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Opinión | Europa ante el espejo chino: reinventarse o resignarse a la irrelevancia económica

Opinión | Europa ante el espejo chino: reinventarse o resignarse a la irrelevancia económica
Jorge Carrera, abogado, exmagistrado, exjuez de enlace de España en Estados Unidos y consultor internacional, describe la encrucijada crítica en la que se encuentra la Unión Europea, entre la reinvención estratégica o la pérdida de relevancia económica global.
24/5/2025 05:35
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Actualizado: 23/5/2025 22:39
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El rugido silencioso de los vehículos eléctricos de BYD adelantando a los gigantes europeos en sus propias carreteras no es solo una anécdota del sector automotriz; es el eco premonitorio de un posible adelantamiento económico a escala continental.

Un repaso general de las cifras oficiales y los análisis económicos más recientes sobre la economía europea revela una verdad incómoda y urgente: Europa se encuentra en una encrucijada crítica, donde la inacción o las medidas tibias la condenan a una progresiva e inexorable pérdida de relevancia global.

La tesis que emana de esta contundente evidencia es clara: para eludir un destino de marginalización, Europa no necesita parches ni ajustes cosméticos, sino una reinvención estratégica radical, audaz y coordinada.

El espejismo de la estabilidad: cifras que ocultan grietas profundas

El diagnóstico que ofrecen estos datos es, en muchos aspectos, desolador, dibujando un panorama de crecimiento anémico y vulnerabilidades profundamente arraigadas.

Las proyecciones de crecimiento del PIB de la Unión Europea, situadas en un exiguo 1.1% para 2025 –cifra además revisada a la baja por el impacto directo de las tensiones comerciales globales y la incertidumbre geopolítica–, contrastan dolorosamente con el dinamismo de otras potencias.

Este letargo no es meramente coyuntural.

La productividad laboral europea, que apenas roza el 77.8% de los niveles estadounidenses, evidencia una brecha estructural que se cronifica. Aunque la inflación general muestre signos de moderación, la persistencia de una elevada inflación en el sector servicios, cercana al 4.0% en abril de 2025, delata presiones internas no resueltas.

Si a esto sumamos una inversión productiva que muestra una recuperación más débil de lo esperado tras contraerse en 2024, y un crecimiento de las exportaciones que se prevé anémico (solo un 0.7% para 2025 según la Comisión Europea), el cuadro se torna sombrío.

Estos no son fallos aislados, sino síntomas interconectados de una maquinaria económica que ha perdido tracción competitiva.

Frenos autoimpuestos: el coste de la inacción interna

Gran parte de este lastre proviene de cadenas autoimpuestas: una fragmentación del Mercado Único que desafía la lógica y una carga burocrática que asfixia la iniciativa.

Los análisis subrayan con insistencia la «paradoja del Mercado Único»: concebido como una fortaleza, su naturaleza incompleta, especialmente en áreas vitales como los servicios, los mercados de capitales –donde la Unión de Mercados de Capitales (UMC) sigue siendo un imperativo pendiente– y la energía, impide a las empresas europeas alcanzar la escala necesaria para competir eficazmente en la arena global.

A esto se añade un entorno regulatorio que, según datos comparativos, impuso cerca de 13,000 nuevas leyes y normativas entre 2019 y mediados de 2024, frente a unas 3,000 en Estados Unidos.

Si sumamos unos costes energéticos industriales que, en algunos casos, llegan a triplicar los de sus principales competidores como EEUU o China, es evidente que muchas de las barreras a la competitividad europea son de fabricación interna.

La tormenta perfecta: presión externa y respuestas insuficientes

Mientras Europa lidia con sus demonios internos, la tormenta exterior arrecia.

La competencia internacional se ha vuelto implacable. Estados Unidos, con la Ley de Reducción de la Inflación (IRA), ha lanzado un órdago de política industrial asertiva.

China, por su parte, no solo exhibe una escala manufacturera abrumadora, sino que ejerce un control cada vez mayor sobre cadenas de suministro críticas, como lo demuestra la dependencia europea de hasta un 98% de las importaciones de tierras raras procedentes del gigante asiático.

En este contexto, las bienintencionadas iniciativas europeas como la Ley de Industria Neutra en Carbono (NZIA), la Ley Europea de Chips o la Ley de Materias Primas Críticas (CRMA) corren el riesgo de quedarse cortas.

Los análisis recogidos señalan con preocupación la falta de financiación nueva y robusta a nivel de la UE para algunas de estas leyes, la ausencia de un caso de negocio creíble para la inversión en la cadena de valor europea en ciertos sectores, o la fijación de metas que, como el objetivo del 20% de cuota de mercado mundial de semiconductores para 2030, son calificadas por organismos auditores como «esencialmente aspiracionales».

La respuesta europea no puede ser un repliegue hacia un proteccionismo ingenuo o una autarquía ilusoria, sino la construcción de una «autonomía estratégica abierta» y la búsqueda de una «indispensabilidad estratégica» en nichos donde realmente pueda aportar valor diferencial.

Voces de alarma, hojas de ruta ignoradas: el consenso de los expertos

Es en este complejo escenario donde las voces autorizadas de Mario Draghi y Enrico Letta, a través de sus recientes e influyentes informes, resuenan como un grito de alarma y, a la vez, como una hoja de ruta potencial.

Ambos análisis, como destacan las cifras y estudios, convergen en la necesidad imperativa de mejorar drásticamente la competitividad, fomentar una soberanía tecnológica pragmática –basada en capacidades reales y no sólo en declaraciones de intenciones– y, fundamentalmente, profundizar de una vez por todas la integración del Mercado Único.

El énfasis en la UMC, la propuesta de una «quinta libertad» para la investigación, la innovación y el conocimiento (Letta), la simplificación regulatoria y la inversión efectiva en I+D que se traduzca en comercialización y liderazgo de mercado, son puntos nodales.

Se reconoce la necesidad de que las empresas e iniciativas europeas alcancen una escala mucho mayor para poder competir globalmente.

Las directrices estratégicas existen; lo que parece flaquear es la voluntad política unificada y la determinación para acometer una implementación transformadora que trascienda los intereses nacionales cortoplacistas.

La encrucijada de la doble transición: ¿oportunidad o nueva vulnerabilidad?

No obstante, el camino hacia esta reinvención está plagado de complejidades.

La doble transición, verde y digital, es ineludible y encierra un enorme potencial, pero también impone costes significativos y requiere inversiones masivas que deben gestionarse con suma inteligencia para no desatar una desindustrialización contraproducente.

Los elevados costes energéticos y una regulación medioambiental que no siempre se compagina con la competitividad industrial son un claro ejemplo.

Además, esta transición puede generar nuevas dependencias, como se observa con las materias primas críticas, si no se planifica con una visión de resiliencia y diversificación real. Igualmente crucial es el impacto social de estas transformaciones.

El envejecimiento demográfico europeo añade una presión adicional sobre la productividad y los sistemas de bienestar. Cualquier estrategia que no contemple una «transición justa», que mitigue las desigualdades y asegure el apoyo público, está abocada al fracaso.

Más allá del diagnóstico: el imperativo de la voluntad política

Finalmente, el mayor desafío reside, quizás, en la propia implementación.

Superar la inercia, los intereses nacionales divergentes y asegurar que la financiación –incluida la proveniente de instrumentos como NextGenerationEU– se utilice de manera eficaz y transformadora, son obstáculos formidables. La «lenta agonía» que vaticinó Draghi en ausencia de reformas profundas es un riesgo demasiado real.

En conclusión, Europa se enfrenta a un espejo que le devuelve una imagen incómoda, reflejada en el avance de competidores como BYD, pero cuyas causas son mucho más profundas y sistémicas.

El continente no puede permitirse más diagnósticos complacientes ni estrategias timoratas.

La elección es meridiana: o se embarca en una reinvención estratégica audaz, coordinada y sin precedentes, o se resigna a una progresiva e irreversible pérdida de influencia y prosperidad en el escenario global.

Esto exige un liderazgo visionario, capaz de forjar un nuevo pacto por la competitividad europea, fundamentado en la integración real y efectiva del Mercado Único, en una apuesta decidida por la innovación pragmática y con resultados tangibles, y en una proyección global inteligente que combine la defensa de los intereses propios con la cooperación internacional.

El futuro de Europa como potencia económica y política de primer orden depende, sin ambages, de la determinación con la que afronte esta encrucijada histórica.

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