congreso de Diputados, el debate constitucional sobre el proyecto de Constitución, en un discurso brillante, magistral, en el que hizo un extenso repaso de cuantas materias quedaban reguladas en el texto constitucional, como puede verse en el Diario de Sesiones de 27 de agosto de 1931.

Concluyó con la afirmación de que la Constitución propuesta era una Constitución democrática, liberal y de un gran contenido social, “una obra conservadora, conservadora de la República”.

Otros discursos eminentes en aquel entonces fueron los de Claudio Sánchez-Albornoz, quien propugnó la confederación de los Estados europeos, el de Clara Campoamor, tratando temas relacionados con la liberación de la mujer, el de Fernando de los Ríos, sobre la juventud, o el de José Ortega y Gasset, quizá el filósofo más relevante que hemos tenido.

Ortega y Gasset culminó su discurso apelando a una organización de España en pueblo de trabajadores, “sin acelerarnos, pero sin retardarnos, siguiendo, pues, la norma que Goethe nos recomendaba para toda nuestra vida: ‘avanzar sin prisa y sin pausa, como la estrella’”.

Yo no tuve la fortuna de conocer personalmente a D. Luis.

Mi arribada a Argentina, por motivos familiares, se produjo en 1971, justo un año después del fallecimiento del insigne jurista, aunque su recuerdo, no sólo entre juristas sino incluso en general en la ciudadanía de aquel país hermano, era aún muy latente.

Recuerdo, concretamente, cómo se le recordaba como un republicano español, ilustre jurista, gran orador y con una arrolladora personalidad.

EXTRAORDINARIA OBRA CIENTÍFICA

Sí he podido conocer, como tantos otros penalistas, su extraordinaria obra científica.

Además, he tenido la suerte de conocer y poder compartir seminario con uno de sus discípulos, Enrique Bacigalupo, que el propio D. Luis lo calificó como «el más aventajado discípulo», cuyas aportaciones a la ciencia del derecho penal y a la jurisprudencia de nuestro Tribunal Supremo han sido de un gran valor.

A través de él, pues, he podido conocer, junto a los compañeros del seminario de derecho penal y filosofía jurídica, creado e impulsado por Enrique Bacigalupo, numerosas anécdotas y vivencias de nuestro gran maestro, D. Luis,  recordado ahora, una vez más, en el 50 aniversario de su fallecimiento.

Hay personas que, por la gran obra llevada a cabo en vida y el rico legado intelectual que transmiten a sus sucesores, permanecen en el recuerdo, a pesar del tiempo que pueda transcurrir desde su ausencia.

Es algo que muy pocos tienen el privilegio de conseguir. D. Luis, sin duda, al menos entre quienes nos dedicamos a la materia que él, con tanta sabiduría, cultivó, esto es, el derecho penal, lo ha conseguido, pues aun después de cincuenta años de ausencia sigue estando en nuestra memoria.

Es excepcional el día de seminario, que venimos celebrando todos los lunes del año académico, desde 1985, ahora en la sede de FIDE (Fundación para la Investigación del Derecho y la Economía) y, en los últimos meses, por el COVID-19, «on line», que no se le cite en algún momento.

Salvo Enrique Bacigalupo, su discípulo, creo que ninguno de los penalistas españoles, a diferencia de algunos de los penalistas argentinos, lo hemos podido conocer personalmente, pero sí su gran obra, difundida en todos los países de habla hispana, con la que puede afirmarse que se inició en todos ellos la ciencia jurídico-penal moderna, especialmente a partir de la lección inaugural impartida por D. Luis sobre la teoría jurídica del delito en la apertura del curso 1931/1932 en la Universidad de Madrid, ubicada entonces en el viejo caserón de la calle Ancha de San Bernardo (antigua calle de los convalecientes, y hoy calle de San Bernardo).

Lección inaugural que fue publicada en facsímil en 2005, por la editorial Dykinson, en el marco de una colección de libros que lleva su nombre, «Cuadernos Luis Jiménez de Asúa», y presentada por Enrique Bacigalupo en un emotivo acto celebrado ese mismo año en la Residencia de Estudiantes de Madrid, hoy transformada en un acogedor hotel.

Fue fundada en 1910 por la Junta para la Ampliación de Estudios, fruto de la Institución Libre de Enseñanza creada en 1876 por Francisco Giner de los Ríos, y de la que D. Luis pudo beneficiarse, obteniendo una beca que le permitió viajar a Suiza, Francia y Alemania.

Precisamente, fue el sobrino de Giner, Fernando de los Ríos, el responsable, en cierto modo, de la dedicación de D. Luis a la política durante la República y su afiliación al Partido Socialista Obrero Español.

En esa Residencia, que tantos recuerdos de aquella época alberga, se encontraron numerosos personajes de la Generación del 27, como es el caso de Federico García Lorca, Salvador Dalí y Rafael Alberti, entre otros muchos, coincidiendo precisamente este último con Luis Jiménez de Asúa, en su exilio en Buenos Aires, aunque Alberti sí pudo finalmente regresar a España, en 1977, siendo incluso elegido diputado por el partido comunista.

ALUMNO DE FRANZ VON LISZT

Su obra, además, se ganó el reconocimiento de la comunicad científica europea. Y, desde luego, la traducción a nuestra lengua del «Lehrbuch des Deutschen Strafrechts» (Libro de texto de derecho penal alemán), de Franz von Liszt, su maestro en Alemania (Berlín), en 1917, marcó el inicio de la influencia de la ciencia penal alemana, sin duda la más evolucionada, en nuestro país.

También marcó un hito importante en la recepción de la dogmática alemana en España la traducción en 1955 de José Arturo Rodríguez Muñoz, discípulo de D. Luis, del tratado de derecho penal, de Edmund Mezger, de una extraordinaria influencia en nuestra doctrina.

El interés y admiración por D. Luis y su obra sigue hoy vivo, como ha podido comprobarse recientemente a través de la publicación del magnífico libro de Enrique Roldán Cañizares, «Luis Jiménez de Asúa, Derecho penal, República, Exilio», Madrid, editorial Dykinson, 2019, en la que este autor, utilizando fuentes solventes, y con una amplia bibliografía, reconstruye la vida de D. Luis, muy azarosa, pero al mismo tiempo apasionante, llena de éxitos, académicos, profesionales y políticos.

Enmarcó el relato en los grandes acontecimientos históricos que pudo protagonizar nuestro recordado Luis Jiménez de Asúa, «el padre de la Constitución española de 1931, el presidente de la II República en el exilio entre 1962 y 1970 y el penalista español con mayor proyección internacional de los dos primeros tercios del siglo XX«.

Parece oportuno también, en este aniversario, recordar a otros eminentes discípulos suyos, aparte de Enrique Bacigalupo, que tuvo en nuestro país, como es el caso del ya citado José Arturo Rodríguez Muñoz, de José Antón Oneca, magistrado del Tribunal Supremo en los tiempos de la República, y de D. Juan del Rosal.

Probablemente se deba a D. Luis Jiménez de Asúa, luego de la introducción de la filosofía del alemán Röder llevada a cabo en el último cuarto del siglo XX por Giner de los Ríos, continuando la labor de su maestro, Julián Sanz del Rio, que introdujo en España la filosofía del krausismo, el hecho que hoy perdura de fructífero diálogo hispano alemán en el ámbito jurídico penal.

Permitiendo así el conocimiento más profundo de la ciencia penal por las generaciones de penalistas que continuaron su labor, como es el caso de su discípulo Enrique Bacigalupo, en posesión de la Cruz de la Orden del Mérito de la República Federal de Alemania, que sigue transmitiendo sus enseñanzas con el mismo entusiasmo que lo hiciera D. Luis durante sus largos años de exilio.

D. Luis en una época postrera del positivismo jurídico-penal, comienzo del neokantismo e incluso de vuelta de von Liszt, y Enrique Bacigalupo en una época de predominio del finalismo de Hans Welzel, su maestro alemán, de post-finalismo (Jakobs y Roxin) y, actualmente, de consolidación del funcionalismo, basado en la teoría de los sistemas, concretamente en la teoría de  Niklas Luhmann, en torno al concepto de comunicación.

Es decir, una época bien diferente a la vivida por D. Luis, con nuevas concepciones sobre la idea de sociedad en la cual actúa el derecho penal, sobre la función del derecho penal y, sin duda, de cierto predominio, en el marco de la concepción de la pena, de la prevención general positiva.

Luis Jiménez de Asúa y Enrique Bacigalupo, dos grandísimos maestros, que han enriquecido notablemente la ciencia del derecho penal en España, motivo por el que los penalistas, y juristas en general, de este país, debemos estar siempre muy orgullosos y sumamente agradecidos.

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