¿Quién ha sido el primer heredero a un trono en reconocer públicamente su adulterio?
Carlos de Inglaterra ha sido el primer heredero a la Corona del Reino Unido que ha admitido públicamente, a través de televisión, haberle sido infiel a su esposa y haber cometido adulterio. Lady Di, a su vez, un año y pocos meses después también admitió lo mismo. Esto, finalmente, provocó el divorcio de la pareja real. Esta foto está tomada en 1985, doce años antes de que el matrimonio se disolviera. Foto: Casa Blanca.

¿Quién ha sido el primer heredero a un trono en reconocer públicamente su adulterio?

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15/8/2021 06:55
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Actualizado: 15/8/2021 06:55
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Ocurrió la tarde-noche del 29 de junio de 1994. Y fue en un programa de la cadena de televisión privada ITV titulado «Carlos: la persona privada, el papel público», que se elaboró a lo largo de un año con el fin de conmemorar el 25 aniversario de Carlos de Inglaterra como príncipe de Gales. Y, por lo tanto, como heredero a la Corona británica.

El objetivo que, desde Buckingham Palace se buscaba, era mejorar su imagen ante la opinión pública después de tantos escándalos protagonizados por su esposa, Diana, y por él mismo.

El tiro, como se suele decir, salió por la culata.

Porque cuando Jonathan Dimbleby, el biógrafo oficial del príncipe y periodista que le entrevistó en su residencia de Highgrove, le preguntó si había sido «fiel y honorable» hacia su esposa, Diana de Gales, cuando asumió los votos del matrimonio, éste le contestó: «Sí, absolutamente».

A lo que Dimbleby añadió: «¿Y lo fue?».

Carlos de Inglaterra contestó: «Sí, hasta que se rompió irremediablemente, habiéndolo intentado los dos. Lo que me ha pasado a mí le ha ocurrido a la mitad del país».

Fue la primera vez en la historia que un príncipe de Gales reconocía públicamente su adulterio. Y, además, por televisión. 

No especificó quién era su amante, pero los 20 millones de espectadores que esa noche vieron el documental lo sabían: Camila Parker Bowles, de 46 años entonces, a la que Carlos de Inglaterra calificó de «amiga muy querida».

Huelga decir que su confesión pública fue un «shock» para la nación, empezando por la propia Reina Isabel II y su marido, Felipe de Edimburgo, quienes no habían sido informados previamente. Porque la monarquía británica, como todas las monarquías, tenían la norma de lavar los trapos sucios en privado. Siempre en privado.

Carlos de Inglaterra en un «frame» de la entrevista en la que reconoció públicamente que había sido infiel a su esposa, que había cometido adulterio. Foto: ITV.

LA VENGANZA DE LADY DI

La princesa de Gales se vengó, un año y cuatro meses más tarde, el 20 de noviembre de 1995. De la misma forma que su marido. A través de la televisión. Pero ella eligió la pública, la BBC. Fue entrevistada por el periodista Martin Bashir, dentro del programa Panorama.

Su entrevista, incluso, fue más controvertida que la de Carlos de Inglaterra. Y más vista que la de su todavía marido: 22,8 millones de espectadores.

Diana de Inglaterra habló abiertamente de su matrimonio y de sus problemas con la bulimia.

También de su propio adulterio.

Reconoció haber mantenido relaciones sexuales con el oficial de la Guardia James Hewitt. 

Y no evadió la pregunta del millón: «¿Cree usted que la señora Parker Bowles fue un factor en la ruptura de su matrimonio?», le preguntó Bashir. 

Diana hizo una pausa, antes de pronunciar una frase que después se convirtió en inmortal: «Bueno, éramos tres en este matrimonio, así que estaba un poco apretado».

Para horror de la Reina y de la Casa Real, Lady Di también habló de la depresión postnatal y de las  autolesiones que se había infringido.

«Sí, me autolesioné, no me gustaba», confesó.

Hay que tener en cuenta que en aquella época en que hizo las declaraciones la salud mental era un tema tabú.

Su intervención en Panorama de la BBC tuvo sus consecuencias directas: Un mes después el Palacio de Buckingham informó de que la Reina  había enviado sendas cartas al príncipe y a la princesa de Gales aconsejándoles que se divorciaran.

Un año y cuatro meses después, Lady Di, también por televisión, reconoció que había sido infiel a su esposo. Y sin mencionarla, señaló a Camila como la causa que impide que su matrimonio funcionara. La Reina de Inglaterra les aconsejó que se divorciaran, cosa que hicieron. Foto: BBC.

¿QUIÉN ERA CAMILA PARKER-BOWLES?

Era una mujer poco agraciada. Con la cara llena de arrugas, una dentadura prominente y un cuerpo menudo.

Nadie la llamaría guapa, aunque no se la comparase con Lady Di, a la que llevaba trece años de diferencia (Camilla Parker-Bowles nació en 1948, al igual que el príncipe Carlos; Lady Di, en 1961), ni afirmaría que su cuerpo pudiera provocar la menor lascivia.

Y, sin embargo, el príncipe de Gales siempre la amó más que a su escultural y joven esposa.

Camilla, por el contrario, era inteligente y lista y desde siempre no sólo había sabido lo que necesitaba Carlos –comprensión, compañía, apoyo, sexo, todo en el complicado contexto del mundo de la monarquía británica– sino que había estado dispuesta a dárselo.

Lady Di quizá no entendió, cuando se casó, la maquinaria sutil que mueve a las monarquías; los matrimonios pueden no funcionar, pero siempre deben guardarse las apariencias, pudiendo echarse cada cónyuge, discretamente, eso sí, los amantes que estimen oportunos.

La princesa no era una profesional, no había sido criada para ello y creía en los epílogos de los cuentos de príncipes azules y princesas. Los que dicen, «y vivieron felices y comieron perdices».

De hecho, era la pri­mera mujer inglesa que contrajo matrimonio con un heredero al trono inglés desde hacía más de trescientos años, cuando lady Anne Hyde se casó con el que había de ser Jaime II. 

Por algo sería. De ahí nacieron todos los problemas. Ella quería vivir el cuento, tal como se lo habían contado de niña, y él seguir con su vida tal como había sido educado.

A Lady Di, cuando se casó, nunca le hablaron de la «cláusula de escape», que permitía al príncipe Carlos reanudar amistades extramatrimoniales si en el transcurso de cinco años de matrimonio no iba bien.

Una cláusula que se aplicó mucho antes, siendo el propio duque de Edimburgo, su suegro, quien dio el visto bueno.

NO HUBO QUÍMICA

Entre Carlos y Diana no hubo química.

Tal vez fue la diferencia de edad -trece años-; de estudios -él era licenciado en Historia; ella sólo ter­minó el bachillerato elemental o EGB-; de entorno -él fue criado para ser Rey y ella era una niña bien bastante inmadura-; o la simple y pura incom­prensión.

O todo a la vez.

El caso es que Carlos apeló a esa «cláusula de escape» para iniciar una vida sentimental paralela a su propio matrimo­nio unido a Camilla Parker-Bowles, con la que había mantenido un intenso idilio durante ocho meses en 1972, cuando la conoció.

Camilla era entonces novia de un íntimo amigo suyo y compañero de juego de polo, Andrew Parker-Bowles, oficial del regimiento real de los Blues and Royals.

Tenían ambos veinticuatro años. La historia -que permaneció secreta- se rompió pocos meses después, a principios de 1973, y Camilla optó por contraer matrimonio con su novio.

¿Por qué no se casaron entonces Carlos de Inglaterra y Camila si estaban tan enamorados? ¿Quizá porque no era noble y no cumplía con los «parámetros» exigidos entonces por la Casa Real?

Camilla Rosemary Shand –su nom­bre de soltera– era hija de un adinerado comerciante de vinos y experto en la caza del zorro, Bruce Shand, aunque desde siempre ha estado relacio­nada con la aristocracia británica.

Una antepasada suya, Alice Keppel, fue amante de Eduardo VII cuando era príncipe de Gales.

Tras la ruptura –¿hubo realmente ruptura?– Carlos y Camilla man­tuvieron una estrecha amistad.

El príncipe de Gales realizaba frecuentes visitas al hogar del matrimonio Parker-Bowles y, en consecuencia, se convirtió  en  el padrino del primer hijo de la pareja.

CARLOS Y CAMILA NUNCA ROMPIERON LA RELACIÓN QUE MANTENÍAN

De acuerdo con el bió­grafo de Lady Di, Andrew Morton -autor de Diana, «La verdadera historia»– Carlos y Camilla se estuvieron acos­tando durante los meses y días anteriores a la boda real  -concretamente dos días antes-, la cual se celebró el 29 de julio de 1981 ante la mirada atenta de una audiencia de mil millones de personas de 74 países distintos.

La joven Diana Spencer descubrió en poder de Carlos una pulsera con las iniciales F y G (Fred y Gladys, los apelativos utiliza­ dos por Carlos y Camilla).

Pocos meses después halló en el suelo la foto de Camilla, que se había caído de la cartera del príncipe.

A tan solo un año de celebrarse su boda -la boda del siglo, fue cali­ficada- Diana y Carlos protagonizaron una fuerte discusión en su resi­dencia de Highgrove, en el condado de Gloucester -al norte de Londres-, en la que el futuro rey reconoció que mantenía una «relación amistosa conuna mujer casada» y que no tenía ninguna intención de acabar con ella.

Esa «mujer casada» vivía en una mansión colindante con la suya, a veinte kilómetros de distancia. Su fracaso matrimonial llevó a Lady Di a sufrir depresiones que le llevaron a padecer de bulimia nerviosa y a inten­tar«suicidarse» en cinco ocasiones.

«Suicidios» que no eran más que intentos de llamar la atención.

Muchos amigos del príncipe de Gales le aconsejaron que la internara en un establecimiento psiquiátrico.

Camila se casó con Carlos de Inglaterra en 2005, ocho después de la muerte de Lady Di. Fue una ceremonia civil. Ella se convirtió en la duquesa de Cornwall. Foto: The Big Lunch.

CAMILA, LA BESTIA NEGRA DE DIANA DE GALES

Camilla Parker-Bowles se convirtió en la «bestia negra» de Lady Di, quién, al parecer, solía llamarle «la Rottweiller», un eufemismo elegante de perra.

La amante, por su parte, supuestamente utilizó todos los califi­cativos más despreciativos que tiene el idioma inglés para referirse a la princesa de Gales.

Calificativos como «chalada», «esa pobre mujer» y , por supuesto «perra».

Todo era válido en la guerra personal entre ambas por el corazón del príncipe. Los encuentros entre los amantes se hicieron cada vez de forma más abierta.

Tan abiertamente, que la amante, favore­cida por las ausencias de su marido, quien tenía que pasar la mayor parte del tiempo en Londres, sustituyó a Diana como anfitriona en las cenas privadas que el príncipe daba a sus amigos en Highgrove, supervisando la cocina y el servicio.

Los amantes llevaron una doble vida impecable.

Camilla tuvo un segundo hijo, Laura, en 1975; Carlos a los príncipes William y Henry, en 1982 y1984, pero el castillo de naipes comenzó a venirse abajo precisa­mente después del nacimiento del segundo hijo de la real pareja.

Mientras que Camilla parecía feliz en su papel de favorita, o «amante en la sombra», Diana no se contentó sólo con el título de Diana de Gales y madre del futuro rey.

Y comenzó a buscar sus propias historias románticas. Las principales fueron con James Gilbey, antiguo amigo de la infancia y manager del equipo británico «Lotus» de Formula 1, y con el mencionado James Hewitt, mayor del ejército y jugador de polo.

Todo quedó después expuesto en la prensa británica con todo lujo de detalles a partir de 1990.

Diana, para contrarrestar el deterioro de su imagen, promovió en la distancia el libro de Andrew Morton, que vio la luz en 1992, en el que puso las cartas sobre la mesa, contando con todo lujo de detalles sus sufrimientos y su negativa a vivir un matrimonio de conveniencia, como así había sugerido la Reina.

Nunca antes en la historia una futura reina de ningún país había iniciado el camino de airear los trapos sucios de la monarquía, pero es que Camilla le había ganado definitivamente la par­tida en su propia casa.

Ésta pudo reírse bastante cuando pocos meses des­pués de que saliera el libro la prensa publicó, primero, el contenido de unas conversaciones amorosas de Diana con Gilbey y luego la historia amorosa con Hewitt, con todo lujo de detalles, de propia boca de este.

El terremoto fue de tal magnitud que los príncipes de Gales decidie­ron, finalmente, separarse de forma amigable, tal como anunció el primer ministro, John Mayor, el 9 de diciembre de 1992. Pero no de divorciarse. De cara a la galería seguirían ejerciendo sus deberes reales.

Pero lo peor estaba todavía por llegar para la propia Camilla. Un mes más tarde, en enero de 1993, la revista australiana «New Idea» publicó el contenido de una con­ versación telefónica entre Carlos y Camilla que tuvo lugar el 18 dediciembre de 1989. En la misma se decía:

Carlos: Quisiera poseerte ahora mismo, tenerte ahora.

Camilla: Cariño, quiero tenerte ya.

Carlos: Lo mejor sería estar dentro de tus pantalones, sería más fácil.

Camilla: ¿Es que te vas a convenir acaso en unas bragas?

Carlos: ¡Oh! Dios me perdone, en un tampax. ¡Ese sería mi destino!

Camilla: Eres completamente idiota, pero ¡qué idea tan maravillosa!

En el curso de la conversación se pudieron contabilizar dos «te amo» de Carlos a Camilla, y once de Camilla a Carlos. Él la llamaba «cariño» siete veces y ella a él dieciocho.

Sólo se dijeron que se deseaban una vez y a la hora de despedirse él le dijo «adiós» y «buenas noches» diecinueve veces y Camilla a él trece.

Al margen dela polémica en torno a cómo se grabó la conversación, su lectura provocó un auténtico terremoto político en Gran Bretaña.

Por vez primera quedaba expuesta a la opinión pública la muy discreta Camilla Par­ker-Bowles.

Su marido, Andrew, católico practicante y hombre inteligente, -era muy difícil que no conociera el «affair» de su esposa con el heredero de la Corona, trató de mantener la ficción durante unos meses, pero las pruebas no sólo se amontonaban ante sus ojos sino que su círculo de amistades se las recalcaba una y otra vez.

Había «algo más» cuando Camilla atendió al prín­cipe en 1990 cuando éste se rompió un brazo jugando al polo.

Había «algo más» cuando un año más tarde le acompañó a Florencia en unas vacaciones de contenido aparentemente pictórico, otras de las aficiones que ambos compartían, como montar a caballo, el polo o la caza del zorro.

En enero de 1995 Andrew Parker-Bowles y Camilla se divorciaron. Fue meses después de que Carlos de Inglaterra confesara que había sido infiel a su esposa. 

EL DIVORCIO

En agosto de 1996, tras recibir las respectivas cartas de la Reina Isabel II, aconsejándoles que se divorciaran, Carlos de Inglaterra y Diana de Gales llegaron a un acuerdo final.

Un generoso acuerdo, por parte del heredero de la Corona, que contemplaba el derecho de Diana a conservar el Palacio de Kensington y su título de «princesa de Gales», además de un generoso estipendio.

Diana, por su parte, renunció al título de «Alteza Real» y a cualquier reclamación futura que pudiera hacer al Trono.

La ya exesposa de Carlos de Inglaterra disfrutó durante un año de felicidad. Fue fiel a su objetivo de convertirse en la reina de corazones del pueblo británico.

Hasta la madrugada del 31 de agosto de 1997.

Ese día perdió la vida, junto con su novio, el millonario egipcio Dodi Al Fayed, en un accidente de coche en el paso subterráneo de Pont de l’Alma, en París.

Carlos de Inglaterra, por su parte, no se casó de inmediato con Camila. Esperó ocho años. Hasta el 9 de abril de 2005. Fue en una ceremonia civil en Windsor Guildhall, aunque después escucharon misa en la Capilla de San Jorge.

Ni la Reina ni el príncipe de Edimburgo, los padres del príncipe de Gales, estuvieron presentes en la ceremonia civil, aunque sí en el oficio religioso.

Camila no se convirtió en la princesa de Gales. Asumió el título de duquesa de Cornwall. Pero consiguió lo que Lady Di siempre buscó: «ser feliz y comer perdiz». Con el hombre de su vida.

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Este texto forma parte del libro «Los más influyentes amantes de la historia», del que es autor Carlos Berbell. Fue publicado por Ediciones Rueda J.M., S.A.

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