Una aristócrata le corta una mano y la lengua al cadáver de su hija: fue el «caso de la mano cortada»
Margarita Ruiz de Lihory fue considerada, en su tiempo, la "Mata Hari" española.

Una aristócrata le corta una mano y la lengua al cadáver de su hija: fue el «caso de la mano cortada»

Sucedió en 1954. Margarita Ruiz de Lihory y de la Bastida, de 61 años, marquesa de Villasante, baronesa de Alcahalí, duquesa de Valdeáguilas y vizcondesa de la Mosquera, le cortó la mano derecha, le sacó los ojos y rasuró el vello púbico al cadáver de su  hija pequeña, Margot Schelly, de 36 años.

Luego se guardó los órganos en su casa. El caso llegó hasta el Tribunal Supremo. ¿Por qué lo hizo?.

El proceso figura  en la selección de «Los procesos célebres seguidos ante el Tribunal Supremo en sus doscientos años de historia», que publicó el Alto Tribunal recientemente.

En su momento acaparó todas las portadas de los periódicos.

Todo comenzó el 30 de enero de 1954 cuando Luis Schelly, hermano de la fallecida, enterrada días antes, presentó una denuncia contra su madre ante los Juzgados.

El juez instructor, a pesar de ser una aristócrata de alta alcurnia, ordenó la entrada y registro en el domicilio de la marquesa, situado en el número 72, tercero derecha, de la calle Princesa de Madrid.

Allí había vivido Margot con su madre y el compañero sentimental de esta, el abogado José María Basols-Iglesias, hasta que, muy enferma, fue trasladada a Albacete, donde la familia tenía una segunda residencia y donde, finalmente, murió.

Los CSI de la época localizaron en el interior de una lechera de plástico una mano derecha de mujer y, en un frasco, los ojos y la lengua de una persona. También se encontraron un gran número de cabezas de perro y pájaros muertos.

Margarita Ruiz de Lihory había sido en su juventud una rebelde feminista y una activista por la igualdad de derechos con el hombre. Según afirmó ella, nació en 1893, por lo que en ese momento tenía 61 años, una edad, en aquel tiempo, en que ya se era anciana.

Esta mujer era la menor de dos hijas de José María Ruiz de Lihory, barón de Alcahalí, quien había adquirido cierto relieve político durante los primeros años del reinado de Alfonso XII, llegando a ostentar el título de Gobernador Civil de Mallorca y diputado por Cortes en 1904 -muy vinculado a los círculos masónicos- y Soledad Resines de la Bastida.

El padre, sabedor de que la formación era fundamental para el fugturo de su hija, le dijo una formación académica reservada para los varones. Margarita respondió a las espectativas. Acabó Derecho en dos cursos -en aquel tiempo la carrera era de cinco años-, con notas muy brillantes.

A la joven Margarita la casaron a los 17 años con Ricardo Shelly, un valenciano de ascendencia irlandesa, empleado a la empresa estadounidense «La Equitativa», con quien tuvo 4 hijos: José María, Juan, Luis y Margot, la pequeña -y la más frágil- conocida despues por sus profundas convicciones religiosas y sus actos de solidaridad social.

Sin embargo, el matrimonio no duró mucho. Se separaron.

Comenzó a hacer declaraciones en diversos foros públicos que fueron escandalosas para ese tiempo: «La mujer no debe ser instrumento más que de si misma»; «Debe buscar su placer, y no el placer del hombre»; «La mujer debe buscar su realización en la vida activa y no solo en el matrimonio»; «Debe participar activamente en la política, en el trabajo, en la lucha»,  y otras por el estilo.

“Yo no estaba dispuesta a servirle de coneja, a que me hiciera un niño cada año y, por añadidura me contagiara alguna enfermedad, pues era muy aficionado a verse con otras mujeres”, explicó después la propio Margarita.

Al verse libre, la marquesa dejó a sus hijos al cuidado de su madre y se lanzó a la aventura profesional y personal. Fue periodista y como corresponsal de «La Correspondencia de España» y de otros periódicos madrileños cubrió sobre el terreno la guerra de Marruecos, entre 1919 y 1923.

Una ocupación que compaginó con otra más discreta: la del espionaje.

En su momento se la conoció como la «Mata Hari» española por haber sido agente doble, y quizá amante, del general Miguel Primo de Rivera, dictador entre 1923 y 1930, y del rebelde rifeño Abd El Krim. También entabló amistad con un joven general, Francisco Franco, a quien se dice que salvó la vida al avisarle con antelación de un atentado que le habían preparado los rebeldes rifeños.

Margarita Ruiz de Lihory en dos imágenes de su tiempo de periodista en Marruecos.

Margarita Ruiz de Lihory en dos imágenes de su tiempo de periodista en Marruecos.

También trabajó como pintora en América y, tras un periodo en París, compartiendo la vida con la alta aristocracia francesa, regresó a España, donde se unió sentimentalmente al mencionado Basols-Iglesias, famoso abogado barcelonés, que abandonó a su primera esposa y a su familia para vivir el resto de su vida con ella.

EXHUMACIÓN DEL CADÁVER

Con el fin de determinar si los órganos humanos encontrados en Princesa, 72, habían pertenecido a Margot Schelly, el juez instructor ordenó la exhumación de su cadáver y la realización de una autopsia, para establecer la causa de la muerte.

Había que descartar el homicidio o asesinato.

O confirmarlo.

El informe del médico forense constató que, efectivamente, al cadáver le faltaban la mano derecha, la lengua, los ojos y el vello púbico.

Y también que la muerte se había producido de forma natural, por leucemia o edema pulmonar.

La noticia desató todo tipo de especulaciones.

Margarita Ruiz de Lihory era amiga personal del dictador, el general Francisco Franco. Era de las pocas personas que lo tuteaban.

Desde el Palacio de El Pardo, se hizo todo lo posible por acallar las informaciones. Lo que provocó, a su vez, que las especulaciones se dispararan.

Se habló de magia negra, de ocultismo, de sectas y rituales. Se especuló sobre la possible intervención de extraterrestres y también de experimentos médicos vinculados con el nazismo.

También se barajó la idea de que la marquesa y el abogado estuvieran inmersos en el tráfico de drogas y en el contrabando de joyas, y que hubieran utilizado a los animales para pasar las piedras preciosas de un país a otro en sus estómagos, sin problemas.

Luego los sacrificaban y extraían los correspondientes botines.

Sin duda, esta opción explicaría la importante cantidad de dinero que manejaban ambos y que justificaban en constantes premios de lotería o herencias de familiares desconocidos.

El caso fue tan impactante para el pueblo que se forjó una cancioncilla popular que decía:

«En la calle de La Princesa, vive una vieja marquesa

con su hija Margot, a quien la mano cortó.

Moraleja, moraleja, esconde la mano que viene la vieja».

EL JUICIO

El juicio tuvo lugar el 28 de marzo de 1961 en la Audiencia Provincial de Madrid, siete años después (ya andaba lenta la justicia entonces, también; o querían, en este caso, que fuera lenta).

Pasado ese tiempo, con las cosas enfriadas convenientemente, Margarita Ruiz de Lihory y José María Basols-Iglesias recibieron una condena mínima por un delito de profanación de cadáveres y otro contra salud pública, tras un acuerdo de conformidad con el Ministerio Fiscal.

En su autoexculpación la marquesa declaró que las mutilaciones fueron el resultado de «la adoración» que sentía por su hija Margot.

«Los actos se cometieron con el fin de conservar aquellos miembros de la muerta, como un recuerdo sagrado», declaró.

La marquesa de Villasante comparó esta práctica con las conductas de los católicos, que veneran la lengua de San Antonio de Padua, el brazo de San Vicente Ferrer o el brazo incorrupto de Santa Teresa, que acompañó a Franco durante toda la guerra civil española para que le diera suerte.

La pareja salió con bien de todo aquello.

Por el primer delito, el de profanación de cadáveres, Margarita Ruiz de Lihory, fue condenada a 6 meses de arresto mayor y 5.000 pesetas de multa, y José María Basols-Iglesias a 3 meses del mismo arresto y 2.000 pesetas de multa. La diferencia de castigo se debió a que a la marquesa se le aplicó el agravante de parentesco.

Por el segundo delito, el de salud pública, la condena fue la misma para los dos: multa de 5.000 pesetas, con arresto sustitutorio de treinta días por cada multa en caso de que no fueran abonadas.

RECURSO AL TRIBUNAL SUPREMO

La pareja, después de que pasó todo, no quedó conforme por el resultado.

Se convenció de que habían sido condenados «injustamente» y, a pesar de haber admitido una sentencia de conformidad, recurrieron ante el Supremo argumentando que el tribunal de la Audiencia Provincial había incurrido en una infracción de ley por aplicación errónea de los delitos de profanación de cadáveres y contra la salud pública.

Desde sus puntos de vista -tanto Basols-Iglesias como Ruiz de Lihory eran abogados-, era incompatible la intención de conservar un «recuerdo sagrado» de la hija con faltar al respeto debido a los muertos con vilipendio hacia los mismos, por lo que no podría ser acreditada la concurrencia del elemento subjetivo propio del delito, de los artículos 340 y 345 del Código Penal de 1944.

El Tribunal Supremo fue contundente, de la mano del magistrado ponente José María González Díaz.

Declaró que no había lugar al recurso de casación planteado y confirmó la sentencia dictada por la Audiencia Provincial porque había sido aceptaba mutuamente por los condenados y porque era procedente.

La sentencia derivada de la conformidad creó una situación procesal inatacable por las partes.

No fue necesario la celebración de un juicio oral.

El 25 de abril de 1964 la Sala de lo Penal dictó sentencia dejando las cosas como las había dejado el tribunal inferior.

NUNCA SE SUPO LA VERDAD

La verdad sobre el enigmático caso de la mano cortada nunca se supo. Margarita Ruiz de Lihory se llevó con ella el secreto a la tumba. Murió el 15 de mayo de 1968 en la indigencia más absoluta y en un alarmante estado de inanición y abandono.

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