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Opinión | Oriente Próximo al borde del abismo: el juego de suma cero entre Irán e Israel
Jorge Carrera, abogado, exmagistrado, exjuez de enlace de España en Estados Unidos y consultor internacional, analiza la situación creada por el ataque de Israel a Irán que se sintetiza un juego de suma cero. Ilustración: Confilegal.
15/6/2025 14:36
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Actualizado: 15/6/2025 14:36
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La reciente y dramática escalada entre Israel e Irán ha rasgado el velo de la «guerra en la sombra», catapultando a Oriente Medio a una confrontación abierta cuyas repercusiones trascienden con creces las fronteras regionales.
La «Operación León Ascendente» israelí, con sus ataques quirúrgicos contra instalaciones nucleares y militares iraníes clave, y la subsiguiente «Operación Promesa Verdadera III» de Irán, con sus oleadas de misiles balísticos y drones sobre territorio israelí, no son meros incidentes aislados; son los precursores de una reconfiguración sísmica del poder global.
La pregunta ya no es si el conflicto se intensificará, sino cómo gestionará el mundo una inestabilidad que amenaza con devorar la economía global, redefinir alianzas y, quizás, alterar el curso de la historia.
I. El polvorín regional Irán-Israel: más allá de las fronteras
El enfrentamiento directo entre Teherán y Jerusalén es el resultado de décadas de animosidad, alimentada por una compleja red de catalizadores internos y externos.
En el corazón de esta fricción se encuentra el programa nuclear iraní, que Israel percibe como una amenaza existencial inminente. La «Operación León Ascendente» fue justificada por Israel precisamente como una medida para degradar estas capacidades y asegurar su propia supervivencia.
Irán, por su parte, ve estas acciones como una violación flagrante de su soberanía y un intento de socavar su seguridad nacional, lo que justifica sus represalias.
Esta es una manifestación clara del «dilema de seguridad»: las acciones de un estado para aumentar su propia seguridad son percibidas como una amenaza por otro, llevándolos a ambos a un ciclo de armamento y contra-armamento.
Más allá de la cuestión nuclear, la influencia regional de Irán a través de sus «proxies» es un punto de fricción constante.
Hezbolá en Líbano, las milicias en Irak y Siria, y los hutíes en Yemen no son meros peones; son vectores a través de los cuales el conflicto puede expandirse.
La capacidad de Irán para proyectar poder a través de estos actores, y las limitaciones impuestas sobre ellos por conflictos anteriores y la inestabilidad interna, crean una dinámica impredecible.
Por ejemplo, mientras los hutíes han mantenido sus ataques contra Israel y el tráfico marítimo en el Mar Rojo, Hezbolá y las milicias iraquíes han mostrado una cautela notable, conscientes del costo de una guerra a gran escala.
La caída del gobierno de Bashar al-Assad en Siria en diciembre de 2024 también ha añadido una capa de complejidad, ya que el nuevo gobierno «orientado a Turquía» busca limitar la influencia iraní, afectando directamente las líneas de suministro de Hezbolá.
Este mosaico de intereses y capacidades de los actores no estatales significa que una escalada no será lineal, sino fragmentada y con focos de tensión localizados.
II. El sudoku de las potencias mundiales: ¿intervención o contención?
La reacción de las principales potencias mundiales a esta escalada es un intrincado sudoku geopolítico, donde cada movimiento tiene consecuencias globales.
Estados Unidos: La política exterior estadounidense en Oriente Medio se debate entre el apoyo inquebrantable a Israel y la imperiosa necesidad de evitar una guerra regional que desestabilice los mercados energéticos y desvíe recursos de otros frentes, como la guerra en Ucrania.
Un sector especialmente relevante en el poder washingtoniano no ha visto con buenos ojos la osadía de Netanyahu mientras apoyaba una salida negociada, pero se ha visto arrastrado a reafirmar su respaldo a las acciones de Israel, proporcionando asistencia militar directa y cooperación en la interceptación de misiles iraníes.
Sin embargo, la percepción de que Israel pudo haber recibido un «visto bueno» de Estados Unidos para su ataque inicial plantea un dilema; si Irán cree que Washington apoyó implícitamente la ofensiva, las advertencias posteriores de Estados Unidos contra las represalias iraníes podrían carecer de credibilidad, empujándolos a atacar activos estadounidenses y erosionando la capacidad de disuasión de Washington.
Las dinámicas políticas internas, incluida la influencia del «lobby» israelí y la reticencia del Congreso a ser arrastrado a otra «guerra sin fin», limitan la capacidad de Estados Unidos para una desescalada clara y coherente.
El desafío para EE.UU. es navegar este «juego de suma cero» entre apoyar a un aliado clave y evitar una conflagración directa que podría tener costos humanos y económicos catastróficos.
Trump ha sido arrastrado, sin desearlo, a un escenario extremadamente complicado que puede condicionar decisivamente, en uno u otro sentido, el destino de su proyecto político.
Rusia y China: Estos dos gigantes euroasiáticos observan la situación con una mezcla de cautela y oportunismo.
Rusia, con una relación con Irán que se ha profundizado significativamente desde la guerra en Ucrania, ha condenado los ataques israelíes y ha ofrecido mediación. Su objetivo es mantener su influencia en Siria, aprovechar la volatilidad de los precios del petróleo y, crucialmente, desviar la atención y los recursos de Estados Unidos y la OTAN de Ucrania.
El tratado de «asociación estratégica integral» con Irán, si bien no es una alianza militar directa, subraya el pragmatismo de Moscú. Sin embargo, su histórica postura pasiva ante las operaciones aéreas israelíes en Siria sugiere que es poco probable una intervención militar directa, lo que obliga a Irán a considerar respuestas más asimétricas.
Tampoco hay que olvidar los complejos lazos que Moscú, y especialmente Putin, mantienen con el mundo judio. La buena sintonía personal entre el primer mandatario ruso y Netanyahu es innegable, y por otra parte la realidad rusa en el mundo judio obliga a actuar con cautela.
A pesar de la emigración, Rusia aún cuenta con una comunidad judía considerable, aunque reducida en comparación con épocas anteriores, muchos judíos rusos han emigrado a Israel, especialmente a partir de la década de 1990, conformando una importante comunidad rusoparlante en el país.
China, por su parte, prioriza la seguridad energética y la protección de sus rutas de la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI). Como el mayor importador de crudo iraní, Beijing busca la estabilidad regional para salvaguardar sus intereses económicos.
China ha condenado la violación de la soberanía iraní y aboga por el diálogo, utilizando su poder blando y su mediación previa (como en el acercamiento Irán-Arabia Saudita) para consolidar su imagen de potencia global responsable.
Su inversión continua en la BRI en Irán, incluso bajo sanciones estadounidenses, demuestra una visión estratégica a largo plazo para construir arterias económicas que eludan el sistema financiero liderado por Estados Unidos, lo que representa un desafío directo a la hegemonía occidental.
Unión Europea: La UE, altamente dependiente de la energía de Oriente Medio, se enfrenta a una amenaza existencial por la inestabilidad regional. Su postura es de profunda preocupación, con llamados urgentes a la desescalada y la contención.
Sin embargo, su capacidad para ejercer una influencia decisiva es limitada por la fragmentación interna y la dependencia del liderazgo estadounidense en materia de seguridad.
Su papel se centrará principalmente en la diplomacia marcada por Estados Unidos, la imposición de sanciones y la provisión de ayuda humanitaria en caso de una crisis a gran escala, pero su dependencia energética y su proximidad geográfica la hacen vulnerable a las consecuencias económicas y migratorias del conflicto.
III. La dimensión islámica y regional: alineaciones cambiantes
La escalada también sacude el intrincado tapiz de alianzas y rivalidades dentro del mundo islámico.
Países Clave del Área Cultural del Islam (Arabia Saudita, Turquía, Egipto, Emiratos Árabes Unidos): Estos estados sunies se encuentran en una posición precaria.
Públicamente, han condenado los ataques israelíes para apaciguar a sus poblaciones y evitar ser arrastrados al conflicto. Sin embargo, en privado, muchos aprecian el debilitamiento de Irán, su rival regional percibido.
Su principal preocupación es la estabilidad y seguridad regional, buscando evitar un conflicto directo y proteger su infraestructura vital. La resiliencia de los Acuerdos de Abraham (normalización de relaciones con Israel) es notable, impulsados por una visión compartida de Irán como una amenaza.
No obstante, el reciente acercamiento Irán-Arabia Saudita, mediado por China, y la demanda saudí de un camino creíble hacia un Estado palestino, sugieren una evolución de estos acuerdos hacia un marco de seguridad regional más amplio, no exclusivamente anti-Irán.
Esta es una compleja danza diplomática entre la condena pública y el aplauso silencioso, un equilibrio necesario para navegar las tensiones internas y externas.
Fragmentación Interna y Opinión Pública: El mundo islámico no es un bloque monolítico. Las divisiones sectarias (sunies vs. chiítas) y las rivalidades nacionales son profundas. Esto podría generar alianzas inesperadas o profundizar divisiones existentes.
La opinión pública musulmana global, especialmente sensible a la cuestión palestina, ejerce una presión considerable sobre sus gobiernos para que actúen con mayor contundencia contra Israel. Esta presión popular, a menudo en desacuerdo con los intereses estratégicos de los gobiernos, añade una capa de imprevisibilidad a las respuestas regionales.
Por ejemplo, mientras Pakistán, una potencia nuclear islámica, ha expresado solidaridad con Irán, su dependencia económica de Arabia Saudita y sus propias preocupaciones de seguridad fronteriza lo obligan a una «neutralidad» pragmática.
IV. Conclusión: el precipicio de la conflagración global
La confrontación entre Israel e Irán es una advertencia estridente sobre la fragilidad del orden internacional. Los riesgos acumulados —inestabilidad prolongada, disrupción económica global, crisis humanitarias masivas y la sombra de la proliferación nuclear— son interconectados y exponenciales. La «guerra en la sombra» ha terminado, y con ella, la ilusión de una contención manejable.
La urgencia de la diplomacia y la contención nunca ha sido mayor.
La comunidad internacional no puede permitirse ser meros «bomberos» reaccionando a las crisis; debe asumir el papel de «arquitectos» construyendo un nuevo marco de seguridad regional.
Esto requiere una estrategia global cohesionada que trascienda los intereses nacionales estrechos y las divisiones ideológicas. La cancelación de las conversaciones nucleares entre Estados Unidos e Irán, calificada de «injustificable» por Omán, es un paso en la dirección equivocada. La única vía sostenible es el diálogo, incluso entre adversarios.
El futuro de Oriente Medio, y por extensión del orden global, pende de un hilo.
La capacidad de las principales potencias para coordinar sus esfuerzos, equilibrar sus intereses contrapuestos y priorizar la estabilidad sobre la confrontación será crucial para evitar un desastre regional con consecuencias devastadoras para el mundo entero.
En este juego de suma cero, donde la victoria de uno es la derrota del otro, la única estrategia que puede prevenir una pérdida colectiva es la de la coexistencia y la cooperación, por difícil que parezca. Ignorar esta realidad es invitar a una conflagración que nadie, ni en Teherán, ni en Jerusalén, ni en Washington, ni en Moscú, ni en Beijing, puede permitirse.
Una conflagración que podría rápidamente escalar a nivel global en el momento en que una de las grandes potencias se implique de forma directa y decisiva.
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