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In memoriam de José Juan Pintó Ruiz, por Eugeni Gay Montalvo

In memoriam de José Juan Pintó Ruiz, por Eugeni Gay Montalvo
Eugeni Gay Montalvo, decano emérito del Colegio de la Abogacía de Barcelona y vicepresidente emérito del Tribunal Constitucional, en una foto con su gran amigo desaparecido, José Juan Pintó, cuya figura glosa en esta columna en su memoria.
26/8/2020 12:01
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Actualizado: 09/3/2021 12:36
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A pesar de su avanzada edad, la muerte de José Juan Pintó Ruiz nos ha cogido a todos por sorpresa. Hace muy pocos días que estuve hablando con él por teléfono.

Le llamé a su casa de la Cerdanya para agradecerle y felicitarle por el obituario que publicó en La Vanguardia con motivo del fallecimiento de un querido compañero y gran abogado que fue Julio Mesanza Estrada.

Su muerte nos sorprendió a principios de este mes de agosto y Pintó, gran persona, amigo de sus amigos y compañero ejemplar, glosó la personalidad y profesionalidad del amigo fallecido.

Hacía poco nos habíamos despedido en la última sesión del curso de la Acadèmia de Jurisprudència i Legislació de Catalunya.

En esa conversación telefónica nada hacía pensar, ni en su tono de voz ni en su siempre festivo ánimo, que dos semanas después iba a dejar esta vida, vivida tan intensamente, ni tampoco el ejercicio de nuestra querida profesión de abogado.

Nos emplazamos para el mes de septiembre y la triste noticia me ha producido una gran sensación de vacío, que el recuerdo de su personalidad y su ejemplo como profesional colmarán su ausencia en la seguridad que la vida, en su constante fluir, deja imperecedera la huella de los grandes.

UN GRAN ABOGADO

José Juan Pintó ha sido, por encima de todo, un gran abogado en el sentido más noble de la palabra.

Un jurista excepcional que ha dedicado su vida al derecho en defensa de la Justicia, tanto en el ejercicio de la profesión como en el de la propia elaboración del Derecho.

A ello hay que añadir su desinteresada representación y dirección en los más altos órganos representativos de la profesión; baste decir que se convirtió en decano del Ilustre Colegio de Barcelona por aclamación y asentimiento, pues al presentar su candidatura al decanato no se presentó contrincante alguno y fue elegido por unanimidad de los abogados barceloneses, en esos felices años de la transición que nos devolvieron la democracia y el Estado de Derecho.

Reseñar su currículo profesional y vital sería, en estos momentos, vano intento, pues ha vivido intensamente su trayectoria, que ha sido premiada con una longevidad bien merecida.

Hombre afable, componedor, rival terrible y entrañable, ha estado al pie del cañón en su despacho hasta el final de julio, justo antes de iniciar con su gran familia las vacaciones estivales.

Abogado, asesor jurídico, árbitro, magistrado, académico, ha presidido muchas de las Instituciones en las que ha comprometido su buen hacer y su profesionalidad dedicada, sobre todo, al estudio y a la docencia de la ciencia jurídica en su más amplio sentido, con especial aplicación al Derecho Civil, su columna vertebral nacida en Roma, propiciando en la esfera privada y también en la pública los consensos, las transacciones y las fusiones de intereses concordantes en aras al bien común y al crecimiento económico y social del país haciendo gala en todo aquello en lo que ha estado implicado y comprometido del sentido común, simple, sencillo, pero tan complicado practicar.

He ahí su maestría en el arte del Derecho y de las cosas buenas.

Romanista y civilista de excepción, ha hecho honor a aquello que en Roma les era exigido a los abogados: ser un vir bonus, que ahora descansa en la Gloria.

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