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Opinión | El susurro tras la tormenta: ¿ha despertado la diplomacia en Irán y Ucrania?

Opinión | El susurro tras la tormenta: ¿ha despertado la diplomacia en Irán y Ucrania?
Jorge Carrera, abogado, exmagistrado, exjuez de enlace de España en Estados Unidos y consultor internacional, explica la actual situación diplomática en torno a dos puntos de máximo conflicto: Irán y Ucrania. Un misil exhibido junto a una bandera iraní durante una ceremonia oficial: símbolo del poder disuasorio de Teherán en plena negociación nuclear. Foto: EP.
02/5/2025 00:45
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Actualizado: 03/5/2025 00:53
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El estruendo de la confrontación global, alimentado por meses de retórica beligerante y titulares alarmantes, parece haber cedido paso a un silencio relativo en dos de los frentes más críticos de la geopolítica actual: las negociaciones nucleares con Irán y los intentos por mediar una paz en Ucrania.

En el fragor de la batalla dialéctica, este aparente sosiego intriga y desconcierta. ¿Es esta calma una ilusión pasajera, la quietud que precede a una nueva escalada?. ¿O estamos, quizás, presenciando el delicado despertar de la diplomacia, trabajando sigilosamente tras bambalinas, lejos del ensordecedor ruido mediático?.

La hipótesis es tentadora: en el complejo arte de la negociación internacional, a menudo el silencio no es vacío, sino el espacio donde se gesta el progreso. Pero, ¿se aplica esta máxima a las tensas realidades de Teherán y Kiev a principios de mayo de 2025?.

Sumerjámonos en el análisis.

La danza discreta de la diplomacia: ecos históricos, confidencialidad y engaño

La historia diplomática enseña que la discreción es, a menudo, una herramienta indispensable.

La llamada «diplomacia silenciosa» o «discreta» permite abordar temas espinosos con franqueza, explorar compromisos sin temor a repercusiones políticas inmediatas y construir confianza.

La confidencialidad protege información sensible y, a veces, una reducción pactada del ruido mediático señala seriedad. Canales secundarios («backchannels») o la mediación discreta, como la ejercida por Omán en el caso iraní, son vehículos comunes.

Pensemos en los contactos secretos que condujeron a los Acuerdos de Oslo o a la normalización histórica de relaciones entre EE.UU. y China; el silencio inicial fue crucial.

Sin embargo, interpretar el silencio requiere cautela.

No es garantía de avance. Puede enmascarar estancamiento, chocar con la transparencia democrática o ser una táctica dilatoria. La historia también ofrece ejemplos donde la falta de comunicación pública simplemente reflejaba la parálisis.

Por ello, es imperativo analizar el contexto completo: la historia previa, la etapa negociadora, el rol de todos los mediadores y otras señales (militares, técnicas, filtraciones).

Caso Irán: murmullos técnicos en un tablero multidimensional

Al observar las negociaciones nucleares EE.UU.-Irán (mediadas por Omán) a finales de abril-principios de mayo de 2025, la hipótesis del «silencio como progreso» encuentra asidero, aunque con reservas.

Hubo una cadencia constante de rondas y comunicados «constructivos», pese a reconocerse «diferencias». El indicador más potente de avance es la continuación de conversaciones a nivel técnico sobre sanciones, banca y detalles nucleares.

Este trabajo minucioso requiere confidencialidad, y el silencio político podría estar siendo «llenado» por esta labor crucial pero menos visible.

No obstante, los obstáculos son formidables.

Persisten las diferencias, las exigencias iraníes de levantamiento total de sanciones y garantías, y la política estadounidense. La desconfianza es profunda.

Crucialmente, la diplomacia iraní es multidireccional. Teherán no solo dialoga indirectamente con Washington; mantiene canales activos con el E3 (Reino Unido, Francia, Alemania), Rusia y China, actores con intereses y visiones diversas.

El papel mediador de Omán es vital, pero otros actores regionales observan con atención.

Este complejo entramado significa que el silencio en el canal EE.UU.-Irán es solo una pieza del puzzle. El progreso, si existe, es probablemente técnico y arduo, no un avance político decisivo inminente.

Caso Ucrania: ruido estratégico y un acuerdo clave

En marcado contraste con el escenario iraní, la situación en torno a Ucrania refuta en gran medida la hipótesis del «silencio como progreso».

Este frente ha estado dominado por un volumen significativo de actividad pública y negociaciones de alto perfil, culminando en el acuerdo sobre minerales críticos firmado entre Estados Unidos y Ucrania el 30 de abril y anunciado el 1 de mayo de 2025.

Lejos de la calma, presenciamos una intensa actividad diplomática y declaraciones frecuentes, a menudo reflejando las tensiones subyacentes.

Las posturas sobre un alto el fuego y las condiciones para la paz seguían siendo distantes, con Rusia manteniendo demandas maximalistas y Ucrania rechazando cesiones territoriales, mientras las acciones militares continuaban.

El enfoque de la administración estadounidense, descrito como transaccional, se materializó de forma concreta en el Acuerdo de Asociación Económica EE.UU.-Ucrania.

Este pacto establece el Fondo de Inversión para la Reconstrucción Estados Unidos-Ucrania, gestionado conjuntamente.

Otorga a EE.UU. acceso preferencial a futuras licencias de explotación de 57 recursos minerales ucranianos (incluyendo litio, grafito, titanio, uranio, tierras raras, petróleo y gas natural), sin ceder la propiedad ni el control ucraniano sobre dichos recursos.

Gráfico elaborado por elordenmundial.com.

Puntos clave del acuerdo de minerales (mayo 2025)

Fondo conjunto: Se crea un fondo para la reconstrucción, financiado por ambas partes. EE.UU. puede contabilizar nueva asistencia militar (como sistemas de defensa aérea) como parte de su contribución al fondo.

Sin deuda pasada: Crucialmente, el acuerdo no considera la ayuda estadounidense previa (aproximadamente 120 mil millones de dólares según algunas fuentes, aunque cifras más altas han sido mencionadas en debates políticos) como una deuda a reembolsar por Ucrania, un punto clave que destrabó las negociaciones tras tensiones previas, incluyendo un desencuentro reportado entre los presidentes Trump y Zelenski en febrero.

Ingresos compartidos: El 50% de los ingresos y royalties estatales derivados de nuevos permisos de explotación irán al fondo, reinvirtiéndose en Ucrania durante la primera década.

Objetivos estratégicos: Para EE.UU., busca asegurar cadenas de suministro de minerales críticos, reduciendo la dependencia de China, y fortalecer su posición negociadora frente a Rusia. Para Ucrania, representa una vía para financiar la reconstrucción y fortalecer la seguridad económica, asegurando que el acuerdo no obstaculice su camino hacia la UE.

Reacciones y desafíos: El acuerdo ha sido calificado como un «hito» por funcionarios ucranianos y estadounidenses, aunque ha generado críticas por parte de Rusia y algunos sectores en EE.UU. Su implementación efectiva depende de la ratificación parlamentaria en Ucrania y, fundamentalmente, de la evolución del conflicto y la capacidad de atraer inversión privada en un entorno de alto riesgo.

Este acuerdo, negociado públicamente y con un fuerte componente geo-económico, subraya que en el caso ucraniano, la actividad diplomática visible y los pactos centrados en intereses estratégicos y económicos concretos, más que el silencio, han marcado la pauta a principios de mayo de 2025.

El «ruido», en este caso, refleja la complejidad de la situación, la búsqueda de garantías y recursos, y la primacía de la geopolítica transaccional sobre la diplomacia discreta.

El precio de la supervivencia: ¿una derrota velada para Kiev y Bruselas?

Más allá del análisis sobre el estado de las negociaciones de paz, la firma del acuerdo estratégico sobre minerales entre EE.UU. y Ucrania invita a una reflexión incómoda sobre sus implicaciones a largo plazo, especialmente si se considera en el contexto de un conflicto estancado y unas conversaciones de paz sin avances claros en la recuperación territorial.

¿Podría este acuerdo, presentado como un «hito» para la reconstrucción y la seguridad económica, interpretarse también como una señal de que tanto Ucrania como Europa han asumido ya ciertas pérdidas estratégicas?  

Para Ucrania, el acuerdo representa una apuesta compleja.

Si bien asegura un flujo financiero vital para la reconstrucción y cancela la obligación de repago de la ayuda pasada, también ata el futuro económico del país de manera muy estrecha a los intereses estratégicos y corporativos de Estados Unidos.

Conceder acceso preferencial a 57 tipos de recursos minerales en condiciones negociadas bajo la extrema presión de la guerra podría ser visto como una hipoteca sobre la soberanía económica futura.

Aunque la propiedad no se cede, la dependencia generada y la priorización de la explotación de recursos podrían condicionar las políticas de desarrollo futuras y limitar la capacidad de Ucrania para diversificar sus socios económicos en pie de igualdad.

Firmar un acuerdo de esta magnitud y alcance temporal mientras el control sobre parte del territorio nacional sigue en disputa podría interpretarse, quizás cínicamente, como un paso hacia la consolidación de un futuro económico viable incluso sin la recuperación total de la integridad territorial, una suerte de realismo económico que roza la concesión estratégica ante la dificultad de lograr una victoria militar completa.  

Para Europa, el acuerdo bilateral EE.UU.-Ucrania también plantea interrogantes. Aunque los países europeos son contribuyentes fundamentales a la ayuda militar y financiera de Ucrania, este pacto específico sobre recursos críticos posiciona a Estados Unidos como el socio preferente en un sector clave para el futuro industrial y tecnológico global.

Podría interpretarse como una marginación relativa de Europa en la configuración de la economía ucraniana de posguerra y en el acceso estratégico a minerales esenciales para la transición energética y digital europea.

Mientras Europa debate sobre su «autonomía estratégica», este acuerdo refuerza la centralidad de Washington en las decisiones que afectan la seguridad y la economía del continente.

Asegura para EE.UU. cadenas de suministro vitales, potencialmente dejando a las empresas europeas en una posición secundaria para acceder a estos mismos recursos ucranianos en el futuro.

En cierto modo, la guerra en Ucrania, y acuerdos como este, podrían estar acelerando una reconfiguración geopolítica donde Europa, a pesar de su apoyo a Kiev, ve reforzada su dependencia estratégica de Estados Unidos en detrimento de su propia capacidad de acción autónoma.  

Por tanto, aunque el acuerdo ofrece beneficios innegables y necesarios para la supervivencia y reconstrucción de Ucrania, la reflexión sobre quién gana y quién pierde a largo plazo es compleja y arroja sombras sobre el futuro tanto de Kiev como de la propia Europa.  

El eco del silencio y los senderos del futuro

La comparación entre Irán y Ucrania es elocuente: el silencio diplomático no es un indicador universal de progreso; su significado depende del contexto. En Irán, la relativa calma pudo facilitar discusiones técnicas.

En Ucrania, la intensa actividad pública culminó en un acuerdo estratégico tangible, aunque reflejando un profundo estancamiento en la búsqueda de una paz negociada integral.

El estilo de mediación también marcó diferencias.

Vivimos en una era donde la confidencialidad choca con la demanda de transparencia, haciendo la interpretación más ardua.  

Mirando al futuro, la calma aparente en algunos frentes puede ser un oasis de progreso o el ojo de la tormenta. Solo el tiempo revelará si los susurros técnicos o los acuerdos estratégicos son preludios de soluciones duraderas o meros interludios en el estruendo global.

La diplomacia, ya sea en la sombra o bajo los focos, sigue pendiendo de un hilo muy fino, y por ahora los dos grandes frentes geopolíticos siguen muy abiertos.

En todo caso, Donald Trump ya tiene algo que ofrecer para sus primeros cien días de mandato.


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