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Paisajes urbanos desoladores

Paisajes urbanos desoladores
Javier Junceda, jurista y escritor, autor de esta columna.
18/5/2022 06:48
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Actualizado: 17/5/2022 23:28
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Por diferentes causas, entre las que pueden mencionarse la crisis económica y la desaparición de sus titulares sin herederos -o los interminables pleitos entre estos-, infinidad de inmuebles en el centro de nuestras ciudades y pueblos se debaten a diario entre la vida y la muerte, o entre caer en la ruina y no hacerlo, para ser más exactos.

La penosa imagen que dan estas construcciones o solares contrasta con los esfuerzos municipales para atraer turistas o simplemente para embellecerse, algo impensable de no abordarse de una vez este complejo dilema, de múltiples aristas y no menos problemática solución.

Los bienes de los que hablo no son los que se han degradado de forma definitiva y por eso no cabe más que aplicarles el régimen legal de la ruina, sino aquellos otros que adolecen del oportuno mantenimiento por sus dueños.

Cierto que muchas veces ese déficit de cuidado desemboca en la perdida de las edificaciones, y por eso a veces se prefiere desde los consistorios aguardar a este momento final para intervenir administrativamente, pero bien se entenderá que el deber de conservación que pende sobre los propietarios nunca puede demorarse hasta ese instante, porque hablamos de fines de interés general de carácter preferente, como lo son razones de seguridad, de salubridad y de “imagen urbana”, antiguamente llamada de “ornato público”.

La estética de abandono que ofrecen infinidad de casas y fincas no saneadas perjudican notoriamente los intereses de cualquier rincón del país

Precisamente en la preservación de esa “imagen urbana” se ha detenido una constante doctrina del Tribunal Supremo, considerando que su protección puede y debe animar la puesta en marcha de órdenes de ejecución de aquellas obras que resulten precisas para garantizar ese adecuado aspecto externo de las localidades, al tratarse de una potestad policial municipal de primer nivel que puede ejercitarse de oficio o a instancia de cualquier interesado.

ESTÉTICA DEL ABANDONO

Aunque las intervenciones que guardan relación con el riesgo de desprendimientos y la higiene sean de apreciación más obvia, las que afean las calles no les deben ir a la zaga, toda vez que la estética de abandono que ofrecen infinidad de casas y fincas no saneadas perjudican notoriamente los intereses de cualquier rincón del país, máxime siendo el nuestro uno de los más visitados del planeta, líder en el turismo internacional.

Por descontado que las autoridades locales no pueden hacer más que limitarse a obligar a los tenedores a acometer aquellas obras concretas que sean además proporcionadas y congruentes para recuperar el esplendor de sus construcciones, otorgando primero la posibilidad de afrontarlas a los particulares y en su defecto realizándolas mediante ejecución subsidiaria y con cargo a estos, pero lo que no parece admisible es que no se haga nada, como tan a menudo sucede.

Tal inactividad no solo es ilegal, sino que supone además un evidente derroche de los innumerables recursos que cada año se destinan a realzar las bondades del lugar donde se enclavan, porque no resulta infrecuente que esas viviendas o almacenes que nos ocupan se ubiquen en el medio de la merienda, en el epicentro mismo de las urbes o pueblos, desluciéndolos por completo.

Por eso, obligar a consolidar fachadas agrietadas o abombadas, o los forjados de un inmueble, o retirar los escombros depositados en un terreno, o cerrar un predio y podar su arbolado o matorrales, o adecentar y sanear una casa por fuera, o simplemente exigir que se pinte y se aseguren sus balcones, son algunas de las cuestiones que no pueden demorarse en esta actividad policial de los Ayuntamientos, como en ocasiones advertimos que sí sucede.

E incluso los edificios catalogados o sometidos a algún régimen de protección están también sujetos a estas oportunas órdenes de ejecución, bastando con un informe previo de la autoridad en materia de patrimonio para poder llevarlas a cabo.

Lo que no es de recibo es que, hasta en estos bienes protegidos por razones históricas, se perpetúen menoscabos hasta que acaben colapsando, siempre con la culpable desidia de los poderes públicos implicados.

Si queremos tener una España en perfecto estado de revista, bien haríamos en comenzar por esto que apunto, además de fundir tanto dineral en promoción publicitaria de nuestras excelencias y hermosuras.

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