El acusado había sido condenado a un año de prisión por un delito contra la seguridad vial porque eludió, a gran velocidad, un control de alcohol y drogas. La Audiencia Provincial de Cantabria ha considerado que el comportamiento del magistrado afectó a su derecho de defensa. Por ello, ha anulado la sentencia de la primera instancia y ha ordenado la repetición del juicio con un juez distinto. Foto: Guardia Civil.
La Audiencia Provincial de Cantabria ordena repetir un juicio porque el juez insultó al abogado defensor
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25/2/2025 05:38
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Actualizado: 25/2/2025 08:36
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En este oficio uno cree haberlo visto todo, hasta que un juez de lo Penal suelta en plena vista oral que «hijo de puta también está en el diccionario». Así, con la naturalidad de quien comenta el estado del tiempo o el resultado del Madrid-Barça.
El destinatario del aforismo, un abogado defensor que tuvo la osadía de calificar de «cachondeo» la declaración de la Guardia Civil. Y claro, uno puede imaginarse la escena: el letrado, con la seguridad chulesca de quien ha memorizado el Diccionario de la Real Academia, replica que el término está recogido en sus páginas.
Y el magistrado, el titular del Juzgado de lo Penal 2 de Santander, un tipo que probablemente lleva demasiados años escuchando las mismas excusas y las mismas mentiras con toga, decide que ese día ha llegado al límite de su paciencia.
—Hijo de puta también está en el diccionario —suelta, sin despeinarse.
El asunto podría haberse quedado en una de esas anécdotas judiciales que los abogados se cuentan entre cañas, con risas de complicidad y comentarios sobre la fauna de los juzgados.
REPETIR EL JUICIO
Pero no. La cosa se caldeó, la discusión escaló como una refriega entre duelistas sin padrinos, y la Audiencia Provincial de Cantabria, en funciones de apelación, ha decidido que, efectivamente, el juez perdió la imparcialidad, el juicio debe repetirse y el magistrado puede irse a casa a releer el Código Deontológico o a despotricar contra la estupidez humana.
El origen del embrollo, más allá de los egos heridos, era un caso de seguridad vial. Un individuo con más audacia que prudencia al volante, que en mayo de 2024 decidió que los límites de velocidad eran solo una sugerencia y que la Guardia Civil, al menos esa noche, no tenía autoridad sobre su pie derecho.
Iba lanzado por la CA-258 de Ampuero, con las luces largas y los antinieblas encendidos, porque la discreción es un arte que no todos dominan.
Al llegar a un control de alcoholemia de la Guardia Civil, en lugar de detenerse como un ciudadano respetuoso de la ley, hizo lo que hacen los protagonistas de las malas películas: redujo la velocidad un instante, como quien medita sus opciones, y luego aceleró como alma que lleva el diablo.
Invadió el carril contrario, obligó a un agente a apartarse de un salto y se dio a la fuga, con los picoletos pisándole los talones. Durante la persecución jugó a la ruleta rusa con los demás conductores, esquivando coches por puro instinto o suerte, hasta que lo atraparon.
El magistrado del Juzgado de lo Penal lo condenó a un año de prisión y 25 meses sin tocar un volante. Un castigo casi simbólico, si se considera la alternativa: un par de viudas y un juez harto de leer informes forenses.
Pero ahora, gracias a una bronca de salón togado, el juicio deberá repetirse con un nuevo magistrado, más mesurado o, al menos, con mejor control de su ironía.
Mientras tanto, en los pasillos de los juzgados de Cantabria, los abogados se cruzan con medias sonrisas y frases en tono bajo. Porque sí, «hijo de puta» está en el diccionario, pero lo que no dice la RAE es que a veces lo más peligroso no es la palabra, sino el momento y el lugar en que se suelta.
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