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Matrix: el peligro de que los hombres se conviertan en robots

27/11/2016 05:55
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Actualizado: 27/11/2016 01:48
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En la segunda entrega de la genial trilogía de “Matrix”, el consejero Hamman le dice Neo que le acompañe a la sala de la máquinas de la ciudad de Sión, un remoto lugar excavado en las profundidades de la Tierra donde se refugian los últimos hombres libres.

“Aquí apenas baja nadie. A menos, claro, que haya algún problema. Somos así, no nos importa cómo funcionan la cosas mientras funcionen”, le dice el consejero a Neo mientras contemplan un paisaje futurista y desolador de máquinas en movimiento.

“Me gusta tener presente que la ciudad sobrevive gracias a estas máquinas. Estas máquinas nos mantienen vivos mientras otras máquinas quieren matarnos. Interesante, ¿no? El poder de dar la vida y de quitarla… En cierta medida estamos enchufados a ellas lo que hace preguntarnos en qué consiste el dominio”, continúa el consejero. Neo le replica que ellos dominan a las máquinas que han instalado en Sión porque pueden apagarlas cuando quieran.

El consejero se ríe y dice: “Cierto, eso es, sí señor, eso es el dominio. Si queremos, podemos hacerlas añicos… aunque si lo hiciéramos, habría que prever qué pasaría con la electricidad, la calefacción, el aire….”.

Neo, sorprendido por la actitud del consejero, interrumpe su discurso: “Las necesitamos y ellas nos necesitan. ¿A eso quería llegar?”.

El consejero Hamman pierde la mirada en el horizonte y dice: “No, en absoluto. Los viejos como yo ya no queremos llegar a nada. No sirve de nada… Hay tantas cosas en esta vida que no logro entender. Esa máquina de ahí se encarga de algo relativo al reciclaje del agua. Pero no tengo ni idea de cómo funciona. Pero comprendo el motivo por el que funciona”.

La trilogía de Matrix representa un mundo futurista en el que los hombres han sido esclavizados por las máquinas. Los seres humanos viven conectados a una simulación social que representa el final del siglo XX cuando, en realidad, yacen adormecidos en nichos con la única finalidad de extraer su valiosa energía.

Su libertad, en realidad, no es más un algoritmo predecible dentro de un programa informático. Este escenario, desde luego, está lejos de convertirse en una realidad a corto plazo. Sin embargo, en la última década hemos dado pasos de gigante hacia un mundo robotizado.

En efecto, en la última década la automatización se ha extendido al sector servicios, la construcción, la medicina, la alimentación, la defensa o la industria aeroespacial. Se estima que en todo el mundo existen más de un millón y medio de robots industriales.

Solo en España, en el año 2011, contábamos con 30.545 robots trabajando, en su mayor parte, en la industria del automóvil. Según un informe elaborado por el Bank of America Merrill Lynch, el mercado global de la robótica y la inteligencia artificial tendrá dentro de pocos años un valor de 153.000 millones dólares.

Una de las consecuencias asociadas a este proceso será, lógicamente, la pérdida masiva de puestos de trabajo.

Así, por ejemplo, se estima que en Estados Unidos el 47 por ciento de los empleos corren el riesgo de ser automatizados en los próximos 20 años.

En el caso de Reino Unido, un 35 por ciento de los empleos pueden considerarse de “alto riesgo”, es decir, susceptibles de ser mecanizados a corto plazo.

Esta situación provocará un aumento de la desigualdad entre los trabajadores cualificados y no cualificados pues, en definitiva, solo persistirán aquellos empleos que exijan creatividad, inteligencia social o requieran una elevada destreza.

Los cambios derivados de la robotización no afectarán solo al trabajo, sino a nuestra forma de vivir. En efecto, las máquinas invaden cada vez más nuestra intimidad. Tenemos robots de cocina, drones, casas domóticas, robots de limpieza.

No resulta aventurado imaginar que el desarrollo de la inteligencia artificial permitirá dentro de unos años tener amigos “robots” que nos reciban en casa, interactúen con nosotros, les contemos nuestros problemas y se preocupen por nuestras emociones.

Esta “invasión” de nuestro espacio nos obligar a reflexionar como lo hace el consejero Hamman en “Matrix”.

¿Quién domina a quién? ¿Las máquinas? ¿O nosotros? ¿Qué ocurrirá cuando las máquinas sean más inteligentes que nosotros?

En definitiva, ¿podremos vivir sin ellas?.

Quizá sea el momento de recordar las palabras del psicoanalista Erich Fromm: “El peligro del pasado era que los hombres fueran esclavos. Pero el peligro del futuro es que los hombres se conviertan en robots”.

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