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Opinión | San Pablo apeló a la justicia imparcial del Imperio frente a las acusaciones judías: un precedente con eco actual

Opinión | San Pablo apeló a la justicia imparcial del Imperio frente a las acusaciones judías: un precedente con eco actual
Manuel Álvarez de Mon, exmagistrado y exfiscal, relata la apasionante autodefensa de San Pablo ante el poder judío y romano, relatada en los Hechos de los Apóstoles, anticipa hace 2.000 años las garantías procesales hoy reconocidas como derechos fundamentales. Sobre estas líneas, una ilustración de una de las conversaciones que mantuvo con un centurión. Ilustración: Confilegal.
13/4/2025 05:35
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Actualizado: 08/4/2025 17:03
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Se acerca la Semana Santa, en la que tuvo lugar, hacia el año 33 de nuestra era, el juicio más importante de la historia: aquél en el que el Sanedrín judío condenó a muerte de crucifixión, de forma ilegal según las leyes vigentes e injustamente, a Jesucristo, acusado de blasfemo. Condena que tuvo que ratificar el gobernador romano, Poncio Pilato.

Sobre este juicio ya se ha escrito en Confilegal y otros medios, años atrás, dada su trascendencia e importancia histórica para la civilización mundial, se sea o no creyente cristiano.

Pues bien, ahora nos referiremos a algo menos conocido, sucedido unos pocos años después, pero también de interés histórico y jurídico, como fueron las acusaciones injustas instadas nuevamente por los judíos, esta vez contra San Pablo, que narran los Hechos de los Apóstoles, el importante y bastante desconocido libro del Nuevo Testamento que sigue a los Evangelios.

La cuestión es que Pablo había sido un apasionado perseguidor de los primeros cristianos, a los que torturó y contribuyó incluso a su muerte, caso del apedreamiento de San Esteban, el primer mártir del cristianismo, que falleció perdonando a sus verdugos, como había hecho antes Jesucristo en la cruz.

Pero Pablo, también llamado Saulo, según relatan los Hechos de los Apóstoles, en su viaje a Damasco para perseguir allí también a los cristianos, fue rodeado por una luz que venía del cielo y le decía: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?».

Él preguntó: «¿Quién eres, Señor?». Y la voz dijo: «Yo soy Jesús, a quien tú persigues; levántate y entra en la ciudad, y allí se te dirá lo que debes hacer».

A raíz de aquello, Pablo se bautizó y se hizo cristiano ferviente, anunciando que Jesús, el Resucitado, era el Hijo de Dios.

Esto le provocó un inmenso odio de los judíos, su antiguo grupo, que decidieron matarlo.

LOS JUDÍOS PIDIERON A LOS ROMANOS QUE DETUVIERAN A PABLO Y LO AZOTARAN

En este momento, empiezan los hechos que ahora interesan.

Los judíos, oyendo la predicación de Pablo, pidieron al comandante de un batallón romano que lo detuviera y lo azotara.

Pablo, ya sujeto para ser azotado, preguntó al capitán que estaba allí: «¿Os está permitido azotar a un ciudadano romano antes de haberlo juzgado?».

Al oírlo, fue el capitán donde el comandante y le dijo: «¿Qué vas a hacer? Este hombre es ciudadano romano».
El comandante le preguntó: «Dime, ¿eres romano?».

Al contestar Pablo afirmativamente, el comandante dijo: «A mí me costó mucho dinero conseguirlo».

Pablo contestó: «Yo lo soy por nacimiento».

Al momento, los que le iban a azotar se alejaron, y el mismo comandante tuvo miedo de haber hecho encadenar a un ciudadano romano.

Pablo no temía los azotes, que sufrió varias veces, como incluso el martirio por su fe, pero sí que quería el respeto a sus derechos, que pretendían ignorar los jefes de los judíos.

Siguiendo con el hecho, el comandante romano, como quería saber de qué acusaban los judíos a Pablo, lo soltó y mandó que se reunieran los jefes de los sacerdotes y todo el Sanedrín; hizo bajar a Pablo y se lo presentó.

El jefe del Sanedrín, Ananías, mandó a los guardianes que le pegaran en la boca, y Pablo entonces siguió con la defensa de sus derechos y le dijo: «¡A ti te golpeará Dios, pared blanqueada! Estás sentado para juzgarme según la Ley. Entonces, ¿por qué mandas golpearme atropellando la Ley?».

Al crearse gran alboroto, el comandante tuvo miedo de que despedazaran a Pablo y mandó a la tropa sacarlo de allí y llevarlo a una fortaleza.

Entonces los judíos se juramentaron para matar, como fuese, a Pablo.

LA AUTODEFENSA DE PABLO

Enterado el comandante, para evitarlo, mandó llevar a Pablo protegido por 200 soldados a Cesárea, para que lo entregaran sano y salvo al gobernador romano Félix.

Envió una nota en la que el comandante explicaba que los judíos habían detenido a Pablo y que pensaban matarlo, pero que él, al enterarse de que era romano, lo había liberado, y que queriendo saber de qué lo acusaban, descubrió que era por asuntos de la Ley judía, sin que hubiera ningún cargo que mereciera la prisión o la muerte.

El gobernador, cuando leyó la carta, le dijo a Pablo: «Te oiré cuando lleguen tus acusadores». Cinco días después bajó a Cesárea Ananías, jefe de los sacerdotes, con algunos ancianos y un abogado llamado Tértulo. Todos se presentaron ante el gobernador como acusadores de Pablo.

Tértulo lo acusó diciendo que Pablo provocaba desórdenes entre los judíos y que incluso había intentado profanar el templo.

Que querían juzgarlo según su Ley, pero que Lisias, el jefe del batallón, lo había impedido, mandando acusarlo ante el gobernador.

Este dio la palabra a Pablo, que dijo que hablaría con toda confianza en su defensa. Negó los hechos que le imputaban y alegó que no podrían probarlos.

Eso sí, dijo: «Sin embargo, confieso que sigo a Dios por un camino que ellos llaman secta (el cristianismo), que creo en la resurrección tanto de justos como de pecadores. Por eso me esfuerzo en tener siempre limpia la conciencia ante Dios y ante los hombres. Por eso me juzgan ante vosotros, a causa de la resurrección».

Cuando Pablo habló de la justicia, de la castidad y de un juicio futuro, Félix se asustó y dejó el caso para su sucesor, Porcio Festo.

Los judíos volvieron a presentar ante Festo graves acusaciones que no podían probar. Pablo se defendió de todas diciendo: «No he cometido ningún delito, ni contra la Ley de los judíos, ni contra el César».

Festo, para ganarse la amistad de los judíos, le propuso a Pablo juzgar su causa en Jerusalén.

Pablo contestó: «Estoy ante el tribunal del César, que es donde debo ser juzgado. Si he cometido alguna injusticia que merezca la muerte, moriré, pero si soy inocente de lo que me acusan, nadie puede entregarme a ellos. Apelo al César» (petición hecha al ser ciudadano romano).

Festo le contestó: «Has apelado al César (era Augusto), al César irás».

Trasladado por ello a Roma, tras largo y difícil viaje, quedó por fin en libertad y predicó libremente su fe durante 2 años.

La defensa eficaz de sus derechos impidió que fuese matado arbitrariamente por los judíos.

Los derechos que ejercitó Pablo son los hoy llamados derechos fundamentales, que recoge el artículo 24 de la Constitución: en su número 1, la tutela judicial efectiva; en el número 2, entre otros, el juez ordinario predeterminado por la ley, la defensa y la utilización de medios de prueba, no confesarse culpable y la presunción de inocencia; y en el artículo 25.1, el principio de legalidad penal.

Derecho romano y derechos humanos

El Derecho Romano mostró, hace ya 2000 años, su eficacia en la defensa procesal de los derechos humanos frente a la arbitrariedad del proceder del Sanedrín judío.

San Pablo, al defender su aforamiento y la competencia funcional del César, logró algo esencial y fundamental en cualquier juicio: el ser juzgado por un tribunal imparcial.

Imparcialidad

La imparcialidad, que —como dijo nuestro Tribunal Constitucional en la STC 47/1982, de 12 de julio— «se mide no solo por las condiciones objetivas de ecuanimidad y rectitud, sino también por las de desinterés y neutralidad».

Todas estas condiciones faltaban evidentemente en el Sanedrín, a la vez acusador y pretendidamente juzgador.

Esta norma fundamental, reconocida en el citado artículo 24.2 de la Constitución, es acorde con los convenios internacionales suscritos por España: la Declaración Universal de Derechos Humanos, artículo 10, y el Convenio Europeo de Derechos Humanos, artículo 6.1.

Y todo ello, conforme con la tradición del Derecho Romano, que también supo utilizar San Pablo con su lección en defensa de los derechos justos frente a la arbitrariedad.

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Manuel Álvarez de Mon Soto es funcionario jubilado del Estado. Ha sido magistrado, fiscal y funcionario del Cuerpo Especial de Instituciones Penitenciarias. Actualmente es letrado del Colegio de la Abogacía de Madrid.
[email protected].

Manuel Álvarez de Mon, exmagistrado y exfiscal, relata la apasionante autodefensa de San Pablo ante el poder judío y romano, relatada en los Hechos de los Apóstoles, anticipa hace 2.000 años las garantías procesales hoy reconocidas como derechos fundamentales. Sobre estas líneas, una ilustración de una de las conversaciones que mantuvo con un centurión.

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