Carlos Bautista, exfiscal de la Audiencia Nacional y abogado: «La defensa está en los detalles»
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12/9/2024 05:40
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Actualizado: 12/9/2024 10:12
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Carlos Bautista Samaniego, hasta el pasado mes de agosto, fiscal de la Audiencia Nacional, ha dado un giro inesperado en su carrera tras más de 30 años dedicados a combatir el terrorismo, el narcotráfico y el blanqueo de capitales.
Bautista, quien lideró investigaciones cruciales como el 11-M y el caso Faisán, ha dado el salto al sector privado. En concreto a la firma Chabaneix Abogados Penalistas, donde ya está aplicando su amplia experiencia en derecho penal económico e internacional, con especial enfoque en extradiciones y la Orden Europea de Detención y Entrega, un área en la que es considerado el experto indiscutible.
El nuevo abogado es doctor en derecho –su tesis doctoral fue sobre la OEDE–, profesor universitario y autor de 16 libros –6 de ellos como autor y 10 como coautor– sobre temática variada como extradición, lavado de dinero, terrorismo y responsabilidad penal de las empresas
Su tarjeta de su nueva vida dice con claridad quién es ahora: «Abogado Colegiado 43.277 Madrid. Fiscal excedente de la Audiencia Nacional. Experto en derecho penal económico y extradiciones».
En esta entrevista Bautista explica, sin tapujos, las razones que le han empujado a dar el salto «al otro lado», convirtiéndose en el decimosegundo fiscal de la historia de la Audiencia Nacional que ha abrazado el ejercicio libre de la abogacía llevándose con él la experiencia y los conocimientos acumulados durante su tiempo de servicio. Y describe las diferencias entre ser fiscal y abogado. «La defensa está en los detalles», afirma.
¿Cuántos años ha sido fiscal?
¿Fiscal? (se lo piensa), 32 años. Fiscal de la Audiencia Nacional 18 años, 8 meses y 4 días.
¿Y es muy normal que un fiscal de la Audiencia Nacional se marche al sector privado?
Históricamente, la Fiscalía ha sido la institución que más profesionales ha aportado al sector privado. En mi caso particular, tras 32 años de servicio, siempre imaginé que me jubilaría en el cargo que más deseaba: como fiscal del Tribunal Supremo. Sin embargo, las circunstancias de mi carrera me llevaron a reconsiderar ese plan.
Por circunstancias profesionales, me di cuenta de que la posibilidad de convertirme en fiscal del Tribunal Supremo era inviable. Entonces, recibí una oferta que decidí aceptar. Ahora tengo 58 años y cumpliré 59 el próximo 4 de noviembre.
¿Y no había posibilidades en el medio plazo de ser fiscal de Sala del Tribunal Supremo, puesto al que usted aspiraba?
Después de analizar los criterios que han regido los nombramientos hasta ahora, llegué a la conclusión de que no se trata de un problema relacionado con fiscales generales específicos, sino de una inercia sistémica dentro del Ministerio Fiscal. En muchos casos, no está claro por qué algunos son nombrados y otros no.
De hecho, cuando se presentan 25 aspirantes, solo se discuten 4 en el Consejo Fiscal. Nosotros, los no seleccionados, nos enfrentamos a una desestimación implícita, sin siquiera entender por qué se ha debatido sobre nosotros o no en ese consejo.
Ante esta falta de transparencia en los nombramientos, me vi con dos opciones: quedarme y esperar, año tras año, hasta los 65 años, para probablemente jubilarme en la Audiencia Nacional, o aprovechar la oferta que recibí y embarcarme en algo diferente. Opté por lo segundo, ya que lo vi como una oportunidad interesante.
«Por circunstancias profesionales, me di cuenta de que la posibilidad de convertirme en fiscal del Tribunal Supremo era inviable. Entonces, recibí una oferta que decidí aceptar. Ahora tengo 58 años y cumpliré 59 el próximo 4 de noviembre»
Usted era uno de los fiscales más reputados en la Audiencia Nacional tanto en materia de extradiciones como de órdenes de detención y entrega, vigilancia penitenciaria, blanqueo de capitales… Es doctor en derecho por una tesis precisamente sobre esta materia. Como se suele decir, lo que usted decía, iba a misa. Tenía «auctoritas».
Bueno, está mal que yo lo diga, pero creo que aportaba mucho. Los compañeros confiaban en mi criterio en lo que usted ha mencionado, extradiciones, órdenes europeas de detención y entrega…
Mi criterio era respetado tanto por magistrados como por mis compañeros fiscales. Sí, creo que me van a echar de menos. No sé si será complicado que venga alguien para sustituirme. Pero nadie es imprescindible. Jamás nadie lo ha sido.
¿Qué tiene de atractivo un bufete como el de Chabaneix?
Cuando en el pasado me hacían alguna sugerencia para fichar por algún despacho siempre valoraba la materia sobre la que trabajaba, la persona que dirigía todo y cómo podía encajar conmigo.
A Luis Chabanex, el socio director de mi firma, le conocía desde hace muchos años. Siempre en posturas enfrentadas; yo como fiscal y él como abogado defensor.
Siempre aprecié su trabajo porque estaba por encima de la media de los abogados que actúan ante la Audiencia Nacional.
Nunca pensé, lo reconozco, que me fuera a hacer una oferta. Un día fue a la Audiencia Nacional a mi despacho. A la antigua usanza. Y me hizo una oferta que no he podido rechazar.
Luis tiene 45 años. Es una persona joven, desde mi perspectiva. Voy a tener 59 años. Alguien de 30 años me parece una persona jovencísima.
Una persona que es socio director de un bufete con 45 años, que posee una visión de negocio, de empresario jurídico, que, además, es capaz de atender a la gente en italiano, inglés, francés, árabe, ruso y chino, por los colaboradores, es un perfil muy estimulante.
Viendo la sinergia que podía haber entre mis conocimientos y el despacho, el sector al que se dedicaba, pues la cosa se presentó muy atractiva.
Obviamente, la oferta que me hizo para dejar la función pública también lo fue.
Supongo que en su nueva responsabilidad usted también tratará asuntos de blanqueo…, desde “el otro lado”.
Tiene gracia, ¿no? Un amigo mío, fiscal también, dice que el fiscal gana dibujando el cuadro general. La defensa gana con los detalles. Y, efectivamente, eso lo tengo muy claro: buscar los detalles de todos los asuntos.
La clave está en el derecho procesal, los detalles, los plazos, ¿no?
Sí, efectivamente, el derecho procesal es fundamental, muy importante. Evidentemente, los plazos son inexorables.
Sin embargo, la opinión extendida de muchos compañeros abogados es que los plazos solo los cumplen los abogados.
Con eso no estoy de acuerdo. ¿Por qué? Porque ahora, con el sistema informático que hay en la Audiencia Nacional, si un fiscal recurre fuera de plazo, eso consta en el sistema, porque en el sistema recoge la fecha de resolución y la fecha de comunicación.
Todo está registrado informáticamente. Con lo cual la Fiscalía no puede recurrir fuera de plazo.
Cuestión distinta son las calificaciones que, según doctrina del Tribunal Supremo, debido al complejo sistema interno y de organización de las fiscalías, es un plazo flexible. Además, ya lo hizo el Tribunal Supremo desde hace muchos años, cuando se planteó con las diligencias urgentes.
Es el único supuesto en que el plazo es rígido. Si no, se produce el sobreseimiento.
Y luego, cuando hay ese traslado para informe, que es un trámite que realmente no existe en la Ley de Enjuiciamiento Criminal, eso no está sujeto a plazo.
Ya sé lo se dice ahora entre mis colegas de profesión: que los plazos no rigen para el fiscal. Yo siempre digo que sí rigen y, además, es posible constatarlo.
¿Cuánto tiempo ha sido fiscal en la Audiencia Nacional?
18 años, 8 meses y 4 días.
¿Tan preciso?
Es muy fácil de recordar. Yo tomé posesión en la Fiscalía Antidroga el día 31 de diciembre del año 2005, es sólo sumar.
«En la abogacía tienes muchas entrevistas, pero realmente no hay el volumen de escritos que en la Fiscalía. El problema de la justicia ahora es que jueces y fiscales estamos condenados, por la ausencia, sobre todo, de plantillas adecuadas, a escupir papel»
¿Cuáles han sido los casos más relevantes, desde el punto de vista mediático, y que le han dejado muy satisfecho?
El caso del 11M, el caso Faisán y Gestores Askatasuna. Y luego, algunos muy sensibles, desde un punto de vista humano, como diversos asesinatos de la banda terrorista ETA, como el de José Javier Múgica Astibia, concejal asesinado, el de los dos ertzainas asesinados en un caserío.
En general los asuntos de comando terrorista donde había asesinatos, que salgan bien, supone toda una satisfacción.
¿Durante cuánto tiempo tuvo en la protección policial?
Desde el 2005 que llegué a la antidroga hasta el año 2012.
¿Y eso cómo se lleva?
Te acostumbras, porque parecía requisito sine qua non para ir a la Audiencia Nacional. Pero de la misma forma, con la misma rapidez, te acostumbras a no llevarlo.
De hecho, hoy, a mí me parecería un engorro llevar escolta. Y lo único que sigo manteniendo de entonces es que cuando salgo de casa miro los coches que vienen por ambos lados. Y cuando me siento en un restaurante siempre me pongo mirando a la puerta. Es una costumbre que he mantenido desde entonces.
¿En qué ha cambiado la forma de trabajar en el ejercicio de la abogacía con respecto a la Fiscalía de la Audiencia Nacional?
¿En qué ha cambiado? Aquí hay una vertiente muy importante, que es el cliente. Son las reuniones con los clientes. Hay que escucharlos, tener empatía con ellos.
Por otra parte, cuando tu cliente es la ley, la ley es muy exigente. Tienes 20 asuntos que informar todos los días. Es mucho trabajo.
En la abogacía tienes muchas entrevistas, pero realmente no hay tal volumen de escritos que en la Fiscalía. El problema de la justicia ahora es que jueces y fiscales estamos condenados, por la ausencia sobre todo de plantillas adecuadas, a escupir papel.
Se trata de eso, de escupir papel. Lo que tendría que ser es que tuviéramos tiempo para hacer un dictamen, una sentencia, con cariño y con tiempo.
Tenemos medios reducidos, sobre todo personales. Necesitamos gente que tenga tiempo para pensar, no que escupa papel. Y es que nos condenan a escupir papel.
O sea, que jueces y los fiscales van, como poco, como pollos sin cabeza…
No como pollos sin cabeza. Están agobiados de trabajo. El trabajo es brutal. Aunque ahora estoy en lo que algunos llaman con cierta jocosidad “el lado oscuro”, sigo siendo fiscal, aunque en excedencia. Y eso lo siento y lo tengo muy presente.
Voy a ser el número dos del escalafón de fiscales en excedencia, hasta que cumpla 70 años.
Yo ahora estoy a caballo entre dos mundos, pero nunca dejaré de pensar en lo que hacen los compañeros jueces y fiscales, aunque ahora mis compañeros son los abogados, claro.
O sea, que según su punto de vista, ser fiscal es como ser guardia civil. Se es fiscal hasta el final de los días…
Ni más ni menos. Yo soy de vocación funcionario. Mi abuelo materno era presidente de Sala del Supremo. Tengo otro tío que fue magistrado del Tribunal Supremo. Por eso yo tenía esa cosa de ir al Supremo.
He sido de los pocos que tenía ascendientes judiciales. No podía dejar de pensarlo. De ahí mi aspiración en llegar hasta allí.
¿Cuál era la profesión de su padre?
Mi padre era funcionario, pero, por otro lado, tenía su consulta privada. Mi padre era médico.
Yo me hice fiscal por la tradición de mi abuelo materno, de mi tío materno…
Pero eran magistrados…
Sí, pero la oposición siempre fue la misma. Incluso cuando estaban separadas, los temarios eran iguales.
Cuando yo termino COU, quería hacer la carrera de Historia. Era la época en los años ochenta, cuando todavía se hacía caso a los padres.
Mis padres me dijeron que no. «De eso no se come, Derecho». La tradición familiar. Termino Derecho. A mí me gustaba el derecho administrativo. Y yo dije, quiero hacer TAC, el actual Cuerpo Superior de Administradores Civiles del Estado. Y me dijeron, no. La tradición familiar.
Y me puse a estudiar la oposición a judicatura. Porque en esa época se obedecía a los padres.
En aquel tiempo se hacían separadas. Antes del verano se llevó a cabo la convocatoria de la oposición a fiscales, y después del verano la de jueces. Aprobé fiscales y ya no estudié más. Y aquí estamos.
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