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¿Sirve para algo «entrenar» la bondad hacia nuestros semejantes?

¿Sirve para algo «entrenar» la bondad hacia nuestros semejantes?
Tenzin Gyatso, el decimocuarto Dalai Lama del Tíbet, despidiéndose del profesor de psicología Richard Davidson. UW-Madison University Communications / Jeff Miller.
20/4/2017 07:15
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Actualizado: 20/4/2017 07:30
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En el año 1992 el psiquiatra estadounidense Richard Davidson conoció al Dalai Lama. Aquel encuentro estaba destinado a cambiar el rumbo de su trayectoria profesional. “Admiro vuestro trabajo”, le dijo, “pero considero que estáis muy centrados en el estrés, la ansiedad y la depresión. ¿No te has planteado tus estudios neurocientíficos en la amabilidad, la ternura y la compasión?”.

Aquellas palabras no habían aparecido antes en ningún estudio científico a pesar de su importancia. Inspirado en la meditación oriental y deseando explorar un mundo desconocido para la ciencia, Richard fundó el Centro de Investigación de Mentes Saludables en la Universidad de Wisconsin-Madison.

A lo largo de estos años, el centro ha desarrollado investigaciones interdisciplinarias centradas en las cualidades positivas de la mente. Ha demostrado que la práctica de la atención plena, la compasión y las conductas sociales están reguladas por circuitos centrales del cerebro.

Lo más importante de este descubrimiento es que esos circuitos son “plásticos”, es decir, se pueden cambiar a través del “entrenamiento”.

Se puede “entrenar” la amabilidad y la ternura a cualquier edad lo que comporta beneficios directos para la persona.

Sus estudios han concluido que la estimulación de la ternura en niños y adolescentes redunda en beneficio de su salud, bienestar emocional y resultados académicos.

No sin razón la revista “Time” considera a Richard Davidson una de las cien personas más influyentes del mundo.

Desde su puesto en el consejo del Foro Económico Mundial de Davos, el psiquiatra intenta trasladar a los dirigentes políticos los resultados de sus investigaciones a fin de crear un mundo en el que exista menos sufrimiento. ¿Cómo convence a los políticos de la necesidad de “entrenar” la ternura, la amabilidad y la compasión?.

“Mediante pruebas científicas”, relata Richard, “les expongo, por ejemplo, una investigación que hemos realizado en distintas culturas: si interactúas con un bebé de seis meses a través de dos marionetas, una que se comporta de forma egoísta y otra amable y generosa, el 99 por ciento de los niños prefieren el muñeco cooperativo”.

¿Estamos entrenando la bondad?

¿Estamos aprendiendo algo de la compasión?

¿Podemos renunciar a la ternura en las relaciones con nuestros semejantes?

¿Es importante la empatía para construir un mundo en el que exista menos sufrimiento?

¿Puede la amabilidad mejorar nuestra salud emocional?

Durante muchos años, la psiquiatría se ha centrado en el estudio de los desórdenes emocionales como la ansiedad y la depresión. Los estudios han girado en torno a las causas que contribuyen a la aparición de esas patologías y los tratamientos que deben seguirse para recuperar el bienestar emocional.

Sin embargo, hemos olvidado la importancia esencial que reviste cultivar las emociones positivas para la mejora de nuestra salud. A diferencia de los numerosos tratamientos que existen para reducir la ansiedad o el estrés, ¿cuántos cursos existen para aprender algo de empatía? ¿Cuántas conferencias se imparten para que aprendamos a ser más solidarios?

¿Y para compadecer mejor el sufrimiento ajeno?

¿Existe algún curso para ser más amables?

¿Y para ser más bondadosos?

Pueden parecer iniciativas algo excéntricas y pensarse que se trata de emociones que no pueden aprenderse (ni mucho menos mejorarse). Sin embargo, los estudios científicos del profesor Davidson acreditan lo contrario.

La mejora de todas estas cualidades incide directamente en la calidad de vida de la persona y, más aún, se extiende como un bálsamo sobre una piel irritada por toda la sociedad para cicatrizar las numerosas heridas que han provocado el odio, egoísmo, envidia y la indiferencia.

Quizá sea el momento de construir unos nuevos “gimnasios de la mente sana” en los que se practiquen estas nuevas disciplinas.

Los monitores serán personas expertas en emociones positivas. Si pasamos tres horas corriendo en una cinta mirando al horizonte, ¿no estaríamos dispuestos a estar, aunque sea media hora, en una clase para aprender a ser más amables?.

Si hacemos sentadillas varios días a la semana, ¿no querríamos aprender algo más sobre la empatía? Es posible que todavía no estemos preparados para este nuevo “entrenamiento” de la mente. Quizá hoy nos resulte extraño imaginar un gimnasio donde se “entrene” la empatía, la amabilidad o la ternura.

Sin embargo, ¿qué le hubiera parecido a un español del siglo XV vernos levantar pesas en un gimnasio durante horas? Quizá sea el momento de recordar las palabras del médico y filósofo Albert Schweitzer: “Mientras el círculo de su compasión no abarque a todos los seres vivos, el hombre no hallará paz por sí mismo”.

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