Rodríguez Llamosí: «El partido nazi demostró que era posible un estado de derecho que atentaba contra la vida de sus ciudadanos»
Juan Ramón Rodríguez Llamosí es un jurista muy respetado, doctor en Ciencias Jurídicas y Máster en Humanidades. Su libro aborda, con valentía, el papel de la conciencia en el ejercicio de la jurisdicción. Foto: Carlos Berbell/Confilegal.

Rodríguez Llamosí: «El partido nazi demostró que era posible un estado de derecho que atentaba contra la vida de sus ciudadanos»

EL MAGISTRADO ES AUTOR DEL LIBRO "CASOS DIFÍCILES DE CONCIENCIA JUDICIAL"
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16/1/2022 03:56
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Actualizado: 14/8/2022 03:27
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Acaba de publicar «Casos difíciles de conciencia judicial». Un libro de derecho y de filosofía, con la conciencia como eje. Quien piense que es un ladrillo, está muy equivocado. Si hubiera que describir de alguna forma al magistrado Juan Ramón Rodríguez Llamosí, de 55 años, la palabra que me viene a la cabeza es la de torero.

Porque su libro se asemeja al maestro que, a porta gayola espera al toro de rodillas frente de la puerta de toriles, antes de que el animal salga al ruedo. Y cuando se produce la embestida, logra burlarlo con una larga cambiada.

La obra de la que es autor el juez decano –y titular del Juzgado de Primera Instancia e Instrucción 2– de Alcorcón, localidad a 12 kilómetros al suroeste de Madrid, es un ejercicio de erudición, de conocimiento y de valentía y está escrito de una forma amena y divulgativa.

Sobre la mesa, Rodríguez Llamosí pone las dudas y las reflexiones que a lo largo de 32 años de profesión han ido emergiendo y explica cómo las ha ido afrontando en un ejercicio de franqueza, sinceridad y cercanía cuasi alienígena. Como el hecho de que el nazismo –y también el comunismo, por alusiones– fue un estado de derecho. Por lo tanto, estado de derecho y democracia no son sinónimos.

«Casos difíciles de conciencia judicial» es un libro atípico. Un valioso tesoro para todo aquel que quiera conocer, de verdad, cómo funciona la mente de un juez preocupado por ejercer de la forma más perfecta, y más humana, posible a sus semejantes; un defensor del iusnaturalismo frente al positivismo.

La entrevista con Rodríguez Llamosí tuvo lugar en su despacho del Juzgado, un lugar en el que el orden se lleva a rajatabla. Los dos perfectamente enmascarados. Como mandan los cánones de la pandemia. Que solo se quitó para hacerse las fotos.

¿Cómo nació este libro?

Cuando empezaba de juez tenía una cajita de galletas en la que guardaba notas sobre, cosas, casos, pensamientos, ideas o frases que habían llamado mi atención. La caja se fue llenando. Cuando llegó el confinamiento pues abrí aquella caja y empecé a hacer una selección.

Empecé a hacer un imbricado del tejido, a ir cosiendo esas ideas. Me acuerdo perfectamente que todo empezó con una frase que me dijo un señor en un juicio, cuando yo era muy joven. Llevaba gafas y se le empañaban, como a mí ahora con la mascarilla.

“Perdón, Señoría”, me dijo. Se las quitó para limpiárselas y añadió: “es que los que llevamos los ojos detrás de una vitrina…”.

Esa fue la primera frase que apunté. A partir de ahí se fue generando la idea de tomar notas.

Su libro no es solo un libro de derecho sino de erudición filosófica, de conocimiento y de divulgación. Casi una cuadratura del círculo. Sin mencionarlo, explica como el iusnaturalismo, o, dicho de otra manera, los derechos humanos, se han convertido en el alma de la ley en nuestro tiempo.

Este el primer libro que se escribe en derecho español sobre un tema que no se ha tratado. que es la conciencia. La conciencia moral.

El hilo conductor del libro no es el caso. El caso es un supuesto de hecho. Tengo que velar por el secreto profesional y hay que desnudarlo para que nadie se vea identificado en el caso.

Cómo ha operado mi conciencia de jurista, antes supuestos en los que la ley tiene zonas de penumbra. El teórico de esta concepción es un filósofo del derecho, ya fallecido, que se llama Ronald Dworkin.

Escribió un libro muy bonito, que está mal traducido. Se titula “Taking rights seriously”,  tomemos los derechos en serio. Se ha traducido como “Los derechos en serio”.

Él se refiere a los derechos de las personas como derechos naturales que preceden a la ley. En mí hay un derecho natural que es anterior a lo que cualquier ley positiva pueda decir. Y esto es sagrado.

Cuando escribo el libro trato de tenerla muy presente. Hay casos que se quedan en una zona de oscuridad donde la ley no llega o se pasa.  

La función judicial puede ser aritmética, seguramente matemática. Dos y dos son cuatro. Esto es lo que dice la ley. La ley es la ley. Punto.

O puede ser geométrica. Yo tengo ese supuesto, pero le puedo dar vueltas para encontrarle una arista que a mí me ayude a entender que, realmente, el supuesto puede tener una solución dentro de la ley, pero también acorde con el supuesto que se está planteando.

Y de ahí seleccioné. Había muchísimos casos. Hay casos que se han quedado fuera. Después de casi 32 años de ejercicio, y una vida, además, en primera línea de batalla, en primera línea de infantería, como es la primera instancia instrucción, y en dos destinos que he tenido, como es Aranjuez y Alcorcón, ha dado para muchos casos.

Pero estos me parecían, después de hacer la selección, que eran como los más significativos los que tocan cosas que cualquier juez que los pueda leer o cualquier jurista puede decir hombre, son relevantes.

El libro es producto de muchos años de reflexión sobre el ejercicio de la Justicia a través de los casos relevantes a los que ha tenido que hacer frente, desposeyéndolos –eso sí– de los datos personales que pudieran identificar a sus protagonistas. Foto: Carlos Berbell/Confilegal.

Se suele decir que lo evidente es lo que nadie ve hasta que alguien lo explica con claridad. En estos tiempos escucho cómo a la gente se le llena la boca con el Estado de Derecho. “Somos un Estado de Derecho”. Pero usted en su libro dice con toda claridad que tanto el fascismo como el comunismo eran ambos estados de derecho. Lo que, de alguna forma, certifica la ignorancia suprema que nos rodea.

Es que las estanterías del positivismo se tambalearon el día que surgió un régimen que se llama nazismo. Donde la gente, en virtud del principio de obediencia la ley mataba, quemaba y asesinaba, en cumplimiento de esa ley. ¡Cuidado!

Esto es muy muy peligroso, ¿por qué? Porque la ley lo puede de todo. El partido nazi demostró que era posible crear un estado de derecho con normas que atentaban contra la honra, los bienes, la dignidad y contra la propia vida de los seres humanos.

Yo sé, por mi derecho natural, que no le puedo ofender, que no le puedo quitar la cartera, que no le puedo faltar al respeto. Lo dice mi razón humana.

Cuando anulamos la razón humana y decimos que la ley es la ley, anulamos a las personas.

Hay una anécdota muy bonita. Hans Kelsen fue el gran difusor de la ley. Kelsen es la teoría pura del derecho y desarrolla el concepto de ley.

Estaban dando una conferencia y estaban Kelsen y Herbert Hart. Ambos eran la antítesis el uno del otro. A Kelsen se le llenaba la boca de la norma: “La norma, la norma, la norma…”.

Hart le paró y le dijo: “pero diga usted de una vez lo que es la norma”. Kelsen se puso tan nervioso que se cayó de la silla.

Se hace preguntas en su libro como ¿un juez puede dejar de aplicar una ley injusta? O, ¿cabe la desobediencia judicial? Y usted, ¿qué se responde?  

¿Se puede desobedecer una ley injusta? No, no se puede desobedecer una ley injusta. Pero hay mecanismos para salvar la injusticia de la ley. Se puede plantear una cuestión de inconstitucionalidad, elevar al Tribunal Constitucional una duda.

Y, de hecho, muchos magistrados, gracias a las dudas que han planteado al Tribunal Constitucional.

Segundo, el tema del imperio de la ley. Hombre, la ley está para todos. Nadie puede poner en duda, el que debemos cumplir esa ley.

Mi libro no critica tanto el sistema legal, sino cómo opera la conciencia ante un sistema legal, que a mí me puede dejar en una zona de oscuridad.

Eso es lo que el libro se plantea. El hilo conductor es la conciencia de un jurista. Y lo que hace es coger de la mano al lector y decirle oiga, “ante estos supuestos, ¿qué haría usted? La ley le está diciendo esto, pero hay casos en los que una aplicación matemática de la ley puede dar lugar a consecuencias.

«Las estanterías del positivismo se tambalearon el día que surgió un régimen que se llama nazismo. Donde la gente, en virtud del principio de obediencia la ley mataba, quemaba y asesinaba, en cumplimiento de esa ley»

Habla de la conciencia, pero también habla de su primo hermano, la dignidad. El otro día hablando justamente con María Emilia Adán que es la presidenta de los Registradores. Hablamos de igualdad y subrayaba que antes del artículo 14 de la Constitución está el artículo 10, el que habla de la dignidad humana. Por lo tanto, si hay que construir, hay que construir esto de forma, conjunta, hombres y mujeres, sobre la base de la dignidad.

Vamos a ver, es que la igualdad de hombres y mujeres se consigue en base a la dignidad. Al respeto del otro. Ya sea hombre o sea mujer. Si hay leyes que traicionan esto, es peligroso.

También se plantea si un juez puede ser objetor de conciencia. ¿Y qué se responde?

Un juez no tiene derecho a la objeción de conciencia…

Ante una ley injusta.

…ante una ley injusta. No tiene derecho. El camino para para responder a la objeción de conciencia son los recursos que tenemos en el sistema. Pero es un debate que se ha abierto y es bonito. Y se podría plantear

Actualmente, con el estado actual de la legislación que tenemos un juez no puede ser objetor de conciencia.

Lo cual genera un cierto agravio comparativo con respecto a otras profesiones. ¿Porque un médico o un periodista, o un profesional distinto, pueden apelar a la objeción de conciencia y los jueces no?

Si el juez es un profesional se está encontrando con que la aplicación de una ley esta rozando con determinados principios, por su condición religiosa, o sus creencias, su sexualidad… ¿Por qué no? Es un debate que nunca se ha abierto.  

Rodríguez Llamosí lleva a sus espaldas 29 años ejerciendo la profesión de juez en dos destinos: Aranjuez y Alcorcón, donde es decano por ser el más antiguo. Foto: Carlos Berbell/Confilegal.

Habla también de la conciencia judicial en la aplicación de la justicia. Sí, pero ¿que es la conciencia judicial?

La conciencia judicial es como moralmente, ante un asunto, un juez ve la solución que puede ser más razonable, más comprensible y más humana para ese supuesto de hecho.

Es decir, la conciencia es aquello que dentro de cada uno de nosotros nos deja satisfechos. Nos permite dormir bien. De todos los profesionales. Y también de un jurista claro, y de un juez, por supuesto.

Habla de las dos verdades, la verdad material y la verdad judicial, que a veces no coinciden. Y reconoce, además, que a veces no coinciden.

Es que yo puedo en un juicio acariciar la verdad, pero no tener certeza de que esa es la verdad verdadera.

Fue Michel Foucault el que más se preocupó de este tema. Y escribió un libro precisamente que trata sobre las formas de la verdad, Y se da cuenta de que, en un juicio, la verdad que se declara, los hechos probados pueden no ser tan probados.

Pueden no ser tan reales aunque parezcan hechos reales. Efectivamente hay una verdad oficial y una verdad oficiosa. La verdad que resulta de pruebas. Y una verdad que no necesita pruebas. Que es latente.

¿Se ha encontrado con algún caso de verdad judicial y verdad material claro?

Yo le daría la vuelta a la pregunta: ¿Qué grado de certeza llega a tener un juez en el conocimiento de un asunto? ¿Llega en un 100% a amasar la verdad o se acerca en un porcentaje y la acaricia y con esa construye el relato de hechos probados?

¿Y cuál es la respuesta?

Pues yo creo que te acercas. En muchos casos llegas al ciento por ciento. Porque las pruebas son claras. Pero hay muchos supuestos en los que te acercas y simplemente acaricias la verdad.

Hay una frase muy bonita de Antonio Machado, dice: “Tu verdad, no. La verdad. La tuya guárdatela y ven conmigo a buscarla”.

Usted recoge una cita de su padre, fallecido, al final del libro: “Hijo mío, no te olvides nunca de que la ley más importante es tu moral, que el mejor abogado son tus principios y que el mayor juez será siempre tu conciencia”. ¿Esto le marco, ¿verdad?

Sí, claro.

«La justicia tiene que tener un cierto sentido de misericordia, de comprensión humana. Porque todos somos seres humanos»

Y sigue: “Estudia bien cada caso hasta que se ponga el sol, para que cuando llegue a noche te eches en tu cama, y puedas dormir con la conciencia bien tranquila de haber hecho lo que debías». ¿Alguna vez ha dormido mal?  

No dormí bien cuando hice la tesis doctoral…

¿Sobre?

Sobre los agustinos juristas de El Escorial. Porque hubo cinco agustinos que hicieron una gran labor para la ciencia jurídica pero que han pasado desapercibidos.

Me parecía muy injusto que los nombres de estos grandes juristas no estén en la cantera del derecho. Que hablemos de penalistas como Luis Jiménez de Asúa y no hablemos del padre Montes, por ejemplo. O que hablemos de Federico de Castro y no hablemos de su discípulo predilecto que era el padre Avelino Folgado.

Ahí sufrí mucho porque me generaba ansiedad. Me revolvía el decir, cómo somos tan brutos de no darnos cuenta de que esta gente está en el principio de todo.  

Usted es magistrado, es juez. Entre los abogados hay algunas quejas sobre la soberbia de algunos jueces. ¿Tienen que ser humildes? ¿Qué piensa usted?

Yo pienso que sí. Cuando analizo nuestros deberes, creo que, a raíz del juramento que hacemos, uno de nuestros deberes es ser humildes.

¿Por qué? Porque la palabra justicia es tan inmensa, es tan grande que a uno no le queda más que reverenciarla. Y la reverencia solo es posible inclinando la cabeza, con humildad. Es decir, esto es sagrado. Un juez representa algo muy importante en la resolución de los casos. En un divorcio, en el ingreso en prisión de una persona…

Es como un neurocirujano de cerebro que está haciendo una operación cardiovascular. Esto es serio. De modo que la humildad obliga a reconocer la grandeza de la palabra Justicia.

El otro día, conversando con un compañero suyo, salió a colación el tema del carácter. El carácter marca la existencia de la persona. ¿Cómo tiene que ser el carácter de un juez?

Un juez tiene que ser implacable en el conocimiento de la ley. Implacable en el reconocimiento de los hechos. Implacable en la resolución de los casos. Y tiene que ser una persona que sea cercana al hecho, pero al mismo tiempo tiene que saber verlo en perspectiva, para poder examinarlo y enjuiciarlo, de acuerdo con los principios que rige nuestro derecho. Con sus principios legales.

Ese es el carácter de un juez. No entiendo cualquier otro tipo de carácter. En los procedimientos que me he encontrado he intentado siempre ser cercano.

A mí me parece que la labor judicial no solo es juzgar y hacer ejecutar lo juzgado. Esto es lo que dice la Constitución. Creo que hay una labor previa que consiste en mantener la paz social y eso hace que conozcas muy bien el supuesto de hecho, que puedas tratarlo con los juristas con los que estás resolviendo el procedimiento para poder dar la mejor solución.

Introduce en su libro un sustantivo que yo no esperaba encontrar. Dice que la justicia y el amor son dos ingredientes fundamentales. Me ha chocado mucho. La palabra amor…

La justicia no puede ser ni cruel ni malévola. La justicia tiene que tener un cierto sentido de misericordia, de comprensión humana. Porque todos somos seres humanos.

Todos podemos cometer un desliz sin darnos ni cuenta. El eje justicia-amor, que yo trazo en el libro al tratar del juramento, es un eje que se articula sobre la necesidad de ser justos, pero debemos pisar demasiado el acelerador. No debemos perder nunca de vista el norte de la carretera que nos conduce. Porque nos podemos salir de la carretera, del camino.

Rodríguez Llamosí es la sala de vistas donde ejerce como magistrado. Foto: Carlos Berbell/Confilegal.

¿Piensa que el resto de los jueces son como usted?

No lo sé, yo sé cómo soy yo.

En su libro no evita ninguno de los casos conflictivos. Por ejemplo, el de los suicidios. Lo publicó antes de que Verónica Forqué se quitara la vida. Menciona el caso de una amiga suya y… niños.

Sí, muchos.

Lo que le ha hecho reflexionar muchísimo.  

Mucho y me sigue haciendo reflexionar.

¿Qué es lo que está ocurriendo?

No lo sé, pero últimamente el número de suicidios se ha disparado mucho. No sé si el confinamiento ha tenido peso. Realmente es muy malo que el ser humano viva sin esperanza. Se le corten las ilusiones.

Pero es verdad que cada vez que entras de guardia te encuentras numerosos casos de suicidios. Y cada vez son gente más joven. Niños, de 14 a 16 años. Está produciéndose un cambio de paradigma en la concepción de lo que el ser humano ha de atenerse.

Hay una gran pérdida de valores, pero no sé por qué razón. Los suicidios son una cifra…

Son 4000 suicidios año. Si los comparamos con las 50-70 muertes por violencia de género… ¿Cree usted que esta ‘pandemia’ de suicidios que sufrimos desde hace años podría justificar la creación de normas, medidas y juzgados especializados?

Justificaría normas y justificaría juzgados y fiscales especializados, sí. Nosotros tocamos aquí el tema de los suicidios cuando estamos de guardia.

Porque o bien te toca ir al hospital psiquiátrico a ver el supuesto de la persona que ha sido ingresada porque ha tenido un intento y se le ingresado forzosamente o bien te toca ir a levantamiento del cadáver. De una forma o de otra lo estás viendo como una realidad muy cercana.

¿Le parece bien que se hable de suicidio?

Me parece bien. Tiene un peligro, que es el efecto llamada. A determinadas personas que están pasando por una mala situación pueden encontrar una salida fácil acabar con su vida.

El suicida realmente ama la vida. Lo que no ama son las condiciones en las que vive. Él quiere vivir lo que no quiere es sufrir. Entonces, corta de raíz. El suicidio es un impulso. Si el suicida tuviera la oportunidad de parar, pararía.

«Cada vez que entras de guardia te encuentras numerosos casos de suicidios. Y cada vez son gente más joven. Niños, de 14 a 16 años»

Esta amiga suya, uno de los casos en los que habla en el libro, que, de pronto descubrió que había sido compañera de clase. Una de las mujeres más brillantes, y de pronto…

Había desarrollado un trastorno mental por una serie de circunstancias. Es habitual.

En un determinado momento, es una semilla que crece y destroza una mente, el cerebro. Con la psiquiatría hay un problema. O tienes un buen psicólogo, o, si te vas al psiquiatra te puedes encontrar con que muchos son máquinas de recetar medicamentos.

La psiquiatría se sirve de medicamentos, por supuesto, para tratar los trastornos mentales. Pero también es necesaria una psicoterapia continua para ver cómo va evolucionando el paciente.

¿Por qué? Porque si no es como si yo tengo un incendio en mi casa y entonces apago la alarma. Estoy tranquilo. Mira, no me late el corazón. No tengo ansiedad. No tengo nerviosismo. No me sudan las manos. Pero dentro tengo algo. Cuando yo deje la medicación vuelvo.

¿Qué hago?, que vuelvo otra vez a la medicación. Con lo cual, sea cronificado el tomar pastillas.

Este es un gran problema que hay hoy en día. La psiquiatría se ha hecho un poco antipsiquiatría. La psiquiatría no es, mire llevo varios días que duermo mal y pum-pum-pum-pum. Te hacen una receta. No. Vamos a ver, ¿por qué duerme usted mal? Me he peleado con la suegra, o se me ha muerto el gato. Mire usted, cómo podemos esperar, va a venir usted pasado mañana y vamos a charlar de su gato o del problema que usted haya tenido.

Hay mucha tendencia a empastillar a la gente, lo cual lo que haces cronificar enfermedades mentales y hacerlos adictos.

La Iglesia también tiene su lugar. El caso del cura que confiesa a un señor que le cuenta que se va a suicidar. La esposa le pone una demanda al cura por no haberle avisado… Y condenan al cura.

Esto fue un asunto que ocurrió en Roma. A mí me impactó. Lo utilicé para abordar el tema que estaba tratando sobre la confesión y su secreto.

Al autor le preocupan los numerosos casos de suicidios que se están produciendo y opina que se les debería prestar más atención. Foto: Carlos Berbell/Confilegal.

También relata el caso de Adelita, una niña de 9 años que, tras ser testigo de la separación de sus padres, cae gravemente enferma, desarrollando un trastorno que acabaría con su vida.

Un trastorno neurovegetativo, sí. Esta nena no quería que sus padres se separaran. Su cuerpo hizo una manifestación de dolor frente algo que ver realmente no supo expresar. Lo bueno es que el asunto tuvo una buena solución. Senté aquí, en este despacho, a los padres y conseguí que se dieran un abrazo y que se perdonaran. Porque había una gran necesidad de perdón.

La niña vivió tres o cuatro años más y luego falleció.

Sí, así fue.

Aborda de un tema que está muy de moda que es el tema de los efectos de los medicamentos desconocidos. El Des.

Sí, el Dietilestilbestrol.

No evita los charcos, se mete en ellos de cabeza. Se moja. Condenó al laboratorio.

Sí, y me felicitaron los abogados.

Jurisprudencialmente las cosas no estaban muy claras. ¿Cómo lo hizo?

Conocía la Directiva, una ley comunitaria sobre el medicamento que salvaba la prescripción para aquellas personas que fallecían tras haber consumido medicamento que había generado una secuela cuyo efecto se había producido superado los plazos de prescripción que se establecían en el marco europeo.

Con eso conseguí salvarlo y me permitió entrar en el fondo del asunto para conocer bien cuál era la problémica que había.

Una revista científica se tomó interés por ese asunto y me solicitaron el que yo les pudiera facilitar cómo había sido ese procedimiento.

«¿Qué le debe un cliente a su abogado? Está claro. Tiene que pagar sus honorarios, esto no hay duda, ¿pero el abogado que le debe? ¿Debe ganar el juicio a toda costa, o no? y para ganar el juicio, ¿vale todo? Esa es la gran pregunta»

Los afectados por la talidomida habrían dado años de su vida por tener un juez como usted. Otra cosa, que tampoco evita es el tema de la muerte asistida, y se pronuncia claramente contra ello a través del caso del ejecutivo que padece una enfermedad incurable que le va a matar y que trata de que usted de el visto bueno para que le apliquen la eutanasia con el fin de que su mujer y sus hijos pudieran cobrar una póliza de seguro. ¿Qué le argumentó al hombre?

Ahí se puso en contra todo el mundo. En nuestro derecho no está permitida la eutanasia. Ahora sí, parece que se empieza a permitir. En este tiempo quizá hubiera tenido otra suerte ese muchacho. En aquella época, no. Te hace pensar mucho.

El acoso laboral también lo toca. El caso de una joven que trabaja en una empresa cuyo jefe es un hombre mayor al que sucede su hijo más joven, que la enfila, que pretende acostarse con ella, que le anima a que se ponga ropa sexy y que, al no conseguir nada, la despide. Lo difícil en el acoso laboral es probarlo, ¿no?

Sí, fue un asunto muy delicado. Pero ella no quería reconocimiento laboral. Lo que quería era una indemnización civil, que es distinto, por los daños y perjuicios que había tenido que soportar. Era de los primeros casos que se plantearon sobre esta temática.

¿Lo vio con claridad?

Sí. El libro desnuda los supuestos de hecho.

¿Es muy común este tipo de casos?

No. O al menos, no se ve en las jurisdicciones en las que ejerzo, la civil y penal. En penal puedes tenerlo, pero no es muy común.

Por último, se mete usted en disquisiciones que no son muy comunes. Como, ¿qué le debe un abogado a su cliente?

Sobre este asunto publiqué en el año 2020 sobre “El derecho y decorum, el dilema ético y estético de la retórica”. Y me centro en cómo había sido la oratoria en Roma, cómo había sido la retórica clásica y límites que hay en la nueva estrategia judicial de presentación de algunos casos por parte de algunos.

Y me encuentro con el caso de Jacques Vergès, conocido como el abogado del diablo, que defendió a Klaus Barbie, el “carnicero de Lyon”, el jefe de la Gestapo en tiempo de los nazis. Este hombre dice que hay dos tipos de estrategias para presentarse juicio. Una es la estrategia de la obediencia o la estrategia de ruptura.

 La obediencia es yo acepto las normas del procedimiento. Me someto y voy a discutir sobre mi culpabilidad o mi inocencia. Pero yo no discuto con el tribunal, con lo cual tienes un 50% con ella de que te condenen.

La estrategia de ruptura consiste en crear un clima de alarma en torno al tribunal diciendo ha recusado a los magistrados por esto, duda de su imparcialidad, dudar de la competencia territorial y eso hace que baje mucho la presión. Este es el que la diseña.  

Tiene un libro muy bonito, está en francés y se llama “Estrategia Judicial, estrategia de ruptura”.  

¿Y yo me centro en este caso, por qué? Porque no todo es lícito, es decir ¿qué le debe un cliente a su abogado? Está claro. Tiene que pagar sus honorarios, esto no hay duda, ¿pero el abogado que le debe? ¿Debe ganar el juicio a toda costa, o no? y para ganar el juicio, ¿vale todo? Esa es la gran pregunta.

Este hombre se vale de esta estrategia para cuestionarlo todo, y le fue muy bien.

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