El tribunal de la opinión pública, un desafío para la Abogacía

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06/10/2014 00:00
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Actualizado: 08/4/2016 10:12
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Carlos Berbell, director Confilegal.com

Ha llegado el momento de decirlo claro y alto: los abogados ya no pueden seguir evadiendo la realidad ante la existencia material, más allá de toda duda, del “tribunal de la opinión pública”. 

En especial, y de forma específica, en aquellos casos con trascendencia mediática. 

¿Por qué? Porque al final del camino es posible que ganen el juicio. Muy probable. Pero al recorrer esta senda su cliente se habrá dejado el honor, la reputación, el buen nombre y la credibilidad personal ante sus semejantes. 

La piel. 

Quedará igual que un jarrón chino hecho pedazos y recompuesto a base de superglu. Jamás volverá a ser el mismo. Nunca. 

Para cuando consigan una sentencia exculpatoria, el fallo precedente del “tribunal de la opinión pública” habrá obtenido calidad de firmeza desde años antes. 

Y nuestro sistema judicial contribuye a ello. De forma directa.  

Según el fiscal general del Estado, Eduardo Torres-Dulce, en la jurisdicción penal, y por el procedimiento abreviado, el tiempo que pasa desde el minuto uno hasta que se produce la sentencia de apelación (no entran aquí los tiempos de la casación) es de 3 años y 15 días. Por el procedimiento ordinario, o de sumario, el tiempo transcurrido es de 2 años, 8 meses y 10 días. Y en el del jurado, la media es de 2 años, 10 meses y 22 días. 

Se lo contó al Rey Felipe en su cara, en el reciente acto de apertura de tribunales, celebrado en el Tribunal Supremo el pasado 10 de septiembre. 

Al estilo de Quevedo, cuando le dijo a Isabel de Borbón, primera esposa de Felipe IV, que era coja, con aquella frase emboscada y de apariencia simple de “entre rosas y claveles, su majestad escoja”.  

Señor, esto de la justicia no funciona. Es muy, muy, muy, pero que muy lenta. Torres-Dulce camufló todos los años en días, que así y todo, parecían mucho.  

Son tres años, o casi tres años, de media en cada uno de los tres procedimientos, que permiten cocer bien el caso. El que sea. A fuego lento. Muy lento.

En televisión, en radio, en prensa, en los medios digitales. En una suerte de repetición magnificada que, aunque no añade profundidad, sí ayuda a fijar una idea. La que sea. Favorable a una parte y contraria a la otra.  

Porque esa es una de las consecuencias de nuestra democracia. 

En su nacimiento, allá por 1977, se afirmaba cándidamente que cuantos más medios hubiera, habría más libertad y más información. La realidad ha probado lo contrario. Cuantos más medios, no tanta información, mucho ruido y mucha, mucha desinformación. 

Este escenario sería, sin duda, el sueño de Joseph Goebbles, el ministro de Propaganda de Adolf Hitler, quien acuñó aquella frase de “una mentira que se repite mil veces se convierte en verdad”. 

El silencio no siempre es rentable, como muchos letrados piensan. El ex presidente José María Aznar dijo, en octubre del año pasado, que “el silencio puede dañar a la verdad tanto como la mentira misma”. No podría estar más de acuerdo. 

Por eso hay que saber cuándo hablar y cuándo callar y hacerlo de la forma más adecuada. No hay una regla general. Es caso por caso. Y para eso se necesita experiencia. Profesionalidad. 

Este es el tiempo de la comunicación.

Otros países más grandes, más avanzados que nosotros, como Estados Unidos y Alemania, están recorriendo ya ese camino. 

Los letrados de esos países saben lo que se juegan si permiten que la idea contraria a los intereses de sus clientes se materialice en el tribunal de la opinión pública, en la mente de los ciudadanos.

«Ciudadanos» son también los jueces, los fiscales y, por supuesto, sus mujeres, sus padres, sus familiares más próximos. Todos son receptores de lo que se dice a través de los medios, convertido en el sistema nervioso de nuestra sociedad.  

Todos forjan sus opiniones de la misma manera. Así se hace el estado de opinión predominante. 

Estos abogados estadounidenses y alemanes son conscientes de que es tan importante la apariencia de verdad como la verdad misma; en muchas ocasiones, esa apariencia de verdad se convierte en la propia verdad.

Es así, se puede decir más alto pero no más claro. 

En esto consiste el juego. Y cuanto antes aprendan a jugarlo mejor les irá. Es el desafío al que tienen que hacer frente hoy. 

Son casi 40 siglos –contando desde el antiguo Egipto- elaborando estrategias para convencer al tribunal de que las cosas son como ellos las plantean y no como los contrarios. Es una rutina de muchos años. 

En 2014 la eclosión mediática y la información 24 horas ha cambiado ese escenario. Lo que está en juego es la reputación de sus patrocinados, como se suele decir en el mundo de la Justicia. Su suerte vendrá después. 

Eso se ha traducido, en el extranjero, en casos de perfil mediático, en la formación de equipos multidisciplinares de abogados y comunicadores. Actuando al unísono ante los medios de comunicación y ante los tribunales de justicia. Conducidos bajo una sola estrategia y un solo objetivo. 

Coordinados por una única dirección legal, en los dos escenarios.  

No es una cuestión de salir a los medios, así, sin más. Corriendo de un sitio para otro como pollos sin cabeza.

O de callarse.

Hay que saber elegir el momento para decir, para exponer, para contraexponer. O para callar. Y hay que saber hacerlo en el lugar adecuado, con quien los profesionales que saben de esto creen que es más conveniente. 

Para muchos, esto supone asumir una cierta dosis de humildad. De reconocer que, porque se tenga el dominio de la Ley no se tiene el dominio de todo, y menos del proceso de comunicación. 

Hacer bien una declaración ante una televisión no equivale a una licenciatura en comunicación y a muchos años añadidos de experiencia, como piensan muchos. Por eso uno no se convierte en un Jesús Hermida, un Juan Luis Cebrián o un Luis Arroyo de la noche a la mañana. Se puede dar el pego, pero será eso, un pego. 

No es fácil poner en escena una comunicación efectiva y buena para los intereses del cliente. Hace falta análisis, ponderar la situación y mucha inteligencia para armar una estrategia eficaz, que de resultados.

No se puede hacer llamando a “un amigo” periodista que trabaja en un medio.  

No lo es. Al contrario. 

Los señores abogados tienen este desafío sobre la mesa. 

Este es el mundo que viene. Está aquí ya. 

¿Seguirán ciegos ante la existencia del tribunal de la opinión pública? ¿O se pondrán al día? ¿Sabrán trabajar en equipo con profesionales de la comunicación? 

La reputación, la honra, el buen nombre, la imagen y el futuro de sus clientes es lo que está en juego. Nada más y nada menos.

Un jarrón chino muy delicado. 

 

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