La cubana Edelmira Sampedro alteró la dinastía monárquica de los borbones de España al casarse con el príncipe de Asturias
La proclamación de la República, en 1931, sacó al príncipe de Asturias, Alfonso de Borbón y Battenberg, quien padecía hemofilia, de un mundo de algodones y lo llevó a un hospital de Suiza donde conoció a la cubana Edelmira Sampedro, de quien se enamoró locamente y por la que abandonó su título de príncipe de Asturias y su derecho a la Corona de España. La historia de Alfonso de Borbón, sin embargo, no terminó bien en todos los sentidos.

La cubana Edelmira Sampedro alteró la dinastía monárquica de los borbones de España al casarse con el príncipe de Asturias

Don Juan de Borbón, conde de Barcelona, abuelo del actual monarca, don Felipe VI, no fue educado para ser rey. La persona llamada a ese destino era su hermano mayor, Alfonso, príncipe de Asturias.

Alfonso de Borbón y Battenberg nació en 1907 con una enfermedad terrible para la época, la hemofilia. La misma que padeció el zarevich Alexei, heredero de la corona rusa.

Lo descubrieron al hacerle la circuncisión, cuando era un bebé; es una costumbre que se practicaba en la Casa Real española desde mucho antes de los Reyes Católicos.

La hemofilia es una enfermedad que impide la coagulación de la sangre, por lo que cualquier tipo de hemorragia puede ser mortal.

El príncipe de Asturias heredó dicha enfermedad a través de su madre, la Reina Victoria Eugenia de Battenberg, nieta de la Reina Victoria de Inglaterra.

No fue el único su hermano Gonzalo, que falleció prematuramente, también padecía de hemofilia.

Debido a ello, el príncipe Alfonso fue criado en una auténtica burbuja de protección en el palacete de la Quinta, situado a medio camino entre Madrid y El Pardo.

Allí ocupaba su tiempo dedicado a la avicultura y a la cría de cerdos, si bien, de vez en cuando, hacía algunas salidas públicas que recibían una gran cobertura informativa.

Victoria Eugenia de Battenberg era hija de la Reina Victoria del Reino Unido; se casó con Alfonso XIII en 1906. Ella transmitió la hemofilia a su primogénito Alfonso, príncipe de Asturias.

UN PRÍNCIPE DE «CRISTAL»

Nadie de su entorno, sin embargo, se engañaba: Alfonso de Borbón era un príncipe de cristal.

Cuando se proclamó la República, el 14 de abril de 1931, el príncipe de Asturias acababa de sufrir una importante recaída. Tuvo que ser sacado en camilla del Palacio Real y llevado al tren que esperaba para llevar a la familia real al destierro.

Alfonso, por el que el Rey Alfonso XIII profesaba un gran cariño –su enfermedad nunca le indujo a pensar en invalidarlo como heredero al trono de España–, fue enviado poco después a un hospital de Lausana, Suiza. En aquel tiempo la sanidad de ese país poseía la reputación de tener los mejores adelantos médicos y los doctores más punteros.

Alfonso de Borbón, con 24 años recién cumplidos, no conocía nada de la vida y era, incluso, un poco infantil.

En ese centro conoció a una joven cubana, Edelmira Sampedro Robato, de 25 años, uno más que él.

Había nacido en la localidad de Sagua la Grande, en el seno de una familia adinerada –aunque venida a menos– gracias al negocio de la caña de azúcar.

Edelmira también estaba ingresada. Padecía una enfermedad del pecho y una tos que la tenía martirizada.

Cuando se ponía un poco bien, la joven corría a bailar como una loca o a disfrutar en las playas del Lemán.

Según cuenta Juan Balansó en su libro «La familia real y la familia irreal», la cubana era la vitalidad y las ganas de disfrutar de la vida hecha mujer.

Representaba todo aquello que el príncipe de Asturias no había podido tener en su vida de algodones. Irremisiblemente se enamoró de ella y ella de él.

Y como era de prever, Alfonso de Borbón y Battenberg decidió casarse con ella.

El entonces príncipe de Asturias en una foto oficial tomada cuando era todavía un adolescente que se adentraba en la juventud. Era el favorito de su padre, el Rey Alfonso XIII.

POR EL AMOR DE UNA MUJER

El matrimonio con una «plebeya» –matrimonio morganático– suponía que el príncipe de Asturias debía renunciar a sus derechos sucesorios a la Corona del Reino de España para sí y para sus descendientes.

Así lo establecía la Pragmática Sanción de 1776, la Ley promulgada por Carlos III –de obligado cumplimiento entonces para todos los miembros de la Casa Real–. Prohibía que los príncipes españoles se casaran con otros que no fueran sus iguales y que, de hacerlo, quedarían excluidos del orden sucesorio.

Un obstáculo que hoy ya no existe, como lo prueba la boda del entonces príncipe Felipe, hoy Felipe VI, con la entonces periodista de TVE, Letizia Ortiz Rocasolano.

Los tiempos han cambiado. Don Felipe contó con el consentimiento de su padre, Juan Carlos I, por una parte y, por otra, existía en manto protector de la Constitución de 1978, que abolió todas las normas contrarias a ella misma, fueran de la clase que fueran.

Al entonces príncipe de Asturias no le quedó otra.

El 11 de junio de 1933 suscribió un acta ante notario por el que renunció a todos sus derechos a la Corona. Dejó de ser príncipe para convertirse en Alfonso de Borbón, un ciudadano normal.

La boda se celebró en Lausana diez días después, el 21 de junio. Fue una ceremonia discreta a la que acudió su madre, la Reina Victoria Eugenia, y sus hermanas, las infantas Beatriz y Cristina.

Su padre, Alfonso XIII, se negó a acudir. No aprobó esa unión, que privaba a su favorito de ocupar el trono en un futuro que él veía todavía cercano.

Alfonso XIII
Para el Rey Alfonso XIII su primogénito era su favorito y el que debía asumir la corona, a pesar de su hemofilia. Foto: Museo de El Prado.

EL SEGUNDO EN LA LÍNEA TAMPOCO FUE EL CONDE DE BARCELONA

Su hermano, Jaime, se convirtió automáticamente en príncipe de Asturias. Pero como era sordomudo el Rey le obligó a renunciar a sus derechos dinásticos en favor de Juan, su tercer hijo varón vivo –entre ellos estuvo Gonzalo, que murió prematuramente, también hemofílico–.

De esta forma, la dinastía del conde de Barcelona ocupó la Corona de España primero en la persona de Juan Carlos I y ahora en la de Felipe VI.

La historia habría sido muy diferente si el príncipe Alfonso hubiera seguido los consejos de su padre.

Tras la boda, el exheredo y su flamante esposa viajaron a París. A Edelmira se le subió un tanto a la cabeza el formar parte de la familia real española y no perdió ocasión de retratarse y de hacer declaraciones, junto a su marido, ante la prensa internacional.

Formaban, es cierto, una buena pareja.

Él era alto, rubio, bien parecido. Ella menuda, de rasgos muy finos, morena, la mejor materia noticiable.

Alfonso de Borbón fue el precedente más inmediato de la renuncia de Eduardo VIII al trono del Reino Unido de la Gran Bretaña. Ocurrió tres años más tarde. Y por la misma razón: por querer casarse con la también plebeya, la estadounidense Wallis Simpson, quien, además, era divorciada.

UN MAL FINAL Y DOS MATRIMONIOS MÁS

La nueva pareja adoptó el título ficticio de condes de Covadonga. Pero la felicidad no duró mucho.

A los pocos meses Edelmira le abandonó después de una discusión en la que el infante le reprochó lo mucho que derrochaba.

Fue una separación temporal.

Alfonso se reunió después con ella en Nueva York y de allí partieron en barco rumbo a Cuba, donde se afincaron. Y regresaron las diferencias.

Finalmente se divorciaron en La Habana en mayo de 1937.

Poco menos de dos meses después Alfonso de Borbón y Battenberg contrajo un nuevo matrimonio con otra cubana, hija de un dentista, Marta Rocafort y Altuzarra, que trabajaba como modelo de alta costura.

Esta segunda unión duró mucho menos. Apenas sesenta días.

A comienzos de 1938, el hijo mayor del Rey Alfonso XIII consiguió el divorcio y se fue a vivir a Miami. Allí conoció a su tercera y última mujer, una cigarrera de cabaret llamada Mildred Gaydon, conocida con el sobrenombre de «la alegre».

Alfonso, al que su padre le había cortado el grifo del dinero, llevaba una vida de dispendio, rodeado de conspiradores que ansiaban que recuperara su derecho a ser rey.

El 6 de septiembre de 1938, con 31 años, 3 meses y 27 días de vida, perdió la vida en un accidente de coche.

Su vehículo se estrelló contra un poste telefónico.

Murió desangrado, sin posibilidad de ser salvado. La hemofiilia lo impidió. Tal y como sus padres siempre habían temido que ocurriera.

El 25 de abril de 1985, y por orden de su sobrino, el Rey Juan Carlos I de España, sus restos fueron trasladados al Panteón de Infantes del monasterio de El Escorial, donde desde entonces reposan, como se dice, para la eternidad.

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