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CDL: William Arabin, el juez más excéntrico de la historia del derecho de Inglaterra y Gales (I)

CDL: William Arabin, el juez más excéntrico de la historia del derecho de Inglaterra y Gales (I)
Josep Gálvez aborda en su columna la figura de William Arabin, un juez muy peculiar que hizo historia en Londres en el siglo XIX.
30/5/2023 06:30
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Actualizado: 30/5/2023 08:03
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Como hemos visto en anteriores cartas, hay algunos jueces que pasan a la Historia con mayúscula por sus grandes contribuciones al Derecho de Inglaterra y Gales. Nombres que, gracias a sus grandes conocimientos y a sus decisiones, marcarán el destino de sus gentes, quedan grabados para siempre con letras de oro en mármol.

Son personas excepcionales que gozan de cualidades intelectuales fuera de lo normal, cerebros extraordinarios para el devenir de todo un país. Ahí están titanes de la talla de Lord Denning, Lord Wilberforce o más actualmente Lady Hale o Lord Sumption, entre otras figuras excepcionales del derecho británico.

Y después tenemos a otros jueces que también han pasado a la posteridad pero no por sus mentes maravillosas y preclaras, sino todo lo contrario: por ser absolutamente excéntricos y estrafalarios en el ejercicio de la judicatura, por sus constantes salidas de tono y una lógica cercana al más absoluto de los absurdos berlanguianos que al recto dictado del derecho.

Este es precisamente el caso del ‘Serjeant Arabin’.

‘ARABINIANA’, UN LIBRO PARA MAYOR GLORIA DEL JUEZ MÁS ESTRAMBÓTICO

Según cuenta la historia, en 1843 apareció publicado en Londres un pequeño libro de tan sólo dieciséis páginas bajo el título de “Arabiniana”.

Su autor se ocultaba prudentemente bajo las enigmática iniciales H.B.C.”, desconociéndose cualquier otro dato que llevaran a su identificación.

Este librito contenía algunas de más notables ocurrencias del juez William St Julien Arabin, quien ejerció desde mediados del siglo XIX en el más famoso de los tribunales penales: el ‘Central Criminal Court’ de Londres, más conocido como el ‘Old Bailey’.

Arabin fue uno de los últimos ‘Serjeant-at-Law’ o como eran conocidos entonces:  los ‘Serjeants’; una antigua orden de ‘barristers’ con varios siglos a sus espaldas y cuyos orígenes se remontan nada menos que al año 1300 y que, según algunos historiadores, fue la más antigua de Inglaterra.

De hecho, durante siglos los ‘Serjeants’ ostentaban la jurisdicción exclusiva sobre el llamado ‘Court of Common Pleas’, siendo los únicos abogados que  tenían derecho a defender un caso ante este tribunales o en otros como el ‘Court of King’s Bench’ o el ‘Exchequer of Pleas’, todos ya desaparecidos hoy día.

Y es que esta orden surgió como una auténtica elite de ‘barristers’, precursores de los actuales ‘King’s Counsels’ y que asumían gran parte del trabajo en los tribunales centrales de la jurisdicción inglesa, dado que sólo los ‘Serjeants-at-Law’ podían ser jueces de estos tribunales hasta el siglo XIX, estando socialmente por encima de otras órdenes del país.

Precisamente de ahí viene la tradición inglesa de que sean únicamente algunos de los ‘barristers’ con mayor prestigio profesional quienes puedan acceder a la función judicial, ya que aquí se ha valorado siempre más la práctica en el foro que tener toda la teoría en la cabeza.

Total, que el tal ‘Serjeant Arabin’ era todo un juez del viejo ‘common law’ pero muy particular en sus intervenciones, motivo por el que H.B.C. le dedicó este librito recogiendo las absurdeces de este viejo juez, alcanzando así su lugar para la posterioridad.

APUNTES DE LAS AUDIENCIAS JUDICIALES ANTES Y DESPUÉS DE COMER

Como explicamos en anteriores ocasiones, las sentencias que resolvían los casos planteados ante los tribunales de Su Graciosa Majestad no tenían una publicación más o menos sistemática como sucede hoy día.

Bien al contrario, los motivos que llevaban a los jueces británicos a resolver de una manera u otra eran recogidos mediante simples apuntes elaborados por jóvenes ‘barristers’ sentados en los últimos bancos de las salas de vistas.

Después pasaban estos apuntes a bonito y los compartían con sus colegas de ‘chambers’ para así estar al día de las novedades legislativas, dado que determinados aspectos de las sentencias se convertían en el derecho de Inglaterra y Gales, como ya sabemos.

De ahí nacen los famosos ‘Law Reports’.

Precisamente en esta tradición se enmarca ‘Arabiana’ dado que H.B.C. recopiló las astracanadas del ‘Serjeant Arabin mientras este juez estaba presidiendo el célebre tribunal penal y recogidos a vuelapluma por el ‘barrister’, sin duda aguantándose la risa. 

Como curiosidad, cada caso se identifica en el libro con el nombre de las partes pero además incluyendo las iniciales ‘A.P.’ y ‘P.P.’, refiriéndose a la expresión latina ‘Ante Prandium’ y ‘Post Prandium’.

Es decir, que la vista se celebró antes o después del almuerzo, dado aquí se celebran audiencias tanto por la mañana como por la tarde.

No obstante, según han confirmado varios autores, no se ha podido detectar ninguna diferencia sustancial en las decisiones adoptadas por Arabin atribuible a la alimentación ni a otro elemento derivado del ágape de este juez.

En otras palabras: Arabin era el mismo horror antes y después de comer.

Lo cierto es que gracias al ingenio y humorísticas salidas de este juez, del ‘Arabiana’ se hicieron varias reimpresiones incluso fuera del Reino Unido, como por ejemplo la edición publicada en Filadelfia en 1846, llevando a que aparecieran miles y miles de lectores en todo el mundo anglosajón, una legión de auténticos fanáticos del ‘Serjeant Arabin’.

De hecho, el grandísimo juez británico Sir Rober E. Megarry se encargaría en 1969 de preparar su propia edición crítica bajo el nombre de ‘Arabinesque-at-law’ corrigiendo muchas de las imprecisiones y errores de la primera edición del ‘Arabiana’.

Pero antes de echarle un vistazo, déjenme compartir antes la cita -incorrecta por cierto- con la que principia el original ‘Arabiana’ y que correspondería al acto primero, escena segunda de Macbeth:

Duncan: ¿Quién es ese maldito hombre? (‘What bloody is that man’?).

Malcom: Es el ‘serjeant’. (This is the serjeant’).

UN JUEZ QUE DEJÓ HUELLA IMBORRABLE EN EL DERECHO INGLÉS

Según las descripciones más benevolentes de la época, el ‘Juez Arabin’ era un “hombre peculiar, con aire distraído y excéntrico, no falto de ingenio innato, pero sí de la facultad de expresarse racionalmente”.

Estas palabras pertenecen a la necrológica que le dedicó en ‘The Times’ una de las máximas autoridades en el derecho inglés, Sir Frederick Pollock, autor de la monumental “Historia del Derecho de Inglaterra antes del Tiempo de Eduardo I”, entre otras muchísimas obras imprescindibles sobre el derecho inglés de principios del Siglo XX.

Es más, el también ‘Serjean’ William Ballantine dijo de Arabin que era “un hombrecillo astuto y pintoresco”, que “enunciaba absurdos con la más perfecta inocencia”.

Ya ven por dónde van los tiros.

No es de extrañar así que otro juez, en esta ocasión el ‘Serjeant Robinson coincidiera en decir de Arabin que era “un hombre delgado, viejo, con cara de sabio, muy excéntrico en sus ideas y expresiones, y más aún en su lógica”.

Además, el juez Robinson nos aclara algunos de los posibles motivos de la particular forma de ser de Arabin ya que era “muy corto de vista, y también muy sordo”.

De tal manera, Robinson aclara que las notas que tomaba Arabin de los juicios que presidía “eran casi indescifrables para cualquiera, incluso para él mismo. Las letras eran ya bastante deformes de por si, pero sus números eran mucho peores”.

Así, gracias a este librito tenemos preservados como insectos atrapados en ámbar los exabruptos de Arabin durante los catorce años que estuvo a frente del ‘Old Bailey’ para asombro de ‘barristers’, ‘solicitors’ y sobre todo los pobres acusados que se tendrían que enfrentar al extravagante juez.

Les dejo con la primera perla.

En una ocasión, durante la celebración de un juicio, un ‘barrister’ se quejó una vez de la excesiva ventilación de la sala de audiencias.

Y el el ‘Serjeant Arabin’ le contestó:

– Sí. Cuando me siento aquí, me imagino que estoy en la cima del monte; y lo primero que hago cada sesión por la mañana es ir al espejo y comprobar si mis ojos no han volado ya de mi cabeza».

Seguiremos con más la semana que viene.

Hasta entonces mis queridos anglófilos.

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