Se llama María Luisa Román y es la memoria histórica del Tribunal Supremo

Se llama María Luisa Román y es la memoria histórica del Tribunal Supremo

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10/9/2015 00:00
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Actualizado: 28/1/2021 20:47
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Lleva en su cabeza la historia del Tribunal Supremo. Se mueve entre legajos y documentos antiguos con la misma facilidad que un adolescente en un ordenador. Es coautora principal del libro “El Tribunal Supremo del Reino de España”. Pertenece al cuerpo de tramitación procesal pero es la historiadora del Alto Tribunal. Lo sabe todo.

A veces da la impresión de tener un cierto aire de despistada, pero es sólo eso, un aire. Su mente va a toda velocidad, vinculando datos, reuniendo información, construyendo, desde dentro, la historia del Tribunal Supremo.

El trabajo que hizo esta licenciada en Historia y casi en Derecho -le falta una asignatura- en la elaboración del libro citado, fue lo suficientemente brillante como para que quedara relevada de sus funciones, en el Gabinete Técnico del Tribunal Supremo, para concentrarse en un trabajo continuo de investigación histórica que ha demostrado ser esencial para la institución.

La última publicación histórica del Alto Tribunal, «Los procesos célebres seguidos ante el Tribunal Supremo en sus doscientos años de historia», es una buena prueba de su dedicación, aunque no fue ella la redactora del contenido. 

«Yo reuní todos los datos», explica. «Y se los pasé a los letrados para que ellos hicieran la redacción final».

En los dos volúmenes que vieron la luz figura el caso Alfonso Sanz Martínez de Arizala, hijo natural de Alfonso XII, que demandó, en 1908, a la Reina Regente, María Cristina de Hadsburgo-Lorena, a su hermanastro menor, Alfonso XIII, y a toda la Casa Real, ante la Sala de lo Civil del Tribunal Supremo. 

La madre de Alfonso Sanz había sido una famosísima cantante de ópera, Elena Sanz Martínez de Arizala, de la que Alfonso XII estuvo perdidamente enamorado.

Tuvo un segundo hijo con ella, Fernando. Su historia, poca conocida, rompe el mito del dolor por la muerte de la reina María de las Mercedes.

La reina madre, Isabel II, la consideraba «su nuera ante Dios».

Alfonso XII mantuvo a su familia «paralela» hasta que se murió. Y quiso ocuparse de sus hijos hasta después de muerto, dejándoles una importante cantidad en un banco extranjero, que luego un tercero sustraería, dicen que por orden de la Reina Regente, que conocía bien a esa segunda familia de su difunto y con la que rompió todo tipo de lazos.

Alfonso Sanz quería ser reconocido como hijo de su padre, pero el desenlace fue el esperado para ese tiempo.

El tribunal, formado por los magistrados José de Aldecoa, Vicente de Piniés, Víctor Covián, Antonio Alonso Carana, Pascual Doménech, Ramón Barroeta y Camilo María Gullón, hicieron trizas las pretensiones de Alfonso Sanz, desestimando su demanda.

La Casa Real pesaba mucho, entonces. 

Ese mismo trabajo concienzudo lo ha llevado a cabo María Luisa Román en la preparación del día y medio de Puertas Abiertas del Tribunal Supremo -viernes 11 de septiembre y sábado 12-, que en esta ocasión se centra en el incendio del edificio que precedió al actual, el 15 de mayo de 1915 y del que quedaron sólo las paredes.

«El incendio duró dos días seguidos. Pudo haberse apagado antes pero en el Madrid de aquel entonces, sólo había tres vehículos de bomberos a vapor. Se hubieran necesitado nueve por lo menos para hacerle frente con éxito», cuenta María Luisa Román. «Y no es que no estuvieran avisados. Unos meses antes había ardido el Teatro de la Comedia por las mismas razones».

La leyenda dice que se salvó muy poco, pero la historiadora del Tribunal Supremo niega la mayor.

«Se salvó mucho. Sólo se quemaron el llamado archivo secreto y procedimientos antiguos. El resto se salvó. El problema es que todo quedó expuesto en las aceras».

Y al quedar expuesto «desaparecieron» muchas cosas, entre ellas, cuadros.

Los «amigos de lo ajeno», aprovechando el desabarajuste, se marcharon con lo que no era suyo debajo del brazo…, o en camiones. Nadie controlaba nada en esos primeros momentos. Luego sí. Se pusieron policías, pero muchas cosas habían volado. 

«En aquel momento había censados 87 cuadros en total en el edificio de Tribunal Supremo, la mayoría de los cuales habían sido cedidos por el Museo del Prado. Se salvaron 24, se quemaron 37…, 27 desaparecieron», relata la historiadora. 

Uno de esos cuadros desaparecidos fue el titulado «El desembarco de Fernando VII en el Puerto de Santa María». Se trataba de un enorme lienzo de 4,62 metros de alto por 7,30 metros de ancho, que recientemente fue hallado en el Museo Cerralbo, troceado en 21 partes.

«¿Qué sucedió con ese cuadro? ¿Quién se lo llevó? ¿Dónde estuvo todo este tiempo? ¿Por qué lo trocearon?, son incógnitas que todavía quedan por aclarar», explica Román. «El cuadro pertenecía al Museo del Prado y entre 1872 y 1915 presidió el Salón de Pasos Perdidos del Tribunal. En esta ocasión expondremos el trozo que corresponde al rey Fernando VII».

Un cuadro, este del desembarco, que representaba la sentencia de muerte temporal del Tribunal Supremo, nacido en 1812, y la vuelta al absolutismo.

Hasta 1832, año en el que la hija del monarca, Isabel II, lo reintrodujo en nuestro sistema, que quería ser democrático.

El destino de este lienzo hace dudar sobre la suerte de los 24 desaparecidos y de los 37 «quemados».

«‘El desembarco’ estaba en la lista de los quemados», aclara Román. 

¿Cabe la posibilidad que esos cuadros, propiedad del Museo del Prado, todavía existan, y que estén, como este, en algún museo o fundación privada? 

María Luisa Román se lo piensa. «Es posible, sí. Es una conjetura, pero a la vista de lo ocurrido con este…», se atreve a decir, aunque ahí se planta. 

«En la reconstrucción del edificio, ordenada por Alfonso XIII, encontraron un pasadizo subterraneo que había sido tapiado y olvidado», relata la historiadora. «Es lo que hoy ocupa nuestro prearchivo. Allí estaban los féretros de las monjas. Porque solían enterrarlas allí. Precisamente en ese lugar reposaron los cuerpos del rey Fernando VI y de su esposa, Bárbara de Braganza, hasta que se terminaron de construir las tumbas en las que se hallan hoy día, dentro de la Iglesia que está pegada al edificio del Tribunal Supremo».

«Allí encontraron el cadáver de Sophie de Rocherbardoul, la superiora de la Orden de la Bienaventurada Virgen María, y las de sus tres compañeras, que inauguraron el edificio, en 1748. El de la madre superiora estaba perfectamente momificado. Se había conservado de una forma increíble».

LOS GARROTES VIL

En ese lugar, precisamente, en esos prearchivos el Tribunal Supremo guarda los siete garrotes vil que las Audiencias Territoriales (los órganos antecedentes de los actuales Tribunales Superiores de Justicia) enviaron tras la aprobación de la Constitución española, el 6 de noviembre de 1978.

La Carta Magna abolió la pena de muerte, por lo que los tres verdugos que había en ese momento se quedaron sin trabajo y los aparatos se enviaron, para su custodia, al Tribunal Supremo, que sin saber qué hacer con ellos, quedaron arrumbados en el archivo blindado. Uno de ellos se expone en el museo del Alto Tribunal.

Cuando mantenemos la conversación para la elaboración de este artículo, hablamos en la píldora, una sala de reuniones que precede al Salón de Actos, cuyas ventanas dan a la Plaza de la Villa de París. 

«¿Sabe usted por qué se llama así? Todo tiene su historia», continúa contando. «En 1905 el Rey Alfonso XIII y su esposa, doña Victoria Eugenia de Battenberg, visitaron París. Allí fueron objeto de un atentado, junto con el presidente de la República francesa del momento, Émile Loubet, del que se salvaron por lo pelos. Cuando éste visitó a los Reyes, en Madrid, Alfonso XIII ordenó rebautizar el lugar, que era conocido entonces por ‘Los jardines de la Reina’, por el de la Plaza de la Villa de París. Porque aquí al lado se encontraba, además, el consulado francés, que todavía está». 

María Luisa Román no evade ninguna pregunta, por comprometida que sea. Sabe cómo salir.

«¿La guerra civil en el Tribunal Supremo?, sí, es un capítulo por escribir. Ya se han publicado cosas. Fue un tiempo muy convulso, lleno de injusticias. A Diego Medina, que había sido presidente del Tribunal Supremo entre 1931 y 1936, y estaba jubilado cuando estalló la contienda, lo expulsaron del cuerpo en 1940. ¡Estando jubilado! Fue una injusticia, pero es que hubo tantas… Lo bueno es que ya tenemos una distancia temporal como para que las cosas no duelan tanto. Para que puedan ser estudiadas y conocer lo que pasó. Como historiadora «, agrega.

«¿Me pregunta si merece la pena visitar el Palacio del Tribunal Supremo? Sí, es más. Hay que visitarlo porque es una joya histórica increíble. Es un gran desconocido», afirma.

Para ella, evidentemente, no.

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