La Inquisición española, el instrumento más eficaz para el control político de los disidentes, fue abolida hasta cuatro veces
Las Cortes de Cádiz abolieron la Inquisición por estar compuesta de traidores a la patria; en 1808 el Santo Oficio condenó la sublevación popular contra el invasor francés.

La Inquisición española, el instrumento más eficaz para el control político de los disidentes, fue abolida hasta cuatro veces

La Inquisición española fue abolida cuatro veces. La primera, en 1808. Y fue Napoleón Bonaparte. Las Cortes de Cádiz ordenaron su desaparición en 1813. La tercera fue en 1820. Y la definitiva, en 1834. Algunos podrían decir aquello de «bicho malo nunca muere».

El primero en abolir el Santo Oficio española en nuestra historia fue el emperador francés, en 1808, mediante los llamados “decretos de Chamartín”.

Bonaparte no sólo suprimió la Inquisición, también el feudalismo y la mayor parte de las órdenes religiosas, con lo que se dio luz verde a la desamortización, o apropiación, de sus bienes.

Cinco años más tarde, en 1813, en «el lado español» -recordemos que estábamos invadidos por los franceses-, los diputados que formaron las primeras Cortes democráticas de Cádiz, decidieron su abolición por una razón muy concreta: Porque la Inquisición había condenado públicamente, años atrás, la sublevación popular contra la invasión francesa.

Para los parlamentarios, el Santo Oficio estaba compuesto por colaboracionistas y traidores a la patria.

La Inquisición, sin embargo, no desapareció definitivamente.

Cuando Fernando VII, llamado erróneamente “el deseado”, recuperó el trono, un año más tarde, en 1814, ordenó su restauración.

La Inquisición era un magnífico instrumento –el más eficaz– para el control político de los disidentes.

EL GENERAL RIEGO ABOLIÓ LA INQUISICIÓN

Y volvió a operar libremente durante los seis años siguientes, hasta que el general asturiano Rafael del Riego se rebeló en Sevilla, en 1820, al frente del batallón que mandaba y que estaba a punto de embarcarse rumbo a América para sofocar las rebeliones en las colonias.

Nuevamente, la Inquisición fue abolida, durante los tres años siguientes.

Hasta que el péndulo de la historia devolvió otra vez el poder a Fernando VII.

El Rey, sin embargo, no la volvió a restaurar a plena capacidad, pero «de facto» continuó operando bajo la fórmula de las Juntas de Fe, toleradas en las diócesis por el rey y que tuvieron el triste honor de ejecutar al último hereje condenado de la historia.

EL ÚLTIMO «HEREJE» FUE EJECUTADO EN 1825

Fue el maestro de escuela Cayetano Ripoll, ejecutado por garrote vil en Valencia el 26 de julio de 1825.

A Ripoll se le acusó de haber enseñado los principios deístas, una filosofía religiosa que deriva la existencia y la naturaleza de Dios de la razón y la experiencia personal en lugar de hacerlo por medio de la fe, la tradición o la revelación directa.

Aquello provocó un gran escándalo en toda Europa, por el régimen despótico que pervivía todavía en España.

Pero el Santo Oficio sobrevivió todavía nueve años más.

Hasta después de la muerte de Fernando VII, su gran protector.

En julio de 1834, al inicio de la Regencia de María Cristina de Borbón, madre de la reina Isabel II -que era menor de edad-, el gobierno liberal moderado de Francisco de la Rosa aprobó un decreto cuya disposición primera decía: «Se declara suprimido definitivamente el Tribunal de la Inquisición».

Con ello, el Santo Oficio desapareció, cerrando uno de los capítulos más oscuros de nuestra historia.

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