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Opinión | India en el gran juego global: el despertar definitivo del gigante asiático
Jorge Carrera, abogado, exmagistrado, exjuez de enlace de España en Washington y consultor internacional, explica el papel que India está llamada a jugar en el orden mundial. Ilustración: Wikipedia.
08/5/2025 10:50
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Actualizado: 08/5/2025 10:50
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El siglo XXI avanza implacable, y con él, las placas tectónicas del poder global se reajustan visiblemente.
El viejo orden, centrado en el Atlántico, cede paso a una nueva era cuyo epicentro gravita innegablemente hacia Asia. En medio de esta transición, marcada por una compleja «policrisis» global –fragmentación económica, rivalidades geopolíticas exacerbadas y desafíos existenciales como el cambio climático–, emerge una figura que concentra miradas y expectativas: la República de India.
Ya no es sólo la democracia más poblada del planeta, un coloso demográfico; en 2025, India se presenta como un actor crucial, un pivote estratégico en el tablero mundial, con la ambición declarada y la capacidad creciente de moldear el futuro del orden internacional.
La pregunta que resuena en cancillerías y centros de pensamiento ya no es si India ascenderá, sino cómo y cuándo consolidará su posición como una potencia líder, y qué implicaciones tendrá su despertar definitivo para el equilibrio global.
Un gigante en la encrucijada: potencial y desafíos internos
Observar a India hoy es contemplar a una nación en una encrucijada fascinante y compleja.
Su economía, a pesar de los vientos en contra globales, sigue siendo una de las de más rápido crecimiento, proyectándose a superar a Japón y Alemania para convertirse en la tercera más grande del mundo antes de que termine esta década.
Su diáspora es influyente, su cultura resuena globalmente y su capacidad tecnológica, especialmente en el ámbito digital, avanza a pasos agigantados.
Sin embargo, este gigante también carga con el peso de desafíos internos formidables: desigualdades persistentes, la necesidad imperiosa de crear empleo de calidad para una población joven masiva y la gestión de una diversidad social y política que es tanto fortaleza como fuente potencial de fricción.
El arte del equilibrio: La «autonomía estratégica» de India y la sombra del conflicto regional
En este contexto, la política exterior india se ha convertido en un sofisticado ejercicio de equilibrismo, guiado por el principio rector de la «autonomía estratégica».
Lejos de las rígidas alianzas de la Guerra Fría, Nueva Delhi practica lo que podríamos denominar un «multi-alineamiento» pragmático, tejiendo una red de relaciones diversas y, a menudo, simultáneas con actores rivales. Una danza diplomática compleja que, si bien maximiza sus opciones, también la somete a constantes presiones y equilibrios precarios, especialmente cuando las tensiones entre bloques opuestos se intensifican.
Participa activamente en el Diálogo de Seguridad Cuadrilateral (Quad) junto a Estados Unidos, Japón y Australia, percibido como un contrapeso a China; al mismo tiempo, es miembro fundador y activo del grupo BRICS ampliado, junto a Brasil, Rusia, China y Sudáfrica, entre otros; y forma parte de la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS), un foro dominado por China y Rusia.
Esta participación simultánea en agrupaciones con intereses a menudo divergentes no es una contradicción, sino la manifestación práctica de su esfuerzo por navegar un mundo multipolar.
Esta estrategia no es fruto de la indecisión, sino de una lectura calculada de sus intereses nacionales y de su compleja posición geográfica. Atrapada entre un Océano Índico vital para el comercio global y la sombra imponente de una China cada vez más asertiva en su frontera norte, y con un Pakistán nuclear e históricamente hostil al oeste, India no puede permitirse el lujo de poner todos sus huevos en una sola canasta.
La escalada reciente con Pakistán: «Operación Sindoor» y sus repercusiones
La crónica tensión con Pakistán ha alcanzado un nuevo y peligroso clímax este mes de mayo de 2025.
Tras un mortífero ataque el 22 de abril en Pahalgam, Cachemira administrada por India, que resultó en la muerte de entre 26 y 27 civiles, en su mayoría hindúes indios, India lanzó el 7 de mayo una serie de ataques con misiles contra territorio pakistaní, denominados «Operación Sindoor».
Esta operación marcó una escalada significativa, ya que no solo tuvo como objetivo la Cachemira administrada por Pakistán, sino también, y por primera vez desde la guerra de 1971, la provincia pakistaní de Punjab.
India justificó los ataques como acciones «enfocadas, medidas y no escalatorias» contra «infraestructura terrorista» de Lashkar-e-Taiba y Jaish-e-Mohammed, mientras que Pakistán denunció la muerte de civiles y daños a mezquitas, calificando la acción india como un «acto de guerra». Pakistán respondió con sus propias acciones militares.
Este enfrentamiento subraya cómo la disputa histórica sobre Cachemira sigue siendo el principal motor del antagonismo indo-pakistaní. La «Operación Sindoor» puede interpretarse como un intento de «compeler» por parte de India, buscando coaccionar a Pakistán para que modifique su presunto apoyo a grupos militantes, pero esto desencadena inevitablemente una dinámica de contra-coerción por parte de Pakistán, creando un ciclo de acción y reacción altamente inestable.
La decisión de India de atacar más profundamente en territorio pakistaní es una señal de mayor resolución y aceptación de riesgos.
Antes y después de los ataques, se tomaron medidas drásticas, incluyendo la suspensión por parte de India de su participación en el Tratado de Aguas del Indo, la revocación de visados, la expulsión de diplomáticos y el cierre de fronteras y espacio aéreo por ambas partes.
La suspensión del Tratado de Aguas del Indo, un acuerdo históricamente resistente incluso a conflictos previos, añade una dimensión peligrosa y potencialmente más volátil, ya que afecta las preocupaciones existenciales de Pakistán sobre la seguridad hídrica.
La comunidad internacional, incluyendo a Estados Unidos, China y Rusia, ha reaccionado pidiendo contención.
Estados Unidos ha instado a la moderación, buscando prevenir un conflicto más amplio entre dos estados con armas nucleares, mantener la lucha antiterrorista y no desviar a India de su papel en la estrategia del Indo-Pacífico.
China, aliado clave de Pakistán, expresó su preocupación por los ataques indios y reafirmó su apoyo a la soberanía pakistaní, buscando proteger sus inversiones en el Corredor Económico China-Pakistán (CPEC) y mantener a Pakistán como un contrapeso a India.
Rusia también ha pedido moderación, preocupada por la inestabilidad regional y buscando mantener sus relaciones tanto con India como con Pakistán. Las Naciones Unidas también pidieron la «máxima moderación militar».
Las implicaciones de esta escalada son profundas. El escenario más probable es una continuación de la escalada contenida, con enfrentamientos limitados y una tensa calma, aunque persiste un riesgo considerable de un conflicto más amplio o de errores de cálculo.
La «Operación Sindoor» y la respuesta pakistaní indican una posible evolución en las doctrinas de represalia, con una mayor disposición a acciones militares directas y una creciente asunción de riesgos por ambas partes, erosionando las «líneas rojas» previamente entendidas.
Cada escalada establece potencialmente un nuevo precedente, más peligroso, para futuras confrontaciones.
Navegando un mundo complejo: relaciones clave
India necesita a Estados Unidos y a Occidente para acceder a tecnología crítica, equilibrar a China y asegurar las rutas marítimas. Requiere mantener una relación funcional con Rusia, su proveedor histórico de armamento (aunque esta dependencia esté disminuyendo) y un actor clave en Eurasia.
Y debe encontrar un modus vivendi con China, gestionando la profunda desconfianza y la competencia estratégica sin cerrar la puerta a la cooperación selectiva y manteniendo una interdependencia económica significativa, aunque busque activamente reducirla.
La gestión de estas relaciones clave es un testimonio de la creciente sofisticación diplomática india.
Con China, tras los graves enfrentamientos fronterizos de 2020, se había alcanzado una precaria «paz fría» a finales de 2024. La competencia estratégica, la disputa territorial no resuelta y la asimetría de poder seguirán marcando esta relación crucial.
Con Estados Unidos, la asociación estratégica se ha profundizado exponencialmente, especialmente bajo la rúbrica de la Iniciativa sobre Tecnología Crítica y Emergente (iCET), aunque no está exenta de fricciones.
La relación con Rusia, aunque debilitada por la guerra en Ucrania y la creciente dependencia rusa de China, sigue siendo relevante para Nueva Delhi.
El vecindario primero: desafíos regionales agudizados
Más allá de las grandes potencias, la política de «vecindario primero» («Neighbourhood First») es fundamental, aunque enfrenta serios desafíos en 2025. La estabilidad en el Sur de Asia es vital para la seguridad y prosperidad india. La reciente escalada con Pakistán ha congelado aún más las relaciones.
La situación se complica con la agitación política en Bangladesh, que parece recalibrar sus lazos alejándose de India y acercándose a China y Pakistán, y la delicada relación con Nepal.
La creciente presencia e influencia económica y estratégica de China en todo el vecindario inmediato de India es una realidad ineludible que desafía la aspiración india a la primacía regional.
La voz del Sur Global: ambiciones globales
En la arena global, India proyecta su voz con creciente confianza.
Se erige como defensora del «Sur Global», buscando articular los intereses de los países en desarrollo y abogar por un orden internacional más justo y representativo. Su exitosa presidencia del G20 en 2023 fue una muestra de esta ambición.
La persistente campaña por una reforma del Consejo de Seguridad de la ONU que le otorgue un asiento permanente refleja su deseo de ocupar el lugar que considera le corresponde. Iniciativas como el Corredor Económico India-Medio Oriente-Europa (IMEC) demuestran su voluntad de participar en la configuración de las futuras rutas de conectividad global.
El Talón de Aquiles: la fortaleza interna como clave del éxito exterior
Sin embargo, la proyección de poder hacia el exterior está intrínsecamente ligada a la fortaleza de sus cimientos internos.
El impresionante crecimiento macroeconómico coexiste con la dificultad para generar empleo formal y de calidad a la escala necesaria. El aclamado «dividendo demográfico» corre el riesgo de convertirse en una bomba de tiempo social si no se traduce en oportunidades tangibles.
La desigualdad sigue siendo una herida abierta. Iniciativas como el esquema de Incentivos Vinculados a la Producción (PLI) muestran resultados mixtos.
La llegada del gobierno de coalición Modi 3.0 introduce una nueva dinámica que podría moderar la agenda reformista más ambiciosa. La capacidad de este gobierno para gestionar las tensiones sociales, impulsar un crecimiento más inclusivo y llevar a cabo las reformas estructurales necesarias será determinante.
¿Qué futuro le espera a India?: escenarios posibles en un entorno incierto
Mirando hacia el final de la década, el futuro de India no está escrito. La reciente escalada con Pakistán añade una capa de incertidumbre y riesgo.
Podría consolidarse como una potencia líder si logra alinear su dinamismo económico con una transformación social inclusiva y una gestión astuta de las tensiones regionales.
Podría, por el contrario, quedar atrapada en sus contradicciones internas y en conflictos regionales recurrentes, limitando su influencia global.
O, quizás lo más probable, podría seguir una trayectoria intermedia, una «potencia en construcción», avanzando de manera gradual pero desigual, consolidando su peso económico y su influencia, pero lidiando constantemente con la inestabilidad en su vecindario y sin lograr aún el estatus de par de las grandes potencias establecidas.
Los riesgos de un error de cálculo en el Sur de Asia, con consecuencias potencialmente catastróficas dada la naturaleza nuclearizada de la región, son ahora más patentes.
La prueba definitiva: de la promesa geopolítica a la realidad transformadora
La elección entre estos caminos dependerá menos de la astucia diplomática en el escenario mundial –aunque esta sea necesaria– y más de la voluntad y capacidad de India para abordar sus desafíos internos y gestionar las volátiles dinámicas regionales.
La verdadera prueba para el gigante asiático no reside únicamente en cómo navegar las complejidades del nuevo Gran Juego global, sino en sí puede construir una base interna sólida, equitativa y resiliente, y fomentar un entorno regional estable sobre el cual proyectar su poder de manera sostenible.
El despertar de India es real, su potencial inmenso, pero la consolidación de su estatus como potencia líder global exige una transformación interna que vaya más allá de las cifras macroeconómicas y toque la vida de sus 1.400 millones de habitantes, así como una gestión prudente y estratégica de los conflictos que amenazan con descarrilar su ascenso.
Solo así, la grandeza de India dejará de ser una promesa geopolítica para convertirse en una realidad transformadora.
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