Ley 34 del Poder: Ser regio en el comportamiento: actuar como un rey para ser tratado como tal
Retrato apócrifo de Cristóbal Colón, titulado "Retrato de hombre". Óleo sobre lienzo de Sebastiano del Piombo, fechado en 1519, con una leyenda de dudosa autenticidad que lo identifica como el ligur Colombo, «el primero en entrar en barco en el mundo de las Antípodas» (Nueva York, Metropolitan Museum). No se conocen retratos auténticos de Colón.​ Es una de los personajes que, para Robert Greene, mejor encarnan esta ley.

Ley 34 del Poder: Ser regio en el comportamiento: actuar como un rey para ser tratado como tal

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26/3/2022 02:00
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Actualizado: 26/3/2022 12:01
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«Las 48 leyes del Poder», libro del que es autor Robert Greene, es de obligada lectura para todo aquel que quiera comprender no solo la naturaleza del poder sino también como alcanzarlo. En este sentido, es un auténtico tratado. Ha sido comparado con «El arte de la guerra», del chino Sun Tzu. Contiene las estrategias y aciertos de personajes históricos famosos como Julio César, el rey Haile Selassie I, Napoleón Bonaparte, Carl von Clausewitz, Isabel I de Inglaterra, Henry Kissinger, Pancho Villa, P. T. Barnum y Mao Tse Tung, entre otros.

De las 48 leyes hay una que llama mucho la atención. La Ley 34, es de las más importantes: «Ser regio en el comportamiento: actuar como un rey para ser tratado como tal».

El primer párrafo de esta Ley sintetiza la esencia: «La manera en que uno se comporta determina el tratamiento que recibe: a largo plazo, tneer una apariencia vulgar o corrienta hará que la gente pierda el respeto por esa persona. Porque un rey se respeta a sí mismo e inspira este sentimiento en otros. Al actuar de manera regia y confiada, uno parece destinado a ceñir una corona».

EL CASO DE CRISTÓBAL COLÓN

Greene relata varios casos, pero describe un caso en especial para ilustrar esta ley: el de Cristóbal Colón. Cuenta que cuando el futuro descubridor de América estaba buscando financiación para sus viajes todos los que le rodeaban pensaban que procedía de la aristocracia italiana.

De hecho, su hijo escribió después un libro afirmando que era descendiente de un conde Colombo, del castillo de Cuccaro en Monterrato. Este conde, a su vez, descendía del general romano Colonius. Y dos de sus primos eran supuestamente descendientes de un emperador de Constantinopla.

«Ciertamente se trataba de una ascendencia ilustre. Pero no era más que una ilustre fantasía, porque Colón era de hecho el hijo de Domenico Colombo, un humilde tejedor que había abierto una taberna cuando Cristóbal era joven y que entonces se ganaba la vida vendiendo queso», cuenta Greene.

Fue el propio Colón el que creó el mito de su ascendencia noble. Porque desde joven sintió que el destino le había elegiodo para hacer grandes cosas. Casi como «el pequeño Nicolás» quinientos años después.

Colón «actuó como si fuera ciertamente descendiente de noble cuna«, relata Greene. Después de una lamentable carrera como mercader en un bajel comercial, utilizando la falsa historia de su ascendencia noble, se casó con una joven que era miembro de una familia muy importante de Lisboa con fuertes conexiones con la casa real lusa.

A través de sus parientes, Colón consiguió una entrevista con Juan II, Rey de Portugal, al que le pidió que financiara una expedición hacia Occidente, una atajo, un camino más corto hacia Cipango y Catai, China y Japón. Un atajo hacia las tierras de las especias y de los beneficios económicos más rápidos.

El viaje, le dijo, se haría en nombre de Su Majestad el Rey de Portugal, por supuesto. A cambio pidió una serie de derechos: el título de Gran Almirante de la Mar Océana, el cargo de virrey sobre cualquier tierra que se descubriera y el 10 por ciento del comercio futuro sobre esas tierras. Todos esos derechos debían ser hereditarios y perpetuos.

Hay que comprender esto: «se encuentra dentro de nuestro poder establecer nuestro precio. La manera en que nos comportamos refleja lo que pensamos de nosotros mismos. Si pedimos poco, arrastramos los pies y bajamos la cabeza, la gente asume que esto refleja nuestro carácter, que hemos escogido para presentarnos ante la gente. Con la misma facilidad se puede presentar la apariencia de Colón: teatralidad, confianza y el sentimiento de que se nació para ceñir una corona»

Colón, relata Greene, era un simple comerciante. No sabía casi nada de navegación. No sabía utilizar un cuadrante y jamás había dirigido a un grupo de hombres. «En resumen, no tenía ninguna cualificación para el viaje que proponía».

Cuando terminó su discurso, Juan II sonrió y declinó cortésmente el ofrecimiento. Pero dejó la puerta abierta para el futuro.

PIDIENDO LA LUNA ELEVÓ SU STATUS

El futuro descubridor, sin embargo, notó algo muy importante, «que nunca olvidaría». Aunque Juan II de Portugal rechazó sus peticiones, «las trató como legítimas. Ni se rió de Colón ni cuestionó su ascendencia y credenciales. De hecho, el Rey quedó impresionado por la audacia de las pretensiones de Colón y claramente se sintió cómodo en la compañía de un hombre que actuaba con tanta confianza».

«La reunión debió de convencer a Colón de que su instinto era correcto: al pedir la luna había elevado instantáneamente su propio status porque el Rey asumió que a menos que un hombre que establecía un precio tan alto sobre sí mismo estuviera loco, lo que no parecía que fuera el caso de Colón, de alguna manera tenía que merecerlo«, relata Greene.

Una lección que aprendió con toda claridad y que años más tarde volvió a aplicar en España.

En nuestro país consiguió, en 1487, una audiencia con la única persona que podía concederle sus peticiones: la reina Isabel de Castilla. Aunque no pudo convencerla para que financiara el viaje «le causó un efecto encantador y se convirtió en un invitado frecuente de palacio».

Tras la caída del reino musulmán de Granada, en 1492, la Reina Isabel, que había «comprado» el relato de Colón, ordenó que se le prepararan las conocidas tres carabelas con sus respectivas tripulaciones.

Además le concedió todo lo que Colón había solicitado al Rey de Portugal.

Lo único que le negó fue el 10 por ciento de todos los ingresos procedientes de cualquier tierra que se descubriera.

SABÍA CÓMO VENDERSE

Según Greene, como explorador y navegante Colón era «como mucho mediocre. Sabía menos del mar que el marinero promedio de sus barcos. Nunca podía determinar la latitud ni la longitud de sus descubrimientos y no sabía manejar a sus hombres».

Pero era un genio en una cosa: «Sabía cómo venderse».

«Colón tenía un poder sorprendente para encantar a la nobleza y todo esto procedía de la manera en que se comportaba. Proyectaba una sensación de confianza que era completamente desproporcionada con sus medios. Su confianza no era la autopromoción agresiva y desagradable de un advenedizo; era una confianza tranquila y calmada«, subraya Greene.

Se conducía como un noble de la época.

«Las aristocracias poderosas a la antigua usanza no sentían ninguna ncesidad de probarse o asegurarse a sí mismas; siendo nobles, sabían que siemrpe merecían más y lo pedían. Con Colón, por lo tanto, sentían una afinaidad instantanea porque actuaba de la misma manera que lo hacían ellas, elevado sobre la muchedumbre, destinado a la grandeza».

CONCLUSIÓN

Hay que comprender esto: «se encuentra dentro de nuestro poder establecer nuestro precio. La manera en que nos comportamos refleja lo que pensamos de nosotros mismos. Si pedimos poco, arrastramos los pies y bajamos la cabeza, la gente asume que esto refleja nuestro carácter, que hemos escogido para presentarnos ante la gente. Con la misma facilidad se puede presentar la apariencia de Colón: teatralidad, confianza y el sentimiento de que se nació para ceñir una corona».

Los estadounidenses tienen un aforismo que hace referencia precisamente a esto: «Fake it till you make it» (o «Aparéntalo hasta que lo consigas»).

Sugiere que imitando la confianza, la competencia y una mentalidad optimista la persona puede asimilar esas cualidades en su vida real y obtener los resultados buscados.

En esencia, eso fue lo que hizo Colón.

Greene termina el capítulo de Colón con una frase del filósofo alemán Friedrich Nietzsche, que viene al pelo: «Con todo los grandes embusteros se produce un hecho digno de notar al que deben su poder. En el acto concreto del engaño se ven poseídos por la fe en sí mismos: es esto lo que llama la atención de una forma tan milagrosa y tan poderosa a la que lo rodea».

El escritor no habla, sin embargo, de otro factor igualmente importante que puede cambiar el resultado: la suerte.

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