Un hijo ilegítimo de Alfonso XII también pleiteó, por su reconocimiento, ante el Tribunal Supremo
Sobre estas líneas, Alfonso XII. En la foto pequeña, su familia secreta, que nunca fue reconocida: Elena Sanz Martínez de Arizala, y sus hijos Alfonso y Fernando. La viuda del Rey, María Cristina Hadsburgo-Lorena, Reina regente, se encargó de que nunca pudieran llevar el apellido Borbón.

Un hijo ilegítimo de Alfonso XII también pleiteó, por su reconocimiento, ante el Tribunal Supremo

La belga Ingrid Sartiau y el español Albert Solá, que recurrieron ante la Sala de lo Civil del Tribunal Supremo para que se les reconociera como hijos del Rey Emérito Don Juan Carlos -pretensión que fue tumbada porque no aportaron documentos definitivos- tuvieron un precedente: Alfonso Sanz y Martínez de Arizala, hijo de Alfonso XII [tatarabuelo del actual monarca, Felipe VI], quien, como ellos, demandó del Alto Tribunal ser reconocido como hijo natural del desaparecido rey.

Ocurrió en 1908.

Cuando presentó su demanda, Alfonso Sanz tenía 28 años y sabía muy bien quien era su padre.

No era un hijo bastardo, como se solía denominar a los hijos tenidos fuera del matrimonio.

Tanto su madre, Elena Sanz Martínez de Arizala, como su padre, Alfonso XII, no estaban unidos legalmente a nadie cuando lo concibieron, uno de los días de junio de 1879.

Era lo que la ley denominaba como “hijo natural”.

Podían, por lo tanto, casarse, pero no lo hicieron.

Alfonso Sanz nació el 28 de enero de 1880 en París, cuatro meses después de que su padre contrajera matrimonio con la princesa austriaca María Cristina Hadsburgo-Lorena.

Fue el 29 de septiembre de 1879.

Alfonso XII conoció bien a Alfonso y a Fernando, el segundo hijo que tuvo con Elena Sanz, en 1881, porque el monarca le puso un piso en pleno centro de Madrid y se ocupó de la manutención de su “familia paralela”.

Fernando Sanz sí era un “hijo bastardo” o “hijo adulterino”, porque nació cuando Alfonso XII ya estaba unido legalmente a María Cristina.

El hijo mayor del Rey y de Elena Sanz sí se sentía, por esta circunstancia, legitimado para presentar su demanda.

Y no le faltaban razones.

Su padre se había casado con la princesa austriaca por razón de Estado.

Alfonso Sanz, por lo tanto, demandó a la Reina Madre, a su hijo menor, el Rey Alfonso XIII, y a toda la Familia Real ante la Sala de lo Civil del Tribunal Supremo, competente para este asunto, que le reconocieran como “hijo natural del difundo Don Alfonso doce y de Doña Elena Sanz con derecho a usar los apellidos paternos, a percibir alimentos desde la muerte de aquel Monarca y a la legítima que la herencia del mismo le concede la ley”.

Cartas como pruebas

Para ello aportó cartas de su padre a su madre y una carta de Doña Isabel II [madre de Alfonso XII], también dirigida a su madre, la cual consideraba a Elena Sanz como “su nuera ante Dios”.

Tres peritos calígrafos analizaron las cartas del fallecido Rey para autentificarlas.

Dos de ellos no las reconocieron como tal y el tercero, sí, tal como quedo patente en la vista pública.

Un miembro de la Familia Real, la infanta Isabel, fue interrogada por el presidente de la Sala Primera, que se desplazó a su domicilio, en el Palacio de la calle Quintana, acompañado por el secretario judicial.

También se tomó declaración, como testigos, a Antonio Maura, que en aquel momento era presidente del Gobierno, y a personalidades muy relevantes de la época como Eugenio Montero Ríos, el duque de Borja, el marqués de Altavilla, el duque de Sexto, Segismundo Moret y Melquiades Álvarez, entre muchos otros.

El desenlace fue el esperado.

El tribunal, formado por los magistrados José de Aldecoa, Vicente de Piniés, Víctor Covián, Antonio Alonso Carana, Pascual Doménech, Ramón Barroeta y Camilo María Gullón, hicieron trizas las pretensiones de Alfonso Sanz.

Sobre estas líneas, Elena Sanz Martínez de Arizala, la mujer a la que amó Alfonso XII y que le dijo dos hijos. Le llevaba seis años, pero eso no fue impedimento para su relación. A la derecha, Fernando, el hijo pequeño de ambos. Destacó en el ciclismo amateur de finales del siglo XIX y comienzos del XX. Participó en los Juegos Olímpicos de París 1900 representando a Francia; logró la medalla de plata en la prueba de sprint masculino.

Un Código Civil hacía imposible la reclamación de un hijo natural

Entonces no había pruebas de ADN ni nada que se le pareciera.

Lo que sí que había era una legislación que hacía imposible que se reconociera ante los tribunales la reclamación de un hijo natural de alguien, y mucho menos si era de un rey.

El Código Civil vigente entonces, promulgado sobre la Ley de Bases de 1888, establecía, para estos casos de reclamaciones de hijos naturales la única salida era que el padre los reconociera expresamente.

Y se prohibía la investigación de la paternidad, al igual que en el Código de Napoleón [Francia] del que se copió, con el fin de mantener la paz familiar y social.

“Lo manifiesto y evidente es que entre los documentos acompañados con la demanda no existe ninguno que revele propósito en el citado Monarca de reconocer públicamente como hijo suyo al actor, constituyendo esta absoluta falta de propósito y consiguientemente de reconocimiento, un obstáculo insuperable para atribuir eficacia alguna a las hipótesis y a los razonamientos del demandante”, dice la sentencia, fechada el 1 de julio de 1908 y que figura en la colección «Los procesos célebres seguidos ante el Tribunal Supremo en sus doscientos años de historia», publicado por el Boletín Oficial del Estado y por el Alto Tribunal.

En resumen, que si el rey Alfonso XII no lo reconoció como hijo legítimo en su momento es porque no quiso y no dejó expreso nada de que tuviera intención de hacerlo en un futuro. Así que, de acuerdo con aquella ley, Alfonso Sanz seguiría siendo hijo natural hasta su muerte, que sucedió en 1980, con 90 años cumplidos.

La Reina Regente, contenta

La Reina Regente se mostró encantada con la sentencia por dos motivos: el primero, porque evitaba un contencioso legal de consecuencias impredecibles. Alfonso Sanz tenía, 28 años, 6 años más que Alfonso XIII, que contaba 22.

De haber sido reconocido como hijo legítimo, aunque hubiera renunciado a ninguna reclamación dinástica de forma legal, podría haber sido utilizado para poner en tela de juicio la legitimidad del Rey por sus detractores.

El segundo motivo, porque finalmente había conseguido vencer al fantasma de Elena Sanz, el gran amor secreto de Alfonso XII, que siempre la había atormentado.

Y lo había hecho en uno de sus hijos, el mayor, el que más se parecía físicamente al hombre que los dos habían amado.

La relación de Elena Sanz, una gran diva internacional de ópera, comenzó en 1878.

Un año que entrañaba una gran promesa de futuro para Alfonso XII porque contrajo matrimonio con su prima, María de las Mercedes, de la que estaba muy enamorado.

El destino, sin embargo, se torció.

La Reina, que contaba 18 años, murió apenas cinco meses después y Alfonso XII, con 21 años, se hundió en un bucle de pena y melancolía del que no parecía encontrar salida.

El paso del tiempo atemperó el dolor hasta que un día se permitió asistir al estreno al estreno de la opera “La Favorita”, en el Teatro Real de Madrid.

La protagonista era la diva de fama internacional Elena Sanz, una “María Callas” de la época.

París estaba rendida a sus pies.

La viuda de Alfonso XII, María Cristina Hadsburgo-Lorena, no facilitó la vida a la familia secreta de su fallecido marido.

Alfonso XII la había conocido de adolescente

Alfonso XII la recordaba perfectamente. Seis años atrás, cuando tenía 15 años, la cantante fue a visitarlo al colegio teresiano, el internado austriaco en el que se encontraba estudiando, por indicación de su madre, la depuesta reina Isabel II, con la que la diva mantenía una gran relación.

Elena Sanz le llevaba seis años al futuro Rey.

Contaba, a la sazón, 27 años.

El príncipe adolescente quedó extasiado al verla, como bien reflejó Benito Pérez Galdón en sus Episodios Nacionales: “Vestida con suprema elegancia, la belleza de la insigne española produjo en la turbamulta de muchachos una especie de estupor”.

Al terminar la ópera la cantante subió a saludar al palco a saludar al Rey. Habían pasado seis años y el jovencito se había convertido en un hombre muy apuesto y atractivo. Lo que tenía que ocurrir, ocurrió.

El que fuera presidente de la Primera República, Emilio Castelar, describió a Elena Sanz como «una mujer de labios rojos, la color morena, la dentadura blanca, la caballera negra y reluciente, como de azabache, la nariz remangada y abierta, el cuello carnoso y torneado a maravilla, la frente amplia, como la de una divinidad egipcia, los ojos negros e insondables, cual dos abismos que llaman a la muerte ya al amor».

La pareja vivió una intensa pasión amorosa.

Alfonso XII la retiró de los escenarios, le puso un piso, pero no podía casarse con ella.

Tenía que ser una mujer de sangre azul, María Cristina de Hadsburgo-Lorena.

La Reina siempre supo de la existencia de Elena Sanz y conocía los sentimientos del Rey hacia ella y hacia sus otros hijos.

Por eso hizo todo lo posible porque esa prole nunca fuera reconocida.

Y le salió bien.

En nuestro tiempo, en un proceso similar, Alfonso Sanz Martínez de Arizala habría sido reconocido como hijo legítimo del Rey Alfonso XII.

Las leyes han cambiado como lo prueba el caso de Leandro de Borbón. 

Eran otros tiempos.

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