Ser mujer y cumplir condena en cárceles diseñadas para hombres

Ser mujer y cumplir condena en cárceles diseñadas para hombres

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22/11/2015 00:00
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Actualizado: 22/11/2015 00:00
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Yolanda Díez Herrero, CNP; experta en ciberdelincuencia

A pesar de que los índices de delincuencia son bajos, sorprendentemente España es el país de la Unión Europea con mayor tasa de mujeres en prisión. En las cárceles españolas hay en la actualidad alrededor de unas 5.130 penadas, consttiuyendo solo un 7,81% de toda la población reclusa.

En comparación con el número de hombres (aproximadamente unos 60.529 condenados, lo que supone un 92,29% del total), las mujeres en el ámbito penitenciario son efectivamente una minoría.

“En nuestro país la política penitenciaria ha sido diseñada para el preso mayoritario que es el varón «, según afirma Ana Ballesteros, experta de la Red Geispe, que es la Red temática Internacional sobre Género y Sistema Penal.

Factores como el tardío desarrollo del estado de bienestar con respecto a nuestros vecinos europeos, las duras penas que acompañan a los delitos contra la salud pública (principal motivo de condena para la mayoría de las mujeres penadas), y la falta de medidas alternativas a la cárcel, han hecho que miles de mujeres acaben entre rejas.

No es casualidad que las protagonistas de series como la estadounidense «Orange is The New Black» o la española «Vis a Vis» ingresen en la cárcel por tráfico de drogas.

Asì en España, puede afirmarse que la inmensa mayoría de las mujeres que están cumpliendo penas privatoivas de libertad, se encuentran condenadas por un delito contra la salud pública (1.774 reclusas) o contra el patrimonio y el orden socioeconómico (1.284), ambos relacionados con el narcotráfico.

Sin embargo, a contrario sensu, un hecho ciertamente relevante es el consistente en que las mujeres recluidas en establecimientos penitenciarios, rara vez y por regla general no son personas violentas. Por ello puede afirmarse que las prisiones de nuestro país se encuentran gestionadas por y para hombres, ocupando la mujer encarcelada  siempre una posición muy secundaria debido a su menor entidad numérica y su falta de conflictividad.

No obstante ello, desde el año 2009 se ha ido implementado paulatinamente el «Programa de Acciones para la Igualdad entre Mujeres y Hombres en el ámbito penitenciario” con acciones específicas y transversales encaminadas a:

a). Superar los factores de especial vulnerabilidad que han influido en la inmersión de las mujeres en la actividad delictiva.

b). Erradicar los factores de discriminación basados en el género dentro de la prisión.

c). Atención integral a las necesidades de las mujeres encarceladas.

d). Favorecer la erradicación de la violencia de género especialmente las secuelas psíquicas, médicas, adicciones, etc., asociadas a la alta prevalencia de episodios de abusos y maltrato en el historial personal de muchas de ellas.

Recientemente algunos personajes mediáticos, como es el caso de Isabel Pantoja, han puesto el foco de atención en los centros de internamiento para mujeres, y han hecho que prisiones como Alcalá de Guadaira se conviertan en auténticos lugares de peregrinación.

Sin embargo, los expertos alertan de que la Tonadillera es la excepción, y no la regla dentro del sistema penitenciario. La realidad es que estas mujeres tienen pocos medios económicos, y vienen de familias principalmente desestructuradas. Algunas de ellas incluso son toxicomanas, un problema que tampoco la carcel ayuda a solucionar, donde conseguir estupefacientes, pese al buen funcionamiento de las instituciones y de los funcionarios que prestan sus servicios en ella, no es una tarea extremadamente compleja.

Tampoco puede pasarse por alto el hecho de que los días encerradas entre cuatro paredes de hormigón son largos y tediosos. Además de perder su libertad, las presas dejan de ser dueñas de su tiempo.

Por ello, la monotonía, como toda persona privada de libertad en una cárcel, es una segunda condena que tienen que asumir.

Las llamadas diarias, las visitas familiares y los permisos son lo único que les ata y comunica con el mundo exterior, y lo que mantiene viva la esperanza de recuperar en algún momento la libertad, por ente la vida normal.

Pero en la mayoría de las ocasiones, debe tenerse muy presente que la condena a cumplir no constituye solo un castigo para la mujer que ha cometido el delito. Tras ella arrastra toda una estructura familiar, de la que en las mayoría de las veces es sin lugar a dudas, el pilar principal. Sus hijos suelen ser los primeros «damnificados» de los errores de sus progenitores. En la actualidad existen cuatro módulos de madres dentro de prisión: Madrid (Aranjuez), Valencia (Picassent), Sevilla ( Alcalá de Guadaira), o Barcelona ( Wad Ras).

En otro orden de cosas, debe conocerse que las madres en prisión siguen los mismos estrictos horarios que el resto de las mujeres. En este entorno, el niño recibe menos estímulos que los pequeños criados en el exterior, al menos 160 menores amanecen cada día en las cárceles españolas.

Se despiertan con el ruido de la megafonía, y ni se inmutan ni presentan el menor asombro ante ante el sonido de las celdas abriéndose y cerrándose, pues desgraciadamente la costumbre termina convirtiéndose en la norma habitual.

No aprenden a responsabilizarse de acciones tan básicas, como el hecho de apagar la luz, porque la prisión lo hace todo por ellos, incluso tales acciones que son tan elementales y de la vida cotidiana.

Sin cometer algún delito, cumplen condena junto a sus madres.

Son el «daño colateral» del derecho de sus progenitoras a cuidarlos los primeros tres años de vida. Además de la evidente limitación del espacio, para ellos es más difícil experimentar y explorar con libertad para su desarrollo cognitivo, ya que ejercicios tan sencillos, a los que se ha hecho referencia, como apagar y encender una luz o abrir y cerrar la puerta no existen.

Uno de los problemas mas trascendentes consiste en que en prisión las cuestiones de seguridad priman sobre las cuestiones de tratamiento, lo cual no proporciona un ambiente apropiado para el desarrollo de un niño, según afirma María José Gea miembro de la Red GEISPE y de Asociación GSIA (Grupo de Sociología de la Infancia y la Adolescencia), con las consecuencias que de ello se derivan para la formación y la educación del propio menor.

La experta asegura que ni las instalaciones ni los propios funcionarios de prisión están preparados para albergar y tratar con niños. Los hijos se convierten en algo secundario y puramente anecdótico en el sistema penitenciario.

Tampoco existe un protocolo de actuación para el funcionariado a la hora de tratar con ellos. Aún así, si existe escuela o centro educativo dentro de la propia prisión dotadas con profesores suficientemente preparados para dicho cometido. Por otra parte, es importante tener presente que los establecimientos penitenciarios han suscrito convenios con colegios de poblaciones cercanas a los efectos de garantizar y mejorar la prestación de dichos servicios educativos a los menores hijos de reclusas.

Cuando cumplen los tres años, los niños ya no pueden vivir en prisión. Los familiares cercanos o las propias instituciones se hacen cargo de ellos hasta que a su madre le conceden el tercer grado o extingue su condena integra. A pesar de que esta inmersión en el mundo exterior se hace de manera progresiva mediante permisos, la separación de la progenitora siempre suele ser difícil para los niños.

Si en el caso de la mujer que no ha pasado por prisión encontrar trabajo en España sigue sin ser una tarea fácil, en el caso de una penada es aún más complicada.

Todo esto se agrava si la mujer es inmigrante y no tiene una buena relación con su familia. A la situación de fragilidad económica que suelen tener las presas, se le une la falta de un tejido familiar estructurado que le pueda sostener. En muchas ocasiones la ausencia de permisos de residencia o trabajo, limita de manera considerable el acceso a un empleo que la permita salir adelante. Una extranjera no tiene prácticamente ninguna posibilidad de encontrar trabajo. Normalmente vienen aquí para solucionar un problema económico en su país y después de años en la cárcel no tienen nada.

Por ello, desde el Ministerio del Interior se está poniendo especial énfasis en la educación de las reclusas, en el que se cubren casi todos los niveles educativos fundamentalmente, especialmente en lo que hace referencia a los niveles de alfabetización y educación básica. El grado de aceptación y motivación es altísimo, pues algunas de ellas descubren en la escritura una forma nueva de comunicarse con los suyos y con el mundo que les estaba limitado. Y dado que existe una sobre representación de internas de etnia gitana y extranjeras, se trabaja con programas de integración cultural y de aprendizaje de español.

Las heridas psicológicas también permanecen cuando la condena se acaba. «Ellas manifiestan que en la frente tienen un cartel que pone ‘presa’ y creen que cuando salen a la calle la gente les va a reconocer como penadas». Tras el alto coste personal, familiar y material que les ha supuesto su paso por prisión, muy pocas son las mujeres que vuelven a reincidir.

La exclusión social constituye otro factor determinante de la inmersión de la mujer en el mundo delictivo actual. Antaño, su incidencia era muy escasa, por el poco peso de su papel social y el fuerte control de las estructuras sociales y familiares, afirma Maribel Cabello, directora del establecimiento penitenciario de Alcalá de Guadaira.

Según Concha Yagüe hay que abogar por un diseño de las políticas sociales y penitenciarias desde una perspectiva de género que tenga en cuenta el mayor sufrimiento que padecen, el conocimiento de sus peculiaridades y la atención a sus necesidades, y buscar alternativas al encarcelamiento de una mujer embarazada o con hijos.

Este es uno de los colectivos más invisible y damnificado, que antes de entrar a prisión ya se ve afectado por las desventajas sociales, políticas, económicas y culturales que condicionan sus trayectorias vitales, y que por razones obvias, les sitúa en una clara posición de vulnerabilidad o exclusión social. En definitiva, puede afirmarse que forman un colectivo cuyo paso por prisión con frecuencia se convierte en factor de exclusión añadido.

En el examen de la figura de la mujer interna en un centro penitenciario, es interesante tener en consideración alguna de las características más comunes a dichas personas:

a). Las altas tasas de analfabetismo y nula cualificación professional, que les hacen menos competentes socialmente, les avoca al desempleo, o tienen que limitarse a ocupaciones ciertamente precarias.

b). Muchas de ellas pertenecen a minorías desfavorecidas como extranjeras o de etnia gitana.

c). Exite abiertamente una falta de competencia social, traducido en la ausencia de habilidades sociales. Así, en ocasiones, su aspecto personal descuidado, como expresión de la carencia de pautas cívicas básicas. Ello se refleja en los ademanes y en los gestos de las mismas, en el caudal de voz, en sus niveles de educación, en su capacidad de ahorro, en sus hábitos alimenticios, etc.

d). La relación con el entorno de la pobreza, de la exclusión, de la marginación, de la estigmatización social. También ha de tenerse en cuenta su relación con las personas más cercanas, habitualmente genera en estas mujeres una marcada disminución de su autoestima, siendo esta ya de por si en la mayoría de los casos muy baja, pues perciben el fracaso de sus propias expectativas en general, especialmente en lo que se refiere a su papel como esposas o madres.

e). Estas mujeres sufren una dependencia psicológica de la figura masculina, y una falta de autonomía personal, siempre supeditada a la pareja actual, sin cuyo concurso se siente incompleta o fracasada.

f). Debe destacarse la altísima frecuencia en el propio historial de las mujeres encarceladas, de episodios de abusos sexuales y maltrato familiar y de pareja, y eso tiene una relación directa con los avatares de su historial delictivo, y las consecuentes secuelas físicas y psicológicas que de ello se derivan: situaciones de drogodependencia, depresión e intentos de auto lesionarse, exceso de agresividad, tendencia a la sobre-medicacion, entre otras circunstancias a destacar.

g). Con independencia de lo ya expuesto, hay que enfatizar que uno de los principales problemas de salud en esta población es el consistente en la drogodependencia, en el que la mayoría de las internas drogodependientes presentan un perfil de politoxicomania.

h). Hay una circunstancia fundamental que marca especialmente el ingreso de cualquier mujer en un centro penitenciario. Si para un hombre su encarcelamiento tiene consecuencias graves en el ámbito familiar, cuando se trata de una mujer, madre de familia, este hecho supone un auténtico cataclismo, profundizando los factores de exclusión. Su encarcelamiento suele ser más doloroso, ya que los problemas personales invaden su existencia y tienen, como se ha dicho, una especial repercusión en su entorno.

i). La mujer, a su ingreso, en su bagaje personal trae consigo la culpabilidad, la angustia y la incertidumbre por las responsabilidades familiares en el exterior: hijos, padres o personas dependientes, la pérdida de la vivienda e incluso la ruptura sentimental con la pareja. Estas situaciones provocan en la mujer interna una quiebra de su proceso madurativo y de socialización.

j). Otro de los problemas de las mujeres en dicha situación hace referencia a la salud. Muchas de ellas terminan presentado trastornos psíquicos, materializados en cuadros de depresión, estrés, ansiedad o síntomas psicóticos, siguiendo básicamente tratamiento con psicofármacos, lo que añade una nueva y grave dificultad para la recuperación integral de su salud.

Por todo ello, se puede concluir afirmando que es cierto que el cuerpo se adapta a todo, y la mente, también. Pero dichas mujeres se aletargan ante la rutina y la falta de tantas cosas. Pasar por la cárcel les deja el cuerpo sin emociones, les quita el gusto por el sexo, anula lo erótico, les vuelve desconfiandas y hurañas, les aislan de la vida real, y les impide el gesto cotidiano, les roba el amor de otros y les impide darlo, y también ver, crecer, y envejecer junto a los suyos e incluso morir. Por todo ello, dichas mujeres necesitan el apoyo y la solidaridad de la sociedad, que comprenda y perdone sus trayectorias vitales, pero que al mismo tiempo, les dé una oportunidad efectiva, para que la reinserción social sea una realidad y no un mito.

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