Firmas
El crepúsculo de la doctrina
Jav ier Junceda es un reputado jurista y abogado en ejercicio.
08/2/2023 06:48
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Actualizado: 07/2/2023 22:21
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Érase una vez un tiempo en que hasta en las demandas se desafiaba a los manuales de estilo y se citaban obras de Derecho en pies de página.
Los autores se recitaban de carrerilla como la alineación del Real Madrid.
La comunidad jurídica bebía sin parar de esas fuentes, ya se tratara de jueces, fiscales o abogados, porque alumbraban extraordinariamente el camino de aplicación de las normas.
Aunque no fueran vinculantes, esos criterios dogmáticos solían llevarse a las sentencias apelando siempre “a la mejor doctrina”, porque acostumbraban a estar henchidas de razón y servían como formidable brújula en la contienda legal.
Pero llegó un buen día en que todo esto desapareció.
Dejaron de ponerse aquellos pies de página y de entrecomillarse párrafos de los maestros de cada rama del ordenamiento. Las joyas bibliográficas también comenzaron a resultar prescindibles, y por supuesto de ser recordadas en los escritos forenses.
Ese momento fue llegando paulatinamente, a medida que los reconocidos padres de una u otra disciplina fueron jubilándose o dejando de escribir. Salvo excepciones, sus discípulos ni supieron seducir como sus mentores ni sorprendieron como ellos a las gentes que nos dedicamos al foro.
LEYES COCINADAS POR PROFESIONALES ALEJADOS DE LA ACADEMIA
Tampoco prosiguieron participando con habitualidad en la elaboración de las leyes o reglamentos, tarea en las que les sustituyeron los letrados de las cámaras o los gabinetes de los partidos políticos.
De leyes de autor pasamos de un día a otro a leyes cocinadas por profesionales alejados de la Academia, no necesariamente pertrechados de sabiduría y buen tino.
Este lamentable escenario se produjo, además, en un contexto de crecimiento insólito de centros universitarios dedicados al Derecho, multiplicando por mil el personal dedicado a la investigación o la docencia jurídica, a diferencia de la época dorada de la doctrina, en que se carecía de lo más elemental y eran cuatro gatos los que trabajaban en eso.
El resultado de este lento proceso es la irrelevancia generalizada del quehacer académico en las lides judiciales. Cuesta encontrar hoy referencias en ese medio capaces de servir de verdadera ayuda en la ardua misión de defender a un cliente, porque la jurisprudencia ha eclipsado por completo los aportes doctrinales, aunque insisto que puedan existir salvedades dignas de mención.
Es más: estas contribuciones dogmáticas que se salvan de la quema acostumbran a ser creaciones de operadores jurídicos prácticos, dedicados a tiempo parcial a la función docente.
A este estado de cosas tal vez se ha llegado por el ensimismamiento generalizado que preside no pocos departamentos universitarios, alejados de la realidad procesal del día a día y empeñados en constructos artificiales y de escaso interés.
Por no citar el abandono que muchas veces se produce en estos cuerpos de profesores de su función científica primordial, sustituida por quehaceres profesionales que les proporcionan más y mejores ingresos a pesar de tener dedicación exclusiva.
Ahora que estamos a las puertas de la enésima ley de Universidades, quizá fuera sensato reflexionar sobre esta intrascendencia que padece la educación superior, que mucho me temo que proseguirá así mientras no atajemos el mal de raíz.
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