Martín Alonso Zarza, autor de «El catalanismo, del éxito al éxtasis»: «El ‘procés’ es un producto de la irracionalidad política»
Martín Alonso Zarza, doctor en Ciencias Políticas, licenciado en Sociología, Filosofía y Psicología, formó parte del grupo de expertos de la Escuela de Paz de Bakeaz (Bilbao).

Martín Alonso Zarza, autor de «El catalanismo, del éxito al éxtasis»: «El ‘procés’ es un producto de la irracionalidad política»

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13/1/2019 06:15
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Actualizado: 12/1/2019 22:40
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Politólogo y filósofo el autor de la trilogía “El catalanismo, del éxito al éxtasis”, Martín Alonso Zarza analiza el «procés» catalán en esta entrevista en que habla de Jordi Pujol, la corrupción, la política lingüística, y los diferentes factores que han llevado a una situación imposible que califica plena de fantasías redentoras y utopías.

Resume Alonso: “Las comunidades imaginarias pueden hacer estallar las comunidades reales”.

Martín Alonso Zarza, doctor en Ciencias Políticas, licenciado en Sociología, Filosofía y Psicología, formó parte del grupo de expertos de la Escuela de Paz de Bakeaz (Bilbao).

Sus intereses y publicaciones tienen que ver con la identidad, el nacionalismo, la retórica de la violencia, los usos de la historia y la memoria.

Cita usted a Caro Baroja cuando afirma que tener ilusiones es legítimo pero discutible pues de hacerlo en algo problemático podemos estrellarnos y, lo que es peor, estrellar a los otros. ¿Resume esta reflexión lo que ha ocurrido con el procés?

La referencia a Caro Baroja –la creencia en las brujas tuvo las consecuencias que conocemos– obedece a que llama la atención sobre el tema de la irracionalidad.

Es el problema fundamental en política precisamente porque impide afrontar todos los demás.

Cuando los imaginarios se pueblan de fantasías redentoras, de utopías de sustitución, de burbujas cognitivas, los procesos sociales adoptan trayectorias tortuosas, a menudo muy dañinas.

No es una exclusiva del procés, ocurre con los populismos en sus variantes –de UKIP a AfD pasando por Vox–, y ocurrió en situaciones más crudas: véanse las noticias sobre el nacionalismo serbio en los últimos años del siglo pasado, utilizando el Pisuerga de la derrota de Kosovo (1389), como el procés hizo con la caiguda (1714).

Ocurrió también cuando una nutrida proporción de alemanes aceptaron los mitos nazis que actuaron como una pantalla que les impedía ver la realidad.

El procés es, en efecto, un producto de la irracionalidad política.

Pensemos, para terminar, y con un ejemplo más cercano, en que el abertzalismo radical ha justificado durante décadas el asesinato, la extorsión y el acoso en la alucinación de un conflicto ancestral entre España y Euskal Herria; en realidad de un ataque incesante de la primera contra la segunda, en sus términos.

Estos casos ilustran el potencial destructivo de la irracionalidad: las comunidades imaginarias pueden hacer estallar las comunidades reales.

En el Pacto del Majestic empezó un proceso de discriminación del castellano que ha abocado a una situación homologable pero al revés, a la del franquismo, de acuerdo con Martín Alonso Zarza.

En esos años que van del 2006 al 2010 se planteó el riesgo que se corría de no aprobarse el Estatuto. El propio presidente José Montilla dijo en 2007 que crecía el desafecto emocional hacia España. En el 2009 doce diarios catalanes publicaron un editorial conjunto «La dignidad de Cataluña», en el mismo sentido.

Son años en que Convergencia Democrática de Catalunya está fuera del gobierno, dado que fue desplazada por un Maragall que estuvo dispuesto a jugar la carta identitaria, adelantando a dicho partido por la pista nacionalista al proponer la reforma del Estatut (en la línea del federalismo asimétrico y con esa carga de historicismo romántico que impregna el preámbulo del texto).

La oposición partidaria de carácter ideológico (el 3% en aquella sesión memorable del Parlament) es enterrada por la comunión nacional (más tarde: el abrazo entre David Fernàndez y Artur Mas). La posición de Montilla es típica de la hiperadaptación (de los charnegos), que representa ahora en modo tan original Gabriel Rufián.

Y el editorial conjunto es, en retrospectiva, el hito discursivo que marca el tránsito del pujolismo al procesismo; un hecho fundamental por muchas razones que no caben aquí, pero sobre todo y de nuevo porque cambia el foco de la agenda política.

La segunda mitad de 2009 ve acumularse una secuencia de casos que muestran el carácter estructural de la corrupción en Cataluña y principalmente en CDC (caso Palau); como reacción, en un momento se produce una negociación entre partidos y poco después aparece el editorial conjunto, consensuado entre las cúpulas de El Periódico y La Vanguardia, que hace de la dignidad la alfombra patriótica que oculta las inmundicias.

Algunos de sus promotores –convendría recordar sus nombres– han modificado sus posturas pero no se hacen cargo de la responsabilidad derivada de aquella meta volante y siguen pontificando desde los medios como entonces.

Por otro lado, los recursos retóricos como el desapego o la construcción de un supuesto ataque a la dignidad (preventivo, además, porque la sentencia del TC no saldrá hasta el verano siguiente), son elementos universales y una constante en el argumentario nacional-populista.

Cita que para el nacionalismo fue fundamental la Ley de Política Lingüística que Pujol en 1998 incluyó como intocable en los Pactos del Majestic con José María Aznar. ¿Qué consecuencias tuvo este acuerdo?

Tuvo consecuencias directas e indirectas. Directas porque allí empezó un proceso de discriminación del castellano que ha abocado a una situación homologable pero al revés, a la del franquismo.

Indirectas porque la lengua sirvió de ariete para el proceso de nacionalización de la educación en su conjunto.

Y de más alto alcance porque fue un ejemplo de la estrategia de hechos consumados característica de Pujol y que pasó desapercibida por su habilidad para jugar con dos barajas.

Una de ellas antitética de la función institucional que le correspondía.

Quiero recordar, también a modo de homenaje a una persona de una trayectoria intelectual y humana ejemplar, las palabras del historiador Gabriel Jackson respecto a la ley de política lingüística: «cuya principal función ha sido la de evitar el debate sobre la verdadera naturaleza de la alianza del gobierno entre CiU y el PP.

De hecho, todo este ejercicio ha sido una ilustración de libro de cómo la izquierda (PSC, IC) cae en la trampa de suponer que el nacionalismo la acercará al electorado, y de cómo la derecha se las apaña para desviar la atención de los problemas reales hablando de “esencias” nacionales, “hechos diferenciales”, etcétera».

Banca Catalana es una jugada maestra de Pujol, lo que vivimos ahora es impensable sin aquella impostura fundacional

Frente a esta teoría, ¿considera como lo hace Carlos Jiménez Villarejo, que hay que remontarse a Pujol y sus asuntos económicos? ¿Es el proceso un entretenimiento para desviar la mirada de la corrupción?

La de Carlos Jiménez Villarejo es la línea interpretativa con más solvencia, el caso Banca Catalana inaugura lo que podríamos llamar, con menos impropiedad que se hace con el régimen del 78, el régimen del 84 catalán, para volver a la pregunta inicial.

El marketing mediático-social de Banca Catalana es el hecho fundacional de esa secuencia de datos falsos que hace pensar en las piruetas de los defensores del geocentrismo para desautorizar a Galileo.

A resultas de la operación, Pujol/Cataluña se envolvió a la vez en la bandera y en la coraza victimista.

Recuérdese que allí logró Pujol torcerle el brazo al derecho transformando su conducta criminal en aval de un magisterio moral: «De ética, moral y juego limpio hablaremos nosotros».

Le faltó decir, y de verdad. A partir de ese momento la verdad fue también víctima de la nacionalización y la irracionalidad el corolario.

Banca Catalana es una jugada maestra de Pujol, lo que vivimos ahora es impensable sin aquella impostura fundacional. Que incluía, recordamos, una convocatoria desde los medios públicos para rodear el Parlament, lo que desautorizaba entonces como ahora el carácter ‘desde debajo’ de la movilización.

Y se adelantaba a esas prácticas que han dado lugar a etiquetas novedosas (posverdad, hechos alternativos, fake-news). Banca Catalana fue también el principio de una práctica ininterrumpida: la persecución de los que se atrevían a poner en cuestión las industrias irregulares del virrey, de sus amigos por corruptos que fueran, o de sus dogmas.

Entre los señalados (y boicoteados cuando era ministro de Cultura) figura Jordi Solé Tura, que se atrevió a disentir del padre de la patria en esa circunstancias después de haber disentido de la tesis oficial sobre el catalanismo de Josep Benet.

Pero sus palabras, de aquel mismo 84 y escritas al calor del tratamiento del caso Banca Catalana, resultan premonitorias: «Se está configurando el Estado de las Autonomías como un proceso de conflicto permanente en el que se están desencadenando demonios que al final nos pueden desbordar a todos».Con esos demonios estamos.

Para el entrevistado, el papel de los medios de comunicación en el «procés» ha sido crucial. «Nunca insistiremos bastante en la importancia del papel de los medios de comunicación en el proceso independentista. […] operan como un factor fundamental en la homogeneización ideológica y la movilización de estas capas [las clases medias] sociales», dice citando al periodista sabadellense Antonio Santamaría.

¿Existió ruptura entre el final del pujolismo y el inicio del procés? Usted plantea la secuencia íntimamente ligada de estos elementos: Banca Catalana, pujolismo, radicalización como «gangrena»del pujolismo, negación de la evidencia del delito y descalificación del Estado español.

No hay solución de continuidad; el procesismo es la fase superior del pujolismo.

El punto crítico que marca el tránsito entre ellas es la conjunción del afloramiento de los casos de corrupción y las fuertes medidas de austeridad impuestas por el gobierno de Mas. Y la sensibilidad victimista destilada por el editorial conjunto.

«No hay solución de continuidad; el procesismo es la fase superior del pujolismo»

Hay una ironía que me gusta mucho: cuando habla usted de la ingeniería creada en torno a Banca Catalana y comenta: «que un pelotazo se haya traducido como un agravio y un ataque a Cataluña es una jugada maestra en la escala del maquiavelismo. Que haya persistido esa versión de los hechos es una falsía con vocación estructural». ¿Cómo lo han conseguido?

Para completar lo señalado antes: hacen falta recursos.

La obra de Pujol puede resumirse en un empeño sutil de nacionalización que define bien la expresión «lluvia fina».

Y a eso dedicó enormes recursos dando cuerpo a un aparato de organizaciones parapolíticas que debajo de sus fines explícitos operaban en la dirección del líder.

Y que sirvieron de trampolín profesional –este es un aspecto importante, porque el procésno puede explicarse sin la teoría sociológica– a un puñado de personas que, desde posiciones estratégicas, han creado ese invernadero cognitivo en el que ha prosperado la especie del procés.

¿Qué papel han jugado en este aspecto los medios de comunicación?

Fundamental. Lo resumo en una frase del periodista sabadellense Antonio Santamaría, una de las voces más autorizadas sobre el asunto: «Nunca insistiremos bastante en la importancia del papel de los medios de comunicación en el proceso independentista. […] operan como un factor fundamental en la homogeneización ideológica y la movilización de estas capas [las clases medias] sociales».

Recordemos que Pujol fue denominado como «redactor jefe»de Cataluña; él llegó a hacerse sus entrevistas, elegía las preguntas que convenía en las ruedas de prensa y desestimaba las que «no tocaban», etc.

Se puede leer también con provecho lo que escribe al respecto Sandrine Morel, corresponsal de Le Monde, en su libro En el huracán catalán (2018).

Y aprovecho esta referencia para un comentario: la invisibilidad de mecanismos como los señalados es una dificultad de primer orden para explicar el procés a la opinión pública internacional que ha comprado en buena medida el discurso secesionista de que son reivindicaciones de la calle y de que si hay tal movilización debe haber una causa proporcional, olvidando que ha habido masas coreando a Hitler (que acabaron con la República de Weimar), al Ku Klux Klan o a Karadzic.

La efervescencia de la calle no es un síntoma inequívoco de civilidad.

Pero no es posible explicar a un corresponsal extranjero recién aterrizado las estrategias del secesionismo. Mientras que un coctel de Inquisición, franquismo y monarquía borbónica satisface esa necesidad con un mínimo de esfuerzo.

Afirma que frente a lo que dicen los artífices del procés de que la base es el entusiasmo popular, hasta que el gobernó no se puso al frente no «cuajó»esta causa. ¿Los ciudadanos estaban realmente interesados?

Hay dos principios fundamentales en la explicación de los procesos sociales: primero, no hay inmaculadas concepciones; segundo, son poco frecuentes los supuestos de una paternidad monocausal. Cuando se cocina el tema de la reforma del Estatut, el asunto no interesaba a casi nadie.

La respuesta social no puede entenderse sin un poderoso programa de ingeniería social, coadyuvado por el contexto de oportunidad de la crisis económica.

«¿Cómo una parte de la izquierda, que no tiene con razón ninguna duda sobre el carácter del nacionalismo español, ha asumido como propias las tesis etnicistas de este catalanismo de ricos y reaccionario?»

Refiere usted un baile de fechas considerable por parte de los propios políticos independentistas sobre en cuál de ellas se puede dar por iniciado el deseo de soberanía. ¿Entra esta discordancia en la misma línea de «ilusiones»que señalaba al principio?

Es otra variante del tema de la racionalidad: no hay forma de tratar el asunto con herramientas empíricas.

Se ha instalado la tesis de una figura célebre por su habilidad con los pies de que «todo empezó con el Constitucional».

Lo que claramente choca con la evidencia de que las Diadas de 2010 y 2011 no se distinguieron de las anteriores; mientras que sí lo hizo la de 2012 tras el congreso de CDC y la creación de ANC.

Hay una parte de la discordancia que es aceptable, como en otros supuestos; y otra parte que no lo es porque es el resultado de una dirección política que busca establecer una especie de teleología inversa: las cosas tuvieron que pasar de esa manera para que llegáramos al desenlace esperado, a la solución mágica.

La causalidad se construye al revés, de atrás hacia adelante, siguiendo el diagnóstico del historiador Lewis Namier: los nacionalistas acaban por invertir los procesos cognitivos recordando el futuro e imaginando el pasado. La genealogía secesionista del procés es un caso de manual.

Señala usted «el qué» del procés, que indica, es el ‘derecho a decidir’. ¿También en el ámbito de lo ilusorio? ¿Cómo consiguió este concepto sustituir el concepto de lo social por el de lo identitario?

Aquí tenemos que abrir otro registro, pero no muy lejano. Uno de los rasgos de estos materiales cognitivos, la contrapartida epistémica del populismo, es el oportunismo, siguiendo la máxima de que todo vale para la causa.

Imaginemos que las averías ferroviarias que ha sufrido Extremadura esta Navidad hubieran ocurrido en Cataluña: tendríamos un venero más para el capital de los agravios. A la hora de buscar materiales para dar verosimilitud al delirio, el nacionalismo catalán ha aprovechado la figura del ‘derecho a decidir’ producto de diseño en el Euskadi de los tiempos de Ibarretxe, en particular como subproducto del frente nacionalista representado en el Pacto de Estella-Lizarra (Ibarretxe sirve de aval al profeta catalán del ‘derecho a decidir’, Jaume López).

Una figura que se invoca precisamente para evitar los escollos del derecho de autodeterminación y que resulta ser un endemismo politólogico vasco catalán.

La conexión eusko catalanista, en la que han jugado un papel fundamental sectores religiosos, es un elemento poco explorado y se inscribe dentro de otra parcela oscura de la historia española reciente: la nacionalización del antifranquismo que lavó las complicidades de las burguesías respectivas y hurtó a la izquierda buena parte de su capital de resistencia

El cambio de foco de lo social a lo identitario, que es lo que hace el editorial conjunto, es un ejercicio socialmente bien conocido.

El proceso fagocita las energías de los indignados catalanes y su neutralización es precisamente uno de los objetivos, como reconoció explícitamente Santi Vila.

Este rubro tiene un corolario, la pregunta de ¿cómo una parte de la izquierda, que no tiene con razón ninguna duda sobre el carácter del nacionalismo español, ha asumido como propias las tesis etnicistas de este catalanismo de ricos y reaccionario, bien representado por Torra o por aquel historiador de Sabadell (ANC) que propuso excluir a Machado del callejero por franquista?

La combinación de corrupción, privatización y recortes, incluidos los muy agresivos en la sanidad llevados a cabo por Boi Ruiz, ha sido neutralizada en el narcótico de la estelada.

Señala como objetivo central de este populismo las prácticas inciviles como la persecución de los críticos.

Las prácticas inciviles son parte del proceso de nacionalización en cuanto expropiación-apropiación emprendido por Pujol. Recuérdese el trato a Jordi Solé Tura.

He citado antes a McCarthy, van en el lote las listas negras; nos suena la música.

Todos los intentos de presencia pública de organizaciones contrarias a la homogeneización pujolista antes y secesionista ahora han sido estigmatizados, desde el Foro Babel a Societat Civil Catalana (por cierto, un juzgado acaba de condenar a varias asociaciones por vincular a SCC con el franquismo, la extrema derecha y el nazismo).

Se trata de una maniobra sutil y muy eficiente que consiste en impedir las opiniones críticas, yes un signo claro de autoritarismo e iliberalismo, al que denomino antimovilización. Precisamente, el negativo de ese pluralismo y transversalidad de que el secesionismo presume.

La uniformidad se consigue con esta presión psicológica sobre los discordantes. La magnífica novela de Margarita Rivière, Clave K, fue rechazada por muchas editoriales y se publicó sólo después de la confesión de Pujol.

¿Cómo se consigue esa identificación de que la «persecución»a Pujol es la persecución contra Cataluña?

En parte por la herencia del franquismo y la alianza tardía de nacionalistas (que, recordemos, no se caracterizaron por la resistencia antifranquista) y fuerzas de izquierdas.

Retrospectivamente hay responsabilidades claras de estos sectores.

También en el apuntalamiento de una figura a la que no calificaré pero que desempeñó un papel fundamental en la construcción del mito Pujol: Josep Benet.

Él es quien acuña ese emblema superlativo del victimismo que es la tesis del genocidio cultural, recién reverdecida por otro historiador en ejercicio y presentada en una revista de la casa, es decir, de esa batería de instituciones e instrumentos parapolíticos que sirven de guarnición al secesionismo.

El excipiente del nacionalismo romántico (Volkgeist) proporcionaba el resto: organicismo, esencialismo, nativismo, liderazgo carismático…

«El nacionalismo catalán aspira a validar esa ecuación sinecdoquial propia de las lógicas identitarias: ‘nosotros’ (los nacionalistas catalanes) somos nosotros (los catalanes); aunque el núcleo autoproclamado titular nunca haya rebasado el listón del 48 %»

¿Cuál es la percepción de la sociedad catalana que no cree en esta pararrealidad? ¿En qué lugar se encuentra?

Es una percepción difícil, porque ha sido reducida a un componente residual (una palabra, residualización, que Pujol utilizó para caracterizar el trato que recibía Cataluña).

El éxito de la nacionalización se manifiesta de muchas maneras, algunas de ellas muy sutiles, como la que se observa en la transliteración, la modificación gráfica de los apellidos o la alteración del orden.

El nacionalismo catalán aspira a validar esa ecuación sinecdoquial propia de las lógicas identitarias: «nosotros»(los nacionalistas catalanes) somos nosotros (los catalanes); aunque el núcleo autoproclamado titular nunca haya rebasado el listón del 48 %.

Los que no caben en la ecuación son actores secundarios, estorbos y, a menudo, fascistas.

Por eso desaparece del lenguaje la noción de ciudadanía y es sustituida por el patronímico y el ‘mandato popular’; la igualdad por la diferencia.

La élite secesionista ha jugado con la ventaja comparativa edificada por el pujolismo que convierte a la etnocatalanista en identidad de prestigio.

Necesita por eso activar los marcadores diferenciales; para lo que enrola a la lengua, la historia, el fútbol y otros elementos culturales construidos a la medida. En ese proceso de excavación del foso identitario hay que excluir a lo impuro u hostil, lo español como anticatalán por definición.

Hay que instituir los mecanismos para que la comunidad real se parezca a la comunidad imaginada, de un nosotros puro y sin mezcla; como escribió Orwell, en las fantasías de la mente nacionalista «las cosas ocurren como deben».

Pero estas dinámicas desencadenan una lógica saturnal de fractura recursiva: siempre hay alguien que no es suficientemente puro, o que ha dejado de serlo si disiente de tal o cual posición formulada por el teólogo identitario de guardia.

Este es el aspecto más grave en términos sociales: la fractura que ha tenido que crear el secesionismo para justificarse. Una fractura multidimensional y profunda, de un coste incalculable.

Cuyo remedio no se podrá afrontar mientras la irracionalidad mantenga su imperio e impida ver la policromía social, la pluralidad de la sociedad.

El coste del daño producido debe ser un estímulo para la motivación colectiva en esa dirección.

Porque no podemos desatender esa tarea esencial que consiste, en palabras de Gabriel Jackson, en “recordar, con obras y con palabras, que antes que nada somos seres humanos, y en segundo lugar, miembros de una comunidad religiosa o nacional”.

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