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¿Por qué el Gobierno todavía no le ha concedido el indulto a Luis Hiniesto?

¿Por qué el Gobierno todavía no le ha concedido el indulto a Luis Hiniesto?
Luis Hiniesto en una foto antes de entrar en la cárcel de Aranjuez, Madrid, el 24 de diciembre pasado, día de Nochebuena. Confilegal.
20/9/2017 06:10
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Actualizado: 20/9/2017 01:31
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Después de conocer a Luis Hiniesto personalmente, y su historia, no pude dejar de recordar el último verso de la tercera estrofa del poema Retrato, de Antonio Machado, en el que se definía de la siguiente forma: «soy, en el buen sentido de la palabra, bueno».

Porque eso es, precisamente Luis Hiniesto: un hombre bueno.

El vendedor de la ONCE , de 53 años, que, desde el día de nochebuena de 2016, está cumpliendo injustamente una condena de 3 años y medio en la prisión de Aranjuez por haberse defendido, por haber salvado su vida -y es mi opinión personal- cuando su entonces esposa, María del Carmen Hormigos, de 56 años, quiso arrancársela a tiros.

La solicitud está cursada, según me ha explicado su abogado Fernando Gómez-Chaparro.

Pero no se mueve nada en el Ministerio de Justicia. Y seguimos esperando.

Recuerdo que se movió, y rápido, cuando el que lo solicitó fue aquel «kamikaze» que estaba representado por un bufete en el que trabajaba el hijo del entonces titular de la cartera, Alberto Ruiz-Gallardón. 

Ya sé que Rafael Catalá nada tiene que ver con su antecesor y sus conocidos, pero el caso de Luis Hiniesto vuelve a recordar el viejo dicho de que «el que tiene padrino, se bautiza».

Porque si de algo adolece Hiniesto es de que no tiene padrino alguno. Nadie influyente. Con contactos. Con dinero.

Su peor pesadilla

Hiniesto es un hombre que toda su vida se ha dedicado a trabajar, a ahorrar peseta a peseta, primero, y euro a euro después, a sacar adelante a su familia, a su mujer y a sus dos hijos y que un día se encontró ante la peor de las pesadillas.

Ocurrió la madrugada del 30 de marzo de 2011 en el garaje de su chalet de Valdemorillo, al oeste de Madrid.

El hombre se disponía a sacar su coche para dirigirse al mercado del barrio de Salamanca, donde vendía cupones; un lugar donde era apreciado y querido por todos.

Eran las 7 de la mañana. El interruptor de la luz no funcionaba. Tampoco el mando para accionar la puerta del garaje, por lo que la abrió manualmente.

Cuando lo había hecho, notó un tremendo golpe en su espalda y escuchó un estampido, de forma simultánea.

Luego escuchó otro.

Una segunda bala le agujereó su bufanda.

Otra dio en su Smart.

Hubo, incluso, tres más, cuyas balas no se pudieron recuperar.

Todos sabemos que, ante un peligro inminente, el ser humano tiene tres opciones: huir, hacerse el muerto o encarar el peligro.

Hiniesto no podía huir porque era cojo. Tampoco podía haberse hecho el muerto porque, casi con toda seguridad, su esposa lo hubiera rematado en el suelo.

Por lo tanto sólo le quedó una salida: hacerle frente.

El vendedor de la ONCE se giró sobre su única pierna, apoyado en la prótesis de 5 kilos que ocupa la otra, y forcejeó con su agresora, que vestía de oscuro y llevaba la cara tapada al estilo «ninja».

Le hizo frente.

Sus brazos eran fuertes, llevaba años usando muletas.

“Le agarré la pistola por el cañón, tratando de desviarlo de mi cuerpo y me quemé. Le sujeté las manos para quitársela, porque seguía disparando”, me contó Hiniesto cuando le entrevisté.

Se produjo un forcejeo -y aquí está el meollo de la cuestión de su condena- en el que uno de los disparos  terminó en el estómago de la agresora, que cayó al suelo.

El primer impulso de Luis Hiniesto fue quitarle la máscara.

Quería saber quién había querido matarle por la espalda.

Lo que descubrió le horrorizó desde el primer segundo.

Porque era María del Carmen Hormigos.

Su esposa.

Un fuerte dolor en la espalda no le dejaba respirar, pero reunió fuerzas para subir los 20 peldaños que se separaban del interior de su casa, y llamó al 112.

Una bala en la columna vertebral

Ambos fueron trasladados al hospital de inmediato. El fuerte golpe que había sentido en su espalda nada más abrir manualmente el portón del garaje había sido nada menos que un balazo.

Milagrosamente la bala había quedado alojada entre sus vértebras, de una forma que no le impedía moverse.

Pero era de difícil extracción. De hecho, todavía sigue teniéndola incrustada.

El caso, se llevó, en un principio, en el Juzgado de Primera Instancia e Instrucción número 3 de San Lorenzo de El Escorial.

A los diez días, cuando María del Carmen Hormigos salió del hospital, recuperada del balazo en el estómago, fue citada a declarar por la juez del caso.

Tenía que decidir si enviarla a prisión.

A Hormigos le asignaron una abogada de oficio que basó toda su defensa en una fábula, una mentira: Luis Hiniesto era un maltratador psicológico.

“Así se afirmó ante la juez de instrucción. Este señor es un demonio, es un maltratador. Tira las cosas por el suelo. Sus hijos viven aterrorizados. No les da ningún dinero. Se echa unas siestas tremendas.  Cuenta una historia que le describe como un maltratador absoluto”, asegura Gómez-Chaparro.

La mujer de Luis Hiniesto mintió durante los cinco años que duró el proceso, y logró su objetivo: llevar un delito de asesinato en grado de tentativa como si fuera un asunto de violencia de género para que recayese en la sección 26 de la Audiencia Provincial de Madrid, especializada en esa materia, y eludir la cárcel.

Como así ocurrió.

Sin embargo, durante el juicio, que tuvo lugar el 25 de enero de 2016, Hormigos se desdijo ante el tribunal y reconoció que había mentido. Sus palabras quedaron grabadas en el vídeo del juicio: Nunca existieron los malos tratos.

“No, lo dije porque la abogada que me pusieron en ese momento, me dijo que lo dijera porque si no iba a entrar en prisión”, sostuvo en el plenario.

El tribunal no dedujo testimonio

Sorpresivamente, el tribunal no movió ni un dedo tras escuchar sus palabras.

No dedujo testimonio a la mujer, a pesar de reconocer abiertamente que había mentido.

No envió el caso para que el juez de instrucción pertinente instruyera el caso por falso testimonio.

Tuvo que ser el abogado de Hiniesto el que, mediante la pertinente querella, ha conseguido mover lo que los jueces tenían que haber hecho.

Una querella que ha sido finalmente admitida a trámite.

Hiniesto y su ya exesposa, una parricida frustrada, fueron condenados, cada uno, a 8 años y medio de prisión por sendos delitos de asesinato frustrado.

Una condena que el Supremo después redujo al vendedor de la ONCE a 3 años y medio al apreciar una eximente incompleta de legítima defensa, tenencia ilícita de armas y retirar la agravante de parentesco.

Hubiera «cantado la Traviata», hubiera sido un tirón de orejas en toda regla, la absolución del tribunal sentenciador de la Audiencia Provincial por parte del Tribunal Supremo.

El vendedor de la ONCE hizo lo único que podía hacer: tratar de salvar su vida, con un balazo en la espalda. No había otra.

“Luis no disparó contra su esposa, que trataba de matarlo. El disparo en el estómago fue fruto del forcejeo, como han admitido los forenses que pudo ocurrir. Debería haberse aplicado el principio de ‘in dubio pro reo’, en caso de duda a favor del reo, y no lo contrario. Nos perjudicó que se le considerara, desde el principio, un maltratador y desde ahí todo se torció. Pero todavía queda una oportunidad para hacer justicia concediendo el indulto a Luis, pesar de los 9 meses en la cárcel. Porque si se permite que continúe en prisión a esto podrá llamarse cualquier cosa menos justicia”.

En su informe, los médicos forenses del caso, Ovidio Fernández Martín y Elisa Hernández, afirmaban que el disparo en el estomago de la parricida frustrada pudo haberse debido a un forcejeo, y no a un deseo de venganza de Luis Hiniesto.

¿Tenía este hombre haberle dejado que su esposa le matara? Sólo hay una única respuesta a esta pregunta.

Cómo sólo hay una solución a esta injusticia.

Se llama indulto.

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