Despedida multitudinaria a Soledad Cazorla
Soledad Cazorla era una mujer muy querida. La asistencia masiva a su misa funeral, la tarde del martes, fue la prueba.
Pocas veces la parroquia de Santa Bárbara, la iglesia que está pegada al edificio del Tribunal Supremo, se ha visto tan abarrotada. Fiscales, jueces, abogados, funcionarios y amigos ocuparon bancos y pasillos.
Consuelo Madrigal, la fiscal general del Estado, amiga personal suya, pronunció unas emotivas palabras tras la celebración de la misa. Evocó su figura de una manera que convocó su personalidad en la mente de todos los presentes.
«Soledad inspiraba confianza. Tenía autoridad. Media las palabras y las acciones. Era tajante, pero también era prudente y suave», dijo Madrigal. «Tenía autoridad porque sabía lo que hacía y lo hacía bien. Inspiraba respeto y transmitía confianza porque creía en lo que hacía y que valía la pena hacerlo. Su trabajo era una riqueza y un orgullo para nuestra institución».
«Pero Soledad hacía muchas otras cosas. Y todas las hacía poniendo en ellas a raudales lo que tenía, a raudales: inteligencia, pasión, generosidad, ironía y belleza. Era una personalidad poderosa. A veces el aire del espacio se transformaba en su presencia», añadió.
La fiscal general del Estado hizo referencia al excelente trabajo que la desaparecida fiscal de Sala Delegada para la Violencia de Género en el Tribunal Supremo había llevado a cabo en ese campo. «Trabajó para vencer a la violencia de género, con las herramientas del Ministerio Fiscal, pero con la mirada puesta en la prevención y en la protección y seguridad de las víctimas. Fue pionera en la implantación de la Ley Integral contra la violencia de género y también fue pionera en la superación de todos los obstáculos para su mejor implantación».
Consuelo Madrigal no olvidó tampoco la faceta personal de Soledad Cazorla y a sus cuatro hombres: su esposo, Joaquín, y sus hijos, Joaquín, Eduardo y Santiago, presentes en la primera fila. «Ellos son una obra maestra. Una obra maestra que llevaba su sello y que está coloreada con su personalidad poderosa, volcada en el cuidado y en la protección de sus hijos, de sus amigos y sus compañeros».
Entre el público, escuchando aténtamente sus palabras, se encontraban sus compañeros Luis Navajas, teniente fiscal, José Luis Bueren y José María Paz, fiscales jefes de Sala, Javier Zaragoza, fiscal jefe de la Audiencia Nacional, Fernando Marín, fiscal de la Sala Quinta, María Ángeles García, fiscal del Tribunal Supremo, Bartolomé Vargas, fiscal de Sala coordinador de Seguridad Vial, Almudena Lastra, fiscal del Tribunal Superior de Justicia de Madrid, Manuel Moix, fiscal superior de la Comunidad de Madrid, Eduardo Esteban Rincón, fiscal jefe de la Fiscalía Provincial de Madrid, y los exfiscales generales del Estado Juan Cesáreo Ortíz Úrculo, hoy convertido en abogado, Carlos Granados -magistrado de la Sala Segunda del Tribunal Supremo (TS)-, Eduardo Torres Dulce -fiscal del Tribunal Constitucional- y Cándido Conde Pumpido, magistrado del Tribunal Supremo y el exministro del Interior y fiscal en excedencia, Antonio Camacho.
En los bancos también se sentaron Carlos Lesmes, presidente del Tribunal Supremo y del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), la vocal y magistrada del Alto Tribunal, Clara Martínez de Careaga, Manuel Marchena, presidente de la Sala Segunda del TS, Francisco Marín Castán, presidente de la Sala Primera del TS, Benito Gálvez, Joaquín Giménez, Ana Ferrer, Alberto Jorge Barreiro, Milagros Calvo, Javier Juliani, Miguel Colmenero, Vicente Garzón Herrero, María Luisa Segoviano, Manuel Campo, Jacobo López Barja de Quiroga, Ramón Trillo, Nicolás Maurandi y Andrés Martínez Arrieta.
También asistieron Ignacio Sierra, magistrado jubilado del Tribunal Supremo, los exvocales del CGPJ, Claro Fernández Carnicero y Margarita Uría, y Sonia Gumpert, decana del Colegio de Abogados de Madrid.