¿Por qué a Melquíades Álvarez, decano del Colegio de Abogados de Madrid entre 1932 y 1936, lo apodaban «pico de oro»?
El abogado Melquíades Álvarez, político republicano, era conocido como "el pico de oro" o "el tribuno", por su gran capacidad de oratoria tanto en el Parlamento como ante los tribunales.

¿Por qué a Melquíades Álvarez, decano del Colegio de Abogados de Madrid entre 1932 y 1936, lo apodaban «pico de oro»?

Melquíades Álvarez, "el pico de oro", decano del Colegio de Abogados de Madrid 1932-1936

Melquíades Álvarez fue lo que los estadounidenses denominan un «self made man», un hombre hecho a sí mismo, que nació con el don de la palabra y lo desarrolló hasta sus últimas consecuencias.

No en vano en el Parlamento, donde llegó a ser presidente del Congreso, y en los tribunales le conocían como «el pico de oro», por su elocuencia, su persuasión inteligente y su vasta cultura.

Fue, además, decano de dos colegios de abogados, el de Oviedo, y el de Madrid, en dos épocas diferentes de su carrera.

Álvarez no procedía, sin embargo, de ninguna familia acomodada. Al contrario, este gijonés era de origen muy humilde.

Cuando su madre se quedó viuda se vio obligada a sacar adelante su familia numerosa abriendo una casa de huéspedes. Melquíades, el mayor, con 14 años, se convirtió en el «hombre de la casa», ayudando en todo lo que era menester al mismo tiempo que estudiaba a base de becas.

Hizo la carrera de Derecho en la Universidad de Oviedo. Uno de sus maestros fue nada menos que Leopoldo Alás, «Clarín», quien introdujo al joven Álvarez en el conocimiento del enciclopedista francés, Jean Jacques Rousseau y de Charles Louis de Secondat, señor de la Brède y Barón de Montesquieu, «padre» del sistema democrático de división de poderes.

Fueron tiempos en los que compaginó sus estudios con la profesión de periodista.

Fundó el diario «La Libertad»  y colaboró asiduamente con el periódico de su ciudad de origen, «El Eco de Gijón».

Sus comienzos, en Oviedo, fueron difíciles. Se licenció en como abogado en 1883, con sólo 19 años.

La ciudad, clasista hasta los tuétanos, no estaba acostumbrada a que un hijo del pueblo se abriera camino a través de un «ascensor social» como ese. Prestó sus servicios a pequeños comerciantes y algunos terratenientes, compaginándola con la enseñanza y el periodismo.

Hasta que en 1889, con 25 años, consiguió la cátedra de Derecho Romano en la Universidad de Oviedo, lo que le dio la estabilidad económica que necesitaba.

SUCESOR DE EMILIO CASTELAR

En 1894, con 30 años cumplidos, Álvarez fue elegido decano del Colegio de Abogados de Oviedo, puesto que ocupó hasta 1898, cuando presentó como diputado por Oviedo, en representación del Partido Liberal y Progresista.

Ese año, 1898, fue un año traumático para España pues, como consecuencia de la guerra contra Estados Unidos, nuestro país perdió Cuba, Puerto Rico y Filipinas, lo que dio auge a los movimientos republicanos que ponían en tela de juicio el papel de la monarquía borbónica restaurada.

Álvarez se encuadraba en esa corriente republicana.

En 1901 volvió a repetir escaño, esa vez como diputado republicano.

El 10 de julio de ese año pronunció su primer discurso ante el Congreso de los Diputados. Desde su primera intervención Melquíades Álvarez fue considerado el sucesor de Emilio Castelar –expresidente de la Primera República española–, tan reconocido orador de su tiempo que se acuñó el término «es un Castelar» para denominar a cualquier persona que poseyera depuradas dotes de comunicación y expresión.

«En él se comprendían todas las dotes físicas y espirituales que llevan al ánimo del oyente la emoción y la persuasión, envueltas y refundidas la una en la otra… Su pensamiento  razona con dialéctica inflexible; su aliento inflama la idea; su voz vibrante, ayudada del gesto estatutario, lanza la palabra como una exhalación fulmina hasta el corazón y la mente del auditorio», escribió de él nada menos que Benito Pérez Galdós, en su faceta de periodista.

El también escritor José Augusto Trinidad Martínez Ruiz, «Azorín», dejó escrito de Melquíades Álvarez que era «un ateniense en el ágora. Sin perder el contacto con las multitudes, no se entregaba nunca a ellas. Su sensibilidad era popular y su inteligencia era aristocrática2.

ABRIÓ DESPACHO EN MADRID

Álvarez, que tuvo que trasladarse a vivir a Madrid, no abandonó, en absoluto, el ejercicio de la abogacía. Abrió bufete en la capital en ese mismo año, en la calle Villanueva.

Era un tiempo de grandes divos -como ahora-, como Antonio Maura, Juan de la Cierva, Francisco Bergamín o Ángel Ossorio, la «creme de la creme» de la abogacía del momento, quienes poseían los conocimientos y los grandes contactos que hacían que sus despachos brillaran.

Sin embargo, Melquíades Álvarez, a fuerza de mucho trabajo, se hizo con un lugar en el foro. El despacho de Villanueva se le quedó pequeño y abrió otro en la Plaza de Colón, en el que contó con dos pasantes. Era un bufete especializado en civil. A Álvarez no le gustaba el penal, que había ejercido por obligación en Oviedo.

Cuando consiguió su consagración como abogado -y no tardó mucho- solía intervenir con asiduidad ante la Sala de lo Civil del Tribunal Supremo, en el Palacio de las Monjas Salesas, midiéndose con los grandes del momento.

Desde 1901 y 1912, «el tribuno», como también se le llamaba a Álvarez, se dedicó a denunciar los males que sufría España.

Desde un ejército que dominaba sobre la sociedad civil, una Iglesia católica que ejercía una influencia desmesurada sobre la vida política, un rey que gobernaba, una Constitución que apenas se aplicaba y unos partidos  que se alimentaban del clientelismo, el caciquismo y los pucherazos.

Como republicano, Álvarez colaboró con Nicolás Salmerón, Vicente Blasco Ibáñez, Joaquín Costa y Gumersindo de Azucárate, todos ellos republicanos «posibilitas».

Colaboró con la unión de partidos republicano (Unión Republicana de 1903 a 1908). En 1909 fundó junto a José Canalejas, Álvaro Figueroa y Torres Mendieta, conde de Romanones, Gumersindo de Azucárate, y otros políticos relevantes de su tiempo, el llamado Bloque Liberal.

Era un grupo político que basaba su acción sobre tres puntos fundamentales: la revisión constitucional, la reforma del Senado y la supremacía del poder civil sobre el militar.

En noviembre de ese mismo año, Álvarez organizó la Congregación Socialista-Republicana, surgida a raíz de la ejecución de Francisco Ferrer Guardia y como oposición a la política regresiva que siguió a la Semana Trágica de Barcelona.

La alianza entre elos republicanos y el PSOE sólo duró hasta 1912, año en el que Álvarez fundó el Partido Reformista, del que formaron parte intelectuales del momento como Manuel Azaña, que después se convirtió, primero, en presidente del Consejo de Ministros, y, después, presidente de la República, y el filosofo José Ortega y Gasset.

PRESIDENTE DEL CONGRESO DE LOS DIPUTADOS

En 1922 Álvarez fue elegido para él puesto que hoy ostenta Meritxel Batet, presidenta del Congreso de los Diputados, sin abandonar el ejercicio de la Abogacía.

Fue un puesto en el que tuvo un corto recorrido pues en septiembre de ese año el general Miguel Primo de Rivera, con el visto bueno del Rey Alfonso XIII, dio un golpe de Estado, suspendiendo la Constitución de 1876 e instaurando una dictadura hasta 1930.

Dictadura a la que se opuso de frente Melquíades Álvarez, llegando a defender a los encausados en la llamada «sanjuanada», un fallido alzamiento contra la dictadura, que tuvo lugar en 1926.

Con la proclamación de la II República, en 1931, Álvarez regresó a la arena política liderando un nuevo partido, el Republicano Liberal y Demócrata, que, en 1933, dio un giro a la derecha, colaborando con el gobierno de Alejandro Lerroux, líder del Partido Republicano Radical, de centro derecha.

En 1932 fue elegido decano del Colegio de Abogados de Madrid. Tenía 68 años.

«El que os dirige la palabra ha sentido como nadie las penurias de la vida en un lugar humilde; y cuando recuerdo que por el ejercicio de mi profesión he podido redimirme en parte de aquellas penurias, no solamente siento gratitud hacia la profesión, siento verdadero orgullo en ejercerla», dijo en su discurso de presentación como decano.

Fueron tiempos muy difíciles para la abogacía madrileña. El Colegio, bajo la dirección de Álvarez, se convirtió en un adalid en la defensa de los derechos y de las inmunidades de los abogados y del espíritu corporativo.

También se batió a cara de perro por mejorar el sistema de previsión y el mutualismo, y trató de sacar adelante el proyecto de Estatuto General de la Abogacía, que no pudo materializar.

En esos tiempos convulsos, el decano Álvarez asumió la defensa de José Antonio Primo de Rivera, líder de la Falange -e hijo del dictador- en uno de los numerosos procesos políticos que se siguieron contra él, a pesar de que no comulgara en nada con sus ideas.

En ese caso, fue por tenencia ilícita de armas. Primo de Rivera se encontraba en la prisión provincial de Alicante, por lo que el abogado pidió su traslado a la prisión provincial de Madrid para mantener el contacto con su cliente. Esto ocurrió en junio de 1936.

La vista para el recurso ante el Supremo había sido fijada para el 24 de julio.

El levantamiento militar impidió que se llegara a celebrar la vista.

Por consiguiente, todas las actividades del alto tribunal fueron suspendidas.

Curiosamente, ese mismo día, el 24 de julio, los locales del Colegio fueron incautados por un grupo de abogados que pertenecían al Frente Popular y a varias centrales sindicales, que procedieron a destituir a al decano Álvarez y a la Junta de Gobierno y a nombrar una nueva.

ENCARCELADO Y EJECUTADO

Con ese estado de cosas, la familia de Melquíades Álvarez trató de convencerle de que se marchara de la ciudad. El decano se negó.

«No tengo miedo, el pueblo me quiere y voy a quedarme en Madrid, con vosotros», les dijo.

Trágicamente unos días más tarde, el 4 de agosto de 1931, por una denuncia de una sirvienta rebotada, Álvarez fue detenido y conducido a la Cárcel Modelo, que entonces se encontraba en los terrenos que hoy ocupan los edificios del Ejército del Aire, en Moncloa.

El Gobierno, al parecer, se mostró dispuesto a dejarle en libertad con la condición de que abandonase el país –Manuel Azaña, su amigo, era presidente de la República–pero Álvarez, nuevamente se negó.

Tras la matanza de 4.000 personas, después de la toma de Badajoz, el 14 de agosto, llevada a cabo por las tropas rebeldes capitaneadas por el general Juan Yagüe, los ánimos estaban muy caldeados en el lado republicano.

Se podía mascar la tragedia. Fue el 22 de agosto.

Un grupo de milicianos, con el pretexto de sofocar unos disturbios que habían provocado los presos comunes en la cárcel, penetraron en la prisión.

Una vez dentro seleccionaron a 32 presos, entre los que se encontraban conocidos falangistas, exministros de los Gobiernos de Lerroux y la CEDA, y el anciano decano del Colegio de Abogados de Madrid, Melquíades Álvarez, que tenía 72 años.

Éste trató de entenderse con los milicianos, quienes no dejaban de insultarlos cuando los bajaban al sótano, para fusilarlos.

Uno de los milicianos le hizo callar asestándole un bayonetazo en la garganta, quitándole la vida.

Cuando Azaña conoció lo sucedido, le invadió un desánimo inmenso que le llevó a plantearse dejar todo.

La figura de Melquíades Álvarez había sido un referente de una España democrática que tardaría 40 años en volver a resurgir, tras un periodo negro de nuestra historia.

«El estudio de la figura de Melquíades Álvarez es tan interesante como complejo y desconcertante si se hace desde las categorías que manejamos hoy en día para enjuiciar la acción política y la actuación de nuestros gobernantes. Melquíades fue un convencido republicano, aunque apoyó a Alfonso XIII y presidió el Congreso de los Diputados durante parte de su reinado. Fue también un firme defensor de la unidad de la nación española y detractor del reconocimiento de otras naciones o nacionalidades junto a aquella, aunque se definiese como autonomista del Estado regional y propugnase el reconocimiento de autonomía en favor de las regiones. En fin, defendió firmemente la secularización del Estado, y simultáneamente reconoció a la Iglesia católica como ‘fuerza social enorme en nuestro país’ que “viene asociada en la Historia desde hace siglos a la formación de la nacionalidad española’”, escribió su biógrafo, el exministro y catedrático Fernando Suárez. 

Todo un personaje.

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