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Berlín 2018, Crónica de la Maratón de Luis Cazorla: Todos con Kike

Berlín 2018, Crónica de la Maratón de Luis Cazorla: Todos con Kike
21/9/2018 06:15
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Actualizado: 21/9/2018 00:48
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Son las 5.50 de la mañana del domingo 16 de septiembre de 2018, abro los ojos después de haber dormido un puñado de horas antes de que el despertador suene a las 6 am.

Ese momento, el amanecer del día del Maratón, antes de empezar con el ritual de preparación para la carrera, confieso que para mí es el más duro de toda la preparación, (y ya van siete): “¿no hay otro cosa mejor qué hacer un domingo de septiembre a esas horas que pegarse con 42 kms y 195 metros?

Es la certeza de que la gloria espera, pero que el único camino es la pelea, la lucha y muy probablemente pasarlo mal.

Trato de poner la mente en blanco, y reservo acordarme por qué estoy allí en ese instante para momentos que vendrán y en los que serán más necesarios esos pensamientos.

Comienzo el ritual, perfectamente metódico y organizado, desayuno (plátanos, barritas energéticas, isotónico, dátiles..), lo justo y muy pensado; la tripa no puede jugar malas pasadas y la alimentación importante ha sido la de los días previos, la carga de hidratos.

Me visto, recogiendo los geles, dorsal, y descanso unos minutos preparados visualizando la carrera.

Son las 7.45 de la mañana y bajo al hall del Hotel Meliá en Berlín, tras despedirme de Ana y confirmar los kilómetros en los que estaría animándome –pobrecilla, vaya paliza la espera también- (kms 8, 21 y 38). Todos estratégicamente pensados desde el punto de vista psicológico, esencial en la lucha contra la distancia de Filípides: el inicio para controlar la euforia y nervios, en la media maratón, dónde ya se tiene una impresión clara de si la cosa va bien o mal, y en pleno “muro”, en el que se corre más con el corazón que con otra cosa.

Nos dirigimos un grupo de españoles desde el hotel a la salida, en pleno Tiergarten, al lado de la llegada en la puerta de Bradenburgo, charlando sobre la temperatura, las sensaciones, los objetivos, tratando de mantener la mente distraída el máximo tiempo posible.

En ese rato no se puede ganar nada, pero es fácil cometer algún error que luego tenga consecuencias en el transcurso de la carrera: no coger frio, seguir bebiendo y alimentándose, mantener la calma, etc.

Llegamos a la zona de salida a la que se accede por una gran cola, la gran ventaja del maratón de Berlín es su recorrido plano y la comodidad y belleza de la salida y llegada.

Última visita al baño, calentamiento estiramientos y al cajón de salida.

Esos momentos son realmente extraños, se mezcla una sensación de ganas por empezar, por pelear lo trabajado y una certeza: van a llegar momentos duros y difíciles que hay que gestionar y no se sabe ni cuántos, ni cuándo.

SALIDA: LA SUERTE ESTÁ ECHADA

Se da la salida y pasan unas largas decenas de segundos, casi minutos hasta que se puede empezar a correr hacia el arco que marca el inicio de la carrera; enciendo el gps, la música con la playlist escogida y repaso el plan de carrera recordando en unos segundos por qué estoy allí y lo que me ha costado.

La suerte está echada y sólo queda empezar a ejecutar el plan y que el cuerpo responda. Para eso llevas meses preparándote física y mentalmente y es el momento de lucirlo.

Los primeros kms de la maratón son de nervios, pisotones y frenazos. Cuesta coger el ritmo y centrar las pulsaciones en el punto preparado, y no se consigue hasta pasados 2-3 kms. Controlo la euforia, los malos pensamientos y trato de poner la mente en blanco y centrada en mantener un ritmo de 4.35 el km. Noto que el gps no está bien calibrado por el viaje seguramente (primer fallo) y me centro en seguir al glbno/pacer de 3.15, el objetivo buscado.

Llega el km 8 y no conseguí ver a Ana porque la calzada se divide y tomo el lado en el que no está; da igual, sabe que he pasado bien y todo marcha según lo planeado.

Las sensaciones son muy buenas. Cojo ritmo de crucero y ya rompo a sudar.

Hace un poco de calor de más para mi gusto (15 grados) y trato de buscar sombras aunque eso significa ir haciendo más metros que al final se notan.

Pasan los kilómetros y las sensaciones mejoran, por primer vez pienso en toda la gente que está pendiente del reto, de toda la gente que se ha movilizado y que está pendiente de la carrera.

Me anima.

Tomo el primer gel a los 45 minutos y todo sigue perfecto, pasan los kilómetros, el calor afloja porque se nubla y sigo tomando los geles cuando corresponde. Se acerca el 21, y pienso en que ya ha pasado media maratón, estoy intacto y voy a ver a Ana.

Cruzo la media en un tiempo de 1h37.30, justo con una proyección de 3h.15, el objetivo.

He sido conservador, voy bien y estoy convencido de que podré apretar a partir del 30.

Veo a Ana y salto de alegría. Voy muy bien, grito ¡vamos! y sigo. En una maratón lo que en un momento es blanco puede ser en el segundo posterior negro y el componente mental y el trabajo de preparación va enfocado a poder gestionar estas subidas y bajadas.

UN IMPREVISTO

Me esperaba un imprevisto: kilómetro 22-23, se me acalambra el isquio izquierdo en el que había tenido una microrrotura hacía un mes.

Estaba preparado para que diera la lata, pero no para que fuera en forma de calambre y tan pronto.

Hay que tomar decisiones en carrera y gestionarlas es parte del encanto del maratón.

Decido aflojar, proteger la pierna y tomar más geles y sales de las planeadas, parece que el calambre mejora pero no me atrevo a apretar y sigo perdiendo 5-10 segundos por kilómetro.

El globo de 3h 15 se me va poco a poco pero no por falta de fuerzas.

Decido olvidarme de eso y correr por sensaciones, el isquio vuelve avisar y me paro a estirarlo.

Kilómetro 28, tengo el miedo de no poder acabar pese a encontrarme muy bien a nivel general y empiezo a gastar el cartucho de pensar en lo que me llevaba a estar en ese momento allí. Creo que Kike empezaba a empujar fuerte, sino no sigo.

Arranco y mantengo un ritmo por debajo de lo planeado pero no surgen amagos de nuevos calambres, pese a que constantemente lo compruebo. Sigo tomando geles de más y parece que el susto pasa, aunque no me atrevo a apretar, quiero que pasen más kilómetros.

La sensación general es muy buena, paso por el 32 y 33 y sigo conteniéndome.

Al paso por el kilómetro 35, el isquio se me vuelve acalambrar, paro a estirar, esta vez algo más y arranco de nuevo.

Kike está empujando y no me deja parar.

A esas alturas veo que el 3h 15 se me va, pero quiero acabar como sea.

En el km 37,5 me espera Ana, eso me anima.

En esos momentos tratas de tranquilizarte pensando en el trabajo hecho, en los madrugones y lesiones (hasta una sinusitis esta vez); te aferras a lo que te da fuerza, a tu familia, a tu esfuerzo, a los niños y a Ana.

Hay mucho esfuerzo detrás en la preparación de un maratón en verano, con tres enanos, y no pienso darme por vencido. Kike no me deja tampoco, el tío empuja fuerte. Cuando veo a Ana, me paro la doy un abrazo y la digo que llevo el isquio acalambrado. En los segundos que me paro me dice que siga, que lo tengo en mi mano. No era tanto el tiempo que había perdido.

Arranco fuerte, tomo un gel con cafeína y quizá la proximidad de la meta y la pérdida del miedo a que el isquio me deje tirado quedando tan poquito, hace que acelere porque de fuerza en general iba muy bien. Me había preparado para menos y no había podía sacarlo completamente.

Sin ese miedo al fallo muscular, en ese momento me libero.

Cuando cruzas el kilómetro 39-40 en un maratón, si lo haces en un buen estado, empiezas a disfrutar de todo, te ves llegando. Dolores, cansancio, ya nada importa, y todo ha merecido la pena. El corazón se acelera y las emociones afloran.

SIGO APRETANDO

Me había visto muchas veces entrando por la puerta de Bradenburgo, con mejor tiempo, pero eso daba igual. Sigo apretando porque el objetivo no queda tan lejos.

Entro en la larguísima recta final con la puerta de Bradenburgo al fondo con el dorsal en la mano, porque desde el km 30 se me había soltado, saludo e invito a la gente a animar. Se ven banderas españolas, suena a tópico pero los más animosos.

Miro el crono, no voy a llegar, me quedo a un minuto y medio de las 3h 15 pese a haber hechos los 3 kilómetros más rápidos de la maratón.

Da igual, sigo apretando, saludo y me señalo el #todosconkike. Me paro un metro antes de la línea de meta y entro tranquilo andando, dos o tres pasos, nada más, disfrutando a sorbitos y con los ojos cerrados del momento, de las sensaciones que te asaltan e invaden.

Lo saboreo, 3h 17, 22 segundos.

Al palo.

Ya está Kike, lo hemos hecho, he fallado un poco pero lo hemos peleado como jabatos.

Muchas gracias por tu fuerza y por tu ejemplo, por darme la oportunidad darme cuenta de muchas cosas importantes en los últimos meses.

Muchas gracias a tus padres por su ejemplo de vida, por dejarme mover este reto, por vivirlo, por permitirme estar cerca de vosotros.

Muchas gracias Tristán.

Muchas gracias a la Fundación FOI, por hacer cosas que realmente valen la pena y permitirme aportar mi granito de arena.

Muchas gracias, amigos, a todos los que habéis participado, seguido, animado, empujado.

Lo hemos conseguidos todos.

Han sido impresionantes las muestras de cariño y de proximidad.

Un equipazo.

Muchas gracias Ana, Luis, Jacobo y Asís, a mis padres, mi equipo, mi vida.

Muchas gracias a mi hermano Pablo por sus consejos y ayuda.

Hemos conseguido recaudar casi 9000 euros, implicar a mucha gente en redes sociales y fuera de ellas por una bonita causa y dar a conocer la actividad de una Fundación destinada a la luchar contra la leucemia infantil, a través del ejemplo de Kike y su familia.

Ha sido muy bonito.

Sólo puedo dar las gracias y, si hay una próxima vez, intentar hacerlo un poco mejor.

Un fuerte abrazo a todos, equipo.

Gracias de corazón.

 

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