¿Justicia justa?: El caso del brazo arrancado
Los jueces, en ocasiones, se ven obligados a tomar decisiones difíciles, que a ojos de legos en la materia, podrían ser consideradas como injustas. Son decisiones que, sin duda, dejan una marca indeleble y permanente en el juez para el resto de sus días.
Sobre uno de esos casos tuvo que dirimir un día la magistrada Ángeles Duque cuando presidía el juzgado de Peñafiel en Valladolid.
Ante ella comparecía, como acusado un taxista, de no más de 30 años, en un juicio de faltas, por daños.
El hombre había perdido su brazo como consecuencia de la colisión lateral de su vehículo con un autocar
La parte denunciante era la aseguradora del autocar, que reclamaba al taxista y a su seguro, la reparación de los daños causados al vehículo. Daños de pintura y de un ligero abollamiento en la carrocería.
De acuerdo con el taxista, se dirigía por la carretera de Burgos –antes de que existiera la autovía actual- en dirección hacia Valladolid con un pasajero mayor.
A pesar de que era el mes de abril hacía calor, por lo que llevaba el brazo izquierdo colgando por la ventanilla.
Y en esas vio como se abalanzaba el autocar sobre él, por lo que tuvo que dar un volantazo que no impidió el impacto, dejándose el brazo en el lugar y manco para toda la vida.
La culpa, según él, era del autocar.
Sin embargo, las cosas –a los ojos de la magistrada- comenzaron a aclararse tras su declaración. El conductor del autocar dijo que él se había mantenido en su carril y que había sido el taxista el que había invadido la vía contraria.
Y detrás de este conductor testificaron varios pasajeros del vehículo grande y, después, el que había contratado al joven taxista para que le llevara a Valladolid. Todos declararon lo mismo: había sido el taxi el causante del accidente. Pero todavía faltaba la prueba definitiva.
Ninguno de los dos guardias civiles se asemejaban a Gil Grissom o a Horatio Caine, de CSI Las Vegas y CSI Miami, pero a su manera fueron igual de eficaces que los policías científicos estadounidenses.
Los dos agentes de la Benemérita, autores del atestado, arrojaron la luz que restaba al caso. Aportaron fotografías de las frenadas de ambos vehículos, croquis con las trayectorias y las velocidades del autocar y del taxi.
Cuando terminaron de declarar el silencio se apoderó de la sala de juicios durante unos escasos segundos que a los presentes les parecieron eternos.
El taxista se había despistado en la conducción y había invadido el carril contrario. Cuando se dio cuenta, dio un volantazo que impidió un accidente mayor, pero no que la colisión le arrancara el brazo de cuajo.
La magistrada Ángeles Duque, con todo el dolor de su corazón, sólo pudo emitir una sentencia condenando a la aseguradora del taxista a que pagara los daños que el autocar había sufrido como consecuencia de la colisión. Aquello quedó para siempre en su memoria. Así nos lo contó y así se lo hemos contado.
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