El magistrado José María Asencio publica “Entre acordes y cadenas”, 50 canciones que marcaron momentos históricos
|
04/8/2024 00:30
|
Actualizado: 05/8/2024 06:42
|
José María Asencio, 35 años, magistrado y juez de Adscripción Territorial en el. Tribunal Superior de Justicia de Cataluña, acaba de publicar, “Entre acordes y cadenas”, un libro que recoge 50 canciones que marcaron épocas y acontecimientos importantes.
Cada capítulo relata el origen de la canción con el hecho histórico, que explica de una forma literaria muy precisa, trabajada y amena. Canciones tan cercanas, para nosotros, como “El ritmo del garaje”, “Libertad sin ira”, “Clavelitos”, “La, la, la”, “La vida sigue igual”, “La leyenda del tiempo” o “Al Alba”.
O lejanas como “Hasta siempre, comandante”, “Estadio Chile”, “Grandola, Vila Morena”, “Nanga batutu”, “L’après midi d’un faune”, “Nearer, my God, to thee” o “Estrella Polisaria”, por citar algunas.
Se pueden escuchar en Youtube o en Spotify.
De su lectura se aprende, porque está llena de pequeños diamantes de conocimiento. Como cuando Asencio cuenta que las procesiones se remontan al siglo XVI cuando los católicos comenzaron a salir a las calles portando imágenes durante la Pascua.
Fue la consecuencia del llamamiento a todos los católicos del Papa León X, quien había excomulgado a Martín Lutero por iniciar la reforma protestante. León X, para contrarrestarla, pidió a los creyentes que exteriorizasen su fe. De aquello, nuestra Semana Santa.
Lo cuenta en el capítulo “Caridad del Guadalquivir”, pieza musical de la que es autor Paco Lola.
Su querencia literaria no es nueva. Autor de una magnífica novela “En busca de la irrealidad”, en su nueva obra aúna esa habilidad literaria con la de músico. El resultado es “Entre acordes y cadenas”. Un libro perfecto para estas vacaciones.
De esto hablamos en la entrevista.
¿Cuál ha sido la motivación que te ha llevado a publicar este libro tan trabajado?
Hace muchos años mi padre me escribió un poema, porque, además de ser catedrático, es también poeta por vocación. Al estilo de Rudyard Kipling, como aquel poema que, en la época victoriana escribió a su hijo, mi padre me decía que la poesía esconde los siglos pues con ella se escribe la música.
Es un poema que tengo colgado en la pared de mi casa.
Es la frase que aparece en la contraportada del libro. A mí me marcó muchísimo. La música tiene la capacidad tanto de explicar los acontecimientos históricos como los de nuestra propia vida, humanizándolos.
He tratado de reinterpretar esta frase y utilizar la música para explicar la historia, humanizándola.
Entre acordes y cadenas podía haberse titulado la historia identificada a través de sus canciones. ¿Está de acuerdo?
Sí. Podría ser, pero desde luego Entre “Acordes y cadenas” es mucho más simbólico. De hecho, es el título de la columna que yo tenía hasta hace unos meses en Prensa Ibérica.
Entre “Acordes y cadenas”, es, entre acordes –la música, la libertad– y las cadenas –la opresión–, lo que nos queda entre una cosa y otra. Digamos que tratando de obtener una suerte de justo medio aristotélico.
«La música puede servir para lograr lo más bello, noble y sublime, pero también utilizarse para el mal»
Su libro se compone de 50 canciones. ¿Cómo las ha seleccionado?
Ha sido complejo porque evidentemente podía haber hecho un recorrido histórico totalmente profundo y hacer un tratado en vez de un libro relativamente corto, de 260 páginas. Y podrían haber sido 180 o 200, lo que podría no haber terminado nunca.
Había que poner un límite en algún momento. He elegido 50 porque me pareció un número redondo. Y porque siempre te da la oportunidad de hacer otras 50.
Según escribe Pablo Guerrero en uno de los tres prólogos, todas las canciones son del pueblo. Porque el pueblo las ha hecho suyas. Dice, además, que es un libro singular porque nos cuenta cómo nacieron, cómo la gente las hizo suyas y qué furia o que solidaridad provocaron. Nos hablan de realidades duras, de guerras, de sublevaciones, pero también de amor. ¿Todas las canciones son del pueblo, entonces?
Yo admiro muchísimo a Pablo Guerrero. Siempre lo he hecho. Le escribí sin prácticamente conocerlo para que colaborase. Amáblemente me dijo que sí. La verdad es que tiene toda la razón.
En otro prólogo, en ese caso un epílogo, Luis Gómez Escolar, quien ha compuesto canciones para todo tipo de cantantes, dice que en el momento en el que el pueblo las hace suyas es cuando empiezan a cantarse por las calles. Y cuando el pueblo hace suya una canción, ¿quiénes somos nosotros para decir que la elección ha sido correcta o no?
Su libro arroja luz sobre el origen de cada canción y su contexto histórico. Como por ejemplo, “No nos moverán”, que, como usted cuenta, tuvo su origen entre finales del siglo XIX y principios del XX, de raíces afroamericanas. Cien años después el cantautor Alfonso Celdrán la hizo en español en los tiempos del fin del fanquismo y la Transición. Lo que te hace reflexionar sobre la adaptabilidad de la música a diferentes escenarios históricos.
Los orígenes de esta canción tampoco se conocen. Se dice que fue creada, como digo en el libro, en los campos de algodón del sur de los Estados Unidos como una suerte de canto de liberación de aquellos esclavos afroamericanos. Pero tampoco se sabe realmente quién fue su autor. Tampoco la trajo a España Adolfo Celdrán. Fue Xesco Boix, quien la adaptó al catalán.
Luego Adolfo, junto con Ignacio Fernández Toca, uno de los integrantes del colectivo Canción del Pueblo la tradujeron al español. Esta canción subió como la espuma. Y, como bien dice, se convirtió en un himno a la resistencia antifranquista. Volvió así, curiosamente, a sus orígenes.
Porque sus orígenes también tenían por objeto la reivindicación de los derechos de los afroamericanos.
Lo que es curioso es que la versión de Joan Baez, que es la que más se conoce, fue posterior de la de Adolfo Celdrán. Así que no fue una traducción de la de Joan Baez, sino que tal vez Joan Baez fue quien pudo reinterpretar la de Adolfo Celdrán
Para comprender bien su libro es aconsejable escuchar cada una de las canciones. Como la de “Noche de paz”, el conocido villancico. En la Nochebuena de 2014 en Flandes, los soldados alemanes y los británicos, gracias a la magia de esa canción, suspendieron las hostilidades y se acercaron, los unos a los otros, para felicitarse la Navidad, para intercambiar comida y regalos. Incluso para hacerse fotografías. No se queda usted en el burladero. Se moja en su interpretación, lo que se agradece.
Yo creo que hay que mojarse. Si hacemos literatura, porque al fin y al cabo esto es literatura, tenemos que mojarnos.
Siempre me acuerdo de aquel poema de Gabriel Zelaya que decía: “Maldigo la poesía concebida como un lujo cultural por los neutrales, que lavándose las manos se desentienden y evaden. Maldigo la poesía de quien no toma partido, partido hasta mancharse”.
Si no, ¿para qué vamos a hacerlo?
La historia del origen del corrido de “La Adelita” es deliciosa. Una pieza histórica, patrimonio de la humanidad, que me ha recordado mucho la novela “Revolución”, de Arturo Pérez Reverte.
Así es. Lo curioso es que yo, que he sido de la Tuna universitaria, la he cantado multitud de veces sin saber lo que significaba. Hasta que, con el paso de los años, me puse a investigar sobre su origen.
Tengo que confesarle que, a pesar de haber estudiado durante bastante tiempo la Revolución mexicana, todavía sigo sin entenderla. Porque es extremadamente compleja.
Me ocurre lo mismo con la guerra del Líbano. Porque hubo tantos cambios de bando, tantas batallas entre personas que previamente eran aliadas, personas totalmente dispares, con ideologías totalmente diferentes, que estuvieron juntas y luego lucharon contra otros, que realmente parecían que fuesen partidarios de la ideología de uno de sus contrincantes.
«La canción «Dixie» realmente pertenece al norte. Era la canción favorita del presidente Abraham Lincoln. Fue compuesta por Daniel Decatur Emmett, una persona del estado de Ohio, que siempre perteneció al norte y que nunca formó parte de la secesión»
Poca gente sabe que la canción de los sureños en la guerra civil estadounidense, “Dixie”, no fue una canción específica del sur. Lo que pasa es que los sureños la adoptaron como su himno.
La canción «Dixie» realmente pertenece al norte. Era la canción favorita del presidente Abraham Lincoln. Fue compuesta por Daniel Decatur Emmett, una persona del estado de Ohio, que siempre perteneció al norte y que nunca formó parte de la secesión.
Fue una canción muy popular en aquellos tiempos. Se cantaba en las tabernas, en todas partes. Luego pasó al sur y se convirtió en el himno de facto de la Confederación.
Un descubrimiento para mí ha sido la canción “Gritos de Paz”, por “Vive”. El conflicto civil bélico de El Salvador no se puede entender sin haberla escuchado. Usted vivió en aquel país, ¿no?
Era muy pequeño. Fue en 1994. Acababa de terminar la guerra civil. Se habían firmado los acuerdos de paz de Chapultepec, en México D.C.
Yo estaba allí porque mi padre formaba parte de una misión de la ONU. A pesar de la edad, en la memoria se nos quedan ciertos recuerdos, ciertas conversaciones que escucharse. Eso siempre me ha vinculado mucho con El Salvador y con toda Latinoamérica.
Siempre lo cuento. Cuando regresé a España con 7 años mi acento era salvadoreño. Luego lo perdí. Con esta historia quise hacer honor a esa parte pequeña de mi vida. A aquellos hechos en los que personas que se estuvieron matando durante años fueran capaces de sentarse y llegar a un acuerdo para lograr una solución pacífica.
Yo creo que la paz de Salvador fue un ejemplo, un modelo a seguir, que ojalá lo siguiéramos en otros conflictos internacionales.
¿Qué hubiera sido de aquellas marchas al frente sin una canción?, es cierto. Sin embargo, la canción de la Comuna de París, aquel experimento del siglo XIX que supuso la primera experiencia comunista de la historia, es “Les temps des cerices”, “Los tiempos de las cerezas”. Y no es una canción de batalla, como La Marsellesa. Es… intimista.
Quién sabe cuáles son los impulsos que llevan al pueblo a hacer suya una canción en un momento histórico. El compositor de la canción, Jean Baptiste Clément, combatió en las trincheras de la comuna de París.
Cuentan que él mismo se sorprendió cuando su creación se convirtió en la canción de aquella revolución. Es una canción que habla de una suerte de esperanza, el tiempo de las cerezas, ese tiempo que nunca va a volver.
Habla de un tiempo que nunca ocurrió. Esto me recuerda mucho a aquella frase de Joaquín Sabina que decía que no hay nostalgia peor que adorar lo que nunca jamás sucedió.
Tal vez fue eso, la nostalgia por un momento que nunca sucedió, o que sucedió de forma tan efímera que nunca llegó a cuajar, cuál es ese régimen que se instauró durante dos meses y medio en París y en el cual triunfaron los postulados que luego serían los pilares básicos de los movimientos socialistas, comunistas y anarquistas que se desarrollaron más tarde.
Ocurrió lo que ocurre siempre. ¡uienes sustentan el poder nunca quieren perderlo. Y están dispuestos a cualquier cosa con tal de no perderlo.
Había un escritor de Fuerteventura que se llamaba Alexis Rabello, que ha fallecido, que decía el poder no corrompe, al poder se llega ya corrompido.
«Mucha gente piensa que todos aquellos que han logrado la fama han tenido una vida maravillosa, ausente totalmente de problemas. Judy Garland fue una persona que sufrió muchísimo durante toda su vida. Y no era lesbiana. Por eso, el movimiento gay se identificó con ella»
También dedica capítulos al amor. No podía faltar “Je t’aime… moi non plus”, creada por Serge Gainsbourg. Es curioso, desconocía que la primera intérprete fue Brigitte Bardot. La historia pertenece a Jane Birkin. Fue una canción rompedora en su momento…
Totalmente. Como cuento en el libro, se dice que, en la primera versión, una de las personas presentes en la grabación relata que Brigitte Bardot y Gainsbourg se estaban masturbando realmente para hacer que los gemidos fueran profundamente reales.
Fue en 1968. Hoy, como todo es tan vulgar, no nos sorprendería. Hoy en día hacer una canción que se titule Zorra y llevarla a Eurovisión es convencional.
Decía Arthur Schopenhauer que hay épocas en las que el progreso es convencional. Si hoy en día lo revolucionario es ir a misa todos los domingos, es algo curioso.
Pero en aquel momento aquella canción fue profundamente revolucionaria. Abrió los ojos a una gran parte de la sociedad para poder entender el sexo no como algo pecaminoso, sino como algo profundamente normal.
Hablaban de cosas de las que todo el mundo estaba familiarizado, pero que nadie se atrevía a hablar de ellas.
Dedica un capítulo a una canción y a un cantante que me ha hecho reír mucho. La canción es “El relicario” y el cantante es Rodolfo Valentino. ¡Qué mal cantaba el ‘sex simbol’ del momento! Se le puede escuchar en Youtube.
Rodolfo Valentino provenía de una familia italiana, muy humilde. Cuando llegó a Nueva York estuvo malviviendo. Incluso llegó a dormir en los bancos de Central Park.
Comenzó sus incursiones en el cine haciendo personajes secundarios. Los
magnates de Hollywood entendieron que esta persona, ya sea por su carácter, sus facciones latinas, podía ser un producto.
Y convirtieron a un muchacho italiano muy humilde en un producto. Rodolfo Valentino fue una víctima del sistema y fue utilizado por otros para enriquecerse. Tanto fue así que falleció muy joven porque fue incapaz de conciliar su éxito.
Fue una víctima del sistema, no nos engañemos, detrás de toda esa apariencia, de “latin lover”, de “sex symbol”, no hay más que un muchacho triste y pobre que no sabía realmente cuál era su lugar.
Hay una canción que siempre me ha encantado, “Over the rainbow”, de Judy Garland en la película “El mago de Oz”. Ahora entiendo por qué el movimiento gay la convirtió en su himno.
Mucha gente piensa que todos aquellos que han logrado la fama han tenido una vida maravillosa, ausente totalmente de problemas. Judy Garland fue una persona que sufrió muchísimo durante toda su vida. Y no era lesbiana. Por eso, el movimiento gay se identificó con ella.
Se dice que su padre era secretamente homosexual y que uno de sus maridos también lo fue.
Es muy conocido que Judy Garland sufrió maltrato durante el rodaje de “El mago de Oz”.
Los homosexuales, que sufrían, que veían pisoteados constantemente sus derechos, se identificaron con ella e hicieron suya esta canción. Y a Judy Garland la encumbraron como una figura que simbolizaba esa resistencia.
Otro de canciones universales que no ha querido dejar pasar ha sido “Velvet Mornings”, conocida en España como “Triki, Triki”, cuyo intérprete fue el greco-egipcio Dennis Rousos. El cantante formó parte del pasaje del avión que en 1985 fue secuestrado por unos terroristas libaneses chiítas cuando comenzaba a cubrir el trayecto El Cairo-San Diego (EE.UU.). ¿Terroristas con sensibilidad musical…?
Sí, Dennis Rousos era su héroe musical. Fue totalmente surrealista. El secuestro duró varios días, en los que Rousos cumplió años. Los secuestradores pararon el avión y ordenaron que le trajeran una tarta. Y le pidieron que les cantara “Velvet Morning”. Le trataron con cariño y respeto. No quiero imaginar lo que pasó por la cabeza de Roussos.
Otro terrorista que también era muy dado a la música fue Illich Ramírez, “Carlos”, conocido por su apodo de “Chacal”.
La música puede servir para lograr lo más bello, noble y sublime, pero también utilizarse para el mal.
En el libro cuento la historia de “Die Fahne hoch!”, de Horst Wessel, que se convirtió en el himno del partido nazi alemán y tras el ascenso al poder de Hitler en el himno “de facto” de Alemania.
Illich Ramírez, alias Carlos, alias “Chacal”, nacido en Venezuela, fue el terrorista más buscado del mundo durante muchos años.
Estuvo a punto de ser capturado en París en 1975 en una fiesta a la que asistía, en un piso de la calle Toullier. Tocaban “Zamba de mi esperanza”. Es una canción que yo llevo interpretando durante muchos años.
Yo quería contar la historia de Carlos porque es muy curiosa. Tuve la oportunidad de entrevistarme con algunas personas que habían tenido acceso a unos archivos un tanto reservados acerca de la vida del Chacal.
Ellas me contaron aquella anécdota cuando estaban tocando la canción.
Entonces vi el cielo abierto para contar su historia.
¿También ha interpretado “Zamba de mi esperanza”, de Jorge Cafrune?
[Se ríe] Jorge Cafrune era, como se suele decir, un tipo de una sola pieza. Fue un valiente porque decidió permanecer en Argentina durante la dictadura.
Esta canción “Zamba de mi esperanza” estaba prohibida en Argentina. Como cuento en el libro, era 1978. La dictadura duró desde 1976 hasta 1983. Muchos se marcharon al extranjero pero Jorge Cafrune, el “Turco” Cafrune, no lo hizo.
El 24 de enero de aquel año participó en el Festival Nacional de Folclore de Cosquín. Tras interpretar varias piezas el público comenzó a corear “Zamba de mi esperanza”, una canción que carecía de contenido político o social.
Cafrune se acarició su larga barba, se colocó su sombrero y se dirigió al público: “Aunque no esté en el repertorio autorizado, si mi pueblo me la pide la voy a cantar”. Aquella decisión le costó la vida.
Una semana más tarde, la noche del 31 de enero, cuando se encontraba en la ciudad de Benavídez, en el norte del Gran Buenos Aires, fue atropellado por una camioneta que lo pasó por encima. Cafrune quedó malherido en el asfalta, con las costillas clavas en los pulmones. Murió poco después.
La investigación se cerró pronto. Oficialmente fue un accidente. Pero la sospecha de que fue un asesinato perdura todavía hoy. “Zamba de mi esperanza” fue la última canción que cantó en vida.
Noticias Relacionadas: