«El Conde de Montecristo», la novela de Alejandro Dumas, está basada en hechos reales
La mujer que le fue robada al “conde de Montecristo” de la realidad se llamaba Marguerite Vigoroux, que Dumas transformó en su novela en Mercédès Herrera. Sobre estas líneas, Jim Caviziel en el papel de Edmundo Dantés.

«El Conde de Montecristo», la novela de Alejandro Dumas, está basada en hechos reales

Alejandro Dumas hijo poseía dos dones: un gran olfato para encontrar buenas historias y una pluma genial para convertirlas en relatos que han pasado a la historia de la gran literatura mundial.

Su novela, «El Conde de Montecristo», es un buen ejemplo. La historia real fue publicada en 1838 en el tomo V de unas «Memorias históricas extraídas de los archivos de la Policía de París», cuyo autor fue Jacques Peuchet, archivista de la Policía. El caso en cuestión llevó por título «El diamante y la venganza».

De no haber ocurrido de verdad habría sido increíble.

Dumas la reconvirtió y la publicó en formato serial en el periódico de «Le Journal des Débats» entre 1844 y 1846, con gran éxito. Ese mismo año, de 1846, vio la luz como novela completa.

Fue el antecedente histórico directo más evidente de la estructura de muchas de las series –que habría que denominar seriales– que hoy vemos en las diferentes plataformas, como Netflix, Amazon, Apple, Disney o Movistar.

Cada capítulo tenía su planteamiento, nudo y desenlace, que terminaba con lo que hoy se denomina un «clilffhanger», un recurso narrativo muy utilizado en series de televisión, cine y literatura –donde vio la luz por primera vez; en esto Dumas era un maestro– para generar un suspense al final de cada episodio, dejando al receptor enganchado y deseoso de continuar, queriendo saber qué pasa a continuación.

La palabra inglesa «Cliffhanger» significa, literalmente «colgando de un acantilado».

LA HISTORIA REAL OCURRIÓ EN NIMES, NO EN PARÍS

La historia real de lo que después se transformó en «El Conde de Montecristo» comienza en Nimes, en el sur de Francia, en 1807, durante los carnavales.

Tres amigos, Mathieu Loupian, tabernero de Nimes, viudo y con dos hijos, Solari, cliente habitual de la taberna de Loupian, y Chaubart, otro cliente del mismo establecimiento, decidieron, gastar «una broma» a un cuarto, llamado Pierre Picaud.

Este había invitado a los tres para celebrar su compromiso con Marguerite Vigoroux, una mujer rica a la que Loupian también pretendía, junto a un cuarto, Antoine Allut.

Ya fuera por envidia o por simple diversión, con el afán de gastarle una broma pesada, lo denunciaron falsamente y le acusaron de ser un espía inglés que estaba conspirando contra Napoleón Bonaparte, quien en ese momento ostentaba el título de Emperador de los Franceses.

Solari y Chaubart, por instigación de Loupian, sustanciaron la falsa denuncia contra Picaud con sus declaraciones.

Dos testigos falsos de libro.

Antoine Allut, aunque no participó activamente en la conspiración que llevó al encarcelamiento de Picaud, estaba al tanto de la falsa acusación y no hizo nada para impedirla.

DETENIDO, JUZGADO Y CONDENADO A 7 AÑOS DE PRISIÓN

Picaud fue detenido, juzgado y condenado a 7 años de prisión –sobre lo que no se le informó–, que cumplió en la fortaleza de Fenestrelle, en los Alpes franceses, ubicada en la actual región de Piamonte, Italia, entonces bajo control galo.

El hombre, literalmente desapareció en una noche de la faz de la tierra. Ni su novia ni sus padres volvieron a saber de él.

Los derechos humanos o civiles en aquel tiempo eran cosa del futuro. Así funcionaban las cosas.

En la novela de Dumas, la prisión de Fenestrelle se convirtió en el castillo de If, una cárcel situada en una pequeña isla en el archipiélago de Frioul, frente a la costa de Marsella, en el sur de Francia. A 3,5 kilómetros de esa ciudad.

Una ubicación que recuerda mucho al centro penitenciario de Alcatraz, en la Bahía de San Francisco, California, a aproximadamente 2 kilómetros de la costa.

El abate Faria, personaje de la novela, se llamaba en la realidad un sacerdote milanés llamado Torri. Fue quien le legó al “conde de Montecristo” de la realidad una inmensa fortuna con la que llevó a cabo su venganza. La imagen corresponde a una de las 20 versiones de la novela, esta titulada “La venganza del Conde de Montecristo”, que fue interpretada por Jim Caviezel, en el papel del conde y por Richard Harris como abate Faria.

En la cárcel, Picaud hizo amistad con el padre Torri, un viejo clérigo milanés de familia noble, que se encariñó tanto de él que antes de morir le legó una enorme fortuna. Es la figura que después, en «El Conde de Montecristo» se convierte en el abate Faria.

A diferencia de la novela, donde Edmundo Dantes –el personaje de ficción– consigue escaparse de la prisión aprovechando la muerte del abate, Picaud recupera la libertad en 1814, tras cumplir los siete años de condena, que coincidieron con la primera caída de Napoleón.

EL EDMUNDO DANTES DE LA REALIDAD REGRESÓ DISFRAZADO PARA EJECUTAR SU VENGANZA, COMO EN LA NOVELA

Tras recibir la fortuna legada por el padre Torri, Picaud regresó a Nimes bajo una identidad falsa, adoptando el nombre de Joseph Luchar. Allí comenzó a planificar y ejecutar su venganza contra todos aquellos que lo habían traicionado y causado su encarcelamiento. Tenían que pagar lo que habían hecho, más allá del ojo por ojo.

Alejandro Dumas eligió, para su historia, la más mundana ciudad de París. La capital del mundo civilizado en aquel momento.

Una vez en su ciudad, Picaud comenzó a ejecutar un plan de venganza metódico contra los tres «amigos» que lo habían traicionado.

Para evitar ser reconocido, Picaud utilizó diversos disfraces e identidades, lo que le permitió infiltrarse en la vida de sus enemigos sin levantar sospechas.

Un recurso que Alejandro Dumas utilizó muy bien en su celebérrima novela. Quien sabe si Picaud se inspiró en Eugène-François Vidocq, un excriminal, que fue el creador de la Sûreté Nationale, la Policia Nacional Francesa. Vidocq fue un maestro del disfraz tanto en su carrera delictiva como en la policial.

La venganza no sucedió en semanas o meses. Pierre Picaud la ejecutó a lo largo de una década, de una manera metódica y despiadada.

«El conde de Montecristo» de la realidad descubrió que su prometida, Marguerite Vigoroux, había esperado su regreso durante dos años. Pero al no tener noticias de él, finalmente aceptó casarse con Mathieu Lopian, quien utilizó al dote de la mujer para adquirir un café en el Boulevard des Italiens.

La venganza no sucedió en semanas o meses. Pierre Picaud la fue ejecutando a lo largo de una década, de una manera metódica y despiadada.

Primero acabó con Mathieu Loupian, el hombre que le quitó a la que iba a ser su esposa. Sedujo y deshonró a la hija de Loupian, fruto de su primer matrimonio. Luego incendió su propiedad. Y después lo asesinó apuñalándolo, simbolizando así el culmen de su ajuste de cuentas con el hombre que inició su sufrimiento.

El mismo destino siguieron los dos testigos falsos que hicieron triza su futuro: Solari y Chaubart. De los dos se hizo amigo con identidades distintas. Al primero lo envenenó a través de sus bebidas, logrando que su muerte pareciera producto de una enfermedad natural.

Con el segundo utilizó el mismo recurso, pero a través de los alimentos. El modo de morir fue, en ambos casos, agónico. Un ensañamiento de libro.

Calculador y metódico, se aseguró de ser testigo directo de su deterioro desde las sombras, disfrutando de cada momento.

Alejandro Dumas hijo (1824-1895) fue uno de los grandes innovadores de la novela y el teatro realista en el siglo XIX, con un marcado interés en temas sociales y morales.

EL FINAL DE LA REALIDAD NO FUE FELIZ, COMO EN «EL CONDE DE MONTECRISTO»

Aunque Picaud logró completar su venganza, su vida también tuvo un desenlace trágico.

Según el relato del archivero policial, Jacques Peuchet, el cuarto «amigo», Antoine Allut, el que supo que la denuncia era falsa y que no hizo nada para evitar el encarcelamiento de Picaud, descubrió lo que había tramado «el conde de Montecristo» de carne y hueso.

Temiendo por su vida, lo asesinó en 1826.

De esa forma, el hombre que había dedicado años a planear y ejecutar su justicia poética personal murió como consecuencia de su obsesiva búsqueda de venganza, dejando un legado de soledad y tragedia.

Una historia real que Alejandro Dumas hijo convirtió en una de las obras cumbre de la literatura mundial.

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