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Opinión | El Nuevo Orden Mundial y el rol de Europa en la geopolítica global (I)

Opinión | El Nuevo Orden Mundial y el rol de Europa en la geopolítica global (I)
Jorge Carrera, abogado, exmagistrado, exjuez de enlace de España en Estados Unidos, analiza en esta primera columna el escenario en el que ha quedado la Unión Europea tras la victoria de Donald Trump en Estados Unidos. Sobre estas líneas, la Comisión Europea, que tiene que hacer frente a este nuevo escenario desde una posición de debilidad. Foto: CE.
20/2/2025 10:25
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Actualizado: 21/2/2025 21:28
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¿Está Europa condenada a ser un actor secundario en el nuevo orden mundial? Mientras las superpotencias redefinen sus alianzas, el continente europeo parece navegar sin rumbo en un mar de dependencia y debilidad estratégica.

La historia nos enseña que los equilibrios de poder son cíclicos: lo que hoy parece un orden estable, mañana puede desmoronarse bajo el peso de nuevas rivalidades. En este contexto, el mundo asiste a una reconfiguración geopolítica sin precedentes, donde Europa, otrora un actor central, lucha por mantener su relevancia.

«La historia no se repite, pero a menudo rima.» Mark Twain

La estrategia de la Administración Biden en el conflicto de Ucrania ha sido, desde el principio, un cálculo erróneo con graves repercusiones globales. Fue contraproducente, porque empujó a Rusia a depender aún más de China, fortaleciendo una alianza que representa un desafío directo para los intereses de Washington.

Fue ineficaz, porque la idea de debilitar a Rusia a través de una guerra indirecta no ha dado los resultados esperados. Moscú ha demostrado una capacidad de resistencia que el gobierno estadounidense y Europa no supieron anticipar.

Y fue peligrosa, porque el riesgo de una escalada fuera de control ha estado siempre presente. Paradójicamente, si la estrategia hubiera triunfado, el mundo enfrentaría muy probablemente un problema aún mayor: una Rusia fragmentada, inestable y con un arsenal nuclear desactualizado pero aún letal.

La intervención de Biden no solo fracasó en su intento de debilitar a Rusia, sino que también dañó a sus aliados europeos. Sin embargo, atribuir toda la responsabilidad a Washington sería simplista.

La Unión Europea, con un seguidismo acomodaticio, facilitó que se rompiera la estrecha relación energética entre Alemania y Rusia, una decisión que desencadenó una crisis energética en el continente y lo dejó en una posición de vulnerabilidad, dependiendo aún más de Estados Unidos.

Este error estratégico no sólo debilitó a Europa, sino que también fortaleció a China, que ha aprovechado la situación para acercarse aún más a Moscú. La falta de autonomía y visión estratégica por parte de los líderes europeos ha sido tan determinante como las decisiones de Washington en este fracaso colectivo.

A diferencia de lo que muchos piensan, la aproximación del actual presidente estadounidense a la política exterior no rompe con la lógica tradicional de las superpotencias.

La estrategia de Trump

Su estrategia sigue el principio de «cortar la hierba»: permitir que los rivales crezcan hasta cierto punto para luego contenerlos, asegurando que ninguna potencia desafíe el liderazgo estadounidense.

Esta visión, arraigada en la doctrina de la hegemonía global de Washington, explica por qué Estados Unidos siempre ha visto con recelo cualquier intento de acercamiento entre Europa, Rusia y China.

La relación energética entre Alemania y Rusia, en particular, fue vista como una amenaza a la influencia estadounidense en el continente.

Sin embargo, al usar a Ucrania como herramienta para debilitar a Rusia y frenar el fortalecimiento de los lazos energéticos entre Europa y Moscú, no solo se cometió un grave error estratégico, sino que se fracasó en alcanzar el objetivo.

Peor aún, esta maniobra sumió a Europa en una crisis que sus propios líderes no supieron prever ni gestionar de manera independiente, dejando al continente más vulnerable y dependiente que nunca.

La estrategia de Donald Trump apunta a imponer una paz diseñada en función de los intereses de Estados Unidos. Con Europa en una posición debilitada, Washington tiene la oportunidad de redirigir la situación, restableciendo lazos con Rusia y reduciendo la influencia china sobre Moscú.

Solo una superpotencia con visión estratégica puede ejecutar un movimiento de este calibre. Sin embargo, hay un claro perdedor en este proceso: Europa.

En efecto, mientras unos pueden cambiar fácilmente de rumbo porque disponen de la potestas para ello, a Europa ni tan siquiera le acompaña la auctoritas.

Cumbre de París, prueba de fragilidad

La cumbre de París ha sido una representación clara de la fragilidad de los líderes europeos. Obligados a cambiar de rumbo de manera repentina y poco presentable ante sus ciudadanos, la mayoría de ellos se encuentran en una posición de debilidad política.

Es poco probable que muchos de estos dirigentes tengan un futuro político significativo después de esta crisis. Europa, que en otro tiempo aspiraba a un rol más autónomo en la geopolítica mundial, ha quedado relegada a un papel secundario.

Aunque mantendrá su relación con Estados Unidos, lo hará en un contexto de dependencia aún más evidente. China intentará aprovechar esta debilidad para ganar espacio en la región, pero encontrará límites claros impuestos por la alianza transatlántica, que seguirá marcando, con un enfoque sustancialmente distinto, el rumbo de la política europea.

Pero el declive de Europa no es un fenómeno reciente. Durante décadas, la democracia cristiana y la socialdemocracia han marcado el rumbo del continente, pero su capacidad de respuesta ante los desafíos globales ha sido a lo largo de las últimas décadas claramente insuficiente.

Esto ha abierto el camino para nuevas fuerzas políticas que buscan, legítimamente en la arena democrática, una alternativa a la debilidad y a la deslegitimación del liderazgo.

El desafío radica en que estos cambios se produzcan dentro de un marco democrático y liberal. La tentación de optar por soluciones radicales de carácter no liberal o acomodaticias, es fuerte en tiempos de crisis, pero esto solo empeoraría la situación.

Los ciudadanos europeos serán quienes definan el futuro del continente. ¿Buscarán recuperar su autonomía estratégica o continuarán en un camino de declive bajo la influencia de potencias externas?

En un escenario global cada vez más incierto, Europa enfrenta el reto de redefinir su papel en el mundo antes de que sea demasiado tarde. Europa se encuentra en una encrucijada histórica.

Puede elegir resignarse a ser un peón en el tablero geopolítico o reclamar su autonomía estratégica. La decisión no solo definirá el futuro del continente, sino también el equilibrio de poder global en las próximas décadas.

En un mundo donde las superpotencias imponen sus reglas, Europa debe decidir si quiere ser espectadora o protagonista de su propio destino.

En la siguiente entrega analizaremos algunos de los caminos que podrían tomar la Unión Europea y sus socios.

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