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Instituciones en un mundo distópico: ¿Serán necesarios los colegios de abogados?

Instituciones en un mundo distópico: ¿Serán necesarios los colegios de abogados?
El decano del Colegio de Abogados de Castellón, Manuel Mata Pastor, reflexiona sobre la crisis de las instituciones y el mundo tecnológico en el que nos adentramos.
02/9/2022 06:50
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Actualizado: 01/9/2022 17:34
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En su libro publicado en 2019 ‘Narrativas Económicas’, el economista y premio Nobel, Robert J. Shiller, estudia una serie de historias económicas populares, virales, que se difunden a través del boca a boca, medios de comunicación o redes sociales y que a menudo impulsan nuevas decisiones de los actores económicos.

En su libro expone aquellas historias populares, carentes de rigor alguno en la mayoría de los casos, que vinculan la automatización con la destrucción de empleo; el mercado de valores con las burbujas económicas, entre otras muchas.

Quiero traer a colación en este momento otra “narrativa económica-social” viral que no aparece recogida en el libro citado pero que también resulta muy arraigada en nuestra sociedad. Sería aquella que contrapone la acción de gobiernos e instituciones con “las fuerzas del mercado”.

Señala Yuval Noah Harari en su obra ’21 lecciones para el Siglo XXI’, refiriéndose al proyecto de Mark Zuckerberg de construir una comunidad global, como “La mayoría de las empresas creen que tendrían que centrarse en ganar dinero, los gobiernos deberían intervenir lo menos posible y la humanidad debería confiar en que las fuerzas del mercado tomarán por nosotros las decisiones que de verdad son importantes”.

En la tesis que se define en el proyecto presentado en febrero de 2017 por Zuckerberg, ‘Building a Global Community’, donde Facebook jugaría un papel protagonista, gobiernos y Estados se ven desbordados por una pujante comunidad global que para ser eficiente, plural y libre no debe regirse sino por “las fuerzas del mercado”.

Las ideas que subyacen no son en absoluto nuevas, y ya fueron descritas por el filósofo Proudhon a principios del siglo pasado al definir el movimiento anarquista, opuesto a la existencia de cualquier Gobierno: Ser gobernado es ser observado, inspeccionado, espiado, dirigido, controlado por la ley, clasificado, reducido, examinado, censurado o comandado por criaturas que no tienen ni el derecho ni la sabiduría ni la virtud para hacerlo”.

La idea anarquista a la que se refiere Shiller resultaba claramente atractiva para quienes se sentían frustrados con el poder o culpaban a la autoridad de su falta de realización personal.

CRISIS Y DESPRESTIGIO

Existe pues una narrativa económica y social que opone las instituciones y los gobiernos a las “fuerzas del mercado”.

Las primeras controlan, dirigen y censuran a los ciudadanos. Por el contrario, las “fuerzas del mercado” son eficientes, participativas y, en último término, conducen a una comunidad global de ciudadanos libres.

El descrédito de las instituciones públicas o sociales no es algo nuevo.

Se presenta en relación con aquellas tan diversas como los gobiernos, sindicatos, asociaciones de empresarios, jueces, partidos políticos, la Iglesia, ONG y, cómo no, colegios profesionales.

Esa crisis y desprestigio se azuza por un populismo político militante que busca captar el apoyo de las clases más populares a través de diversas estrategias, simplificando el mensaje y proponiendo soluciones sencillas para problemas complejos.

Es posible que una de las principales razones de la permanente “crisis” de las instituciones sea el desconocimiento de sus fines y funciones por la ciudadanía, así como el sentido de los procedimientos para llevarlos a cabo, como acertadamente apuntaba el profesor Andrés Ollero en un artículo titulado ‘Las crisis de las Instituciones’ en Nueva Revista, en marzo de 2013.

Los fines principales de los Colegios de Abogados son la ordenación del ejercicio de la Abogacía y la defensa de los derechos e intereses profesionales de los abogados.

GARANTÍA

El legislador ha entendido que dada la importancia del ejercicio de esta profesión en un Estado de Derecho, dedicada a la defensa de los derechos e intereses jurídicos de la ciudadanía, era necesario dotarla de unas instituciones fuertes que velaran porque sea independiente, digna e íntegra.

Los Colegios de Abogados se configuran igualmente como una garantía para la ciudadanía. Una garantía que exige un autocontrol y una coordinación de los servicios profesionales prestados y con unas instituciones que en el sistema de controles y contrapesos de toda democracia, velarán por la consecución del derecho fundamental a obtener tutela judicial efectiva.

Pero los Colegios de Abogados también son destinatarios de esa pulsión que los contrapone con las “fuerzas del mercado”.

¿Para qué regular esta actividad con instituciones obsoletas? ¿No sería mejor dejar que fuesen las “fuerzas del mercado” las que, en su caso, organizaran la profesión?

En el futuro que vislumbran quienes abogan por el ideal anarquista de un mundo regido por las “fuerzas del mercado” y la tecnología, será un algoritmo el que nos provea de asistencia legal, como será también el que resuelva el pleito a través de una resolución «online».

El algoritmo supervisará la inexistencia de un conflicto de intereses entre el ciudadano y la compañía frente a la que se haya iniciado un procedimiento. Del mismo modo, será este algoritmo el que garantice el secreto profesional o asigne un precio para el servicio prestado en una concurrencia global de prestadores de servicios.

En este mundo deseado, las obsoletas instituciones surgidas de la sociedad civil, los gobiernos y los contrapoderes no serán necesarios.

Todo habrá sido superado por esa comunidad global regida por las fuerzas del mercado y que se rinde ante el vigor y el poder del algoritmo.

En este mundo distópico, descrito por Isaac Asimov desde su célebre ‘Saga de la Fundación’, no será necesaria la existencia de institución alguna, salvo, obviamente, la que defina las instrucciones que conformen el algoritmo.

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