La primera crónica de tribunales de la historia

La primera crónica de tribunales de la historia

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04/4/2015 00:00
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Actualizado: 04/4/2015 00:00
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Susana Gisbert Grifo, fiscal

Esta Semana Santa he presenciado la representación del juicio de Jesús que hacen en Benetússer, un pueblo cercano a Valencia. Algo que me atrevo a recomendar con entusiasmo, sean cuales les sean las creencias de cada uno o la ausencia de ellas.

Como quiera que la deformación profesional es lo que tiene, lo primero que me vino a la cabeza fue pensar que quienes describieron este momento, estaban realizando, sin saberlo, la primera crónica de tribunales de la historia. Y, probablemente, la más leída. Todos unos precursores, vaya.

Y, como no tengo remedio, me vine arriba y empecé a ver el juicio con esos ojos de fiscal que, lo quiera o no, me acompañan allá donde voy. Y decidí escribir algo sobre ese juicio. Por supuesto, desde el respeto que me merecen todas las creencias. Pero pensé que ese primer juicio retransmitido bien merecía algunas reflexiones, así que allá voy.

Lo primero que me llama la atención es la detención del pobre Jesucristo, allá en el huerto de Los Olivos. Un supuesto clarísimo de detención ilegal, que daría lugar a un procedimiento de habeas corpus en toda regla. Que tal vez habría cambiado el curso de la historia, sin duda. Porque si la Virgen, o María Magdalena, hubieran sabido que podían acudir a rebatir la legalidad de la detención, otro gallo nos cantara. Y no precisamente ese que le recordó a Pedro que era un cobarde.

¿Y qué pasa con la figura de Judas? ¿Un confidente? ¿Un testigo protegido? ¿Un denunciante anónimo? ¿Cabría haber procedido contra él por acusación y denuncia falsa? Algo que nunca sabremos porque, además de que desconocemos el catálogo de delitos de la época, su suicidio nos lo habría impedido. A no ser, claro está, que en el derecho Penal de entonces no rigiera el principio de personalidad de la pena, que nunca se sabe.

Pero, una vez superado el primer escollo, nos encontramos con un grave conflicto de jurisdicción, y también de competencia. Tan grave, que eso de andar de Herodes a Pilatos es un dicho que ha llegado hasta nuestros días y que describe como pocas cosas esos viajes de ida y vuelta que dan muchos expedientes actuales, en busca del juez que se declare competente, o no. Pensemos en lo que ocurre con asuntos donde hay aforados, sin ir más lejos.

Pero claro, el concepto de entonces del auto de inhibición era bastante diferente. Por lo que sabemos, consistía en ir con el presunto imputado – ¿se llamaría, quizás, investigado o encausado?– a cuestas, a ver que autoridad le pone el cascabel al gato. Y unos y otros tratando de escaquearse.

Otra de las cuestiones sería la del conflicto de jurisdicción, de un tribunal religioso o civil. Pero esa ya la trataron de solucionar los miembros del Sanedrín, muy listos ellos, insistiendo en que eso de “rey de los judíos” atacan a la autoridad de Roma. ¿Rebelión? ¿Sedición? Nunca llegaremos a saberlo.

Y luego está el tema del indulto. En eso, me temo, que estamos igual que entonces. Porque apelar a una tradición para saltarse una decisión judicial es exactamente lo que ocurre en pleno siglo XXI, hay que reconocerlo. Por eso todos sabemos quién era Barrabás. Y lo que es una barrabasada, claro.

Incluso podríamos, forzando un poco el tema, ver el primer precedente de un jurado popular. Poncio Pilatos declina su competencia en manos del pueblo, que es a quien finalmente le endosa la decisión, con el resultado que todos sabemos. Aunque la sentencia tuvo que ponerla él. Como hace ahora el Magistrado Presidente del tribunal del Jurado, ni más ni menos.

Y eso sí, aunque pudiéramos ponernos tan anchos pensando que la pena impuesta, la de muerte, no sería posible ahora, no hay que echar las campanas al vuelo. No, desde luego, en nuestro país, pero si echamos un vistazo al globo terráqueo, vemos en cuántos lugares sí se aplica, aunque muchas veces cerremos los ojos ante ello. Y también si buceamos en nuestra historia reciente. Y por delitos políticos, como ése del que acusaban a Jesús.

Así que, al final, un juicio sin garantías, nada de división de poderes –Montesquieu aún tardaría muchos años en nacer-, tratos inhumanos o degradantes al reo, pena de muerte… Un catálogo suficiente para actuar desde otros sitios, si es que la reforma de la justicia universal no nos hubiera cortado las alas al respecto.

Pero, bien mirado, quizás hoy nada de eso hubiera llegado a ocurrir. Porque, posiblemente, a alguien que solo predicaba públicamente la paz y el amor le hubieran tomado por loco. Y, como hizo Herodes, le habrían colocado la vestimenta destinada a señalar a los orates, aunque hoy no se trate de una señal externa tan evidente. Y, si las cosas siguen por el camino que van, nunca hubiera podido dar ninguno de sus sermones. Le hubieran detenido antes por manifestarse ilegalmente.

Una invitación a reflexionar. Para quienes se consideran creyentes, y para los que no. Y también para los que ni siquiera saben si creen, y en qué. Ahí lo dejo.

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