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Opinión | Rusia y Reino Unido: Una rivalidad histórica que perdura en el tiempo
Jorge Carrera, abogado, exmagistrado, exjuez de enlace de España en Estados Unidos explica los antecedentes históricos en la relación entre Rusia y Reino Unido y cómo esto condiciona el presente y el futuro. Ilustración: Confilegal.
09/3/2025 05:38
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Actualizado: 08/3/2025 09:51
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La relación entre Rusia y el Reino Unido ha estado marcada por siglos de desconfianza, competencia geopolítica y enfrentamientos estratégicos. Aunque sus conflictos han cambiado de forma con el tiempo, los patrones de confrontación siguen vigentes.
La guerra en Ucrania ha reavivado esta tensión, con Londres posicionándose como uno de los principales aliados de Kiev, hasta el punto de haber abortado una iniciativa de paz apenas una semana después de iniciada la invasión rusa en 2022.
Pero, ¿qué hay detrás de esta enemistad histórica? Para entender la actual postura británica frente a Rusia, es esencial explorar los antecedentes de esta rivalidad.
Un conflicto con raíces en el Siglo XIX: El gran juego
Uno de los primeros capítulos significativos en la rivalidad entre ambas potencias se dio en el siglo XIX con el llamado *Gran Juego*, una lucha geopolítica por la influencia en Asia Central.
Mientras el Imperio ruso expandía su territorio hacia el sur en busca de acceso a puertos de aguas cálidas, el Reino Unido, que dominaba la India, temía una invasión rusa a sus dominios coloniales.
Afganistán se convirtió en un campo de batalla indirecto entre ambas potencias, estableciendo un patrón de competencia que continuaría en el siglo XX bajo nuevas formas ideológicas.
Este período dejó tres consecuencias fundamentales para la relación bilateral:
• Percepción mutua de amenaza estratégica, donde cada nación veía en la otra un obstáculo para sus intereses globales.
• Uso sistemático del espionaje y la inteligencia, que se volvería una constante en la confrontación entre ambos países.
• Interferencia en terceros países, con Rusia y el Reino Unido apoyando bandos opuestos en conflictos internacionales.
De la Revolución Rusa a la Segunda Guerra Mundial: Un conflicto ideológico
La Revolución Bolchevique de 1917 transformó la rivalidad geopolítica en una lucha ideológica. Reino Unido, junto con otras potencias occidentales, intervino en la Guerra Civil Rusa apoyando a los *blancos* anticomunistas contra el Ejército Rojo de Lenin.
Aunque Londres reconoció formalmente a la URSS en 1924, la relación siguió marcada por la desconfianza.
Durante la Segunda Guerra Mundial, británicos y soviéticos fueron aliados por conveniencia contra la Alemania nazi. Sin embargo, incluso en ese contexto, surgieron fricciones, como el retraso en la apertura del segundo frente en Europa Occidental y las sospechas británicas sobre las ambiciones territoriales de Stalin en Europa del Este.
La Guerra Fría: Espionaje, conspiraciones y choques globales
Con el inicio de la Guerra Fría, la rivalidad anglo-rusa alcanzó su punto álgido. El Reino Unido se convirtió en un bastión del bloque occidental y un aliado clave de Estados Unidos en la contención del comunismo soviético. Durante esta época, la confrontación se materializó en varios frentes:
• Espionaje y contraespionaje: Desde la red de espías soviéticos conocida como los *Cinco de Cambridge* hasta la expulsión de más de 100 diplomáticos soviéticos en 1971, los servicios de inteligencia de ambas naciones estuvieron en constante lucha.
• Apoyo a bandos opuestos en conflictos globales: En guerras como la de Angola o la de Afganistán en los años 80, británicos y soviéticos respaldaron facciones enemigas.
• Propaganda y guerra ideológica: Mientras la URSS financiaba movimientos de izquierda en Europa, el Reino Unido acogía a disidentes soviéticos y participaba en la estrategia de información del bloque occidental.
La post-Guerra Fría: Persistencia del conflicto
Tras la disolución de la URSS en 1991, algunos creyeron que la rivalidad anglo-rusa se suavizaría. Sin embargo, la expansión de la OTAN hacia el este, promovida activamente por Londres, y la llegada al poder de Vladimir Putin marcaron el inicio de una nueva etapa de tensión.
Uno de los episodios más simbólicos de esta nueva fase fue el asesinato del exespía ruso Alexander Litvinenko en 2006 en Londres, envenenado con polonio-210. El caso generó una crisis diplomática sin precedentes y reforzó la percepción de Rusia como una amenaza directa para la seguridad británica.
En 2018, el ataque con el agente nervioso Novichok contra el exespía Sergei Skripal y su hija en Salisbury volvió a desatar una crisis.
El Reino Unido acusó a Moscú y lideró una respuesta internacional que incluyó la expulsión de diplomáticos rusos y sanciones económicas.
Ucrania y el conflicto actual: Reino Unido en el frente de la confrontación
Con la guerra en Ucrania, la enemistad entre Londres y Moscú ha alcanzado un nuevo punto de ebullición. Desde el inicio del conflicto, el Reino Unido ha sido uno de los principales aliados de Kiev, proporcionando ayuda militar avanzada y promoviendo sanciones severas contra Rusia.
Un hecho clave ocurrió en marzo de 2022, cuando, según diversas fuentes, Reino Unido habría bloqueado una iniciativa de paz entre Ucrania y Rusia apenas una semana después de iniciada la guerra.
Este hecho refuerza la teoría de que Londres no solo apoya a Kiev, sino que busca debilitar estratégicamente a Moscú en el largo plazo.
Desde entonces, el gobierno británico ha adoptado una postura cada vez más agresiva, apoyando la entrega de armamento avanzado a Ucrania, incluyendo misiles de largo alcance y tanques modernos.
Por su parte, Rusia ha respondido con amenazas de escalada nuclear y con ciberataques dirigidos a infraestructura británica.
Francia y Rusia: De la confrontación a la cooperación y viceversa
Las relaciones entre Francia y Rusia han sido un fascinante baile de poder, marcado por épocas de intensa rivalidad, alianzas estratégicas y tensiones ideológicas.
Desde las épicas guerras napoleónicas hasta las actuales disputas geopolíticas en torno a Ucrania, esta relación bilateral ha sido un eje fundamental en la configuración del equilibrio de poder europeo.
A lo largo de los siglos, ambos países han oscilado entre la confrontación directa y la cooperación forzada por circunstancias externas, particularmente frente a la amenaza común de potencias como Alemania.
Esta dinámica, influenciada por factores militares, económicos y culturales, ha creado un legado de interdependencia conflictiva que perdura en el siglo XXI.
La era napoleónica: Confrontación y catástrofe (1804-1815)
La Invasión de 1812: Un Punto de Inflexión Geopolítico
La campaña de Napoleón Bonaparte contra el Imperio Ruso en 1812 representa el primer gran choque entre ambas potencias. Movilizando a 615.000 soldados —la mayor fuerza militar reunida hasta entonces en Europa—, Napoleón buscó obligar al zar Alejandro I a cumplir con el bloqueo continental contra Gran Bretaña.
Pero la estrategia de tierra arrasada empleada por los rusos, combinada con el brutal invierno, resultó en la destrucción del 95% de la «Grande Armée».
Este desastre no solo marcó el declive del imperio napoleónico, sino que estableció un patrón recurrente en las relaciones franco-rusas: la dificultad de proyectar poder militar en el vasto territorio ruso y la resistencia eslava frente a invasiones occidentales.
Las consecuencias geopolíticas fueron inmediatas. La retirada francesa permitió a Rusia emerger como garante del orden conservador en Europa, papel que consolidaría en el Congreso de Viena (1815).
Paradójicamente, esta confrontación inicial sentó las bases para futuras alianzas, al demostrar que ningún poder europeo podía dominar el continente sin considerar los intereses rusos.
El Siglo XIX: Entre la guerra de Crimea y la búsqueda de equilibrio
La guerra de Crimea (1853-1856): Francia como adversario
Medio siglo después de la retirada napoleónica, Francia volvió a enfrentarse a Rusia, esta vez como parte de una coalición con Gran Bretaña y el Imperio Otomano.
El conflicto, centrado en el control de los estrechos del Mar Negro y la protección de los lugares santos cristianos en Palestina, reveló la creciente influencia rusa en los Balcanes como amenaza para el equilibrio europeo.
La derrota rusa en Sebastopol (1855) forzó al zar Nicolás I a aceptar las humillantes condiciones del Tratado de París (1856), que limitaban su presencia naval en el Mar Negro.
Este episodio reforzó la percepción mutua de rivalidad estratégica. Para Francia bajo Napoleón III, la victoria en Crimea restableció su prestigio como potencia continental, pero también mostró los límites de su capacidad para contener la expansión rusa en Oriente Próximo.
Hacia la Alianza Franco-Rusa: Intereses Convergentes
El ascenso de Alemania como potencia unificada tras la guerra franco-prusiana (1870-1871) alteró radicalmente el panorama estratégico. La pérdida de Alsacia-Lorena y el aislamiento diplomático francés llevaron a París a buscar activamente una alianza con San Petersburgo.
Tras años de negociaciones y préstamos financieros franceses para modernizar la economía rusa, ambos países firmaron en 1892 un acuerdo militar secreto que marcaría el siglo XX.
La convención establecía que:
• Francia movilizaría 1.3 millones de hombres si Rusia era atacada por Alemania o Austria-Hungría.
• Rusia desplegaría 800.000 soldados en caso de un ataque alemán a Francia.
• La movilización parcial de cualquier miembro de la Triple Alianza (Alemania, Austria-Hungría, Italia) activaría automáticamente la respuesta conjunta.
Este tratado, ratificado en 1894, no solo rompió el aislamiento francés sino que creó un contrapeso crucial frente a la potencia germana. Sin embargo, las tensiones subyacentes persistían: París temía quedar arrastrada a conflictos balcánicos, mientras que San Petersburgo desconfiaba del republicanismo francés.
La Primera Guerra Mundial y la Revolución Bolchevique: Aliados convertidos en enemigos
La cooperación en la Gran Guerra
Durante la Primera Guerra Mundial (1914-1918), la alianza franco-rusa funcionó según lo planeado. El rápido avance ruso en Prusia Oriental obligó a Alemania a desviar tropas del frente occidental, aliviando la presión sobre Francia durante la crucial Batalla del Marne (1914).
A cambio, París envió equipamiento militar y asesores para modernizar el ejército zarista. Esta cooperación, sin embargo, se vio minada por la creciente inestabilidad interna en Rusia, que culminaría con la Revolución de Febrero de 1917.
El impacto de la Revolución Bolchevique
La toma del poder por Lenin en octubre de 1917 y la posterior firma del Tratado de Brest-Litovsk (1918) con Alemania sumieron a Francia en la indignación.
París apoyó activamente a los ejércitos blancos durante la Guerra Civil Rusa (1918-1922), incluso desplegando tropas en Crimea y Odesa. Esta intervención, aunque limitada, alimentó la desconfianza soviética hacia Francia durante el período de entreguerras.
La Segunda Guerra Mundial: Alianza contra natura
De la invasión nazi a la liberación
La invasión alemana de la URSS en 1941 forzó un acercamiento entre Stalin y la Francia Libre de Charles de Gaulle. En diciembre de 1944, ya con París liberado, se firmó un tratado de alianza y asistencia mutua que preveía colaboración militar contra Alemania y en la posguerra.
No obstante, las tensiones surgieron rápidamente: De Gaulle fue excluido de las conferencias de Yalta y Potsdam, donde se decidió el futuro de Europa sin participación francesa.
Esta experiencia dejó una lección perdurable para Francia: la necesidad de mantener autonomía estratégica frente a ambos bloques, idea que culminaría en la política gaullista de los años 60.
La Guerra Fría: Entre el diálogo y la contención
De Gaulle y la *détente* con la URSS
En 1966, Charles de Gaulle realizó una visita histórica a Moscú, buscando establecer una tercera vía entre los bloques estadounidense y soviético. Este acercamiento, parte de su visión de una Europa «desde el Atlántico hasta los Urales», incluyó acuerdos comerciales y cooperación tecnológica.
Aunque simbólicamente significativo, el impacto práctico fue limitado debido a la hegemonía soviética en Europa del Este.
La crisis de los euromisiles y la diplomacia francesa
Durante los años 80, Francia mantuvo una posición ambivalente frente a la URSS. Por un lado, criticó la invasión de Afganistán (1979) y apoyó el despliegue de misiles Pershing II en Europa Occidental.
Por otro, François Mitterrand continuó el diálogo con Mijail Gorbachov, facilitando negociaciones sobre control de armamentos. Esta dualidad reflejaba la búsqueda francesa de equilibrio entre la solidaridad atlántica y su tradición de autonomía diplomática.
La posguerra Fría: Ilusiones y desencuentros
La fascinación rusa de los años 90
Tras la caída de la URSS, Francia vio en la Rusia de Boris Yeltsin un socio potencial para contrarrestar la hegemonía estadounidense. Las inversiones francesas en sectores energéticos rusos se multiplicaron, mientras París abogaba por la integración de Moscú en instituciones occidentales.
Este periodo de optimismo culminó con la firma de una asociación estratégica en 1997, que incluía cooperación nuclear civil.
El ascenso de Putin y el enfriamiento de relaciones
La llegada de Vladimir Putin al poder en 2000 marcó un giro gradual hacia la confrontación. Los sucesivos conflictos en Chechenia, Georgia (2008) y finalmente Ucrania (2014) erosionaron la confianza mutua.
Francia, aunque crítica de las acciones rusas, mantuvo canales de diálogo abiertos, destacándose en las negociaciones del formato Normandía para resolver la crisis ucraniana.
La invasión de Ucrania en 2022: ¿Fin de una era?
La diplomacia fallida de Macron
En los meses previos a la invasión, Emmanuel Macron realizó intensas gestiones diplomáticas, incluyendo una visita a Moscú en febrero de 2022. Sus intentos de mediar entre Putin y Volodímir Zelensky reflejaban la tradición francesa de actuar como puente entre Occidente y Rusia. Sin embargo, el fracaso de estas gestiones —y la posterior revelación de que Rusia ya había decidido invadir— dañó severamente la credibilidad de este enfoque.
Sanciones y reorientación estratégica
Tras la invasión, Francia adoptó sanciones económicas contra Rusia y aumentó su apoyo militar a Ucrania, incluyendo el envío de sistemas de artillería CAESAR y misiles SCALP.
No obstante, París ha evitado el discurso maximalista de otros aliados, aunque finalmente ha sido arrastrado a posiciones bastante más duras como consecuencia de los acontecimientos y últimamente como consecuencia de los movimiento de Reino Unido.
Conclusiones
La búsqueda de liderazgo por parte de Francia y Reino Unido ante un posible alto el fuego en Ucrania no es casualidad. Ambos países combinan su destacado poderío militar en Europa con tradiciones históricas en sus relaciones con Moscú que, por diversas razones, les llevan a tratar de desempeñar un papel relevante en cualquier proceso de negociación.
Frente a ello, la resistencia por parte de Estados Unidos a conceder esa posición de liderazgo se ha hecho patente.
En el caso del Reino Unido, su postura de confrontación con Rusia ha sido una constante histórica, desde el Gran Juego en el siglo XIX hasta su firme apoyo a Ucrania en la actualidad. Francia, en cambio, ha oscilado entre la cooperación y la confrontación con Rusia, buscando a menudo un rol de mediador en la escena internacional.
En ese contexto, no hay que perder de vista que el papel de Alemania está condicionado por sus circunstancias internas y por su estatus particular en Europa, lo cual refuerza aún más la posición de Francia y Reino Unido.
En la actualidad, Alemania se encuentra en un proceso de conformación de gobierno, lo que reduce su margen de maniobra. Pero más allá de la coyuntura política, Alemania enfrenta una serie de restricciones históricas, constitucionales y compromisos internacionales que influyen decisivamente en el ámbito militar y diplomático frente a Rusia.
Esto la convierte en un socio con un perfil diferente al de Francia y Reino Unido en la gestión del conflicto ucraniano.
Con todo, el coliderazgo de Francia y el Reino Unido en el proceso de paz podría generar fricciones en el futuro. Aunque ambos países están alineados en la necesidad de contrarrestar a Rusia, sus experiencias históricas y enfoques geopolíticos no son completamente convergentes, como hemos visto.
Estas diferencias estratégicas, que en el corto plazo parecen diluirse, podrían empezar a manifestarse con el tiempo.
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