En la antigua Roma los acreedores podían esclavizar a los morosos y venderlos para cobrarse la deuda
Cuadro de Jean-León Gérôme, titulado "Subasta de esclavos en la antigua Roma". Museo del Heritage, San Petersburgo. Las mujeres romanas seguían la misma suerte que sus maridos morosos y podían ser vendidas como esclavas para resarcir al acreedor de sus deudas.

En la antigua Roma los acreedores podían esclavizar a los morosos y venderlos para cobrarse la deuda

Si un ciudadano romano contraía una deuda con otro y no podía pagarla el pretor, que era como se denominaban a los jueces entonces, podía condenarlo a convertirse en esclavo del acreedor, quien podía venderlo, después, para cobrarse su deuda, o, incluso matarlo.

En la Ley de las XII Tablas se fijaron las formalidades que debían de cumplirse y los plazos que había que conceder al moroso.

Esta institución del Derecho romano primitivo recibió la denominación de “legis actio per manus iniectionem”, o acción de la ley por aprehensión corporal.

Una acción -la más antigua de las leyes romanas- tenía carácter ejecutivo.

El procedimiento era siempre el mismo. Una vez que el deudor había sido juzgado y condenado -o había reconocido, de motu propio, mediante confesión, tener la deuda-, el pretor le daba 30 días para pagar lo que debía.

Si no lo hacía, el acreedor lo conducía ante el pretor, en el foro romano, donde decía en voz alta: «Quod mihi iudicatus es sestertium decem milia quandoc non solvisti, ob eam rem ego tibi sestertium decem milium indicati manum inicio»,  que traducido quería decir, Puesto que has sido condenado a pagarme diez mil sestercios, y hasta el momento no has pagado, precisamente por esta razón realizo sobre ti la aprehensión corporal.

A continuación lo agarraba de la mano.

El moroso podía evitar la esclavitud si en ese momento aparecía alguien que se hacía cargo de la deuda.

Si no era así, el juez daba luz verde al acreedor para llevarse con él al deudor diciendo simplemente «addico», o te lo atribuyo.

Durante los 60 días siguientes el acreedor debía exhibir al moroso, debidamente atado, junto a su mujer y a sus hijos, en tres mercados públicos de esclavos diferentes, en los cuales debía decir en voz alta cuál era la situación en la que había caído y el dinero que se le adeudaba.

¿Cuál era el fin?

Que a algún familiar o amigo se le ablandara el corazón y apechugaran con la deuda, con lo cual recobraba la libertad.

Si no era así, si nadie lo rescataba, el acreedor podía venderlos o, incluso, matarlos.

Esto fue así hasta el año 326 antes de nuestra era, cuando se promulgó la ley Poetelia Papiria, que suavizó mucho las situaciones a las que se veían reducidos los deudores insolventes.

Desde esa ley, se impone otra concepción por la cual a los morosos desafortunados se les otorga el beneficio del derecho de cesión, pudiendo librarse de la esclavitud entregando todos sus bienes a los acreedores.

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