Los ciudadanos de la antigua Roma no utilizaban papel higiénico
Reproducción de una letrina romana. Esto que hacemos ahora en privado entonces lo común era hacerlo en público. El lugar se convertía en un espacio para la conversación. En el mismo aparecen los palos con esponja, que hacían las veces de papel higiénico. Imagen: Mats Minnhagen.

Los ciudadanos de la antigua Roma no utilizaban papel higiénico

¿Quién no recuerda la escena de la película «La vida de Brian» en la que un grupo de 20 miembros de la Asamblea del Frente Popular de Judea, uno de los movimientos que decían estar en contra de la ocupación romana, celebran una reunión clandestina en una vivienda?

Su líder, Reg, interpretado por John Cleese, después de hacer un alegato de opresión, pregunta a todos: «¿Qué nos han dado los romanos?».

«El acueducto», dice uno. «El alcantarillado», dice otro. «Las carreteras», afirma un tercero. «Los regadíos», «la sanidad», «la enseñanza», «el vino», «los baños públicos», «la seguridad pública, ahora se puede salir de noche sin peligro», «¡el derecho!», señala el último.

«Bueno, pero aparte del acueducto, del alcantarillado, la sanidad, la enseñanza, el vino, el orden público, los regadíos, las carreteras, la seguridad, la ley, el orden, el derecho, los baños públicos, ¿qué han hecho los romanos por nosotros?», pregunta Reg.

A lo que uno de los asistentes responde: «¡Nos han dado la paz!». A lo que Reg contesta, «¿La paz? ¡Que te folle un pez!».

Nunca se dicen las cosas tan en serio como se dicen en broma, como fue el caso. La herencia de Roma tiñe nuestra sociedad en el siglo XXI. Su derecho sigue estando muy presente en el nuestro.

Sin embargo, algunas costumbres se perdieron. Y estaban muy enraizadas en aquella sociedad. Se veían como muy naturales en aquel momento. Pero se olvidaron, para luego volver a nacer en el siglo XVIII, con el bidé.

Lo cuenta de manera muy divertida Emilio del Río en su libro «Latín Lovers, la lengua que hablamos aunque no nos demos cuenta».

«Podéis comparar las numerosas y necesarias moles que son los acueductos con las supérfluas pirámides o las construcciones de los griegos, famosas y sin embargo inútiles», escribió Plinio el Viejo. Para él la clave del mundo romano era el agua.

Fundamental para un servicio público esencial: las letrinas.

«LATRINAE»

Los romanos llevaron a cabo importantísimas obras de ingeniería en sus ciudades en las que el alcantarillado jugaba un papel fundamental porque se llevaba las aguas residuales y de lluvia y los restos de los aseos públicos denominados «latrinae». Lo que nosotros denominados letrinas.

En aquellos tiempos esta función tan íntima en nuestro tiempo era pública. Las letrinas eran un lugar de encuentro social y de conversación. Solían estar en una habitación de forma rectangular o en forma de u.

Consistía en unos bancos de piedra corridos con unos agujeros redondos abiertos en la parte superior. Sobre ellos se apoyaba el culo. Por delante tenían una abertura.

Los usuarios se sentaban todos juntos dando la espalda a la pared del recinto, al revés que en nuestros urinarios actuales, que están mirando a la pared.

Por debajo de la hilera de agujeros que formaban las letrinas había una corriente de agua que se llevaba los excrementos y los orines a las alcantarillas del subsuelo.

Hasta aquí todo claro. ¿Y cómo se limpiaban? Porque los romanos, que se sepa, no conocían el papel higiénico. Todavía no había sido inventado.

Pues con agua.

Letrinas romanas. En el canal delantero se limpiaban las esponjas.

UN PALO CON UNA ESPONJA EN UN EXTREMO

Para ser más precisos, con un palo que tenía una esponja en uno de sus extremos. Los usuarios mojaban la esponja en un pequeño canal de agua situado delante de las letrinas y se limpiaban sus partes pudentas. Después volvían a meter la esponja para limpiarla y allí la dejaban para que otro la usara. Era multiusos.

Eso sí, tras el proceso, se lavaban las manos en una fuentes que solía haber en el centro del lugar.

En los hogares romanos también hubo letrinas, tanto en los «domus» como en los edificios de pisos, relata Emilio del Río.

Las letrinas de las termas o baños públicos estaban separadas. Según fueran para hombres o para mujeres. Aunque también las había mixtas, como en Mérida, en Extremadura.

Eran muy avanzadas para su época. La corriente interna de agua mantenía el lugar perfectamente drenado de malos olores y de residuos gracias al sistema de alcantarillado.

Roma fue mucho más higiénica que muchas grandes ciudades posteriores hasta bien entrado el siglo XIX.

El retrete actual fue inventado en 1589 por el inglés John Harrington.

Naciones Unidas declaró el 19 de noviembre Día Mundial del Retrete. Lo que, según Emilio del Río, no hay que tomarse a broma porque hay 4.500 millones de personas en el mundo que no tienen las mínimas condiciones higiénicas y no eliminan sus excrementos con un mínimo de higiene, lo que supone una fuente descomunal de enfermedades y de mortalidad.

De hecho, uno de los famosos Objetivos del Milenio, para 2030 –el sexto, en concreto– es «retretes para todos».

Lo que no inventaran los romanos…

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