Del hijo de Salomón a las trincheras de Gaza: la larga marcha de los judíos negros de Israel
Tanto los hombres como las mujeres israelíes están obligados a hacer el servicio militar. el de los hombres dura 2 años y 6 meses y el de las mujeres 2 años. Sobre estas líneas, una judía etíope del Ejército israelí haciendo prácticas de tiro. Foto: FDI.

Del hijo de Salomón a las trincheras de Gaza: la larga marcha de los judíos negros de Israel

Cuenta la leyenda que cuando la majestuosa Makeda, Reina de Saba, visitó Jerusalén, lo hizo con caravanas de oro, incienso y preguntas difíciles. Gobernaba un reino al sur del Nilo Azul —según algunos en Yemen, según otros en lo que hoy es Etiopía— y había oído hablar de la sabiduría sin igual del Rey judío Salomón.

Se encontró con él no solo para comerciar, sino para retarlo intelectualmente.

Pero fue vencida, no en el debate, sino en el corazón. Así lo relatan los libros de 1 Reyes 10 y 2 Crónicas 9 en el Antiguo Testamento.

Aunque la Biblia no refiere fecha, la visita debió producirse entre los años 970 y 931 a.C., periodo de reinado de Salomón.

De esa unión nació un hijo, Menelik I, que crecería en la corte de su madre hasta que, ya adulto, viajó a Jerusalén para conocer a su padre.

Allí, según la tradición etíope recogida en el libro Kebra Nagast, Salomón lo recibió con todos los honores y, antes de dejarlo regresar, le dio una escolta compuesta por nobles israelitas… y, de acuerdo con algunos textos, el objeto más sagrado del judaísmo: el Arca de la Alianza.

Menelik, afirman los cronistas etíopes, llevó el Arca a su tierra natal, y con ella la ley de Moisés, las fiestas, los sacrificios y el Dios de Israel, fundando una nueva rama del pueblo judío en África, siglos antes del exilio babilónico y la destrucción del Primer Templo.

Así habría comenzado la historia de los Beta Israel, “la Casa de Israel”, judíos negros que vivirían durante casi tres milenios en las tierras altas de Etiopía, completamente desconectados del resto del judaísmo mundial.

Edward John Poynter en 1890 se imaginó el encuentro de la Reina de Saba y el Rey Salomón, origen de la existencia de los judíos etíopes.
Hollywood llevó a la pantalla grande la historia de amor entre la Reina de Saba y el rey judío Salomón.

Otras teorías sobre su origen

Aunque la historia de Salomón, la Reina de Saba y el Arca de la Alianza sigue viva en la memoria de los Beta Israel, los historiadores y antropólogos han propuesto otras hipótesis sobre su origen, más alejadas del relato bíblico.

Una de las más sólidas sugiere que la comunidad se formó entre los siglos IV y IX d.C., cuando poblaciones locales del norte de Etiopía adoptaron prácticas judías a través del contacto con comerciantes o exiliados hebreos que huían de las persecuciones romanas y bizantinas.

Y una tercera teoría apunta a comunidades judías provenientes de Egipto que se establecieron en la región de Kush tras la destrucción del Segundo Templo, conservando una forma primitiva del judaísmo.

Una fe conservada entre montañas y persecuciones

Sea como fuere, mientras los judíos del norte pasaban por Babilonia, Persia, Roma, el exilio en Europa, el Holocausto y la creación del Estado de Israel, los Beta Israel mantuvieron viva su fe en aldeas remotas, aislados, sin sinagogas como las del mundo occidental, sin Talmud, sin hebreo moderno.

Practicaban un judaísmo bíblico, agrícola y oral, basado en la Torá y en un calendario propio. Su libro sagrado era el Orit, y su sacerdocio —los kesim— mantenía la pureza ritual como en tiempos antiguos.

Su aislamiento fue casi total durante al menos 1.500 años, y probablemente más. Para cuando misioneros europeos los redescubrieron en el siglo XIX, no sabían nada del Talmud, del sionismo, de los rabinos medievales ni del hebreo moderno.

Y, sin embargo, guardaban el sábado, ayunaban en Yom Kipur y recitaban plegarias al Dios de Abraham, Isaac y Jacob.

Eran judíos, pero distintos. Y para muchos, eso los hacía sospechosos.

Durante siglos, los cristianos etíopes los llamaron falashas, exiliados, sin tierra, intrusos. El término, que aún hoy provoca rechazo, refleja cómo fueron tratados en su propio país.

Forzados a vivir en guetos rurales, excluidos de la propiedad de la tierra, a menudo víctimas de conversiones forzosas o de pogromos, sobrevivieron gracias a su tenacidad y a la fuerza de su fe.

Ovadia Yosef, un rabino clave en su reconocimiento

La gran pregunta en Israel fue si los Beta Israel eran realmente judíos según la halajá, la ley religiosa. Para los ultraortodoxos, el hecho de que no siguieran el Talmud y no tuvieran rabinos tradicionales los convertía en herejes o, como mínimo, en gentiles necesitados de conversión.

La cuestión se resolvió en 1973, cuando el Gran Rabino sefardí de Israel, Ovadia Yosef, emitió un dictamen halájico histórico.

Basado en estudios de fuentes antiguas, Yosef concluyó que sí eran descendientes de las tribus de Israel, y que debían ser reconocidos como judíos plenos.

Este fallo abrió la puerta legal a su aliá (inmigración a Israel bajo la Ley del Retorno), y obligó al Estado a aceptar su incorporación masiva.

El gobierno israelí los reconoció como judíos y abrió una puerta que la comunidad había esperado durante siglos.

El dictamen del rabino sefardí Ovadi Yosef validó el judaísmo de los Beta Israel y posibilitó que el Ejército Israelí y los servicios secretos pusieran en marcha sendas operaciones para traer a la «tierra prometida» a esta tribu perdida de Israel.

En peligro de desaparición

Los falashas vivían históricamente en el norte de Etiopía, especialmente en las regiones montañosas de Gondar y Tigray.

Debido a la guerra civil etíope, a una hambruna devastadora (entre 1983 y 1984) y a la represión del régimen comunista de Mengistu Haile Mariam, que ocupó el poder entre 1977 y 1991 como presidente de la República Democrática Federal de Etiopía, este pueblo de judíos negros comenzaron a huir a pie hacia Sudán, cruzando el desierto y las montañas en condiciones extremas, con la esperanza de llegar a Israel.

Fidel Castro, cuyo régimen prestó apoyo directo al régimen comunista etíope, en una foto tomada junto al presidente de ese país, Mengistu Haile Mariam, asistido por un intérprete.

Entre 2.000 y 4.000 Beta Israel perdieron la vida en el trayecto debido a la hambruna, la sed, las enfermedades o a ataques de criminales que se encontraron en su diáspora.

Los que consiguieron llegar fueron alojados en campamentos de refugiados, donde vivieron en condiciones precarias.

Desde esos campamentos sudaneses Israel organizó, primero, en 1984 la Operación Moisés, llamada así en referencia al líder bíblico que condujo a los hebreos fuera de Egipto, y más tarde, en 1991, la Operación Salomón.

En la Operación Moisés, llevada a cabo por el Mossad, el servicio secreto, más de 8.000 Beta Israel fueron sacados a través del Mar Rojo o en vuelos militares y llevados a Israel.

La Operación Salomón, por el contrario, supuso un despliegue sin precedentes. Entre el 24 y el 25 de mayo de 1991 el gobierno israelí organizó un auténtico puente aéreo entre el aeropuerto de Addis Abeba, en Sudán, y el de Tel Aviv, en Israel, por el que lograron evacuar a más de 14.300 judíos etíopes en apenas 36 horas.

Utilizaron 34 aviones, incluyendo Boeing 747 comerciales de la aerolínea estatal El Al, que fueron reconvertidos para el transporte masivo de personas. Las aeronaves volaban sin asientos para aprovechar el espacio al máximo y con las luces apagadas para evitar ser blanco de ataques o sabotajes.

Varios bebés nacieron en pleno vuelo.

Fue un puente aéreo histórico que los llevó, literalmente, desde el siglo XIX africano al siglo XX israelí. En ambas operaciones, en total, el gobierno israelí logró evacuar en secreto a más de 40.000 judíos etíopes y llevarlos a la «tierra prometida», que no lo fue tanto después.

Las aeronaves volaban sin asientos para aprovechar el espacio al máximo, como se puede apreciar sobre estas líneas.
Judíos etíopes que llegaron el 25 de mayo de 1991 a Israel, estos en Hércules del Ejército del Aire israelí, dentro de la Operación Salomón. Foto: Gobierno de Israel.

Una integración problemática

Porque muchos de los recién llegados nunca habían usado zapatos y no sabían leer ni escribir en ningún idioma. Tampoco hablaban hebreo. Su idioma era el amárico, idioma oficial de Etiopía, y en algunos casos el tigrinya, o dialectos locales.

Su llegada supuso no solo un reencuentro espiritual con Sion, sino también un choque brutal con la modernidad, la burocracia, el idioma y una sociedad que —aunque los reconocía como hermanos— los trató, muchas veces, como extraños.

Fueron discriminados.

Tuvieron que someterse a un proceso de conversión simbólica, incluyendo baños rituales (mikve) y, en el caso de las mujeres, renovaciones de sus matrimonios bajo rito rabínico.

Algunos rabinos ultraortodoxos continuaron rechazando su judaísmo durante años, basado en la observancia del sábado, la práctica del kashrut (leyes dietéticas), las festevidades como el Yom Kipur (el Día del Perdón), aunque con calendarios propios, su creencia en el Dios de Israel y en el papel central de sus sacerdotes, los «kesim», y una tradición oral ancestral, lo que dio lugar a conflictos, marginaciones y una profunda herida identitaria.

“Nos dijeron que éramos hermanos, pero luego nos pidieron que nos convirtiéramos otra vez”, recuerda Pnina Tamano-Shata, quien fue la ministra de Inmigración entre 2020 y 2022, la primera de origen etíope, quien ha denunciado el racismo estructural que persiste en muchos ámbitos del país hacia los judíos etíopes.

Pnina Tamano-Shata se convirtió en 2022 en ministra de Inmigración del Gobierno Israelí (hasta 2022). De origen etíope, ha sido una de las grandes críticas por la discriminación que su pueblo sufre por su origen.

Los soldados negros del Ejército israelí

El servicio militar obligatorio ha sido, paradójicamente, una de las vías más efectivas de integración social para los judíos negros en Israel. Desde hace más de dos décadas, los jóvenes etíopes ingresan masivamente en las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI), el Ejército hebreo, y muchos de ellos han ascendido a cargos de responsabilidad.

Uno de los casos más emblemáticos es el del coronel Alelign Shiferaw, que fue comandante de la base Bahad 1, donde se forman los futuros oficiales del Ejército israelí.

También destaca el doctor Avraham Yitzhak, oficial médico y referente en el área de salud mental de las FDI, quien ha trabajado para reducir el impacto del aislamiento cultural en los jóvenes soldados etíopes.

En 2020, un estudio del Ministerio de Defensa reveló que el 83% de los hombres y el 60% de las mujeres etíopes en edad de servicio cumplen con sus obligaciones militares, un porcentaje superior al de muchas otras comunidades israelíes.

En Israel tanto los hombres como las mujeres tienen que hacer el servicio militar. Sobre estas líneas, seis miembros de las Fuerzas de Defensa Israelí de origen etíope. Foto: Facebook.

Una identidad compartida en el Ejército

El Ejército no borra la brecha, pero crea una identidad compartida. En los puestos de control, en Gaza o en el norte del país, un soldado negro es un soldado israelí. A ojos de sus compañeros, el color de piel cuenta menos que la disciplina, el compañerismo o la eficacia.

No obstante, al colgar el uniforme, las diferencias vuelven a hacerse visibles.

En los últimos años, varios episodios de brutalidad policial contra jóvenes etíopes desarmados provocaron manifestaciones masivas en Tel Aviv y Jerusalén. Uno de los casos más conocidos fue el de Solomon Tekah, un joven de 18 años abatido por un agente en 2019.

Su muerte generó una ola de protestas que paralizó el país durante días. “No basta con ponernos el uniforme. Queremos igualdad también fuera del Ejército”, declaró entonces un grupo de reservistas etíopes en una carta abierta.

Los jovenes judíos etíopes forman parte del Ejército israelí que ahora se encuentra en la franja de Gaza. Foto: Barak Chen/FDI.

Desde el comienzo del conflicto, las FDI han llevado a cabo operaciones terrestres y aéreas en la Franja de Gaza con el objetivo declarado de desmantelar la infraestructura de Hamás. En estas operaciones, soldados de diversas unidades, incluyendo aquellos de origen etíope, han estado involucrados en combates urbanos y misiones de seguridad.

Un ejemplo de la participación de soldados etíopes es su presencia en unidades como la Brigada Golani y la Brigada Bislamach, que han estado activas en zonas de conflicto como Jan Yunis y el norte de Gaza. Estas unidades han sido desplegadas en operaciones clave durante la ofensiva israelí.

La historia de los soldados negros del Ejército israelí es también la historia de Israel: una nación construida por inmigrantes, atravesada por tensiones identitarias, pero con una narrativa de unidad que se refuerza en los momentos de crisis.

Personas como Pnina Tamano-Shata, Alelign Shiferaw, Avihu Medina o Avraham Yitzhak simbolizan ese cruce de caminos entre la herencia africana y el futuro israelí. No son falashas, ni extranjeros, ni exiliados. Son parte de un pueblo que, como ellos, ha aprendido a sobrevivir —y a luchar— en tierra propia.

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