Manuel de Godoy, «obsesión sexual» de la Reina María Luisa, esposa de Carlos IV
Manuel Godoy tenía 21 años y la Reina María Luisa 37, le llevaba 16 años; se prendó de él desde que lo vio y lo elevó a los más altos honores. La pintura de Godoy fue realizada por Francisco Folch de Cardona; la de la Reina María Luisa por el pintor de la corte, Francisco de Goya.

Manuel de Godoy, «obsesión sexual» de la Reina María Luisa, esposa de Carlos IV

A Manuel de Godoy y Alvarez de Faria, un extremeño de Badajoz, una simple caída de caballo cambió su destino, transformó el de la princesa de Asturias consorte, María Luisa de Parma, y afectó de modo sensible la historia de España en unos momentos cruciales.

Godoy tenía entonces 21 años y formaba parte de la guardia de Corps que, a caballo, acompañaba a los príncipes desde el palacio de La Granja -una copia en pequeño del Versalles de París- a Segovia.

María Luisa le llevaba 16 años, es decir, tenía 37 años.

Los reales esposos, que fueron testigos del volteo que le dio el caballo al jinete, se interesaron por la suerte del soldado e insistieron en instalarlo en una habitación del palacio y que, además, fuera asistido por su propio médico personal.

No cabe la menor duda de que Godoy era un apuesto caballero y que María Luisa se prendó de él nada más verlo.

Podía decirse que lo que sintió la Reina fue un «real flechazo” -en los dos sentidos- hacia el joven.

Al día siguiente del accidente, la princesa acudió al aposento a visitarlo. Llevó un refrigerio para aliviarlo, porque era final del verano.

Y debió aliviar lo bien porque la princesa de Asturias no volvió a salir de la habitación hasta horas después.

Los acontecimientos posteriores indicaron que la futura Reina de España quedó más que satisfecha de las atenciones recibidas por el «herido».

De hecho, aquel día María Luisa de Parma descubrió en el joven De Godoy era una auténtica «Sex Bomb», como dice Tom Jones en su celebérrima canción.

Mientras eso ocurría, el príncipe Carlos se dirigía camino de su cacería habitual.

El encuentro sucedió, además, en un momento crucial.

Tres meses después, en diciembre de 1788, el príncipe asumió el trono con el nombre de Carlos IV.

Pocas semanas más tarde, y por decisión de la Reina, Godoy fue asignado al Palacio Real.

Fue la primera de las prebendas con que María Luisa “premió” a su joven amante, quien no se separaría de ella -salvo en cortos y contados períodos- hasta su muerte.

Godoy también cayó muy bien al Rey, más interesado en las cacerías y en la reparación de relojes que en el gobierno de España.

Para decir verdad, Carlos IV jamás estuvo en la cabeza de la Primera División de los Reyes que ha tenido España, como Felipe II, o su propio padre, Carlos III.

En términos futbolísticos, Carlos IV estuvo siempre en la zona del descenso a la Segunda División, lo que acentuó y aceleró la decadencia de la España de entonces.

«CARLOS, HIJO MÍO, PERO ¡QUÉ IMBÉCIL ERES!», CARLOS III AL ENTONCES PRÍNCIPE DE ASTURIAS

Su padre, Carlos III, lo había casado con María Luisa de Parma, hija de los duques Felipe y Luisa Isabel y nieta, por vía paterna, de Felipe V e Isabel de Farnesio.

Buscó en ella la inteligencia que su hijo no poseía.

Carlos III no se engañaba ni se hacía trampas al solitario.

Para botón una muestra: Cuando Carlos III le contó quien era la elegida, al entonces príncipe no se le ocurrió más que decir que estaba seguro de que se iba a casar con “alguien que jamás cometería adulterio”.

El Rey, acostumbrado a las estupideces de su hijo, le preguntó que por qué decía eso.

“Porque yo soy príncipe y, por lo tanto, diferente a los demás hombres, que no pueden casarse con princesas, sino con mujeres corrientes que les engañan”, contestó el futuro rey.

Carlos III respondió con unas palabras que le salieron de lo más profundo del alma: “Carlos, hijo mío, pero ¡qué imbécil eres!”.

CARLOS IV LE LLEVABA DOS AÑOS A SU ESPOSA

María Luisa contaba 14 años cuando se casó con el futuro Carlos IV, quien le llevaba dos años. Era una chica alta para su edad, rubia, ojos oscuros y mirada maliciosa, que algunos interpretarían como “lasciva”; su sonrisa, en esto si hay unanimidad, era pícara.

Era una chica como tantas que no sentía ninguna atracción hacia los estudios y que aborrecía leer. El príncipe de Asturias, por el contrario, había salido directamente de la típica cepa borbona: alto, desgarbado, rubio, ojos claros, muy apocado y tímido.

Desde la boda de la Reina hasta que esta conoció a Godoy habían pasado 23 años. Varios amantes habían calentado clandestinamente su lecho: Eugenio Portocarrero y Palafox, conde de Teba, Agustín de Lancaster, hijo del duque de Abrantes, Diego Godoy -nada que ver con el otro- y Juan Pignatelli, ambos guardias de Corps…

Y en ese intervalo la Reina había tenido nueve hijos, de los que habían muerto cinco.

Tendría, hasta 1794, otros cuatro más.

Las malas lenguas dijeron que el padre de los dos últimos hijos no había sido precisamente Carlos III sino su valido: Manuel de Godoy.

Había cumplido la función básica que se esperaba de ella: dar descendientes al Rey.

Algunos de los biografos de la Reina María Luisa no han tenido recato en calificarla de “ninfómana irremediable”.

Los que la conocieron bien, como José Espronceda, la llamaron “impura prostituta”. O “Mesalina de la época”, en palabras de un cortesano de Napoleón.

LA CARRERA METEÓRICA DE MANUEL DE GODOY

Pocas carreras tan meteóricas pueden encontrarse en la historia como la de este amante de la Reina: en el mes de diciembre de 1788, tras ser asignado a palacio, Godoy recibió el nombramiento de cadete supernumerario.

Cuatro meses después, en mayo, fue elevado al rango de coronel. Y en noviembre, entró a formar parte de la elitista Orden de Santiago.

Dos años después, en febrero de 1791, se convirtió en mariscal de Campo, y en julio fue teniente general, con la Gran Cruz de Carlos III como guinda.

Pasados 269 días, el Rey lo hizo duque de Alcudia con grandeza de España y le regaló la finca que llevaba ese nombre; en noviembre de 1792 lo nombró primer secretario, lo que hoy en día se llama presidente del Gobierno. A lo que se añadió la concesión del Toison de Oro, la distinción más alta que un ciudadano español puede recibir del rey.

Godoy tenía tan solo 25 años. Pero ahí no acabó la cosa.

En mayo de 1793 fue ascendido a capitán general. Todo en un lapso de tiempo de tan solo 5 años.

Sin duda está «Sex bomb» respondió con creces a las expectativas que de él había esperado la Reina María Luisa.

Carlos IV era un hombre acomplejado que admiraba a su esposa, a la que creía superior a él.

Pero el monarca no hubiera colmado de honores a Godoy sólo por eso. El valido, aparte de entretener a la Reina, se ganó la confianza del Rey y se convirtió en su amigo.

Por supuesto que Carlos IV conocía la relación de «Manolo» con su esposa, pero desde su punto de vista era imposible castigar a un hombre que le adoraba y que, estaba seguro, se dejaría matar por salvar su vida.

El Rey, pensaba, no podía encontrar a un hombre más fiel que Godoy, por lo que sus amoríos con la Reina no podían ser más que un “pecadillo”. La cosa sexual, para él, no tenía importancia. No le dio importancia al hecho de formar parte de un triángulo amoroso.

Lo importante, para Carlos IV, es que «Manolo» le fuera leal; y Godoy lo era ciento por ciento.

De hecho, lo fue hasta su muerte.

Manuel de Godoy, además de amante la Reina, se convirtió en amigo personal del Rey, Carlos IV, quien le dio lo más altos honores que una persona podía esperar. Al monarca no le importaba que «Manolo» entretuviera a su esposa. El cuadro de Godoy es de Francisco Bayeu. El de Carlos IV, de Francisco de Goya.

JOVEN E INEXPERTO, CARLOS IV LO NOMBRO A LO EQUIVALENTE A PRESIDENTE DE GOBIERNO DE HOY

Desde esta perspectiva era lógico que sustituyera, en unos momentos críticos, al viejo conde de Aranda como primer secretario (presidente del Gobierno de la época) y pusiera en su lugar a Godoy.

No importaba su juventud ni que su experiencia como gobernante fuera nula. La Revolución francesa derrocado al Rey Luis XVI y lo había encarcelado en la prisión de la Bastilla junto a su esposa, María Antonieta.

Los monarcas franceses eran parientes de los españoles, borbones, como ellos.

El Gobierno español trató de hacer todo lo posible para liberarlos, de forma infructuosa. Aranda, ante esa tesitura, se mostró partidario de la neutralidad.

Godoy suponía un cambio hacia la beligerancia de España hacia Francia.

Luis XVI fue finalmente ejecutado el 21 de enero de 1793 y en marzo fue la Convención Francesa la que declaró la guerra a España.

Los resultados fueron catastróficos para los ejércitos españoles.

Los franceses ocuparon la fortaleza de Figueras, en Cataluña, y en el País Vasco se hicieron con Vera, Irún, Fuenterrabía, Pasajes, San Sebastián y Tolosa, que fueron anexionadas a Francia, y después tomaron Bilbao, Vitoria y Miranda de Ebro.

Dos años después los revolucionarios franceses y Godoy firmaron la paz. Fue el 22 de julio de 1795, por la que se estableció la devolución de todas las plazas españolas mientras que nuestro país entregaba a Francia la parte española de la isla de Santo Domingo.

La Paz de Basilea, que así se llamó el tratado, además contenía unas cláusulas secretas según las cuales España permitiría la exportación de un número determinado de caballos y yeguas de Andalucía y de ovejas y corderos de raza merina.

GODOY VENDIÓ LA DERROTA COMO UNA VICTORIA

A pesar del fracaso, Godoy vendió interiormente la derrota como una victoria y se autoadjudicó el título grandilocuente de “Príncipe de la Paz”.

En cualquier otras circunstancias, en una corte normal, Godoy habría sido cesado ipso facto.

El valido siguió manteniendo relaciones sexuales con la reina María Luisa, sobre la que el paso del tiempo comenzaba a hacer estragos. Su cara estaba muy ajada, le faltaban varios dientes y su peso había aumentado de forma peligrosa.

Sus continuas maternidades habían contribuido a este envejecimiento prematuro.

A nada le hacía ascos Godoy, que cumplía todas las fantasías de la Reina, aunque al mismo tiempo él tenía sus aventuras.

Como primer secretario, se veía obligado a recibir continuamente a bellas damiselas que acudían a él en busca de ayuda para solucionar sus problemas. Godoy era en extremo educado y galante.

A la mayoría las despachaba después de varios minutos. A otras, las que le gustaban, pasaban horas con él en la intimidad de su despacho.

Una de estas mujeres fue Pepita Tudó, una muy atractiva huérfana de un oficial de Artillería. El primer secretario se enamoró perdidamente de la joven, casi adolescente.

Era 1796 y él tenía 29 años.

Godoy, emborrachado de su propia soberbia, hizo entonces lo que no había osado hacer antes: mostrar a su querida del brazo en público por el Paseo del Prado o en los salones de moda de la época.

Los rumores del momento llegaron a decir que el valido la había instalado en una habitación del palacio real, junto a sus aposentos.

Pintada por Goya, cuadro del Museo del Prado, la Reina María Luisa a caballo. La monarca tenía hacia Manuel de Godoy lo que hoy denominaríamos «adicción sexual».

ATAQUE DE CELOS DE LA REINA

La Reina María Luisa, como era de esperar, sufrió un ataque de celos y le montó una escena a su amante.

Fue tal el histerismo de la Reina que hizo perder la paciencia a Godoy, el cual le soltó una bofetada espectacular y sonora que la hincó de rodillas a sus pies.

María Luisa siguió llorando, suplicándole que no la abandonara y mostrándole su completa sumisión, al mismo tiempo que le tocaba el sexo, incitándole a una nueva relación sexual.

Tal era el enganche que tenía la Reina con este hombre. Para ella era como una droga.

Sin embargo, a pesar de las promesas, María Luisa abrazó el juego de los celos y se echó un nuevo amante, un fornido guardia de Corps -no podía ser de otra manera-.

Se llamaba también Manuel. Manuel Mallo, un criollo venezolano. Lo nombró mayordomo de semana de palacio, para tenerlo cerca en caso de «necesidad».

Las rivalidades entre Godoy y la Reina se hicieron patentes.

En una ocasión, encontrándose la corte en San Ildefonso, el Rey quedó admirado del trabajo que un tiro de caballos estaba realizando y preguntó a Godoy que de quién eran.

“De Mallo, un guardia de Corps”, respondió el valido bajo la atenta mirada de la Reina, que estaba sentada detrás. Había sido ella quien se los había regalado.

“Es que Mallo es amante de una vieja que le roba el dinero al marido para dárselo a él”, añadió, lo que provocó una sonora carcajada del Rey.

No tardaron, sin embargo, en volver las aguas a su cauce.

Godoy se reconcilió con María Luisa, aunque ambos mantuvieron, desde entonces, a sus respectivos amantes.

El valido durante toda la vida. La Reina durante un corto período. Hasta que se cansó del guardia de Corps.

UNA REINA CELESTINA

Hasta ese momento, Godoy lo había conseguido todo en la vida, pero le faltaba una cosa: entroncarse con la aristocracia.

Tanto él como la Reina descartaron un matrimonio con Pepita Tudó, pues ni tenía sangre azul, ni posición social.

Su papel de amante era el correcto. ¿Qué más podía pedir Pepita Tudó que ser la mantenida del hombre más poderoso de España, quien, además, la amaba?

Fue María Luisa la que eligió a la candidata: María Teresa de Borbón. Era hija del infante don Luis, hermano de Carlos III, y tío de Carlos IV.

Luis de Borbón había roto todas las reglas del juego de la familia real. Se casó, por voluntad propia, por amor con una mujer que no tenía sangre azul. Hizo un matrimonio Morgan ático, con lo que perdió todos sus derechos como sucesor a la corona.

Godoy y María Teresa de Borbón, condesa de Chinchón, se casaron el 16 de septiembre de 1797 con toda la fastuosidad y la pompa de la hija de un rey, merced a la gracia real.

No es necesario decir que el valido y su esposa nunca fueron un matrimonio propiamente dicho, aunque tuvieron una hija.

Ella hacía su vida y Godoy la suya. Se soportaron durante diez años y después se separaron de hecho.

María Teresa de Borbón nunca quiso formar parte del círculo que formaban su marido, su amante, la Reina y el Rey.

Prefirió mantenerse al margen.

Una de las consecuencias de la mencionada Paz de Basilea fue el Tratado de San Ildefonso, que Godoy firmó con Francia en 1796. Con su firma España se convertía en su aliada y por ende, en enemiga del Reino Unido, al que se declaró la guerra.

Consecuencia: la armada española fue derrotada en el cabo de San Vicente (14 de febrero de 1797) y en segundo lugar se perdió la isla de Trinidad, en el Caribe, si bien los ingleses fracasaron en su intento de apoderarse de Cádiz y la isla de Tenerife, aunque consiguieron cortar el tráfico comercial de España con las Indias.

Este esfuerzo bélico a punto estuvo de ahogar a la economía nacional. Godoy se vio obligado a negociar la paz por separado con Inglaterra, lo que le hizo perder la confianza de los franceses.

En mayo de 1798 el valido fue cesado por Carlos IV.

El Rey no había sabido soportar la doble presión: la procedente del Gobierno francés y la de la propia opinión pública española.

El monarca, no obstante, pensó en su amigo. Le mantuvo todos los honores, sueldos y emolumentos de primer secretario.

EL REGRESO

Godoy regresó al escenario político tres años después. En 1801, aunque sin desempeñar ninguna cartera concreta.

Fue nombrado, nada menos, que jefe del Ejército español. Ocupó Portugal, junto con las tropas capitaneadas por el general Leclerc, en represalia por haberse negado este país a cerrar sus puertos al comercio inglés.

Tras la derrota se llegó a un armisticio que puso fin a esta guerra conocida con el nombre de “Guerra de las naranjas”, por los ramos de naranjas que los soldados entregaron a Godoy, y que este, a su vez, ofrendó a la Reina.

Como premio obtuvo el puesto de jefe de los ejércitos de tierra, mar y aire.

Manuel de Godoy también fue retratado por el pinto de los Reyes, Francisco de Goya, en esta ocasión con ocasión de su victoria en la llamada «Guerra de las naranjas», contra Portugal, en la que actuó como general. El Rey Carlos IV lo hizo general jefe de todos los ejércitos.

El hundimiento del buque de guerra español, “Nuestra Señora de Las Mercedes”, la mañana del 5 de octubre de 1804 a pocas millas náuticas de Cádiz, por cuatro fragatas británicas, cuando regresaba de América junto a otros tres navíos militares transportando todos los impuestos de los cinco años precedentes, provocó la declaración de guerra de España al Reino Unido.

Perecieron 249 personas, 11 de ellos niños; 23 civiles. Una historia que relata el director de cine Alejandro Abenamar en su serie de televisión «La Fortuna».

El famoso valido vivió en gracia hasta 1807, cuando España suscribió con Francia el Tratado de Fontainebleau, por el que nuestro país permitiría pasar por su territorio a las tropas francesas con el fin de invadir Portugal; una simple excusa para ocupar pacíficamente la nación.

Fue un momento en el que el afable Carlos IV y su hijo, el ambicioso príncipe de Asturias, Fernando, libraban una guerra incruenta por el poder en la que Napoleón hizo de árbitro.

Curiosamente, fue Godoy el primero en columbrar los verdaderos planes del emperador francés.

Trató de llevar a la familia real a Sevilla con el objetivo de embarcarla hacia América, siguiendo el ejemplo de la familia real portuguesa, que se refugió en Brasil.

De haberse llevado a cabo su plan la historia de España hubiera sido muy diferente.

Pero los odios que Godoy había despertado en su ascensión, la enemistad de la alta nobleza hacia su persona y su política desembocó en el motín de Aranjuez, en la que el pueblo jugó un papel central.

Godoy fue detenido.

Carlos IV se vio obligado a firmar, primero, un decreto despojando a su favorito de los cargos de generalísimo y almirante, y después, a abdicar en su hijo.

La única preocupación del exRey y su esposa, una vez en Francia, era conseguir la liberación de Godoy.

María Luisa envió innumerables cartas al emperador pidiéndole la libertad de su amante.

Carlos IV, por su parte, advirtó que si le pasaba algo a Godoy “su muerte será la mía. No le sobreviviré”.

Godoy vio la libertad gracias a Napoleón.

En compañía de Pepita Turó, que no de su esposa, viajó a Bayona, Francia, donde se hallaba la pareja real.

El emperador francés, señor del mundo civilizado, puso entonces en práctica la última parte de su plan.

Llamó a Fernando VII a la misma ciudad y allí le obligó a abdicar en su padre y a este, Carlos IV, a hacerlo en su persona.

Napoleón, a su vez, nombró a su hermano, José Bonaparte, nuevo rey de España.

El documento fue firmado por el ministro Duroc, por parte francesa, y por Godoy por parte española.

El valido no regresó nunca a España. Siguió a la familia real al exilio en Roma.

En la capital italiana Carlos IV adquirió el palacio Borghese.

Allí vivieron todos juntos: los depuestos reyes, una hija de los mismos, Godoy, Pepita, los dos hijos que habían tenido, y la madre de la amante.

La vida transcurrió plácidamente hasta enero de 1819, en el que murieron, con una diferencia de tan solo 18 días, María Luisa y Carlos IV.

La Reina dejó todos sus cuantiosos bienes a un heredero único: Manuel de Godoy, “su Manuel”.

El epílogo de la vida de este valido no fue en absoluto feliz, como se pudiera pensar.

Los reveses de la fortuna y las envidias le habían hecho ser muy desconfiado. Para evitar que le despojaran de sus bienes los había puesto a nombre de Pepita.

Un día, inesperadamente, cuando vivían en París, esta huyó de su lado y regresó con toda su fortuna a España.

Sólo la caridad del Rey de Francia, que le concedió una minúscula pensión, impidió que muriera en la total indigencia en 1851.

Paradojas de la historia.

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