La RAJyL fue creada en 1730, hace 295 años. Luis María Cazorla Prieto es su actual presidente, un puesto al que ha accedido por decisión unánime de sus compañeros. En la foto posa con el Salón de Actos de la RAJyL, que preside un cuadro del rey Carlos III. Foto: Carlos Berbell/Confilegal.
Luis María Cazorla, presidente de la RAJyL: “El Estado de Derecho está hoy seriamente amenazado”
Real Academia de Jurisprudencia y Legislación
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22/6/2025 00:45
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Actualizado: 23/6/2025 14:02
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Pocas trayectorias reflejan con tanta claridad la solidez intelectual, la vocación de servicio público y la pasión por el Derecho como la de Luis María Cazorla Prieto.
Abogado del Estado, catedrático, académico, autor de manuales de referencia y también de novelas históricas, ha sido protagonista directo de momentos clave en la vida institucional española como letrado mayor de las Cortes Generales y secretario general del Congreso, siendo el único que ha ocupado ambos cargos de forma simultánea y en propiedad.
Dotado de una memoria prodigiosa, de una mirada crítica pero profundamente institucional y de una curiosidad insaciable, Cazorla ha hecho del Derecho no solo una profesión, sino una herramienta indispensable para la organización democrática.
Su defensa firme del Estado social y democrático de Derecho, frente a los embates del populismo jurídico o el vaciamiento de las formas legales, marca el tono de su presidencia al frente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación (RAJyL), tras la dimisión de su amigo, Manuel Pizarro. La RAJyL es una de las instituciones más respetadas.
Fue creada en 1730 para fomentar el estudio, la investigación y el perfeccionamiento del Derecho, contribuyendo al desarrollo del ordenamiento jurídico español desde una perspectiva científica, doctrinal y académica. Sus miembros son expertos altamente cualificados en distintas ramas del Derecho (civil, penal, administrativo, constitucional, internacional, etc.), que han alcanzado una trayectoria distinguida en la investigación, la docencia, la judicatura, la abogacía, el notariado o la función pública.
Cazorla ha sido elegido por unanimidad por sus pares, sus iguales. Con una trayectoria tan diversa como profunda, el nuevo presidente tiene un objetivo muy claro al frente de la RAJyL.
Desde una visión integradora, Cazorla apuesta por mantener viva una institución que —como él— combina tradición, reflexión crítica y visión de futuro.
¿Cuál es su objetivo para la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación ahora que ha asumido su timón?
Mi objetivo es seguir en la misma línea: que la voz de la Academia, objetiva, plural y abierta a distintas perspectivas, sea escuchada. Es fundamental que esa voz se base en el rigor científico. La Academia no debe convertirse en un espacio político ni en un lugar para debates partidistas.
Lo que buscamos es ofrecer opiniones bien fundamentadas sobre temas jurídicos y de actualidad, seleccionados cuidadosamente. No se trata de abordar todo lo que ocurre, sino de centrarse en asuntos relevantes, con un enfoque sereno y profundo.
También es importante que las distintas secciones de la Academia funcionen con normalidad, y que, además, podamos organizar actos especiales, como el que celebramos el año pasado con el título «Felipe VI: una década de reinado».
En resumen, quiero mantener un foro jurídico y científico, serio y equilibrado, que trate temas actuales de forma reflexiva y sin pasiones.
A 500 metros de esta sede se encuentra el Congreso de los Diputados. Un lugar que conoce muy bien.
Nueve años, de los 45 de mi vida profesional, los dediqué a esa institución, así es. Como su letrado mayor y como secretario general. Fui el primero de esta era democrática.
El pasado 29 de mayo, en su discurso de toma de posesión como consejero nato en el Consejo de Estado, sorprendió a todos con un discurso que invitaba a pensar. Hablaba del desprecio hacia el derecho por parte de algunos actores políticos y sociales. ¿Cuál cree que es su origen?
Mi discurso tenía una función clara. Fui elegido por unanimidad por mis compañeros para defender el Estado y el Estado de Derecho, es decir, el respeto a las leyes como base para cualquier acción política.
La Constitución ofrece un marco muy amplio para hacer política, pero siempre dentro del Derecho. Si nos salimos de ella, perdemos el rumbo y no llegamos a la verdad.
Por eso, quise que el discurso fuera respetuoso, pero también firme y con compromiso.
“Cunde…”, dijo, “el auge de opciones populistas, basadas en pulsiones emotivas y en pasiones difícilmente controlables”. Se mojó bien.
Intento no personalizar en lo que defiendo, porque mi papel es claro: debo defender el Derecho como la única vía legítima para alcanzar objetivos políticos, por distintos que sean.
Lo preocupante es el desprecio creciente hacia lo jurídico. Se piensa que los juristas son conservadores por naturaleza, que el Derecho es un obstáculo, que las técnicas jurídicas no valen nada, lo que están produciendo los efectos que estamos viendo, leyes incomprensibles.
El propósito político buscado se entorpece por una mala técnica jurídica.
Utilizó un adjetivo, “rampante”, que llamó mucho la atención. El rampante desprecio al derecho que va tomando cuerpo hoy en ciertos sectores de nuestra sociedad y de nuestro Estado…
Es un tema sobre el que he pensado mucho. El desprecio por lo jurídico está creciendo, como un “león rampante”, una figura que simboliza algo que se eleva o se intensifica.
Este desprecio se debe a varios factores: el predominio de una visión puramente económicista de la sociedad, una formación jurídica deficiente en ciertos sectores, y el auge del populismo jurídico.
Eso es dinamita, por no decir una bomba atómica para el Estado de Derecho. Lo que está minando su respeto, que es la base de una democracia social moderna. Y eso es muy grave, porque, aunque la política tiene un margen de actuación muy amplio, siempre debe desarrollarse dentro del marco del Derecho, como en cualquier sociedad organizada.
«El desprecio por lo jurídico está creciendo, como un ‘león rampante’, una figura que simboliza algo que se eleva o se intensifica».
Ha hablado también del auge de pulsiones emotivas frente al razonamiento jurídico.
Eso es una muestra clara del populismo jurídico: imponer las cosas por la fuerza, por el predominio de la voluntad y no de la canalización del impulso político a través de las formas que garantizan conseguir el propósito que se persigue.
El resultado es que muchas veces se aprueban leyes que terminan provocando el efecto contrario al que se buscaba.
¿Cómo explica usted la idea de que la Constitución no puede convertirse en una Constitución chicle?
La Constitución ofrece un campo muy amplio de posibilidades porque al ser una Constitución de consenso, se ha basado en el acuerdo sobre unos principios básicos, un núcleo esencial.
A partir de ahí, cada opción política tiene espacio para desarrollar su proyecto.
Ahora bien, dentro de esa flexibilidad hay límites que no se pueden ignorar. Por ejemplo, el principio de que somos un Estado social y democrático de Derecho es fundamental. Si se deja de lado, se vacía de contenido el verdadero sentido de la Constitución.
¿Usted cree que hoy en día se entiende lo que significa ese concepto de Estado social y democrático de derecho?
Le voy a responder con sinceridad: creo que en otros momentos de nuestra historia constitucional se entendía mejor que ahora. Lo diré así.
Ha advertido sobre el Derecho está siendo sustituido por eslóganes y consignas vacías. Se suele decir que lo evidente es lo que nadie ve hasta que alguien lo explica con claridad…
El derecho es la base fundamental de nuestra sociedad. Es lo que muchos políticos no parecen ver.
Usted ha sido profesor universitario mucho tiempo. Si tuviera que calificar con una nota, de 0 a 10, a los legisladores actuales, ¿qué les pondría?
Nunca diré nada ofensivo ni fuera de lugar sobre las cámaras parlamentarias, a las que he estado vinculado toda mi vida. Siento un profundo respeto y admiración por los parlamentos y, por tanto, por los diputados y diputadas.
Ahora bien, sí creo que, en general, en otros momentos ha habido mayor formación técnica y jurídica entre sus miembros que en la actualidad. Aunque, por supuesto, siempre hay excepciones.
La técnica jurídica de los actuales legisladores, en opinión de muchos expertos –compañeros suyos a los que conoce–– deja mucho que desear. Muchas leyes salen cojas, mal estructuradas y mal hechas. Hay muchos ejemplos.
El desprecio por el Derecho se refleja en cómo se utiliza: ignorando sus técnicas, conceptos y reglas básicas. El ser humano creó el Derecho como una herramienta para entendernos y organizarnos.
Tiene términos y principios que hay que conocer y respetar, porque si no, se corre el riesgo de lograr justo lo contrario de lo que se busca políticamente.
Menospreciar el Derecho es también despreciar la figura del jurista, las leyes como instrumentos de orden y las técnicas jurídicas que garantizan su buen funcionamiento.
Creo que todo puede mejorarse poco a poco. ¿Cuál es la solución? Pues hay que dialogar mucho. Por ejemplo, deberíamos hablar sobre cómo se forman los profesionales en las universidades, y también sobre cómo los partidos seleccionan a sus candidatos.
Sería bueno que los grupos parlamentarios prestaran más atención a incluir personas con formación especializada, no solo en Derecho, sino en otras áreas también. Aunque no todos sean juristas, contar con perfiles bien preparados puede enriquecer mucho el trabajo político.
De vez en cuando emergen voces que dicen que periodo constitucional se ha acabado, que esto va a evolucionar hacia otra cosa, diferente del Estado de Derecho.
Lo diré con claridad: el Estado de Derecho es uno de los grandes logros de la sociedad moderna, aunque hoy esté seriamente amenazado. Quienes creemos en el Derecho como herramienta para afrontar los problemas sociales, proteger los derechos individuales y colectivos, y garantizar un equilibrio real del poder, debemos defenderlo.
El Estado de Derecho sigue siendo la mejor forma de organizar nuestras relaciones políticas, legales y sociales.
El populismo jurídico lo ve como un obstáculo, porque impone límites a la acción impulsiva o puramente voluntarista del poder político. Pero precisamente por eso es más necesario que nunca.
«El desprecio por el Derecho se refleja en cómo se utiliza: ignorando sus técnicas, conceptos y reglas básicas. El ser humano creó el Derecho como una herramienta para entendernos y organizarnos».
¿Usted es de los que posee el don de la memoria fotográfica? Una carrera tan prolija como la suya tiene que estar soportada por ese don, por lógica. ¿Me equivoco?
Podría decirse que tenía memoria fotográfica, aunque con el tiempo la he ido perdiendo un poco. Recuerdo que, cuando era abogado del Estado, me preparé cientos de temas, especialmente en los últimos repasos, antes de los exámenes.
Me aprendí de memoria leyes como el Código Civil, la Ley de Enjuiciamiento Civil y el Código Penal. Todo eso deja huella: aunque no lo recuerdes palabra por palabra, te queda una base sólida.
Yo repasaba siempre con lápiz en mano. Aunque no tuviera el texto delante, podía visualizarlo. Esa capacidad, fruto de una memoria muy entrenada, me ayudó mucho durante mi carrera.
Usted a lo largo de su carrera ha tocado todo tipo de palos. Sacó la oposición a abogado del Estado muy joven. Con 25 años fue director general del Gabinete Técnico del Ministerio de Hacienda, entre 1979 y 1981, letrado mayor y secretario general del Congreso de los Diputados, secretario general de la Bolsa, catedrático de derecho financiero y tributario, pero también miembro de la Comisión Jurídica del Comité Olímpico Internacional y primer vicepresidente del Comité Olímpico Español de 2005 a 2007. Podría continuar. Además, es autor de 22 libros jurídicos y de 9 libros de literatura. El último, “Tetuán y Larache 1936″, que acaba de ver la luz. ¿Cómo explica esta multiplicidad de intereses, teniendo en cuenta que ustedes, los juristas, suelen ser más bien quietos?
Sí tengo una inmensa curiosidad intelectual. Soy, ante todo, jurista. Pero también reconozco que el Derecho, por su propia naturaleza, reseca en sí mismo. He necesitado refrescar el derecho, profundizando en él con cosas colaterales.
Me ha resultado muy enriquecedor vincular el Derecho con la cultura, por ejemplo, a través de mi implicación en proyectos como el Patronato del Museo Arqueológico. Eso me ha permitido ver el Derecho como parte de un conjunto más amplio, dentro de las ciencias sociales, y me ha ayudado a interpretarlo de una forma más práctica y cercana a la realidad.
También he tenido la oportunidad de participar en grandes proyectos fuera del ámbito jurídico puro, como la organización del Mundial de Fútbol, donde fui delegado de Hacienda y miembro del Comité Olímpico, o como vicepresidente primero del proyecto.
Todo eso me ha servido para ampliar horizontes, alimentar mi curiosidad y, en definitiva, para ser un jurista más completo.
Esa idea de que el derecho reseca es muy descriptiva.
El derecho es una disciplina muy exigente. Está profundamente basada en métodos, conceptos y categorías muy precisas. Por ejemplo, algo tan simple como una permuta no es lo que uno cree intuitivamente, sino lo que define exactamente el Código Civil. Todo requiere una gran capacidad de abstracción y un manejo riguroso del lenguaje jurídico.
Y si hablamos de especialidades como el derecho tributario o el regulatorio, la exigencia es aún mayor, porque requieren una actualización constante. En ese sentido, el Derecho te obliga a reciclarte, a repensar tu trabajo continuamente.
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