¿Quién pronunció la famosa frase ‘al César lo que es del César’?
Hay frases que, aunque pasen 20 siglos, siguen vigentes por dos razones: porque su contenido es tan evidente y contundente, que sería difícil encontrar otra mejor, y porque su autor es un personaje universal. Por ejemplo, la frase “Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”, para significar que, a pesar de todo, hay que ser justo y reconocer a cada uno sus méritos. Su autor fue Jesucristo.
Concretamente, figura en el Nuevo Testamento, en el Evangelio de Mateo 22:21. La respuesta de Jesús fue ingeniosa y cautelosa. Al decir «Dad, pues, a César lo que es del César», indicaba que se debía cumplir con las obligaciones cívicas y tributarias hacia el gobierno romano, reconociendo su autoridad temporal y terrenal.
Pero añadió también la expresión «y a Dios lo que es de Dios», señalando que también se debían cumplir las obligaciones religiosas y morales hacia Dios, reconociendo su soberanía y autoridad suprema.
Muy parecido al concepto de «dar a cada uno lo suyo» de la justicia romana, como dijo Ulpiano, por otra parte.
El origen histórico de la expresión «al César lo que es del César»
Pero viene muy a colación de lo que queremos explicar en este año, de 2023, en el que conmemoramos el 215 aniversario de nuestra rebelión contra la invasión francesa.
Y decimos “Al César lo que es del César” porque fue Napoleón quien abolió, en 1808 la Inquisición española en los llamados “decretos de Chamartín”, con los que se suprimió, además del Santo Oficio, el feudalismo y se disolvieron la mayor parte de las órdenes religiosas, con lo que se dio luz verde a la desamortización, o apropiación, de sus bienes.
Cinco años más tarde, los diputados que formaron las primeras Cortes democráticas de Cádiz, en 1813, decidieron su abolición, pero por una razón muy concreta. Porque la Inquisición había condenado públicamente, años atrás, la sublevación popular contra la invasión francesa.
El mundo al revés. ¿Quién lo comprende?
La Inquisición, el Santo Oficio, sin embargo, no desapareció definitivamente. Cuando Fernando VII, llamado “el deseado”, recuperó el trono, en 1814, ordenó su restauración. Y volvió a operar libremente durante los seis años siguientes, hasta que el general asturiano Rafael del Riego se rebeló en Sevilla, en 1820, al frente del batallón que mandaba y que estaba a punto de embarcarse rumbo a América para sofocar las rebeliones en las colonias. Nuevamente, la Inquisición fue abolida, durante los tres años siguientes. Hasta que el péndulo de la historia devolvió otra vez el poder a Fernando VII.
Fernando VII, sin embargo, no volvió a restaurar la Inquisición, aunque de facto volvió a actuar bajo la fórmula de las Juntas de Fe, toleradas en las diócesis por el rey y que tuvieron el triste honor de ejecutar al último hereje condenado de la historia, el maestro de escuela Cayetano Ripoll, ejecutado por garrote vil en Valencia el 26 de julio de 1825.
A Ripoll se le acusó de haber enseñado los principios deístas, una filosofía religiosa que deriva la existencia y la naturaleza de Dios de la razón y la experiencia personal en lugar de hacerlo por medio de la fe, la tradición o la revelación directa. Aquello provocó un gran escándalo en toda Europa, por el régimen despótico que pervivía todavía en España.
Con Isabel II el Santo Oficio, en su forma camuflada, desapareció definitivamente, y con ello se cerró uno de los capítulos más oscuros de nuestra historia. Pero le corresponde a Napoleón la iniciativa de su supresión primera. “Al César lo que es del César”.
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