Sebastián Sastre Papiol: «La impresión de que los magistrados del Supremo viven muy bien es falsa»
Sebastián Sastre Papiol, socio "of counsel" de Ramón y Cajal Abogados. Confilegal

Sebastián Sastre Papiol: «La impresión de que los magistrados del Supremo viven muy bien es falsa»

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21/3/2016 07:00
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Actualizado: 10/2/2017 12:08
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Sebastián Sastre Papiol es el nuevo «fichaje» de Ramón y Cajal Abogados como «of counsel». No es un Messi, o un Neymar, dos estrellas de su querido Barça. Su función se asemeja más a la de Andrés Iniesta, que metió el gol que nos dio la Copa del Mundo de selecciones nacionales.

Tiene una experiencia que nadie posee en este país: 4 años en el Banco Atlántico, 13 años en el Banco de Europa, 27 años como jefe de los servicios jurídicos de La Caixa y 3 años como magistrado de la Sala Primera del Tribunal Supremo, puesto al que accedió a través del quinto turno, reservado a juristas de reconocido prestigio, y en el que se sintió como un «auténtico obrero del derecho».

Durante su paso por La Caixa tuvo a sus órdenes nada menos que a Albert Rivera, líder de Ciudadanos.

En esta entrevista revela cómo fue su paso por la «cúspide» de la Justicia española, su pasado al frente de una de las grandes entidades financieras, y un futuro que le ilusiona como pocas cosas en la vida.

Se le nota en la sonrisa.

¿Quiénes fueron sus maestros, señor Sastre Papiol? Se lo preguntamos porque los comienzos son siempre muy importantes y las gentes con las que nos relacionamos suelen ser determinantes…

Cristòfol Trepat y Tomás Carreras Bonmati, dos magníficos juristas. Fueron determinantes en mi posterior carrera. Cuando me ofrecieron el puesto de director de los Servicios Jurídicos del Banco de Europa, yo les pregunté a los dos: ‘Me encuentro tan bien aquí. ¿Vosotros creéis que debo dar el salto?’. ‘La suerte solamente pasa muy pocas veces en la vida. ¡Pega el salto!’. Y pegué el salto. Me fui al Banco de Europa con 26 años. Sin cumplir todavía los 27.

En la vida es irremediable que lamentemos siempre algo, cosas que no hemos hecho y que podíamos haber hecho. ¿Qué es lo que lamenta usted?

Lamento no haber estado más cerca de las nuevas tecnologías. He tenido tan buena asistencia de personal administrativo, he tenido una secretaria cuarenta y dos años a mi servicio, y otra treinta y cinco. Es que era imposible que yo me acercara a un ordenador, porque es que era abrir la boca y ellos ya me conseguían la sentencia, me conseguían el artículo, etcétera. Ahora me estoy esforzando y tengo dos ordenadores en el despacho de Barcelona. No uno, sino dos.

También me arrepiento de no haber sabido mantener la solidaridad bancaria que había en los años setenta. Era maravilloso que, ante un proceso concursal, suspensión de pagos o quiebra, los jefes de las asesorías jurídicas mantuviéramos una posición unitaria.

Bueno, antes eran siete bancos grandes, no como ahora… 

Sí, pero el Banco de Europa pintaba mucho, y en Barcelona pinté mucho [se ríe]. A nivel concursal yo siempre me he tenido una parcela bastante sólida.

¿Cuándo se rompió esa solidez bancaria?

En el momento de la super expansión bancaria. Si tuviera que poner una fecha, cuando el Decreto famoso de Antonio Barrera de Irimo, en agosto del 81.

¿Tan pronto?

Era muy difícil, entonces, gobernar toda la masa pasiva bancaria para imponer convenios. Me acuerdo que, durante muchos años, al final, el deudor concursado o pasaba por un convenio determinado en unos términos concretos o si no, se iba a la liquidación.

Bueno, esta disciplina ahora se mantiene porque no queda más remedio en los créditos sindicados, lógicamente. Porque desde el punto de vista jurídico tiene que ser así. El banco agente tiene que disciplinar.

Por ejemplo, desde La Caixa discipliné mucho el pasivo bancario en Martínsa-Fadesa y en Habitat.

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No me podía imaginar la penuria de medios que había en el máximo órgano jurisdiccional de la instrucción ordinaria, el Tribunal Supremo

Se decía que Isidro Fainé, presidente de La Caixa, le consideraba a usted no sólo su mano derecha sino también su mano izquierda. 

[Se ríe] La verdad es que he gozado de toda la confianza del presidente Fainé. Siempre hemos tenido una gran sintonía personal y una gran amistad.

¿Por qué en un momento dado decidió marcharse al Tribunal Supremo?

Por dos razones muy claras. La primera es que había estado 27 años de jefe de la asesoría jurídica de la Caixa. Yo mismo había seleccionado a la persona que me iba a sustituir. Llevaba un año con él en funciones de sustitución. Cada vez le pasaba más responsabilidades y ya no tenía mucho sentido mantenerme en un segundo plano.

La segunda, porque surgió la gran oportunidad de poder dar un vuelco importante y una coronación a mi carrera profesional cuando Encarna Roca dejó vacante su plaza en la Sala Primera del Tribunal Supremo para marcharse al Tribunal Constitucional.

Sacaron a concurso la plaza y me presenté.

Por el quinto turno, así es. Todavía recordamos la cara de susto cuando salía de su nuevo despacho en el Tribunal Supremo, días después de tomar posesión. Aquello no se parecía al despacho que había tenido en La Caixa, en Barcelona. Un despacho interior sin luz durante seis meses. Tampoco los medios. ¿Fue un shock? 

Así es. Fue un ‘shock’. Porque no me podía imaginar la penuria de medios que había en el máximo órgano de la jurisdicción ordinaria. ¿Cómo era posible que el Tribunal Supremo pudiera tener tan pocos medios materiales y humanos?

Me llevé una gran decepción al conocer por dentro la función jurisdiccional. Creo que es una falta, incluso, de respeto. Hasta el punto de que le llegué a decir al presidente, Carlos Lesmes -cuando la Sala de Gobierno me brindó un desayuno de despedida-: ‘Creo, señor presidente, que no hay voluntad política de arreglar la Administración de Justicia, porque se necesitan tan pocos medios más para estar mínimamente confortables, que no se entiende’.

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Durante los tres años que fui magistrado de la Sala Primera de Tribunal Supremo fui ponente en 270 sentencias

Una de las reivindicaciones del Supremo, en los pasados años, fue tener autonomía económica. No depender del Ministerio de Justicia para todo, sino que el Tribunal Supremo, como ocurre en otros tribunales de nuestro entorno, tuviera su propio presupuesto y pudiera gestionarlo autónomamente, al igual que el CGPJ. Pero eso no se ha producido. Sigue dependiendo de la voluntad del poder político. Cuando usted fue nombrado magistrado del Supremo, su nombramiento fue criticado por algunos, incluso dijeron que era un submarino de la banca… ¿Cómo lo encajó?

Fue una crítica que tuve que admitir. No la contesté.

Le llamaron ‘juez de los banqueros’…

No sienta bien, evidentemente. Pero más por mi familia que por mí. Ciertos círculos de amistades se hicieron eco de esa crítica. Pero bueno, siempre digo que la vida coloca a cada uno donde se merece.

Estos mismos señores que me han criticado, supongo que habrán leído las sentencias de las que he sido ponente. Porque durante los tres años que fui magistrado de la Sala Primera de Tribunal Supremo fui el responsable de 270 sentencias. 

He estado presente, entre otras, en la cláusula suelo, en la famosa sentencia sobre el vicio del consentimiento, que ha sido un referente respecto a todas las que hemos decidido después, la del enero de 2014.

A la vista de mi trayectoria en la Sala Primera, esta crítica ha tenido que silenciarse. Eso no quita para que me hayan recusado tres o cuatro veces.

Ya sabe que todo, en este país, se interpreta en clave política… 

Parece mentira, ¿verdad?. En estas recusaciones, el Tribunal Constitucional tiene consolidado una doctrina muy firme.

Me recusaron cuando, yo, durante un año formé parte del Comité de Admisión de los Recursos. Porque orgánicamente es obligado que al año siguiente de tu incorporación estés un año dentro de esta Comisión.

Los tres miembros, los tres magistrados, nos repartíamos las funciones de presidente. En los autos de admisión o de inadmisión, a veces aparecía yo como ponente. Simplemente para ese trámite.

En la resolución ya hay otro. Y después, para el día de votación, y fallo, pues ya hay otro ponente.

O sea, hay tres ponentes en un recurso de casación. Como esos señores me veían, me atacaban en el recurso de casación contra una entidad financiera.

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Si hubiera tenido los medios que tienen los magistrados del Tribunal Constitucional, que cuentan con cuatro asistentes, hubiera seguido en Tribunal Supremo

¿Por qué no quiso seguir como magistrado de la Sala Primera del Tribunal Supremo?

Se lo dije al presidente Lesmes. Si hubiera tenido los medios que tienen los magistrados del Tribunal Constitucional, que cuentan con cuatro asistentes, no una secretaria, sino cuatro asistentes, hubiera seguido. Había cumplido los 70 años y podía haber estado dos años más, pero decidí no hacerlo.

O sea, la imagen que se tiene de los magistrados del Tribunal Supremo, al menos de la Sala Primera, de que viven mejor que bien no es cierta. Sino todo lo contrario. ¿De que son algo así como obreros del derecho?

Auténticos obreros del Derecho. La búsqueda de las sentencias, de la doctrina, tuve que hacerlo personalmente. En los tres años que he sido magistrado del Tribunal Supremo no he tenido fines de semana.

Todos los sábados y domingos trabajaba, como mínimo, de siete a ocho horas. Finalmente me acomodé a vivir en una situación de estrés. Pero pensar que cada semana debía dictar dos sentencias, previa su discusión con mis compañeros, muchas veces me agobiaba.

Quién se lo iba a decir. Volvió a su juventud…

Sí, ¡y de qué manera! [se ríe]. Pero con 68, 69 y 70 años. He sido una persona a la que no le ha asustado el trabajo.

Hasta los 55 años, como jefe de la Asesoría Jurídica de La Caixa tenía despacho particular. Lo mantuve hasta el 2002. En el año 69/70 inauguré las clases nocturnas, hasta que me vine a Madrid.

Incluso en el curso 2012 y 2013, durante el primer trimestre, di clase en la Facultad de Derecho de la Universidad de Barcelona, en ESADE, simultáneamente, y en el CEU.

Pero eso no tenía nada que ver con el trabajo que supone el ser un obrero del derecho en la Sala Primera del Tribunal Supremo.

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Durante el tiempo que fui magistrado del Tribunal Supremo me autoexcluí genéricamente en los casos de preferentes 

Es la primera vez que un magistrado de la Sala Primera revela esto…

¡Pues hay que decirlo a voz en grito!

Creo que ya se lo avanzó Juan Antonio Xiol, el entonces presidente de la Sala Primera: que aquí se venía a «picar piedra». 

No, no me lo avanzó. Eso sí, nos dimos un gran abrazo porque somos del mismo curso de la Facultad de Derecho. La verdad es que fue muy grato que coincidiéramos aquí, además de que fue mi padrino en mi toma de posesión.

Quien sí me lo advirtió fue otro compañero, con el que pude coincidir durante unos meses.

Muchos me preguntan, ‘oye pero, vamos a ver, es imposible lo que estás diciendo, ¿no hay un gabinete técnico?’. Sí, claro. Sí que hay un gabinete técnico, pero está para otras materias. Está para los autos de admisión e inadmisión, en la cascada de recursos de casación que se presentan cada semana.

Oye, que son 800 recursos de casación a la semana. Hay 14 o 15 abogados técnicos, pero con 30 serían pocos. Van absolutamente desbordados. Preparan los recursos de revisión y en las nulidades de actuaciones, entre otros trámite.

O sea, entonces la impresión que se tiene desde fuera de que en el Tribunal Supremo se vive muy bien, ¿es mentira?, ¿es falsa?

La impresión que se tiene fuera, de que en el Tribunal Supremo se vive muy bien es mentira, es falsa. Absolutamente falsa.

¿Durante el tiempo en que fue magistrado del Tribunal Supremo tuvo que abstenerse en algún caso?

Me autoexcluí, genéricamente, en todos los casos de preferentes. En preferentes yo tuve una actividad muy profunda desde La Caixa para su implementación ante la clientela.

Por eso quise abstenerme, vinieran de donde vinieran. No es lo mismo que en los SWAP. Este es otro producto totalmente distinto que vino de los países anglosajones y que se incorporó a nuestro sistema en los años noventa. Entonces mucha gente coincidía, o confundía, las preferentes con los SWAP.

Me recusaron porque había casos de SWAP. Como les digo, me abstuve de los casos de preferentes pero no en los SWAP.

Decía esto porque me abstuve en los casos en los que el recurso era de Caixabank y del grupo de Caixabank, y que no era la cosa fácil de adivinar. Porque cuando me fui, La Caixa fue adquiriendo cajas y cajas, y, lo que es peor, empresas participadas de esas cajas. Tuvieron que hacerme un cuadro de quinientas entidades. No todas tenían recursos de casación, afortunadamente.

Después, me he abstenido en casos en los que tenía un conocimiento profundo de los asuntos, por haberlos vivido directa o indirectamente. El caso, por ejemplo, de Martinsa-Fadesa.

Después, me he abstenido cuando el recurso ha sido mantenido por compañeros que habían estado en mi despacho.

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En el Supremo hay grandes individualidades, grandes personas, pero no grandes equipos; eché de menos el trabajo en equipo

¿Qué le falta al Tribunal Supremo, desde su punto de vista?

Después de cuarenta y cinco años de vida profesional, he vivido muchas situaciones como abogado particular, como abogado de empresa, y como magistrado. En el Supremo Les falta un poco de trabajo en equipo. Hay grandes individualidades, grandes personas, pero no hay equipos.

A mí me hubiera gustado, que todos los días de la semana estuviéramos en Madrid y haber destinado dos o tres tardes, o medias tardes, a discutir temas.

De su época de la Caixa, usted tuvo a sus órdenes a un joven, muy conocido hoy en día: Albert Rivera, líder de ciudadanos. ¿Cómo lo conoció? ¿Cuánto tiempo estuvo con usted? 

Fue una época en la que pedí a gritos reforzar la Asesoría Jurídica de la Caixa. Y en lugar de acudir a fuentes externas, a los despachos grandes en los que había juniors, que ya tenían un cierto rodaje, me pregunté: ‘En La Caixa éramos 20.000 empleados. ¿Habrá gente preparada para estar en la Asesoría Jurídica?.

Lo planteé al secretario general y me contestó, ‘oye, hagamos la prueba’.

Puse la condición de que no tuvieran la carrera acabada más allá de los dos años. Porque consideraba que, después de los dos años, la gente ya se ha olvidado un poco del derecho.

Para cubrir ocho puestos en la Asesoría Jurídica se me presentaron 84 personas, todas cumpliendo los requisitos exigidos. Había 6 premios extraordinarios, 3 doctorados, uno de los cuales era de Bolonia…, con másteres.

En aquel tiempo empezaba el tema de la protección de datos, y era muy importante tener una parcela muy concreta dentro de la Asesoría Jurídica que velara por esta cuestión y que influyera en toda la realización.

Albert Rivera tenía un máster en protección de datos, y dominaba idiomas. Por consiguiente, fue uno de los ocho seleccionados. E incluso se le proporcionó a alguien que después él se le llevó, que fue José María Espejo, que ahora es vicepresidente del Parlament de Cataluña. Así que fueron dos. A Espejo también lo escogimos.

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Albert Rivera estuvo trabajando para mí, en la Asesoría Jurídica de La Caixa, durante cuatro o cinco años

¿Cómo era el Albert Rivera de aquel entonces?

Albert Rivera era un chico de aprendizaje realmente fácil. Brillante en sus exposiciones. Cuando le pedía que me explicase un asunto concreto, que podía llevar, lo tenía claro. Es un hombre que puede diseccionar los asuntos con mucha facilidad y llegar hasta el fondo de los temas.

Me está diciendo, entonces, que Albert Rivera tiene una cabeza muy bien amueblada y que usted lo ha comprobado.

Sí, muy bien amueblada. Es muy brillante. Lo había tenido de estudiante en prácticas antes. Porque hizo la carrera de Derecho. Es de las primeras promociones de la Universitat Ramón Llull, de La Salle. Yo solía coger siempre, durante tres o cuatro meses, a estudiantes de distintas facultades, y a él le tuve conmigo. Cuando acabó la carrera no supe nada más de él. Ignoraba que se había incorporado a La Caixa en unas oposiciones de auxiliar administrativo, para hacer de agente comercial.

De allí lo rescaté.

¿Cuánto tiempo estuvo con usted?

Albert Rivera estuvo trabajando para mí, en la Asesoría Jurídica de La Caixa, durante cuatro o cinco años. Un día vino a verme y me dijo, ‘tengo una inquietud profesional muy importante’.

Le contesté, ‘a tu edad no puedes tener inquietudes, has de tener inquietudes siempre’, y le pregunté, intrigado, ‘¿de qué naturaleza?’. Me contó que quería formar un partido político. Se lo hice repetir dos veces [se ríe].

Pues nada, le di la excedencia.

Si decidiera incorporarse a La Caixa, no podría hacerlo más que en la Asesoría Jurídica. Las excedencias por razones políticas te dan derecho a incorporarte exactamente en el mismo puesto jurídico. En el mismo puesto donde lo dejaste.

 ¿Le contó qué tipo de partido quería formar?

Él me habló de un partido centrista. Me hablaba siempre de que estábamos en una sociedad polarizada entre derechas e izquierdas, rojos y blancos… ‘Me gustaría’ me dijo -estamos hablando de hace diez años-, ‘ser un partido de centro. Un partido que fuera sensato, que no fuera extremista’.

‘Esa es una parcela que tal vez puedas hacer tuya si tienes las ideas claras en muchas materias. Porque hay que tener las ideas claras no solo en temas territoriales, en temas de lenguas, en temas de nacionalidades. Ahí has de saber de historia, de economía, de sociología, etcétera, Es un campo en el que para estar preparado, vas a necesitar tiempo, tiempo y tiempo. Los tres factores que necesita un político’, le contesté.

¿Le ha defraudado?

En absoluto. No me ha defraudado.

¿Sigue hablando con él?

Sigo hablando con él, claro.

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Sigo hablando con Albert, claro. Desde el primer día que estuvo en la palestra política ha contado con mi voto 

Ahora, en esta nueva fase, se ha venido a Ramón y Cajal Abogados de ‘of counsel’. ¿Se encuentra cómodo?

A mí me gustó mucho el despacho desde el primer momento. Me gustó su composición. Una gran culpa de ello la ha tenido Rocío Pérez Puig, que fue el primer contacto directo que tuve.

En los últimos cinco años ha crecido exponencialmente y de forma muy rigurosa. Es curioso, pero todo el mundo habla muy bien de Ramón y Cajal Abogados.

Me han llamado, fundamentalmente, para potenciar la oficina de Barcelona. Tiene 20 o 25  abogados. También es mi tierra natural. Conozco a bastante gente, y, el trabajo no me asusta, aunque tengo que hacer los dictámenes. He pasado a reforzar el área mercantil y el área procesal. Allí me reúno no sólo con los socios sino también con los compañeros de los socios.

El último fin de semana elaboré un dictamen de una quiebra del año 92. El dictamen tenía que acompañar a un recurso de reposición. Ya saben que para un recurso de reposición se tienen cinco días.

Un inciso, usted al ordenador no le da, ¿verdad?.

Sí, le doy, pero soy muy lento.

Ya sabe que en el Supremo hay bastantes magistrados que hacen las sentencias a mano…

Mis 270 ponencias, en el Supremo, fueron escritas todas a mano. ¿Por qué? Porque en ordenador perdería más tiempo

El proceso de pensamiento va con la escritura. 

Y con los papeles delante, y pensando si esta idea la he repetido o no. Todos los artículos científicos que he publicado los he escrito a mano. Y además, ya les digo, una de las cosas que más lamento es no haberme familiarizado rápidamente con las nuevas tecnologías.

¿Cuándo empezó a trabajar en Ramón y Cajal Abogados? 

Me incorporé en octubre [se ríe]. Un mes más tarde después de dejar el Supremo. Es verdad que lo habíamos hablado antes, pero yo no quise firmar absolutamente nada que no fuese con fecha ya pasada mi jubilación. Ni precontratos, ni opciones, ni tanteos, nada.

Una última pregunta, ¿se divierte con lo que está haciendo?

Mucho. Le diría que el que ha ejercido la abogacía durante cuarenta y cinco años, al final llega a la conclusión de que sigue siendo abogado.

El paréntesis de magistrado ha sido la culminación de una carrera profesional y creo que ha sido una de las satisfacciones más grandes que he tenido, sin lugar a dudas. A pesar de todo, yo diría que ha sido una oportunidad que volvería a repetir si la vida me lo volviera a ofrecer.

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