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Opinión | Entre dragones y águilas: El giro pragmático de la política exterior española hacia China
Jorge Carrera es abogado, exmagistrado, exjuez de enlace de España en Washington y consultor internacional. En esta columna analiza el giro que el Gobierno español está dando por acercarse a China en este mundo en tela de juicio por la política del presidente estadounidense Donald Trump. En la foto una reproducción de una imagen de Sánchez con el presidente chino, Xi Jinping, celebrando el año nuevo chino. Foto: Grok.
22/3/2025 05:35
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Actualizado: 21/3/2025 22:36
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La frecuencia inusitada de visitas de alto nivel entre España y China en los últimos años sugiere un replanteamiento estratégico en la política exterior española.
En un contexto geopolítico cada vez más polarizado, ¿está España buscando su propio camino o simplemente adaptándose a las nuevas realidades globales?
La intensificación de relaciones bilaterales: ¿nueva estrategia o simple pragmatismo?
Pedro Sánchez ha visitado China dos veces en apenas 18 meses y prepara una tercera visita para abril de 2025, un ritmo sin precedentes en las relaciones bilaterales hispano-chinas.
Este acercamiento ha generado interrogantes sobre un posible giro en la política exterior española que podría tensionar las relaciones con los socios tradicionales en la Unión Europea y la OTAN.
El presidente del Gobierno español mantuvo encuentros al más alto nivel con el presidente chino Xi Jinping en marzo de 2023 y septiembre de 2024, y ya se ha anunciado una tercera reunión para abril de 2025.
En La Moncloa destacan que «el hecho de que Xi vuelva a invitar a Sánchez a un viaje oficial solo un año después demuestra el peso que China da a España en la escena internacional».
Esta frecuencia inusual de encuentros entre ambos líderes contrasta con el enfriamiento de las relaciones con Estados Unidos, especialmente tras el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca.
Sin embargo, este acercamiento no surge de la nada. En marzo de 2023, con motivo del 50º aniversario de relaciones diplomáticas entre ambos países, España y China firmaron cuatro acuerdos de colaboración en materia educativa, deportes y fitosanitarios.
En la visita de septiembre de 2024, se suscribieron ocho acuerdos adicionales «en los ámbitos del comercio y las inversiones; la cultura y la educación; así como la ciencia y el desarrollo verde».
Entre ellos destaca un Memorando de Entendimiento con la empresa Envision Energy que incluye «un compromiso de liderar una inversión de 1.000 millones de dólares, junto con otros socios empresariales, para el desarrollo de una planta de producción de electrolizadores en España».
El imperativo económico: cuando los intereses nacionales priman
La intensificación de relaciones con China responde en gran medida a intereses económicos concretos. La relación comercial entre ambos países ronda los 50.000 millones de euros anuales, con un stock de inversiones chinas en España de 10.000 millones y 5.000 millones de inversiones españolas en China.
Pero esta relación está marcada por un importante desequilibrio: según datos de la Fundación Consejo España-China, en el primer semestre de 2024 las importaciones desde territorio chino sumaron 20.746 millones de euros mientras que las exportaciones a ese país fueron de apenas 3.474 millones.
Un sector especialmente sensible es el porcino. España exportó a China en 2023 más de 560.000 toneladas de productos de cerdo por valor de 1.223 millones de euros. Esta dependencia explica la preocupación española ante la investigación iniciada por China por «competencia desleal» a las importaciones de cerdo europeo, una clara represalia a los aranceles impuestos por Bruselas a los vehículos eléctricos chinos.
«Esta relación está marcada por un importante desequilibrio: según datos de la Fundación Consejo España-China, en el primer semestre de 2024 las importaciones desde territorio chino sumaron 20.746 millones de euros mientras que las exportaciones a ese país fueron de apenas 3.474 millones».
En este contexto, Sánchez ha intentado posicionarse como mediador entre la UE y China. Durante su visita a Pekín en septiembre de 2024, el presidente español ofreció «diálogo para resolver la tensión comercial».
«En asuntos en que nuestras posiciones no coinciden mantenemos voluntad constructiva de diálogo y cooperación. Buscaremos soluciones consensuadas en beneficio de todas las partes», afirmó Sánchez.
Esta postura mediadora busca proteger los intereses económicos españoles sin romper la disciplina europea.
La cuerda floja geopolítica: entre el atlantismo y la autonomía estratégica
El acercamiento de España a China se produce en un momento de creciente tensión geopolítica. La OTAN ha endurecido su posición respecto al gigante asiático, calificándolo como «posibilitador decisivo» de la guerra de Rusia contra Ucrania.
Jens Stoltenberg, secretario general de la OTAN, fue en su día contundente: «El apoyo de China aumenta la amenaza que Rusia representa para la seguridad euroatlántica».
Esta caracterización coloca a España en una posición potencialmente incómoda, ya que como miembro de la OTAN debe mantener una línea en materia de seguridad que puede entrar en conflicto con su deseo de profundizar relaciones económicas con China.
Sin embargo, el gobierno español parece estar desarrollando lo que el Real Instituto Elcano denomina una «política informal» hacia China caracterizada por un «enfoque europeista, equilibrado, pragmático y precavido».
Este equilibrio se refleja en la forma en que España aborda temas sensibles. Por ejemplo, en las cuestiones relativas a la guerra de Ucrania, «España no tiene la posición de China sobre Ucrania, porque Pekín mantiene su cercanía a Moscú».
Sin embargo, Sánchez «suele evitar mencionar el asunto de la situación de los derechos humanos en sus encuentros con dirigentes chinos», lo que demuestra una aproximación pragmática que prioriza los intereses económicos.
El Financial Times ha calificado a Sánchez como un «inconformista internacional» que utiliza su «postura disidente» dentro de la UE como herramienta para consolidar su imagen política en España. Esta caracterización sugiere que el acercamiento a China podría responder también a cálculos de política interna.
El tablero europeo: buscando influencia desde dentro
España no actúa aisladamente, sino como parte de la Unión Europea, que está redefiniendo su relación con China. La política europea hacia el gigante asiático ha evolucionado desde considerar a China principalmente como un socio comercial a verla como un «rival sistémico» en ciertas áreas.
La investigadora Inés Arco, del Centro de Estudios y Documentación Internacionales de Barcelona (CIDOB) –un think tank independiente y plural, especializado en relaciones internacionales, geopolítica y desarrollo global–, señala que «la gran preocupación del presidente Sánchez es limitar el impacto negativo de una eventual guerra comercial» mientras intenta mantenerse en sintonía con la UE.
«Pero su Gobierno también quiere estar en sintonía con el resto de estados miembro de la Unión Europea, y el nombramiento de la estoniana Kaja Kallas como Alta Representante para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad previsiblemente se traducirá en una mayor fricción con China, por ser aliada de Rusia».
Este difícil equilibrio podría llevar a España a posiciones ambiguas en ciertos temas. Arco sugiere que «sería plausible una abstención en la votación en el Parlamento Europeo para aplicar aranceles a los vehículos eléctricos chinos en la UE», lo que ilustra el complicado juego diplomático que España está desarrollando.
Al mismo tiempo, España está utilizando su relación bilateral con China para intentar influir en la política europea. Durante su visita en septiembre de 2024, Sánchez «intentaba presentarse como un mediador entre la Unión Europea y China».
Esta postura mediadora podría dar a España mayor protagonismo e influencia en la formulación de la política europea hacia China.
El factor Trump: redefiniendo alianzas en tiempos inciertos
El retorno de Donald Trump a la Casa Blanca ha acelerado los replanteamientos estratégicos en las capitales europeas. En este contexto, el acercamiento de España a China adquiere una nueva dimensión.
El Confidencial señala que «mientras que los contactos con la Administración Trump están en mínimos, España ha intensificado su agenda de acercamiento a China», lo que sugiere un deliberado «reequilibrio de la política exterior» española.
Esta reorientación es comprensible en un momento en que la fiabilidad de Estados Unidos como socio estratégico está siendo cuestionada en Europa.
La imprevisibilidad de Trump y su conocido escepticismo hacia organizaciones como la OTAN y la UE generan incertidumbre, llevando a países como España a diversificar sus relaciones internacionales.
Sin embargo, esta diversificación conlleva riesgos significativos. Si se percibe que España se está distanciando del consenso transatlántico respecto a China, el movimiento podría generar desconfianza tanto en Washington como en otras capitales europeas. La ambigüedad puede ser una estrategia diplomática útil a corto plazo, pero difícil de sostener en momentos de polarización geopolítica.
Lecciones de la historia: continuidad y adaptación en la política exterior española
Las relaciones diplomáticas entre España y China se establecieron formalmente en 1973, cuando España y la República Popular China establecen relaciones diplomáticas.
La firma del acuerdo tuvo lugar en París y corrió a cargo de los embajadores de ambos países en Francia, Pedro Cortina y Huang Chen. Desde entonces, los lazos se han «estrechado en todas sus dimensiones» (político, económico y cultural).
Un hito importante fue la visita de los Reyes Juan Carlos I y Sofía a China, quienes se reunieron con Deng Xiaoping en los inicios del proceso de reforma y apertura del país asiático. Esta visita sentó las bases para una relación que, si bien ha tenido altibajos, ha mostrado una notable continuidad más allá de los cambios de gobierno en España.
El acercamiento actual no representa una ruptura radical con el pasado, sino más bien una adaptación a las nuevas realidades geopolíticas y económicas. Como señala el Real Instituto Elcano, la política de España hacia China «es similar a la de la Unión Europea (UE) por la evolución de sus relaciones económicas bilaterales y el devenir interno del gigante asiático».
Esta continuidad subyacente sugiere que, más que un giro brusco en la política exterior española, estamos presenciando una adaptación pragmática a un mundo cambiante, donde China juega un papel cada vez más relevante.
Perspectivas chinas: una oportunidad para la influencia global
Desde la perspectiva china, el acercamiento español representa una oportunidad para ampliar su influencia en Europa. Los analistas chinos citados por el Global Times consideran que «la base de los lazos entre China y los países de la UE sigue siendo sólida» y que las visitas de líderes europeos son un «fuerte testimonio» de ello.
Estos mismos analistas sugieren que España debería «mantener su independencia estratégica y no alinearse con las posturas más críticas que hay en Bruselas», lo que revela el interés chino en fomentar divisiones dentro de la UE.
China prefiere relacionarse bilateralmente con los estados miembros, donde tiene mayor capacidad de influencia, que con una UE unida que puede imponer condiciones más estrictas.
En este sentido, el viceprimer ministro chino, Liu Guozhong, ha afirmado que España es «un socio fiable de China» y que el Gobierno de este país «espera poder ofrecer un entorno equitativo, justo y no discriminatorio para la relación comercial entre ambas naciones». Esta retórica de cooperación mutuamente beneficiosa es consistente con la narrativa china hacia Europa.
«El desafío para España, como para muchas potencias medias, no es elegir entre el águila americana y el dragón chino, sino desarrollar una política exterior genuinamente europea que le permita mantener su autonomía estratégica en un mundo multipolar».
El dilema de los sectores estratégicos: oportunidades y riesgos
Un aspecto crucial del acercamiento a China es el equilibrio entre las oportunidades económicas y los riesgos estratégicos. España busca promover sectores como «la energía, la automoción, las baterías eléctricas o el hidrógeno verde» en su relación con China. El acuerdo con Envision Energy para una inversión de 1.000 millones de dólares en una planta de electrolizadores en España es un ejemplo concreto.
Sin embargo, la inversión china en sectores estratégicos genera preocupaciones de seguridad. Como señala certeramente Inés Arco, «los sectores más prometedores en China son también los más difíciles» de acceder. Esta asimetría en el acceso a mercados es una fuente de tensión recurrente entre China y Europa.
La Unión Europea está desarrollando instrumentos como el mecanismo de control de inversiones extranjeras para proteger sus sectores estratégicos. España, como miembro de la UE, debe implementar estas salvaguardas mientras intenta atraer inversión china.
Este equilibrio es delicado, ya que una apertura excesiva podría generar vulnerabilidades en áreas sensibles, mientras que restricciones demasiado severas podrían alejar inversiones necesarias.
Una estrategia para tiempos inciertos: pragmatismo con principios
España parece estar desarrollando lo que podríamos llamar un «pragmatismo con principios» en su relación con China. Esta aproximación se caracteriza por:
Defensa de intereses económicos específicos, especialmente en sectores como el porcino, donde China es un mercado crucial.
Alineamiento con posiciones europeas en temas fundamentales, como la guerra de Ucrania, donde España mantiene su solidaridad con el consenso occidental.
Moderación en críticas públicas sobre temas sensibles para China, como los derechos humanos, buscando no antagonizar innecesariamente.
Promoción del multilateralismo como marco para resolver diferencias, evitando la confrontación directa.
Este enfoque busca maximizar los beneficios económicos de la relación con China mientras minimiza los riesgos geopolíticos. Sin embargo, su éxito dependerá de la evolución del contexto internacional, particularmente de las relaciones sino-europeas y sino-estadounidenses.
¿Reorientación o reequilibrio?
Más que un giro radical en la política exterior española, estamos presenciando un reequilibrio pragmático. España no está abandonando sus alianzas tradicionales con la UE y la OTAN, sino buscando un mayor margen de maniobra para proteger sus intereses específicos en un contexto internacional cada vez más complejo.
Los dos partidos mayoritarios con posibilidades de formar gobierno, el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y el Partido Popular (PP), mantienen por ahora un amplio consenso en la política hacia China.
Esto ha evitado cambios bruscos en la postura española a pesar de los cambios de gobierno, manteniendo la política hacia China fuera del debate partidista. NO obstante, se observan algunas diferencias en los partidos más pequeños.
La frecuencia inusual de encuentros de alto nivel con China responde tanto a intereses económicos como a la búsqueda de un mayor protagonismo internacional para España. Como señala El Confidencial, este acercamiento constituye una «prueba más del reequilibrio de la política exterior española».
Pero este reequilibrio conlleva riesgos significativos. España deberá navegar cuidadosamente entre sus compromisos europeos y atlánticos y sus crecientes intereses en Asia. La percepción de que está socavando la unidad europea o transatlántica podría erosionar su influencia en ambos ámbitos.
En última instancia, el éxito de esta estrategia dependerá de su capacidad para articular una visión coherente que integre intereses económicos, valores democráticos y compromisos de seguridad.
En un mundo cada vez más polarizado, España no puede permitirse el lujo de la ambigüedad permanente. Deberá definir claramente su posición, equilibrando pragmatismo con principios, intereses nacionales con responsabilidades internacionales.
El desafío para España, como para muchas potencias medias, no es elegir entre el águila americana y el dragón chino, sino desarrollar una política exterior genuinamente europea que le permita mantener su autonomía estratégica en un mundo multipolar. El acercamiento a China no debe interpretarse como un alejamiento de Occidente, sino como un reconocimiento de las nuevas realidades geopolíticas y económicas del siglo XXI.
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