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Ideología social y sesgos en la Justicia (I)

Ideología social y sesgos en la Justicia (I)
El columnista, Juan Perán, aborda en esta primera entrega esta temática sobre la ideología de los jueces y los sesgos que presentan.
09/6/2023 06:30
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Actualizado: 09/6/2023 04:28
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«Lo que no está en los papeles no está en el mundo» (máxima de los jueces). Con esa expresión, que escuché por primera vez hace 40 años en mis prácticas tras terminar mi carrera de Derecho, un juez cercano a su jubilación, quiso hacerme creer que la justicia es objetiva e imparcial.

Muchos años de experiencia y ejercicio se han encargado de revelarme que eso no es más que una frase, tan rotunda y concluyente, como discutible e irreal.

Los jueces son hombres y mujeres con su particular percepción de la realidad. La suya personal, propia e individual.

El papel todo lo resiste y lo que en él se dice es siempre interpretable por la mente de quien lo lee, lo analiza y lo valora. Si es que lo hace.

Los seres humanos tenemos lo que se denomina SAR, (Sistema de Activación Reticular) que para explicarlo rápido y fácil, es un programa mental o nuestra forma de ver la realidad.

Un sistema de creencias con el que filtramos la realidad que está ahí afuera. Algo así como unas “gafas de ver”, mentales.

La vida es lo que piensas que es. Te conviertes en lo que piensas.

Volviendo a las “gafas”, estas se han ido construyendo a lo largo de nuestra vida.

Desde que nacemos y por la influencia de los padres; el entorno familiar cercano; la educación recibida; los profesores, la cultura del lugar del mundo donde vivimos; nuestra formación académica; nuestra trayectoria profesional; nuestras experiencias de vida: las relaciones interpersonales mantenidas; frustraciones, anhelos, deseos, enfermedades padecidas, hechos traumáticos sufridos, etc.

Todo eso y mucho más: la sociedad, sus modas, tendencias, opiniones, medios de comunicación, etc.

Y claro, esas “gafas” son parecidas, pero personales de cada cual. Las hay muy diversas. Tantas y tan distintas como son las vidas de las personas.

Hay gafas de pasta, de madera, de metal, de plástico; con lentes para ver de lejos, ver de cerca; para miopes, para los que tienen astigmatismo; con cristales más limpios, más sucios, más gruesos y algunos, hasta rotos…

Y de eso voy a hablar hoy. De “suciedad” y de “ruidos mentales” en las “gafas” de los jueces que se encargan de hacer algo tan complicado, difícil, estresante y cargado de responsabilidad como es impartir justicia.

LOS JUECES SON SERES HUMANOS

Los jueces son los actores centrales del sistema de impartir justicia y su papel fundamental es dar una respuesta “justa” a cada caso que se somete a su consideración. Algunos se excusan y dicen que no, que lo de hacer justicia tampoco es de lo que se trata. Que ellos se encargan de interpretar la ley, aplicarla al caso a enjuiciar y aplicar el Derecho.

Y punto.

Sea como fuere, para ello, tienen o deberían contar con cualidades mínimas como la excelencia técnica y la imparcialidad. Los jueces deben administrar justicia con sujeción a la Constitución, a los instrumentos internacionales de derechos humanos, a la ley y a los reglamentos.

Esto implica tomar decisiones en casos que, genéricamente dicho, involucran la vida, la hacienda, la libertad y la dignidad de las personas.

En definitiva, hacer justicia.

¡Casi nada!

Bien, hasta aquí todo parece que está claro y es hasta bonito.

La realidad nos muestra que no lo es. Ni claro, ni bonito. Y para nada, sencillo.

Los jueces son personas, son humanos y están afectados por su experiencia y, sobre todo, por su sistema de creencias mentales: sus “gafas” de ver la realidad.

Esto es fácil de comprobar en la práctica diaria. La interpretación del Derecho y la aplicación de las normas es distinta según quien la haga. Esto explica que hay decisiones judiciales sobre una misma cuestión divergentes y hasta contradictorias. Un mismo conflicto es visto y resuelto de muy diferente forma por jueces individuales; tribunales colegiados o inclusive, el mismísimo Tribunal Supremo al que le enmienda la plana el Tribunal Constitucional o el Tribunal Superior de Justicia Europeo, con harta frecuencia.

LA SOCIEDAD ACTUAL Y LA IDEOLOGÍA DE PENSAMIENTO IMPERANTE

Las “gafas” del juez están construidas a partir de la experiencia personal interna.

Pero también está el factor externo o ambiental, el entorno social y político.

Vivimos en una sociedad cada vez más interconectada donde los seres humanos hemos cedido parte de nuestra intimidad y privacidad. Un mundo en el que todo se airea en las redes sociales; la gente expresa, cuenta, opina y, además, lo hace de manera que lo que dice puede ser conocido por el mundo entero en apenas segundos. Todo esto nos conduce a una mayor vulnerabilidad y fragilidad como individuos expuestos a las opiniones y valoraciones de cualquiera.

La consecuencia directa de eso es una y muy rotunda: el mundo y sus pobladores son mucho menos libres que hace apenas 40 años.

La tecnología nos rastrea, sigue y controla. Hoy se sabe todo. Todo lo que alguien dijo, escribió o comentó, en cualquier lugar, momento o circunstancia. Es decir, estamos más controlados, sometidos a la presión del grupo y eso a muchos, les condiciona en su libre pensar, decidir y actuar.

Pocos quieren salirse del redil porque eso equivale a ser vistos como ovejas negras que se distinguen del rebaño mayoritario de ovejas blancas. Son pocos los que se sienten bien nadando a contracorriente o en sentido contrario al que sigue la tendencia social o masa.

Vivimos en una sociedad en la que desde hace unos años se está imponiendo la denominada actitud de lo políticamente correcto; la ideología woke y la acusación rápida y fácil de ser, por ejemplo, discriminatorio por machista; misógino; xenófobo o tener comportamientos de homofobia. En general, actitudes que alguien va dictando implican injusticias sociales.

Toda actitud que pueda, ni que sea de lejos implicar algún rasgo identificable susceptible de ir contra mujeres, extranjeros u homosexuales, por citar sólo unos concretos ámbitos, será directa y duramente tachada de conducta incursa en odio y como tal, perseguible e incluso, sancionable.

Los diálogos en las películas, las letras de las canciones, el contenido de los anuncios, los artículos de opinión, los libros o cualquier tipo de expresión son hoy en día objeto de “vigilancia”, por si incluyen expresiones, consideraciones o rasgos que puedan considerarse ofensivos.

Vivimos en lo que algunos ya denominan el mundo de los “ofendiditos”.

Ofendiditos y reactivos, porque en la defensa de la causa de lo políticamente correcto, los guardadores de esa forma de pensar son beligerantes. La injusticia social que dicen que se produce, parece justificar esa reactividad.

Su filosofía muy resumidamente podría ser algo como: no se puede ser tolerante con los intolerantes. Yo soy el tolerante que dice y decide quién es intolerante.

Los ofendiditos, o sea los que se ofenden por todo es porque no han sufrido lo suficiente. Son en mi opinión, enanos mentales.

Y en este ambiente, pues los jueces no pueden o no quieren sustraerse o librarse de esa presión y “control” social. La que ejercen los que preservan las esencias de lo que “correctamente” se puede pensar, decir y hacer. En su mayoría, algunos políticos y sus terminales mediáticas.

Pocos pueden hacerlo (ir en contra de lo políticamente correcto o de la ideología social imperante) sin tener que pagar, antes o después, un precio. En bastantes ocasiones, alto.

Por citar un ejemplo, hoy en día los medios de comunicación no pueden dar detalles sobre el origen o nacionalidad de los delincuentes. Sobre todo, si son extranjeros.

Si son españoles, no hay problema. Ej.: en el caso de la famosa manada de Pamplona, todos supimos que los integrantes eran sevillanos y conocimos hasta su ocupación laboral.

En cambio, el otro día una cantante dijo haber sufrido un robo en la calle por parte de un marroquí, y casi se tiene que ir de España.

El origen de todo esto es complejo y multifactorial.

La libertad hoy en día es considerada un fin en sí misma, no un medio. Todos tienen derecho a opinar, sentir, decir e ir a la suya. Todo está instalado en un relativismo intelectual y moral dentro de lo que el filósofo polaco Zygmunt Bauman ha calificado a grandes rasgos como modernidad líquida

Todos tenemos derecho a pensar, decir y actuar lo que queramos, siempre que se ajuste a la tendencia social dominante que además es líquida y como tal, cambiante.

Por tanto, el factor de la mutabilidad es constante. En los tiempos actuales, nada es para siempre.

Todo cambia y lo hace a una velocidad de vértigo. Lo mismo las parejas, que los lugares de residencia, que los trabajos, que los muebles, que las ideas, que las tendencias, actitudes o costumbres.

La vida se ha “ikeaizado”. Todos es montable, desmontable y, sobre todo, muy sustituible porque es fácil, barato y pasajero. Dura lo que dura y se asume por anticipado que no puede ser por mucho tiempo.

Los tiempos corren deprisa y todo es líquido: las relaciones personales, las laborales, la vida en sí.

Dentro de ese panorama, existe una libertad relativa o diríamos controlada siempre que se realice dentro de los cauces a la ideología de lo políticamente correcto. En cuanto te salgas, lo más fácil es que te puedan calificar de facha, machista, misógino, xenófobo o poco sensible con los animales o las clases desfavorecidas.

E insisto, los jueces no son, no pueden serlo, muchos no quieren ser ajenos a todo esto pues incluso están inmersos en esa forma de pensar.

¿Y qué ocurre entonces?

Pues que también los jueces participan de esa ideología, de esas actitudes y de esa forma de interpretar la realidad y de actuar. Unos por convicción, otros por imposición (presión del grupo) o por simple comodidad o conveniencia.

Al final todo eso va calando y lo que al principio parecía algo que no iba con nosotros o que no podía llegar a ser, termina siendo. Para los interesados, les recomiendo profundizar en la teoría política conocida como la Ventana de Overton

Esta teoría explica y describe cómo se puede cambiar la percepción de la opinión pública para que las ideas que antes se consideraban descabelladas, sean aceptadas a largo plazo.

Así, partiendo de un rango de políticas aceptables de acuerdo al clima de la opinión pública, se va escalando desde una idea considerada “la más libre” en la parte superior del espectro, hasta “la menos libre” en la parte inferior. Esto influye en la forma en que se toman decisiones políticas y en cómo se perciben ciertas ideas en la sociedad.

La ventana de Overton es una herramienta para entender cómo se puede cambiar la percepción de la opinión pública sobre ciertas ideas o políticas.

En el próximo artículo se analizará cómo influye todo esto en las decisiones judiciales con las que se imparte justicia.

Juan Perán tiene una web llamada www.articulosdisruptivos.com.

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