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Conferencia Episcopal: ¿Europa de las naciones canónicas o Europa de los pueblos?

Conferencia Episcopal: ¿Europa de las naciones canónicas o Europa de los pueblos?
Imagen de la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal.
29/11/2017 06:00
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Actualizado: 29/11/2017 14:49
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Quería haber publicado esta columna hace dos meses, pero no he dispuesto del tiempo que necesito para investigar sobre un asunto tan delicado como la declaración de la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal sobre Cataluña de 27 de Septiembre de 2017 y las dudas que se me presentan sobre el nivel de formación de los obispos actuales.

Y es que se me han juntado dos artículos para revistas científicas, más unas jornadas. Y como todo llega en este mundo, ahora es el momento de publicar lo que creo que es necesario difundir sobre aquella  declaración.

En medio del aluvión de informaciones de aquellos días, la declaración pasó casi desapercibida. Y sin embargo, me di cuenta de que esa declaración, de seis puntos, y de poco más de una pantalla en el ordenador, revelaba muchas más cosas de las que parecían.

Después de leer varias veces ese escrito, me acordé de aquél que entró en un casino y se acercó a la mesa donde se estaba disputando una partida de ajedrez.

Apoyando cada mano en uno de los hombros de los dos jugadores, dijo “¿Qué? Ganando, ¿eh?”.

Quienes hayan redactado la nota han querido contentar a todos. Y ése es el camino más seguro para no dejar contento a nadie.

Napoleón afirmaba que, cuando quería acabar con un problema, creaba una comisión. La diferencia es que la declaración de los obispos crea un problema distinto, y no pequeño: Una gran duda sobre si los obispos españoles están bien formados en Filosofía, en Política, en Historia…

Los obispos quieren defender dos concepciones contrapuestas sobre Europa.

En el punto 1, defienden la Europa de los Pueblos: «Ante la grave situación que se vive en Cataluña, con gran preocupación en el resto de España, los obispos queremos en primer lugar hacer nuestros los deseos y sentimientos manifestados recientemente de forma conjunta por los obispos con sede en el territorio de Cataluña, auténticos representantes de sus diócesis».

“Con gran preocupación” es un sintagma con el que los obispos quieren ponerse nada menos que a la altura de Pío XI, que en marzo de 1937 publicó la encíclica Mit Brennender Sorge (Con auténtica preocupación), contra el régimen de Adolf Hitler.

Es una de las encíclicas más importantes del siglo XX, pues demostraba que este Papa era muy inteligente y culto y, además, muy valiente.

No siempre fue así, sobre todo en sus relaciones con el régimen de Benito Mussolini. Pero le dio tiempo a rectificar e, incluso, si no hubiera caído enfermo, hubiera publicado otra encíclica contra el antisemitismo del III Reich, de la que hay pruebas cuando Juan Pablo II desclasificó muchos documentos.

En el punto 4, los obispos españoles defienden, a la vez, la Europa de los Pueblos y suponemos que también la de las naciones canónicas, o Europa de las Patrias, como la llamaba el General Charles De Gaulle.

Es un suponer, claro, porque obsérvese la prosa que emplean para no pronunciarse claramente sobre España como nación canónica, al nivel de otras en Europa: «Para hacer posible este diálogo honesto y generoso, que salvaguarde los bienes comunes de siglos y los derechos propios de los diferentes pueblos que conforman el Estado, es necesario que, tanto las autoridades de las administraciones públicas como los partidos políticos y otras organizaciones, así como los ciudadanos, eviten decisiones y actuaciones irreversibles y de graves consecuencias, que los sitúe al margen de la práctica democrática amparada por las legítimas leyes que garantizan nuestra convivencia pacífica y origine fracturas familiares, sociales y eclesiales».

Todo lo resiste el papel. En este caso, los señores obispos quieren hacer compatibles lo que de ninguna manera pueden serlo.

Del cardenal austríaco Theodor Innitzer, en 1938, a Xavier Novell, obispo de Solsona, en 2017

Lo que ha hecho el obispo independentista de Solsona, Xavier Novell, interpretando los “sentimientos y deseos” a los que se refiere la declaración, recuerda el comportamiento de Theodor Innitzer, cardenal de Viena cuando, el día 13 de marzo de 1938, leyó una carta, que firmaron él y los obispos austríacos, dando la bienvenida al Anschluss, o anexión de Austria al III Reich.

Quien esté interesado en ver a Innitzer leyendo esa carta, puede ver la película «El cardenal», que dirigió Otto Preminger en 1963.

Voy a reproducir fragmentos de esa película que van a hacer extensa esta columna, pero creo que es necesario para fundamentar bien las cosas.

Entre las 2:14:55 y 2:16:45 de la película aparece un documental en el que Innitzer lee la carta en su despacho, teniendo detrás de él la fotografía enmarcada del Papa Pío XI, que había escrito la Encíclica  ya citada contra el nacional-socialismo.

El texto es el siguiente: “Trece de marzo de mil novecientos treinta y ocho. Hitler entra en Viena a las cinco y media de la tarde. La multitud lo recibe con el entusiasmo. El cardenal Innitzer, arzobispo de Viena, lee una carta, firmada por él y por todos los obispos austriacos en la que dan a Hitler la bienvenida».

“Reconocemos con satisfacción que el movimiento nacionalsocialista ha conseguido para el Reich y para el pueblo alemán y, sobre todo, para las clases no privilegiadas, obtener un notable mejoramiento. Los obispos imparten su bendición y formulan sus mejores deseos para el futuro de tan gran empeño. En el día del plebiscito, es para todos los obispos una natural obligación patriótica declararnos nosotros mismos alemanes y parte integrante del Reich alemán. Esperamos de todos los fieles católicos que sabrán cuánto le deben a ese pueblo”.

Minutos después del documental citado, hay una entrevista entre el obispo norteamericano Stephen Fermoyle, agregado del Vaticano, y el cardenal Innitzer.

El repicar de las campanas de Innitzer y de Novell

FERMOYLE.- Lo primero que nos llamó la atención fue que las campanas de todas las iglesias repicaran  cuando Hitler entró en Viena.

INNITZER.- ¿Cree usted que me pidieron permiso…? Es una cortesía con los visitantes distinguidos. Somos grandes campaneros.

FERMOYLE.- Pero este visitante no es…

INNITZER.- Señor obispo…, el doctor Seyss-lnquart lo ordenó como un gesto amistoso. Era el canciller interino…, ahora es el alto comisario de Hitler… Es católico muy devoto y héroe de la guerra… ¿Una taza de té?

Resulta que el citado Novell se negó, hace tres años, a que repicasen las campanas cuando se lo pidió la Asamblea Nacional Catalana (ANC) y sufrió una campaña de insultos.

Si fue Jordi Sánchez quien le pidió a Novell que ordenase repicar las campanas, se comportó con Seyss-Inquart.

¿Qué hizo después Novell?

Acudir a la radio nacionalista RAC1 y arrepentirse de su negativa. De ahí en adelante, se convirtió en adalid de la independencia.

Con vistas al 1 de Octubre de 2017, Novell animó a los párrocos a repicar las campanas para «despertar a todo el mundo y anunciarles que ha llegado el día de la libertad«.

Innitzer pidió el “sí” para la “anexión” de Austria a Alemania; Novell pidió el “sí” para que Cataluña se independizase de España.

FERMOYLE.- Gracias. Comprenda su eminencia que no hablo por boca mía, sino de la Santa Sede.

INNITZER.- Naturalmente… ¿Un poco de ron en el té?

FERMOYLE.- No sé si…

INNITZER. -Para darle sabor…, ¿sabe?

FERMOYLE.- No; no, gracias Lo que más disgustó al Vaticano…, fue la declaración instando al pueblo a que votase «Sí» en el plebiscito.

INNITZER.–Sí, comprendo… No debe marcharse de aquí… sin  haber probado  estos «Strudel»… Los he encargado para usted, porque sé… que ustedes los norteamericanos se interesan  mucho por los «Strudel»… cuando vienen a Viena. Mi única preocupación, por supuesto, fue la Iglesia… Yo soy ajeno a la política.

INNITZER. – Pues, no perdamos tiempo intentándolo… ¿Por qué no se limita usted a decirme clara y brevemente qué es lo que el Santo Padre espera de mí?

FERMOYLE.–Primero…, desea que deje bien aclarado…, que su recomendación de votar «Sí»…, fue totalmente personal…. y no obliga a los católicos como cuestión de con­ciencia…  Y segundo…, no hacer más declaraciones sobre el plebiscito.

INNITZER.- Son instrucciones muy fáciles de obedecer… No tengo deseos de hacer declaraciones sobre la elección… Yo no soy un político.

FERMOYLE.-  Su  eminencia ha sido de los primeros en votar esta mañana…  A las nueve dio la noticia la radio.

INNITZER.- Siempre he sido madrugador… Acostumbro a decir la misa de las seis.

FERMOYLE.- Su eminencia anunció cómo votaría… Aún a pesar de la advertencia que le hizo Su Santidad-

INNITZER.- Mi querido señor obispo…, usted sólo me dijo que no debía hacer más declaraciones sobre el plebiscito.

FERMOYLE.- Y anoche volvieron a repicar las campanas al final del discurso electoral de Hitler.

INNITZER.-  Usted no puede  entender lo de las campanas… Lo que hubiese llamado la atención habría sido no tocarlas.

FERMOYLE.- La radio ha dicho que todos los sacerdotes de la nación han pedido a sus fieles que voten «Si»… Y la gran noticia es que su eminencia, después de votar gritó.

INNITZER.- Mi  voto es puramente personal.

FERMOYLE.- … gritó el saludo nazi «Heil Hitler»

INNITZER.-  Sí, es cierto. Esas palabras se han incorporado al lenguaje común alemán. Hoy se emplean en lugar de «Buenos días», «Buenas noches»…, e, incluso y siento decirlo, en lugar de «Dios os bendiga».

FERMOYLE.- No obstante, en estas circunstancias, ese saludo es un acto partidista.

INNITZER.- Con ello no hacía ninguna declaración. No he desobedecido a Su Santidad.

FERMOYLE.- Literalmente, quizá no. Lo que no había tratado de transmitir a su eminencia era…, el espíritu…, la actitud general… Es evidente que ha hecho caso omiso de todo ello. Deliberadamente ha decidido que su proceder era mejor que el del Papa… Eso es lo que opino, y así tendré que informar a Roma.

¿Qué diferencias hay entre Innitzer y Novell?

En la actitud, ninguna. Novell parece una fotocopia de Innitzer ochenta años después. Aunque con un matiz tan importante como el que introducía Carlos Marx cuando, al comienzo de «El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte«, afirmaba que la historia se repite dos veces; primero, como tragedia; luego, como comedia.

Innitzer representó la tragedia; Novell, la comedia. Y por lo que he leído sobre este obispo, más que una persona con humor parece un personaje salido de las clasificaciones de los tipos cómicos. En las grandes comedias, los personajes que desatan la risa son los que más se contradicen.

En España, el cardenal Vicente Enrique y Tarancón fue obispo de Solsona.

También, como Novell, fue el obispo más joven de España, a los 38 años. Y estuvo 18 años de obispo en Solsona porque escribió una pastoral, de carácter social, que molestó al poder político.

Compárese la resistencia de Novell y de Tarancón: unos cuantos días y dieciocho años. Tarancón, como obispo que escribía mucho y bien, fundamentaba muy bien sus actuaciones. Sólo hay que leer  sus «Confesiones», de más de 900 páginas. Porque tenía un gran sentido de la realidad y los puntos de vista muy claros sobre qué era la ética, la moral y la política, jugó un papel tan importante en la Transición.

Si el asunto solo fuera la diferencia entre Tarancón y Novell, el tema no tendría mayor importancia.

Lo que resulta muy preocupante es la gran diferencia que hay en la formación intelectual de Tarancón y otros obispos de la Transición y los obispos actuales, entre los que se cuenta Novell.

La Europa de las naciones canónicas o Europa de las Patrias

Gustavo Bueno ha dedicado muchas páginas a pensar filosóficamente sobre la unidad e identidad de España. La primera unificación interna de España habría sido llevada a cabo lentamente, y dejando muchas bolsas sin integrar, por los romanos…

Y esta unidad fue tan compacta que, de algún modo, y sin perjuicio de las alteraciones históricas, es la misma unidad que ha llegado hasta nosotros, una unidad que es designa­da, además, con el mismo nombre transformado (Hispania, España), -lo que no ocurrió con otras «unidades»: Francia, Italia, Alemania-, así como fue su lengua la misma lengua transformada (el latín, el romance … ) y no las lenguas de los invasores bárbaros o musulmanes.

Sin embargo, la uni­dad no puede confundirse con la identidad.

La pregunta «¿Qué es Hispania?», tendría una respuesta terminante (cuanto a la unidad y a la identidad) cuando vaya referida, por ejemplo, a la época de Diocleciano: «Hispania es una de las trece diócesis del Im­perio»; es decir, la unidad de Hispania, que ha alcanzado ya un extraor­dinario grado de diferenciación, tiene una identidad romana.  No sólo por­que ha sido realizada desde Roma, sino también porque es estructural­mente una parte formal suya (por ejemplo, una diócesis del Imperio romano).

Es innegable que el mismo tipo de identidad de España, que fue ins­taurada hace más de veinte siglos por Roma, es el que intentan poner en pie en nuestros días, si bien cambiando profundamente de parámetros, quienes pretenden definir la nueva identidad de España en cuanto parte formal de Europa (de una Europa concebida como una totalidad atribu­tiva constituida por sus diferentes «naciones canónicas»: la «Europa de las Patrias» de la que habló De Gaulle). Es la que predomina en la Europa de nuestros días. (Bueno, Gustavo, 1999, «España frente a Europa», Páginas 42-45).

Una de las primeras medidas que tomaron Konrad Adenauer y De Gaulle, cuando en los años sesenta establecieron el eje franco-alemán, fue llegar a un acuerdo sobre un aspecto central de los sistemas educativos. Querían erradicar el adoctrinamiento en el odio que los libros de texto contenían. En Francia, el alemán era el ser odioso; en Alemania, el francés.

Entonces, en lugar de recomendar tanto el diálogo, los obispos españoles podrían aportar alguna propuesta creativa, como hicieron esos dos grandes hombres y grandes políticos.

El político de talla, como el de los grandes clérigos, se desclasa. Es decir, pro-pone (pone delante) planes y programas para todos, superando la clase de donde proceden. Y no tiemblan ante la palabra “política”.

Sólo hay que recordar la gran proeza que el obispo Talleyrand realizó en el Congreso de Viena. Francia entró como la gran derrotada y Talleyrand fue capaz de que Francia saliese prácticamente incólume. Talleyrand dejaba que desear en el terreno ético y moral pero fue un excelente político, muy beneficioso para Francia, porque sabía interpretar la política internacional. Ahora se estilan los políticos que afirman que no roban y persiguen la corrupción, pero no tienen ideas creativas en sus cabezas.

La Europa de los Pueblos

Hay otro proyecto de quienes defienden la inte­gración de España en Europa, pero entendida no ya como una «Europa de las Patrias», sino como una «Europa de los Pueblos».  Comienza a decir­se también, como una «Europa de las Culturas»; en realidad, se piensa en una «Europa de las regiones», en cuanto contradistinta de la «Europa de las naciones»  (canónicas), aun cuando se busca acortar distancias postulando la consideración de esas regiones como nacionalidades, o incluso como naciones.

Se afirmará que España no es una nación ni, por supues­to, una cultura con identidad («no existe la cultura española»); España no sería sino un conglomerado de naciones, de culturas o de pueblos («los pueblos de España»), de nacionalidades.

El conjunto de estos pueblos o culturas tiene, sin duda, una unidad fenoménica (aparente), pero, en realidad, tal uni­dad fenoménica debiera ser resuelta en «unidades políticas reales» tales como: Galicia, Asturias, Euskalerría, Cataluña, Mallorca, Valencia, etc.

La unidad que engloba a todos estos pueblos o culturas sería tan sólo una unidad confusa de tipo isológico (de semejanza), establecida a determinada escala, fun­dada, por ejemplo, en la condición que afecta a cada uno de esos pueblos de estar situados en el extremo Occidente de Europa y al sur de los Pirineos…

Las unidades sinalógicas (como la unidad entre los huesos de un mismo esqueleto) entre estos pueblos o culturas serán interpretadas como «superestructu­ras», reducidas, en la Edad Media, a las relaciones matrimoniales entre las casas reales respectivas y, en la Edad Moderna, a la unidad superestruc­tural-fenoménica del «Estado Español».

Los pueblos, culturas o nacionalidades de la Península Ibérica e islas adya­centes no tendrían ya que considerarse unidos «a través de España, sino a través de Europa…»la superestructura «España» habría desempeñado, en el silogismo de la historia, el papel que corresponde a cualquier término medio en tanto que él está llamado a desaparecer en la conclusión («Cataluña es España, España es Europa, luego Cataluña es Europa…, sin necesidad de pasar por España»). (Bueno, Gustavo (1999) España frente a Europa, Páginas 42-45)

Un juicio axiológico, o de valor, sobre una realidad de cualquier tipo ha de ir después de una pregunta muy sencilla: “Si una conducta o situación se generaliza a otras muchas conductas o situaciones, ¿beneficia a todas las personas? Por ejemplo, la limpieza viene muy bien a cualquier persona. O una riqueza bien distribuida. O que un orador sepa hablar muy bien sobre un asunto justo.

Si generalizar una situación perjudica a muchas personas, entonces nos encontramos ante un antivalor.

Las investigaciones de Ángel Lozano sobre la Europa de los Pueblos

Quien, a mi entender, ha investigado mejor sobre la Europa de los Pueblos ha sido Ángel Lozano. Desde 2004 hasta Septiembre de 2017, cuando falleció. Para él, la Europa que muchos quieren dividir es la actualización del proyecto de las Waffen SS de Hitler. Este asunto da para toda una columna. Por tanto, hay que resumir.

Con motivo de la muerte de Lozano, el número 173 de la Revista “Chispas”  ha sintetizado las semejanzas entre los planes de las Waffen SS y las divisiones de Europa a los que muchos aspiran. Por mi parte, añado las ideas de Lozano cuando escribió un serial en 2004

En esencia, la Europa de los Pueblos era el plan que las Waffen SS –el ejército “político” del nazismo, su vanguardia político-militar- tenían planificado aplicar, y comenzaron en algunas zonas, en las regiones europeas conquistadas por el expansionismo alemán durante la IIª Guerra Mundial.

Querían enmarcar a las distintas regiones europeas en un único plan de producción racionalizado, planificado desde desde Berlín y dirigido a otorgar a cada “unidad de producción especializada”, es decir, a cada región a la que se especializaría en la producción de una serie de mercancías.

Era el “Nuevo Orden”.

El diseño hitleriano de Europa cuarteaba el tablero europeo en unidades de producción econó­micas especializadas. En este diseño tenía especialmente peso las divisiones culturales y lingüísticas de las diferentes comunidades y nacionalidades existentes en Europa.

Así la Alemania nazi apoyó el independentismo irlandés y vasco-francés. Diseñó la partición de Bélgica para incorporar a los flamencos a la Gran Alemania, y Checoslovaquia anexionando a Chequia e incorporando los Sudetes a Alemania.

Los territorios polacos de Danzig, Pomerania, Silesia y Galitzia, Eslovenia, Luxemburgo, Alsacia y Lorena más el protectorado de Bohemia-Moravia fueron incluidos dentro de los límites aduaneros de Alemania.

A los países bálticos les concedió una gran autonomía; al régimen de Vichy se le conservó su status de Estado formalmente independiente, el “Estado libre francés”.

A Dinamarca se le permitió el funcionamiento de instituciones propias. Su diseño incluía la desmem­bración de la Transilvania rumana y la con­versión de Ucrania en el Granero de Europa. Rumanía y los países del Cáucaso –productores del petróleo que el Reich necesitaba- fueron sometidos a una explotación salvaje y a una represión implacable.

La nueva Babel de los separatismos

La Europa de los Pueblos.

«Chispas» se pregunta cómo sería el mapa de Europa si las distintas regiones o nacionalidades se constituyesen en estado propio. ¿Cómo sería esa hipotética Europa de los Pueblos?

Italia, unificada en el siglo XIX cuenta con numerosos movimientos separatistas o autonomistas. En el Norte, sobre todo: Lombardía, Véneto, Liguria y Friuli.

Las dos primeras, gobernadas por la Liga Norte, han pedido más autonomía en un reciente referéndum.

El problema está en saber si ese referéndum no vinculante representa los primeros pasos para independizarse la “Padania”, una patria “imaginaria” que se ha inventado Umberto Bossi. Esa Padania partiría el país en dos, norte y sur.

También hay movimientos en Cerdeña y Sicilia.

Los italoparlantes de Ticino, en Suiza, piden su unión a Lombardía. El cantón de Jura, en la frontera de Francia, pretende salir de la Confederación Suiza.

En Francia, Córcega es la única región que dispone de un estatuto particular.

Bélgica podría quedar dividida entre Flandes y Valonia. Hay valones que proponen anexionarse a Francia.

En los Países Bajos, los frisones, que tienen idioma propio, habitan también dentro de la frontera alemana, y constituirían Frisia.

En el Reino Unido, Escocia quiere independizarse. Las islas Shetland, al norte de Escocia, quieren unirse a Noruega. Irlanda pretende constituirse en nación, sin influjo británico.

En Rusia hay tensiones nacionalistas; sobre todo, en el Cáucaso.

En el Báltico, el enclave de Kaliningrado (la antigua Könisberg, la ciudad de Kant), está apartándose de Moscú. A la vez, Rusia está atrayendo a los territorios orientales ucranianos de la Nueva Rusia y la región de Jarkov.

En Polonia, Kashubia se reivindica como nación. Y, en el sur, Silesia se siente menos polaca y más próxima a las naciones que fueron el Imperio Austrohúngaro.

La República Checa quedaría partida en dos: Bohemia y Moravia. Eslovaquia perdería el sur, culturalmente unido a Hungría. Los húngaros dé Székely también reclaman su territorio autónomo en Rumania.

Y los húngaros de Serbia reclaman la anexión de Vojvodina a Hungría. Los bosnios de Serbia piden una provincia autó­noma, Sandzak. Bosnia-Herzegovina, a su vez, perdería Srpska, promovido por los serbios de su territorio.

En Albania, la minoría griega de Epiro del Norte quiere unirse a Grecia. Y Chipre no se resigna ser una isla partida en dos naciones tras la invasión turca.

Sobre el obispo emérito D. José María Setién

Quiero finalizar esta muy extensa columna refiriéndome a José María Setién, obispo que fue 28 años de San Sebastián. He leído varias veces sus Memorias, «Un obispo vasco ante ETA«. Ha tenido y tiene mucho cartel en los ambientes nacionalistas de la Comunidad Autónoma Vasca. Incluso, recientemente, la televisión EITB le ha dedicado un documental.

Comparando las «Confesiones» de Tarancón y las «Memorias» de Setién, encuentro que hay una diferencia muy grande entre el primero y el segundo. Tarancón pisa la tierra y tiene un gran sentido de la realidad.

Además, es un gran comunicador y filosóficamente tiene las ideas claras. Sabe cómo va la política internacional, en clave de Europa de las naciones canónicas y se refiere, sin tapujos, a los lobbies vaticanos.

He sacado la impresión de que Setién tiene una mente limitada. Su forma de pensar es como la de los diabéticos, que siempre están sopesando los alimentos que toman.

Intenta equilibrarlo todo, como quienes dicen: “Está lloviendo, pero pronto saldrá el sol”. “Tengo dolor de cabeza, pero el estómago está mejor.” “No son muy simpáticos, pero en cambio parecen animados”.

Según Eric Berne, la directriz que guía a estas personas parece ser: “No mires nada demasiado de cerca”. Parece, también, que Setién, como muchos diabéticos, se salta el régimen. Y se escora claramente hacia posiciones nacionalistas, a pesar de que él difumine el conjunto con adversativas y concesivas.

Setién es como el coche al que los mecánicos suben con un elevador y le hacen mover las ruedas, sin que ese movimiento lleve a parte alguna. A la vez, esa altura permite ver mucho mejor los fallos del vehículo. Setién dedica las dos primeras páginas de su libro a escribir en tercera persona, como César.

Sin embargo, en su libro no aparece Europa para nada, a no ser cuando habla de la colaboración en la lucha contra eta.

A Setién muchos le consideran un gran teórico del nacionalismo vasco. Es decir, un estudioso de la Europa de los Pueblos. Más bien, es un doxógrafo, un suministrador de opiniones ajenas; sobre todo, de la terminología de los ambientes nacionalistas. Pero no es un filósofo.

Es de quienes piensan que los términos que proceden del griego son mucho más dignos que los que provienen del latín. Por eso repite muchísimo la palabra ética. Debe de parecerle que “moral” es una cosa de curas escolásticos.

Como quienes hablan de oftalmólogo u odontólogo, y les parece vulgar decir oculista o dentista. Conclusión: Creo que no domina bien la distinción entre ética, moral y política. Haría muy bien en estudiar las doce contradicciones que tan bien ha estudiado Silverio Sánchez Corredera.

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